martes, 8 de julio de 2008

Caracas perdida (II)

Mercado de San Pablo, Caracas (f. Federico Lessmann. Viejasfotosactuales.org).




I. Fracaso del duelo
Penosa es la cuenta que la historia de la arquitectura oficial hace de los edificios y los lugares que han desaparecido en esta ciudad. Nadie sabe si es porque a nadie dolió nunca en verdad que desaparecieran o porque nadie se ha tomado aún el trabajo de registrar de un todo las desapariciones para que la pérdida alcance así la dimensión que debería tener en nuestra cultura urbana. Lo cierto es que la lista oficial de los decesos célebres, de tan trillada, ya no hace mella a nadie, quedando las lavadas imágenes del Hotel Majestic y del Colegio Chaves, de Puente de Hierro y de la rotonda del Teatro Municipal, tristes y aisladas como unos episodios apagados por su singularidad, inocuos por su misma intrascendencia como catástrofes.

2. Pueblos y ciudades fantasmas
Caracas es la ciudad de Latinoamérica que menos trazas conserva de su pasado pre-moderno. Nada queda en ella de sus asentamientos preocolombinos, nada o prácticamente nada de su fábrica colonial. En el centro de la ciudad lo que único que permanece legible es el vestigio borroso de su retícula colonial, cada día más desdibujado, salpicado penosamente por los fragmentos de los fragmentos de las ruinas de sus edificios, los cementerios, las capillas, las fuentes, las iglesias, los conventos, los patios y las casas, junto a, éso sí, el recordatorio perenne del mea culpa monumental que dejó grabado Carlos Raúl Villanueva en los portales y en los temas de la re-urbanización de El Silencio, mea culpa que hiciera luego de haber sido él mismo testigo de primer orden de la ola de demoliciones que, en aras del progreso, barrió con prácticamente toda la arquitectura colonial del centro de la ciudad a partir de los años cuarenta.

Hoy, las mejores fotos que tenemos del Colegio Chaves son, justamente, las del Villanueva memorioso, quien exhumó algunos de sus temas en El Silencio en una operación nostálgica que ha sido muy tergiversada en la historia arquitectónica venezolana, cuando los portales de El Silencio, en realidad, son las lápidas conmemorativas de la arquitectura colonial caraqueña.

3. La ola y el laberinto
El desprecio por lo viejo, o mejor, la pasión desbocada, irreflexiva por lo nuevo, se llevó con su voraz ímpetu a gran parte la Caracas tradicional, hoy prácticamente perdida. Pero el problema no es la ola en sí misma. El problema es que la expansión del entusiasmo por la modernización no se detuvo al ya tener una ciudad nueva, sino que se quedó entre nosotros como modus operandi, afectando toda intervención emprendida en la ciudad hasta nuestros días. El hecho de que nadie se detenga nunca a pensar demasiado en lo ireemplazable de ciertos sitios y en lo único de muchas manifestaciones arquitectónicas producidas solamente aquí en esta ciudad, expresiones que conllevan escritas en sí mismas formas más amables de vida urbana, se ha vuelto una deplorable costumbre, inconsciente y automática.

La fábrica colonial y federal, por ejemplo, queda hoy solo escrita en las actas testamentarias que reposan en archivos no arquitectónicos, y su reconstrucción virtual aún no ha sido ni siquiera planteada… Entretanto, las planotecas de Caracas son las principales ruinas de la ciudad, laberintos de torres de moho y polvo entre las cuales es fácil perderse, perder rápidamente la paciencia, y perder doblemente a la ciudad, porque por ese agujero negro se ha fugado y se sigue fugando toda la memoria gráfica de la historia de su arquitectura, su ingeniería y su urbanismo.

Como consecuencia, Caracas sigue perdiendo día a día también su patrimonio moderno: vimos como cayó Campo Alegre, como cayó el edificio Galipán, cómo cayeron el Cine y el edificio La Castellana, y cómo van desfigurándose impunemente ante nuestro ojos las principales floraciones culturales arquitectónicas de nuestra mejor ciudad moderna. Caracas y la mayoría de las ciudades de Venezuela se están mutando en una versión mediocre de Las Vegas, se están erosionando hacia un infinito strip de pacotilla.

4. Habla la memoria
La memoria puede evocar, cerrando los ojos y exprimiendo las historias de nuestras vidas transcurridas en esta ciudad. Y junto a los recuerdos, flotan las imágenes en el inconsciente. La memoria excava los sitios abandonados y levanta las capas arqueológicas del olvido, signa la importancia real que tuvo lo que ya no está, para dársela a lo que aún queda, para reclamar por el estudio y el respeto, para dar con las pistas, para apuntar hacia lo que vale todavía. La memoria habla de nosotros… pero hay que hacerla hablar.

La Caracas perdida está llena de lecciones que han ser recreadas de nuevo, fábricas de estructuras fastuosas, torres de garbo legendario, plazas de gracia funcional, casas de arquitectura soberbia, paseos y recorridos gratos e imperturbables, lugares de encuentro, enclaves memorables, técnicas y conocimientos, costumbres y habilidades… El saber olvidado de esta ciudad ha de ser recuperado desde el fondo de sus propias arcas, profundas y desconocidas. Solo así podremos aspirar a reconstruir la ciudad, restablecerla y reinventarla para lograr una calidad de vida en el mejor espíritu de la modernidad urbana contemporánea.



Agencia Planchart & Cía. Sucrs. C.A., Clifford Charles Wendehack. Caracas (f. Viejasfotosactuales.org, 1950).




Publicado en: 


Caracas perdida (I)

Pennsylvania Station. New York City (f. Berenice Abbott, 1930s. The New York Public Library Collection. flickr.com/photos/32912172@N00/2417426323/).




1. La lista de Silver
A fines del año pasado (2000) apareció en la revista The New Yorker un artículo del crítico de arquitectura de la casa, Paul Goldberger, quien destacaba la importancia que había cobrado con el paso del tiempo una obra editada en 1967. El libro en cuestión, Lost New York (Nueva York perdida), había sido escrito por un arquitecto desconocido, Nathan Silver, quien se lo dedicó a su padre, “quien había crecido en Broome Street" (página 206) y a su madre, “que más tarde dio con él  'uptown'”.1

Este arquitecto logró convencer a la escuela de arquitectura de Columbia University (y aprovechamos para darle la bienvenida al grupo de cuarenta y dos estudiantes y profesores de dicha querida escuela y universidad que esta semana -2001- nos visitan) de hacer una exposición, con la cual se editaría luego el libro. Decía Goldberger, que lo crucial fue que Silver lograra coronar su esfuerzo en unos años cuando la ciudad Nueva York era una jungla inmisericorde, donde nadie hacía nada en cuestiones de preservación arquitectónica, habiéndose por entonces acabado de anunciar la demolición de la Estación de Pennsylvania, estando en ciernes un final semejante para la Opera Metropolitana de la Calle 39 y cuando los viejos edificios comerciales de Worth Street estaban siendo alegremente aplanados para servir de vil relleno a un vulgar estacionamiento.

