lunes, 27 de julio de 2009

La torre de Thoor Ballylee

La torre de Thoor Ballylee, en County Galway, Irlanda, restaurada por W.B. Yeats en 1917 (f. genslin.us).





1. El campo de batalla
Mucho se ha dicho que la ciudad, con sus arquitecturas de todas las épocas, es como un inmenso lienzo, como un extenso libro, en el que pocos leen en toda su profundidad y belleza. La vida cotidiana de la mayoría transcurre entre estos mudos ejemplares de la imaginación urbana sin llegar siquiera a atisbar qué misterios encierran. Por entre ellos circulan sin saber a qué ideales cantaron, cuáles fueron sus significados verdaderos. Así, día a día, decenas de obras son destruidas en el campo de batalla que es la vasta ciudad contemporánea por los bombardeos de la incomprensión y la ignorancia. La arquitectura de la ciudad cae en las trincheras, se disuelve en el polvo: arden sus biliotecas de sabiduría que nunca fueron leídas por nadie.

2. Hombre de armas
Hace ya casi un siglo, en Irlanda, un gran poeta convirtió el saber constructivo y la condición urbana de su hogar en el leitmotiv de toda su obra. Habitando una torre de guardia enclavada en la muralla de piedra de un pequeño condado cercano a la costa normanda, armó una postura para dar su lucha personal contra las injusticias de la sociedad de su época y el empobrecimiento humano que veía avecinarse. El ejemplo de su resistencia poética a través del uso de las simbologías de una arquitectura fortificada, puede servirnos para atisbar hasta dónde puede cargarse de significado una simple construcción.

William Butler Yeats levantó Thoor Ballylee junto a un riachuelo en County Galway, Irlanda, muy cerca del Océano Atlántico. Ese fue su bastión. Desde allí se sentía centinela de toda la humanidad. Estaba lejos, muy lejos de todo, y, sin embargo, muy cerca de los problemas del siglo y de su país. Cada piedra, cada espacio y hasta la forma misma de la arquitectura bélica de la torre, en toda su romántica condicion de ruina habitada, le fueron dando forma al alma de un hombre de armas.

3. La construcción de la torre
Bill Hendersen relata en su libro La construcción de la torre (2000) la epopeya restauradora de Yeats. El poeta había comprado "esta semirruina de la era Normanda en 1917 por 35 libras y vivió allí muchos veranos con su esposa, Georgina, y sus niños. Los pisos de todas las habitaciones se habían podrido y el techo había sido barrido por el viento. Trabajando con un constructor local, y determinado a mantener las limpias líneas normandas, usó en su restauración vigas, gruesas planchas de madera y piedras del pavimento, provenientes de un viejo molino cercano".1

Los largos veranos empleados en la restauración, hecha a mano, y los que pasó dentro de ella, marcaron profundamente la obra de Yeats, quien recordó su labor en su poema “To be Carved on a Stone at Thoor Ballylee” ("A ser grabado en una piedra de Thoor Ballylee"):

I the poet William Yeats,
With old mills boards and sea green slates,
And smithy work from the Gorft forge
Restored this tower for my wife George.
And may these characters remain
When all is ruin once again.

Yo el poeta William Yeats,
Con planchas de un viejo molino, pizarras verde mar,
Y el trabajo de filigrana de la forja Gorft
Restauré esta torre para mi esposa George.
Puedan estos caracteres permanecer
Cuando todo sea ruina otra vez.

Solo en 1928, las continuas inundaciones del río y la humedad de la piedra hicieron que la familia dejara su torre. El edificio permaneció no obstante "como una imagen central" en su poesía posterior, como podemos apreciar en el siguiente fragmento:

An ancient bridge and
A more ancient tower,
A farmhouse that is sheltered by its wall
An acre of stony ground.
Where the symbolic rose can break in flower.

Un antiguo puente y
Una torre aún más antigua,
Una granja que es protegida por su muralla
Una manzana de pisos de piedra
Donde la rosa simbólica pueda florecer.

Cada espacio arquitectónico de la torre tendrá en su obra literaria un símil poético y viceversa. Como nunca, una obra, un edificio puede ser física y literariamente el mismo.

4. "Yo declaro esta torre mi símbolo"
Son personajes importantes de la obra de Yeats el puente que lleva al pueblo, desde el cual se vislumbra la forma pura de la torre, el umbral de la puerta, cada una de las habitaciones, cada ventana, el mirador sobre el techo y, por encima de todo, la escalera de caracol. El piso más bajo, con “grandes y anchas ventanas abriendo sobre el río”, deviene comedor familiar. También servía como estudio, en el que a menudo se escribía a la