Lost New York, toda una novedad en su estilo, se impuso mostrar una imagen colectiva de las nobles arquitecturas perdidas para hacer un grave recordatorio: “cuánto más agradable hubiera sido Nueva York como ciudad si todos sus mejores edificios de siempre permanecieran aún intactos”. Pero muy pronto su autor se dió cuenta, claro está, de que, siendo una ciudad “mucho más que una colección de edificios”, el libro tendría que recordar más cosas: los viejos lugares de recreación, los distritos trabajadores, los barrios residenciales, los sistemas de transporte y los parques. El trabajo se le volvió mucho más vasto entre decenas de archivos de fotografías, dibujos y planos, y Silver empezó a referirse a él más en términos de un trabajo en proceso.

Allí mostró por primera vez a un público amnésico que exclamaba ante cada nueva imagen, "!Oh, qué pena que esto se perdió, si era tan bello! !Oh, qué pena que aquéllo se perdió, si era tan viejo!” –agrupados sencillamente por tipologías- la escena urbana y los espacios públicos, los lugares de privados de encuentro, la arquitectura cívica, las grandes casas, las row houses (casas en fila) neoyorkinas, las casas de apartamentos; las iglesias, los sistemas de movimiento en la ciudad, el comercio, las atracciones públicas, y por último, la parte que Goldberger consideró más digna de encomio de todas y la más beligerante en el tiempo: la "Lista de Monumentos en Peligro", hecha con los edificios y lugares amenazados, que luego se convirtió en bandera para que toda una ciudad se defendiera del olvido.

Los edificios de la “Lista de Silver”, así, se convertirían en los que serían protegidos por las nuevas leyes, asociaciones civiles y movimientos en pro de la memoria de Nueva York que surgieron a raíz de su publicación (y de la dolorosa caída de Penn Station). Hoy, esas arquitecturas, preservadas como el oro, embellecen a esa ciudad y son su mayor orgullo.

2. La lista de Malraux
Una saga de libros semejantes empezaron a copiar a Silver por todo el mundo: Lost L.A., Lost London, Lost Berlin... Lost New York, se convirtió él en sí mismo en una tipología editorial. Entre ellos, el más deliciosamente complejo es –era de esperarse- el Lost Paris, o Paris perdu: el París perdido, aparecido tan tarde como 1995, y realizado por una serie de héroes de la Asociación SOS París, el Pabellón del Arsenal, el Museo Carnavalet y la Biblioteca Histórica de la ciudad de París.2

El paso de los años redundaría en una mayor sofisticación de la memoria y del conocimiento amoroso de la ciudad, palmo por palmo. En este libro, la incertidumbre de las arquitecturas y los lenguajes arquitectónicos del París histórico frente a la rapiña de la especulación inmobiliaria, se rastrea ahora barrio a barrio, con elocuentes fotografías de “antes” y “después” que demuestran la gran mutación sufrida en el ambiente urbano, y que cada quien saque sus propias conclusiones…

Pero lo más novedoso, y quizás lo más remarcable de toda la operación, es el desparpajo con que se maneja el contenido de la fábrica de la ciudad. París perdu va mucho más allá de lo que pudo siquiera soñar Silver en los sesenta, adentrándose con aladísimo ojo en las mismísimas arquitecturas de lo cotidiano. Más allá de lo monumental perdido (el palacio tal, antes de su demolición, el hotel cual, destruido en fecha tal) que también, por supuesto es registrado con fruición, Paris perdu da cuenta de la arquitectura cotidiana perdida, es decir, de todas aquellas “modas y modelajes” que produjo la ciudad a través del tiempo y que, al desaparecer, se llevaron consigo gran parte de su riqueza patrimonial: patios, traspatios, pasajes, frágiles jardines, pequeños edificios, ángulos, elementos del tejido parisino.

Este delicioso desparpajo urbano le viene a los franceses de la llamada “Lista de Malraux”, elaborada coincidentalmente en el tan singular año de 1967. En aquél entonces, André Malraux era a la sazón Ministro de Asuntos Culturales, cuando expresó su deseo de que el inventario de monumentos históricos se extendería para incluir las construcciones contemporáneas notables. La inclusión de edificios cuyo valor descansaba en el contenido conceptual o en la sola elaboración arquitectónica, cambió el rumbo de las cosas. A partir de esos primeros cincuenta edificios en los que se empeñó Monsieur el Ministro (encabezando su lista con uno de Hector Guimard) ya fue posible proteger en la ciudad estructuras carentes de pedigree “arqueológico” o incluso de “monumento-testigo”: se daba paso a la apreciación del arte urbano y arquitectónico puro en la ciudad. El último espaldarazo lo dió de nuevo una demolición sangrienta: la caída, en 1971 de Les Halles de Baltard.

Mientras tanto, aquí en Caracas, penosa es la cuenta que la historia de la arquitectura hace de los edificios y los lugares que han desaparecido. Pasar de este fracaso del duelo a la elaboración de una honorable Caracas perdida, depende todavía de nosotros.








NOTAS
1. Natahm Silver. Lost New York, Schocken Books, New York City, 1967.
2. Paris Perdu: quarante ans de bouleversements de la ville, Asociación SOS París, Pabellón del Arsenal, Museo Carnavalet, Biblioteca histórica de la ciudad de París, Editions Carré, Paris, 1995.




Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 29 de Enero de 2001.




Mut (il) aciones

Mutations. Rem Koolhaas, Stefano Boeri, Sanford Kwinter, Nadia Tazi & Hans Ulrich Obrist (f. www.amazon.co.uk/Mutations-Rem-Koolhaas/dp/images/8495273519).





“En 1900, el 10% de la población mundial habitaba en las ciudades; en el año 2000, 50% vivía en las ciudades. De aquí a 2025, el número de ciudadanos podría alcanzar 5 millardos de individuos (3/4 partes de ellos en los países pobres). En 1950, sólo Nueva York y Londres tenían más de 8 millones de habitantes. Hoy, existen 22 megalópolis. En una hora, hay 60 personas de más en Manila, 47 de más en Delhi, 21 de más en Lagos, 12 de más en Londres, 9 de más en Nueva York, 2 de más en París y 6 personas de menos en Moscú. De las 33 megalópolis anunciadas para el 2015, 27 estarán situadas en los países menos desarrollados, de los cuales 19 están en Asia…”.1 Con estas impresionantes estadísticas del Observatorio Global Urbano, que son como una bofetada en medio del rostro, comienza el espectacular discurso de “Mutaciones”, la más importante exposición sobre el tema de la ciudad contemporánea que se ha hecho últimamente en el mundo (del 24 noviembre del 2000 al 25 Marzo de 2001), organizada por el Centro de Arquitectura Arc en rêve (el arco que se sueña, o si se quiere, el arco que sueña) de la ciudad de Bordeaux (www.mutations.arcenreve.com).

Y es que, globales amigos lectores: los números no mienten. Con crudeza nos revelan una realidad que, aunque todos la veíamos venir desde hacía tiempo, nadie la había querido volver a verificar: el hecho aplastante de que la ciudad ya lo abarca todo. Hoy no solo el mundo entero es un escenario, en el buen sentido Shakespeareano, sino que, aún más crucial, “All the World is a City”: el mundo entero es una ciudad. Gústele a quien le guste, querámoslo o no, take it or leave it; ya está aquí la nueva condición globurbana, producto de los procesos de urbanización galopante: el planeta urbe está por todas partes. No hay más campo virgen, todo es ciudad. Mutatis mutantis: algo sencillamente fascinante.

En Venezuela, también las “mutaciones” están a la vuelta de la esquina. Antes se nos repetía hasta el fastidio lo del “éxodo campesino hacia las ciudades”. Y se nos explicaba, “es la atracción ante la oferta de empleo, la admiración ante la maravilla del espectáculo citadino, es el encadilamiento urbano brillando en los ojos inocentes de Juan Bimba”. ¡Oh, luces de la ciudad! Hoy nuestras principales ciudades finalmente lo lograron: arrastraron a todo el mundo de allá para acá, listo, Glup, succionados, y ahora, son mitad ciudad informal, mitad periferia, mitad suburbia y mitad esa materia que Rem Koolhaas, la incuestionable estrella central del evento bordolés, le ha dado por llamar capciosamente, con un cierto dejo bioquímico, la “Sustancia Urbana”. Nuestros barrios ahora han quedado elevados al rango cósmico del Ectoplasma Puro.

El libro-catálogo de la muestra es encabezado por Koolhaas y su Proyecto Harvard sobre la ciudad, seguido de otras visiones urbanas más, como la de Stefano Boeri (USE-Los Estados Inciertos de Europa), la de Sanford Kwinter ("La ciudad americana"), la de Nadia Tazi ("Fragmentos de una Net Teoría") y la de Hans Ulrich Obrist ("Rumores urbanos").2 Asalta a los incautos en las mesas de las librerías de arquitectura como un estridente ladrillo de color amarillo primario, como un bloque conciso a ser disparado directo al cerebro, allí donde más duele, de formato deliberadamente inscrito en la misma exitosa saga plateada del S, M, L, XL, el gran best-seller de Koolhaas, que fuera, sencillamente, el libro de arquitectura más vendido de los años noventa. Incluyendo en la solapa hasta un CD, Sonic City, con mezclas musicalizadas de atmósferas urbanas, ya es un éxito editorial automático.3 ¡Cómo tiene audiencia este señor! Hasta los que no lo comparten todo con él también se lo llevan a casa. Nadie quiere quedarse atrás en esto del pensamiento urbano de vanguardias.

Pero, cuidado. Dínos primero, Rem, explícale a tu fanaticada, ¿qué es éso de irse a Harvard, es decir, de irse a América, a AMERICA, para llamar a un taller de Diseño Urbano “Proyecto sobre la ciudad”? ¿Tú, que escribiste una vez en letras mayúsculas en tu ensayo “Bigness” aquella lapidaria máxima de “Fuck Context” (Al diablo con el contexto)? ¿Tú, que has desatado divergencias hasta hoy desconocidas en el campo del urbanismo (una ciencia muerta, según aseguras) y has incubado a toda una generación de arquitectos antiurbanos que han llegado hasta el extremo de vociferar en los pasquines arquitectónicos del globo que “la ciudad mató a la arquitectura”? ¿Tú, que te autoproclamaste el nuevo Nietzsche de lo urbano para negarlo todo en aras de lo urbano mismo? ¿Tú, el profeta, que has dicho que LA CIUDAD HA MUERTO?

En la violenta entrevista que cierra el libro, sin duda el plato fuerte del evento, Francois Chaslin, director de L’Architecture d’aujourd’hui, adalid de los contextualistas de Francia y del mundo, trata de acorralar a Koolhaas durante cuarenta y dos páginas para ver si lo hace aclarar porqué el título original de su proyecto era “Sobre aquéllo que una vez fue la ciudad”. Pero éste no quiere responderle. No quiere explicar por cuáles razones Latinoamérica no figura en la exposición y todo se concentra en el sudeste asiático; o cuál mandato divino le da esa licencia tan licenciosa sobre las formas urbanas de la historia, reduciendo la cultura urbana y del lugar al rubro con sabor a marketing de “Ciudad Genérica”; ni tampoco quiere explicar porqué, si ya se sabe que le sobra el talento, aún le hace falta seguir escandalizando por la fama, irrespetando –cual Madonna de la Arquitectura- todo lo que pueda quedar en ella de sagrado, diciendo con desparpajo, “no voy a explicar nada más. Que comprenda el que quiera”. 

El problema de base planteado en Mutations, no obstante, tiene sentido y urgencia. Las periferias del mundo están clamando por una nueva urbanidad… que no puede quedar en manos del azar o de la moda. La corriente actual que proclama bello lo feo y hace una amnistía por lo existente, no va a resolver sus problemas. En vez de simples mutaciones tendremos más monstruosas mutilaciones… que, por supuesto, siempre podrán servir para llenar las páginas de seductores libros, cargar sofisticados web sites… y asegurar jugosos contratos en el Tercer Mundo.





NOTAS
1. Rem Koolhaas, Stefano Boeri, Sanford Kwinter, Nadia Tazi & Hans Ulrich Obrist. "Mutations: événement culturel sur la ville contemporaine", Centre d’Architecture, Bordeaux (24 noviembre del 2000-25 Marzo 2001), Actar, Barcelona, 2000.
2. François Chaslin y Rem Koolhaas. Discusión "Face à la rupture".
3. R. Koolhaas. S, M, L, XL.



Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 12 de Febrero de 2001.



domingo, 6 de julio de 2008

El ojo alado

L´occhio alato.



“Me escondo tras bello velo”. 
Leon Battista Alberti.1

A quien el destino lo haga atracar un día en la nave central de la Catedral de Pienza, al cabo de un rato de estar serpenteando entre las legiones de columnas, empezará a encontrar parecidos sus abigarrados capiteles de piedra a rostros de hombres que parecieran observar el espacio desde lo alto. No pasa mucho tiempo sin que uno empiece a querer adivinar quiénes fueron los dueños de esos rostros desconocidos, a tratar de reconocer quiénes pudieron ser los habitantes de la ciudad aún no bautizada que allí quedó retratada para siempre. 

Un viajero holandés, de nombre Jan Pieper, fuertemente acicateado ante esta misma adivinanza, fue capturado en particular por uno de los capiteles, al que halló parecido al de un hombre barbado. Jan, que aparte de turista era un reconocido historiador de arquitectura, con un interés muy propio de su condición, se alzó un poco más de lo normal, arriesgando todo equilibrio, para mirar más de cerca al dicho barbudo. Al hacerlo -según cu
enta la anécdota-, divisó al instante dos curiosas orejas que parecían más bien, si se hacía la abstracción necesaria, un par de ojos penetrantes izados por sus respectivas cejas y pestañas entre la cabellera. Las orejas parecían estar compuestas de dos pequeños “ojos” oscuros circundados de unos “trazos-ceja” y de unos elementos en forma de “serpiente” un poco semiocultos, que semejaban alas en pleno vuelo. 

Lo que hubiera sido una curiosidad más sin importancia -de esas que son comunes en las iglesias antiguas- para cualquier mortal, para Jan significó el hallazgo de su vida: había reconocido tras aquel par de orejas pétreas al Ojo alado, el emblema de Leon Battista Alberti, el más sublime arquitecto y gentilhombre del Renacimiento. Desde entonces, los estudiosos albertianos consideran este particular capitel como el autorretrato tridimensional más fidedigno del maestro florentino.

El avistamiento ilustrado que hizo Pieper de este ojo alado en aquel oscuro punto del duomo pienzano nos parece lo más cercano posible a lo que el mismo Alberti hubiera deseado para un reconocimiento de su rúbrica en una obra de arte. No era lo suyo aquéllo de estampar su firma y ya, escribir su nombre y ya, para ser proclamado propietario universal de sus creaciones. No. Al verdadero genio debía descubrírsele por la calidad, y así y sólo así, una vez que el espíritu indicado había sabido descubrir la magistral factura, era que Alberti se le develaba -en medio de un estupendo striptease de auténtico sabor renacentista- aguardando en los lugares más disimiles, bajo la figura del ojo alado. De allí lo necesario de disimular lo más posible el objeto misterioso, la figuración canónica de su emblema dentro de las obras, fueran éstas pintura, escultura, poesía o arquitectura, siguiendo como es debido las enseñanzas de la regla de “la figura escondida dentro de otra”, proclamada en sus propios preceptos albertianos.1

El ojo alado. L’occhio alato. The Winged Eye. El ojo que vuela, o, a la vez, el ojo que mira volando. Un ojo que descubre maravillas para sus iguales y que a su vez solo puede ser descubierto, como maravilla, por un igual. Preciosa figura de auto-encubrimiento hermético solo reservado a los auténticos iniciados en el arte… no podía sino convertirse con el paso del tiempo en el símbolo de la búsqueda de la belleza para todos los investigadores, de esa belleza que tanto se esconde de nuestra vista tras la mediocre realidad en la que vi
vimos hundidos. La belleza se nos vela seductora (“me escondo tras bello velo”, escribió en un poema una vez el mismo Leon Battista), debe ser desprovista de sus veladuras, y develada, justamente, por tantos ojos alados albertianos como hagan falta, redimiéndola de tanto coqueto ocultamiento. Es por ello que el crítico-cazador sabe que debe mantenerse siempre al acecho, siempre lanzado sobre la imprevisible pista de las iconologías, a la caza de lo que sabe sabe que se le esconde, especialmente cuando se trata de la ciudad. 

La ciudad, ese tratado elusivo, e inmenso, guarda y esconde escritas muchas formas desconocidas de belleza. ¡Quién pudiera ser Alberti, quien alcanzó una ve
z la gloria por haber tenido “el bello ingenio, la mucha doctrina, la precisa diligencia, el gran esfuerzo, y el largo estudio” de “iluminar la 'oscuridad' vitruviana”, y de interpretar los tratados de arquitectura de la antiguedad romana “abriendo para siempre aquellos peliagudos secretos que se hallaban encerrados en los oscuros escritos”! ¡Quién pudiera tener un ojo dotado de albertianas alas, para poder traducir la cifra secreta que rendirá evidente todos los enigmas de la fábrica de esta ciudad! Un ojo profundo, al que se le rindan toda cosmología y todo hermetismo de nuestras culturas urbanas. Un ojo alado dotado de un ala que descubra, seleccione, interprete y traduzca todo lo que hay de bello y de bueno en Caracas para hacerlo pasar a la historia, pero un ojo armado, también, con un arma que sepa acribillar lo mediocre, lo malo y lo inmoral urbano.

Afortunadamente, las arquitecturas siguen allí, “bajo un velado sol / que ahora se me esconde”. Aún aguardan a que las avistemos, porque, como c
itara Paul Ricouer en su reciente libro (2001) La Memoria, la historia y el olvido, “aquéllo que ha sido no puede ya no haber sido: el hecho misterioso y profundamente oscuro del haber sido es su viático para la eternidad”.2







El emblema de Leon Battista Alberti.




NOTAS:
1. Leon Battista Alberti. De Re Aedificatoria, Florencia, 1452.
2. Alberto Giorgio Cassani. "Un possibile avvistamento di un 'occhio alato' albertiano", Albertiana, Société Internationale Leon Battista Alberti, Volumen I, Leo S. Olschhki Editore, 1998.
3. Paul Ricoeur. La mémoire, l’histoire, l´oubli.




Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 15 de Enero de 2001.





jueves, 3 de julio de 2008

Jardín litoral (I)

Uveros en el playón, Armando Reverón, 1937.



En días pasados una galería de la ciudad inauguraba una colectiva de maestros de la pintura venezolana, por lo que se publicó en este diario una foto de la primadonna del grupo, una espléndida marina de Armando Reverón de 1937. Se titulaba Uveros en el playón.

Yo me la quedé mirando tratando de ubicar a cuál fragmento del litoral se refería, desde dónde había sido pintada. Poco a poco me dí cuenta que debía ser la punta aledaña a El Castillete. Pero entendí cuán poco importaba la exactitud del punto de vista que Reverón había escogido para retratar al litoral. Lo crucial era que había capturado y resumido en aquel cuadro la esencia de todo el paisaje.

Una vez frente a la obra ratifiqué que el apunte sobre el lugar era clarividente e inequívoco: allí estaban la peculiar brevedad ondulante de la costa, su fortaleza de montaña entrando al mar, su doble circunstancia de ruda playa oceánica batiente y malecón natural por el que se transita y se contemplan las inmensidades de la cordillera y el mar dándose la mano sobre un montón de piedras, la ambigua vegetación mitad xerófila retorcida y mitad sombría montañosa. Y pensé: “he aquí un paisaje sin igual, un ejemplo único, una realidad endémica, un ecosistema local cuyo modelo es jamás exportable, un lugar único sobre la Tierra. He aquí todos los elementos de un jardín litoral, tal como los querría en su libro El jardín planetario, el paisajista contemporáneo francés Gilles Clément”.1

A Reverón sólo le faltó un elemento para que el retrato del jardín estuviera completo: la arquitectura. Mas, como del otro lado de la imagen sabemos que estaba el pintor con su caballete de madera a manera de signo de una forma inconfundible de habitar, decidí que ya aquéllo resumía el espíritu de todas las ciudades invisibles en la marina: contemplativas, sensiblemente tropicales, que dominan sobre las rocas, cerca de las olas, frente al mar.

El mar. Tener a mano el mar. Parece tan simple. Cuán fácil lo fue para la pintura, y cuán elemental lo fue para todas esas construcciones, ya casi desdibujadas en la memoria, que conformaron la flora y fauna antiguas de nuestro jardín litoral. Formas que ese territorio produjo y que se adaptaron a las exigencias del lugar y a las leyes del sitio. Formas que, tras la tragedia, cuando algunas ya se han extinguido para siempre, se han vuelto mucho más raras y preciadas.

Clément usa dos términos biológicos para explicar este fenómeno del buen jardín: especiación y endemismo. El endemismo es la manifestación crónica de un territorio determinado (siempre se es “endémico” de algún lado, de La Guaira, por ejemplo). Ello da origen a la especiación, a floraciones específicas que forjan la unicidad de cada geografía. Plantas de edificios con aires de cactácea en Caraballeda, magnolias polilobuladas de Macuto, arborescencias singulares de los bosques de Camurí, ejemplares únicos del borde de la costa, vertientes arboladas, corredores trepadores, miramares veladores, malecones y acantilados habitados, todos últimos sobrevivientes de su especie. La originalidad de estos seres y su unicidad dentro de su universo se distingue de todo el resto del planeta. Y ésta es, según Clément, nuestra única arma frente a la banalización del mundo.

¿Podremos replantar la bella floresta que cubría al litoral? Dice también El jardín planetario que “antes que nada hay que definir la extensión del territorio, fijar los límites del jardín, para luego tratar de comprender. Antes de intervenir, se debe observar necesariamente una pauta que permita enumerar los parámetros del lugar y su complejidad, para ver finalmente cómo hacer para allí insertarse”.2 La visión del mundo como un gran recinto hecho de innumerables jardines únicos y especiales como éste hace aún más crucial la necesidad de abarcar al litoral devastado como un territorio completo y no fraccionado en el tiempo y en el espacio, como lo toman las propuestas que se han presentado hasta ahora.

Hastiada de ver pasar los días y los planes vacilantes para la reconstrucción del litoral, pensaba frente a esa marina que todavía hoy, 13 de Marzo de 2000, yo me quedo con el inocente Plan Maestro de Reverón: allí están toda la sabiduría necesaria para reconstruir el borde, la sensatez para rehacer el territorio y la sensibilidad para repensar el habitar que nos hacen falta. En ese sitio no puede hacerse sino un matrimonio entre naturaleza y cultura. ¿Y cómo atreverse a planificar la trayectoria de la evolución de Vargas sin antes haber conocido bien en qué consiste, cómo se transforma y, por último, cómo puede ser cultivado el jardín litoral?

No es de extrañar que veamos plantearse ciegas secciones abominables de la nueva avenida costanera como las que se han publicado en sendas infografías tridimensionales, donde un ojo crítico puede descubrir el crimen de haber colocado una gruesa faja lineal de estacionamientos entre la acera de la avenida y el mar o el atentado en la zona del puerto, cuyo mezquino corte de calado en el embarcadero haría saltar chispas a Oriol Bohigas y a todo su combo de diseñadores que por años perfilaron milimétricamente el Mol de la Fusta (léase, el frente marítimo de Barcelona) para que nsootros en el 2000 lo olvidemos olímpicamente y sigamos divorciados del mar. Hasta en los planes recientes. Menos mal que estos catalanes parece que están a punto de visitarnos. Prepárense, profesores.

Hay que construir con lo que se tiene (o se tenía, pero vive en la memoria). Hoy debemos convertirnos en serios y refinados botánicos de lo paisajísticamente inteligente y no en estériles y alinados globalizantes. Como diría finalmente Clément, lo único que queda es “conseguir los jardineros”.


Reverón en Macuto.




NOTAS
1.2. Gilles Clément. Le jardín planétaire, Reconcilier l’homme et la nature, Editions Albin Michel S.A., Paris, 1999, p. 87.


Publicado en : Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 13 de Marzo de 2000; y en Kalathos revista cultural.



Enhorabuena

Ciudad Universitaria de Caracas, Carlos Raúl Villanueva. Caracas (f. 1950s, Archivo de la Fundación de la Memoria Urbana).




Los sueños son contagiosos. Basta con que alguien haya tenido uno con el hechizo necesario y se decida contárselo a los demás, compartiéndolo, para que éste, con toda su fuerza, de su cuenta, arranque arrolladoramente a viajar solo, franqueándolo todo, hasta conseguir realizarse y así cambiar la realidad para siempre. Entonces, nadie se sorprende; parece hasta natural: el mundo lo esperaba. Por éso el viernes pasado, cuando vimos la noticia de la declaratoria de la Ciudad Universitaria de Caracas como Patrimonio Monumental de la Humanidad, no nos sorprendimos nada. Ni un ápice. El triunfo ya lo habíamos olfateado hacía tiempo. Lo habíamos adivinado de tánto verlo saltar de mirada en mirada esperanzada. De tánto ver bogar esa desiderata colectiva, era ya para nosotros un hecho.

Claro que también lo sentíamos así porque conocíamos muy bien la capacidad de los involucrados, es decir, de aquéllos que trabajaron hasta conseguirlo: “Que la Ciudad Universitaria sea patrimonio monumental de la humanidad entera”, formularon. Y sin titubeos, en esa inmensa empresa se embarcaron, ella sola una utopía en sí misma por lo vasta, por lo compleja y por lo exigente. Por éso, en medio de la alegría del triunfo, es bueno que no nos olvidemos de celebrar hoy también la épica de esa postulación ante la UNESCO, la cual es realmente admirable y digna de nuestro reconocimiento.

Cualquier persona, si aspira a postular alguna cosa a que se declare patrimonio monumental de la humanidad, puede sentarse ante la computadora y bajar los requisitos de la UNESCO, de su página Web. Allí está clarísimo cómo es que hay que hacer la descripción del objeto postulado, cómo es que se describen sus valores, cómo se explica la parte legal, a quién pertenece, de quién es la responsabilidad, etcétera, etcétera. Cualquiera puede, pues, si lo desea, enfrascarse en el peliagudo asunto y entregar a tiempo para que le consideren su candidato. Luego, puede llegarse hasta París y observar encima de la mesa de reuniones de la Asamblea General todas las postulaciones enviadas desde todos los rincones del planeta, y ver cómo se pierde en el montón la carpeta elaborada. Pero aquélla sería la actitud del postulador promedio.

En el caso de la Ciudad Universitaria de Caracas, nada más alejado de la postulación promedio. Para empezar, el asunto comenzó por vencer un primer obstáculo muy singular, que consistía en cómo lograr que se nombrara patrimonio de la humanidad también a su arquitectura y a su conjunto urbano, ya que la declaratoria, como me explicó el profesor de Historia de la Arquitectura Rafael Pereira, “hubiera sido muy fácil de lograr por el lado de la Síntesis de las Artes, pero lo único que se hubiera conseguido era solamente proteger el patrimonio artístico de la UCV”. Allí es donde entra la contundente argumentación elaborada por la profesora María Fernanda Jaua, Jefe de Documentación y Registro del Proyecto Ciudad Universitaria de Caracas Patrimonio, quien, gracias a su conocimiento de la historia de la arquitectura moderna, validó también la importancia del lado arquitectónico y urbano de la ciudad universitaria como modelo de ciudad moderna, lo cual redondeó de un zarpazo la declaratoria que hoy celebramos (no hay que olvidar que uno de los rivales modernos más temidos en esta contienda era la Casa Schröeder, ícono máximo del Neoplasticismo). Ahora que Villanueva le pudo hasta a Gerrit Rietveld y que la UCV se codea con Brasilia y con la Bauhaus, no podemos sino exclamar, ¡bravo, María Fernanda!

De la tarea de dos años y medio que desde entonces (finales de 1998) continuó, en una carrera que contaba con una fecha de entrega tope, 21 de Julio de 1999, a fin de que la declaratoria fuera en el año Centenario de Villanueva, lo más importante es destacar el deseo de excelencia en la producción del dossier que describiría la obra, tanto el conjunto urbano como cada una de las obras de arquitectura y de las obras de arte. Y allí es donde entra la labor de Ana María Marín, Coordinadora General del Proyecto, quien garantizó la competencia del equipo de casi sesenta personas que trabajaron en el Centro de Información de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Ella fue quien estuvo a la defensa de los estándares de calidad y logró la perfección de la ejecución de los dibujos, los cuales son de “un nivel increíble de detalle, pura digitalización contemporánea plus, es decir, verdadera World Class Quality”.

Ni qué decir lo que aquel dossier, en su formato de tabloide europeo, relucía sobre la mesa de la UNESCO, en la Asamblea de junio pasado. Al decir de la profesora Jaua, “era tres veces más grueso que todo el resto de las postulaciones”. Pero no solamente era más gordo. Era, además, más bello, porque su contenido, mucho más impresionante que “ninguna tesis de arquitectura que se pueda imaginar”, había sido diseñado por Alvaro Sotillo combinando las sofisticadas fotografías de Jorge Andrés Castilo, Sylvia Lasala y Paolo Gasparini con la auténtica montaña de las digitalizaciones y tridimensionalizaciones de todos los planos de los edificios de la UCV, previamente redibujados en Autocad al milímetro. Entre los dibujos, al parecer, una obra maestra de la digitalización destacaba más que ninguna: era la planta completa de la Ciudad Universitaria, por primera vez al detalle en todo su esplendor.... maravillas que hablan ya de este dossier histórico como de una Ciudad Universitaria en paralelo, una UCV virtual que empieza a ser legendaria, y por la cual, no podemos tampoco dejar de decir, ¡bravo, Ana María!

La lista de todas las otras personas que soñaron este sueño colectivo es también, como el dossier, una gigantesca ciudad invisible... Y, ¿cómo darle las gracias a toda una ciudad? Pues felicitándolos colectivamente: al resto del equipo del Proyecto Ciudad Universitaria de Caracas Patrimonio, al Decano de la Facultad de Arquitectura, al Instituto del Patrimonio Cultural, al CONAC, al Rectorado de la Ciudad Universitaria de Caracas...

A todos ellos, fieros soñadores, enhorabuena. Ya nadie podrá poner en duda nunca más las riquezas que aguardan en la memoria urbana de la Caracas moderna.



Ciudad Universitaria de Caracas Patrimonio Mundial UNESCO 2000 (f. viejasfotosactuales).




Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 4 de Diciembre de 2000.

martes, 1 de julio de 2008

San Bernardino, Suiza

Hotel Avila, Wallace K. Harrison. Caracas, 1942 (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).




La localidad de San Bernardino acaba de ser testigo de unos hechos aleccionadores para todo el país urbano, hechos tras los cuales podría pasar como un auténtico cantón de la civilizada nación suiza: tras una lucha de alto nivel en los medios de comunicación y la mesa de negociaciones, especialistas, vecinos, periodistas y promotores juntos acaban de salvar de la desaparición y de la desfiguración (que a veces es hasta más dolorosa) uno de los más notables edificios modernos de toda la capital, asentado en su territorio: el Hotel Avila (Harrison & Abramovitz Arquitectos, 1939-42), en la calle George Washington. Vayan nuestras más calurosas felicitaciones a todos los involucrados, especialmente a la Promotora Tucán S.A., afortunada dueña del estimado inmueble, y nuevos héroes de la conservación de la memoria urbana en Venezuela.

Nos atrevemos a comparar al viejo barrio de San Bernardino con una ilustrada ciudadela del manicurado país centroeuropeo, porque allá tampoco -como aquí- nunca se hubiera podido incurrir en el escándalo ni en el error de demoler una estructura de tan comprobado pedigree arquitectónico y histórico. A nadie se le hubiera ocurrido intentarlo, ni nadie lo hubiera permitido jamás. Las características singulares de las ciudades suizas, de sus arquitecturas y de sus paisajes están tan rigurosamente controlados, y son tan celosamente velados por todos los ciudadanos que éstas tienen garantizadas su perpetuidad en el tiempo para poder ser disfrutadas por todos, especialmente por quienes no las han conocido nunca: los visitantes que vendrán y las generaciones futuras. En Suiza podemos decir que hay, además del famoso paraíso fiscal, un inalienable paraíso ambiental...

Pero, ¿qué me dicen ahora de nuestro viejo San Bernardino, nombrado en honor del mayor santo de las insonoridades musicales? Hemos visto a su población reunirse entusiasta en una iglesia en nombre de la salvaguarda de la obra de Wallace K. Harrison, como si del Marqués del Toro se tratase; hemos visto dignamente retirarse de la batalla al director de Fundapatrimonio, reparando con su honroso silencio las desafortunadas opiniones que emitió en un infeliz momento; hemos visto el brillante aparecer en escena de varios periodistas pioneros de la lucha urbana, quiero decir, de la lucha por la memoria urbana, dando la invaluable señal de alarma a la colectividad.

Hemos visto a un Instituto de Patrimonio Cultural resarcido de la saga de inercia que nos costó Campo Alegre y el Galipán, enviando a los propietarios del hotel una carta histórica donde se ratifican los principios que protegen la integridad arquitectónica del Hotel Avila y su relación con el paisaje frente a cualquier desarrollo que allí quiera realizarse ahora o en el futuro; hemos visto a Victoria Newhouse, autora del libro sobre Harrison y directora de The Architecture History Foundation de Nueva York ordenando a los editores de Condé Nast a hacerle un seguimiento a este caso y a la naciente protección de la memoria arquitectónica y urbana en Caracas, y dispuesta a redactar una carta de respaldo a la protección del edificio; hemos visto, en fin, a los promotores del desarrollo, retirar responsablemente su inversión, a fin de reflexionar sobre un procedimiento más arquitectónicamente correcto.1

Tal como ocurrió en el caso del edificio Galipán (pero fue lamentablemente despreciado) esta vez también la Facultad de Arquitectura de la UCV, el IPC y la recién creada (2000) Fundación de la Memoria Urbana les ofrecerán su ayuda para evaluar todas las posibilidades de desarrollo que tenga el hotel y lograr el mayor retorno posible, dentro del marco del respeto absoluto del lugar. También harán un foro público para discutir los tan urgentes temas del patrimonio moderno y su conservación en nuestras ciudades, de la saga caribeña del Hotel Avila y de los lenguajes de las arquitecturas que estudie la ampliación y la renovación adecuada del hotel... La ciudad ha apretado, pero no va a asfixiarlos, señores de Swisshotel.

El Hotel Avila es un objeto moderno que ahora felizmente será respetado para siempre en su partido original, ubicado en el terreno para dirigirse a las vistas y responder a un claro programa; en su circunstancia de volumen compuesto por situaciones espaciales encadenadas; en la valoración estética de su propia arquitectura, con todas sus filiaciones históricas. Una arquitectura que podremos recorrer en el espacio y el tiempo para aprehenderla en su totalidad: ésto es lo que hemos ganado y eso es lo que podremos felizmente seguir haciendo.

Y si Suiza es la patria de Robert Waltzer, el caminante, y de Livio Vacchini, el detallista, a ambos invocaremos para que la promenade arquitectónica que se nos ofrezca en el futuro sea el primer poético homenaje a la modernidad de la más moderna de las ciudades.

Yo garantizo que, si seguimos por este camino, a la vuelta de un par de años, hasta la Guía Michelin estará otorgándoles apetitosas estrellas al Hotel Avila, ese bellísimo nuevo complejo hotelero que se inaugurará en San Bernardino... ¿Suiza?


"Hotel Avila -Caracas" (Postal. Ramca. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).




NOTAS
1. Victoria Newhouse. Wallace K. Harrison.


Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 3 de Julio de 2000.



Los objetos singulares de Diego Carbonell


Edificio La Estancia. Diego Carbonell Parra. Caracas (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).





"Lo que debe esperarse de un arquitecto todavía 
es que pueda ser capaz de crear objetos singulares". 
Jean Baudrillard.1

Caracas es una ciudad maravillosa. Basta pensar que un día cualquiera, de esos cuando se ha perdido todo ánimo, puede uno aún apelar a recorrerla, para encontrar siempre, sin demasiado esfuerzo, arquitectura. Su solaz nos aguarda. Allí están, quietos, esos edificios que nos signaron la vida sin que nunca nos diéramos demasiada cuenta, orgullosos en su silencio.

La arquitectura modela con el tiempo a las personas. Las dibuja, las diseña, y todos terminamos siendo un poco como esas obras que nos dejaron absortos un buen día. Algunos edificios nos dejan entrever su enigma, nos obsesionan y nos fascinan siempre. Por eso, la ciudad está sembrada de las infinitas extensiones de nuestra alma, unas confesas, otras tácitas, las más ignoradas. Cada quien tiene un mapa personal de sus cosas, y mientras más singular sea un objeto arquitectónico, más posibilidades tiene de estar en el mapa de todos.

Sobre esto reflexionaban Jean Baudrillard y Jean Nouvel en una serie de conversaciones sobre el dilema de la banalización de la arquitectura que organizó el año pasado la Escuela de Arquitectura de París-La Villete, tituladas "Pasarelas en la ciudad". Para ambos son felizmente esos "objetos singulares" la razón por la cual "podemos continuar viviendo en un universo tan lleno, tan determinado, tan funcional". Nuestro mundo sería invivible sin la fuerza provocada por los encuentros con estas presencias seductoras. Nouvel lo atribuye a la "hiperespecifidad" que alguna vez logra la arquitectura, mientras que Baudrillard lo denomina "singularidad". Entre los edificios singulares y nosotros una relación indescifrable de seducción se establece: "Todo ocurre" -dice Baudrillard- "como con un poema: el objeto se manifiesta en sí mismo, y, literalmente, nos absorbe". Y sentencia: "lo que debe esperarse de un arquitecto todavía es que pueda ser capaz de crear Objetos Singulares".

Uno de los mapas de Caracas que llevo más indeleblemente grabado es el que marcan los objetos singulares de un arquitecto llamado Diego Carbonell. Sus singularidades se van enlazando en mi vida como una hilera transparente de impresiones perdurables: de cuando cada mañana pasaba frente al edificio La Estancia y, sin saber nada de la rígida batuta geométrica producto de la saga académica del Massachussetts Institute of Technology, derrochando severidad en la adusta torre, ya me quedaba colgada del vértigo alpinista de sus escaleras de escape y puertas implacables color naranja (hoy alteradas). O de cuando al subir por la Avenida Vollmer de San Bernardino aparecía de pronto a la derecha flotando el grácil puente de la primera etapa del edificio de la Electricidad de Caracas (puente hoy demolido), como salvando un abismo entonces para mí inexplicable, y yo, sin conocer de la existencia de la oficina de Carbonell & Sanabria -esto fue hace mucho tiempo- ya aquello me parecía el epítome de la elegancia arquitectónica de la ciudad.

O, también, sin saber cómo ni cuándo, ya estaban mis retinas empezando a salpicarse de los patios y de los volúmenes domésticos hábilmente proporcionados y de las estancias zurcadas de maderos bajo techos con estructuras de barcos invertidos de sus inolvidables casas ligeras pero bien ancladas, modernas pero tradicionales, suaves pero fuertes, austeras pero ricas, que ahora intento buscar con la memoria para ver dónde quedan, porque muchas ya no existen, es dentro de mí... o de cuando mis amigos me hablan como de un país encantado del conjunto de edificaciones del Junko Country Club, un país igualmente cruzado de puentes y medios niveles; o cuando oímos hablar de los años felices que vivió el diseño venezolano del mueble en Tecoteca en aquél edificio junto al Parque del Este; o de cuando quisimos publicar en el Instituto de Arquitectura Urbana un edificio en zig-zag del que tardaron en aparecer los planos, y que se revelaba ante los ojos admirados de los espectadores con ese gran "secreto" que dice Nouvel debe guardar toda trascendente arquitectura, logrando desestabilizarlos en el buen sentido, una "hacienda" poblada de vecinos agradecidos por la multiplicidad insólita de los usos (en una época en los que no se usaba mezclarlos) y poblada, a su vez, de un dramatismo espacial sin precedentes en la historia de la vivienda multifamiliar en Venezuela: el edificio La Hacienda de Las Mercedes.

Caracas es una ciudad maravillosa. Basta seguir el itinerario carbonelliano de sus arquitecturas, dispersas por toda la ciudad, para que la singularidad de su ilustre manera a cada paso nos gratifique y nos devuelva, felizmente, una parte de nuestro propio arquitectónico ser.



(Esta columna debió haber salido para que Diego Carbonell Parra, noble arquitecto de esta ciudad, la hubiera leído. Queríamos que supiera cuán importante y cuán entrañable su arquitectura es para todos... pero no corrimos con suerte. Murió el jueves pasado, la misma mañana que íbamos para su oficina a estos fines. Sólo nos quedan sus edificios, y nuestro compromiso para que sean aún más apreciados por los demás).


Diego Carbonell Parra (Río de Janeiro, 1923 - Caracas, 2000).





NOTAS
1. Jean Baudrillard, Jean Nouvel. "Pasarelas en la ciudad", Escuela de Arquitectura de París-La Villete, Paris, 2000.




Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 12 de Junio de 2000.

En busca de Atenea

“La búsqueda amorosa a través de las ruinas de edificios antiguos”. Francesco Colonna, 1499.
Hypnerotomachia Poliphili.




En una página del libro del Renacimiento Hypnerotomachia Poliphili (Francesco Colonna, 1499), reluce la imagen de un templo en ruinas.1 Su techo se ha desplomado, y el suelo está cubierto de los fragmentos desordenados de lo que fueran sus columnas, dinteles, trozos de entablamento, arcos rotos, como las piezas caóticas de un pesado rompecabezas. En el suelo, también, está la huella aún no borrada de la planta del edificio, donde las dos dimensiones del futuro y del pasado se superponen, siendo “la planta el primer gesto del proyecto de la edificación y también su último resto, la ultima ruina del edificio destruido”. 

Una palmera luce frondosa sobre una cornisa. Todo lo va cubriendo la vegetación mientras crece, naturaleza y artificio mezclados finalmente en una sola realidad. En medio de aquel escenario en movimiento, dos personajes conversan en voz baja. Es Polifilo, el peregrino que busca eternamente por el mundo a Atenea-Polia, su amada, y a quien una sibila muestra el espectáculo fantástico de la ruina.

La imagen se titula “La búsqueda amorosa a través de las ruinas de edificios antiguos”, y es sintomático que aparezca ilustrando también las primeras páginas del último número
(331 Nov-Dic. 2000) de la principal revista de arquitectura francesa, L’Architecture d’aujourd’hui.2 Esta le ha querido dedicar todo su interés finisecular al tema de "trabajar con el tiempo" ("Le temps en chantier"), aprovechando la vigencia de éste por el coloquio “Rescate del patrimonio construido del siglo veinte” realizado en Septiembre pasado en Ginebra, a la vez que celebrarse a sí misma en su setenta aniversario (la revista fue fundada por André Bloc en Noviembre de 1930). Resulta ser que todos aquellos flamantes edificios modernos con los que la L’Architecture d’aujourd’huiestrenó sus páginas, todos aquellos sueños de abstracción, todos aquellos poemas heroicos de ruptura con el pasado, hoy (2000), mientras que la revista sigue galopando saludable por las nuevas técnicas de producción e impresión blandiendo los temas de mayor  y brincando ágilmente el milenio, aquellas construcciones se han ido arruinando hasta unos extremos nunca presenciados antes en la historia de la arquitectura.

Y es lógico. Han pasado muchos, muchos años, y la modernidad nunca tuvo entre sus obsesiones la preocupación por convertirse en una bella ruina. El pensar moderno quería serle fiel al instante artístico, a los materiales más nuevos, a las luchas más ac
tuales; la belleza radicaba en reflejar crudamente el presente. Esas arquitecturas fueron frágiles flores no de un día, pero sí de un siglo. Los nuevas perfilerías de hierro de la era industrial se doblaron y se corroyeron, los planares frisos blancos se cayeron dejando aflorar el vulgar ladrillo, el concreto se manchó y las cabillas se asomaron, las ligeras barandas náuticas se desengancharon de sus anclajes, los alados volados cedieron a sus flechas. Patético retrato de Dorian Gray para las idealizadas vanguardias de la eterna juventud.

Vemos entonces ahora a los boyantes europeos como unos nuevos Polifilos, nostálgicos, ansiosos, desesperados, recorriendo el jardín exquisito del continente para tratar de reencontrar a ese gran amor, a esa dulce amada, a esa dorada y elusiva Atenea en que se les está convirtiendo la arquitectura moderna. Pero lo que en cambio hallan por doquier, son cifras espeluznantes: en toda Europa, aunque el grueso construido pertenece esencia
lmente al siglo veinte, de éste “sólo el dos por ciento pertenece al parque de obras protegidas”. Y en éso están. Discutiendo cómo hacer para proteger esa memoria del futuro, tan volátil, tan poco comprendida por la gente, ese patrimonio vastísimo, regado por todo el territorio pero confundido entre la fábrica mediocre, que es “maltratado pero sobre todo ignorado, esa mutitud de edificios significativos, anónimos y discretos o acompañados de una firma célebre, que son transformados o desaparecen sin la lucidez de ninguna experticia, intervención o plan estratégico”. Suena familiar el problema, porque particularmente aquí en Caracas, vivimos la misma situación. Pero con un atenuante. Veamos por qué.

En la población de Europa, la presencia simultánea d
e la arquitectura de todas las épocas ha acostumbrado no a la idea de lo bello, sino de lo simplemente “bonito”. De tánto convivir con catedrales góticas, con palacios del Renacimiento, con villas neoclásicas; de tánto pasarle la mano a tersas columnas de mármol, a espléndidas sillerías de piedra, a lujuriosos empanelados de roble, se crearon otros estándares que les hace imposible apreciar ¡aún hoy!, paradójicamente a las expresiones de un pasado reciente que valoraba otras cosas menos tangibles, como por ejemplo, una cierta forma de sensibilidad, un arte de vivir o una nueva estética. Las obras maestras de la modernidad, despojadas de los personajes de cuento que les dieron vida, desiertas de sus elegantes jardines de nueva geometría, saqueadas de sus tapices y de sus obras de arte, lucen baratas y difíciles de defender frente a otros lujosos patrimonios. Se ven, como siempre se vieron (y se querían ver), desnudas, y nadie tiene que preguntarse demasiado porqué en la Costa Azul la paradigmática villa E.1O27 de Eileen Gray es devastada, plagada de grafitti y convertida en albergue de squats invasores, sin que nadie haga nada; o cómo la magnífica Villa Cavroix, de la célebre trilogía de Robert Mallet-Stevens, lleve ya más de veinte años cayéndose sin que la rica alcaldía de Lille encuentre de dónde sacar cuatro millones de francos para comprarla (aquél que quiera sorprenderse, puede visitar www.nordnet.fr/mallet-stevens/, donde verá el esfuerzo que llevan adelante sus fanáticos en todo el mundo).

Pero ese problema lo tienen ellos, los europeos. Nosotros,
más ligeros de carga, prácticamente sin huellas de pasado alguno que le haga competencia, vivimos cotidianamente inmersos en el maremágnum de la epopeya moderna como en un nuestro único lujo, inquietante y desconocido. En una ciudad sin villas ni castillos, la belleza pobre y elusiva de lo moderno nos cautiva y nos espera. Es el lenguaje que mejor sabemos hablar, sus técnicas y costumbres son las que más nos conocemos. Por éso, ya que toda búsqueda empieza por las ruinas, cuando finalmente queramos salir al encuentro con Atenea, vamos a ser nosotros quienes daremos primero con ella.


"...di antiquaria forma..." (f. blog.booklistonline.com/2008/02/).






NOTAS:
1. Francesco Colonna. Hypnerotomachia Poliphili, fol. p iii v, 1499:  edoc.hu-berlin.de/master/zadek-elise-2005-05-13/HTML/N12033.html
2. "Le temps en chantier", L’Architecture d’Aujourd’hui, 331, Nov-Dic., 2000.





Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 18 de Diciembre de 2000.





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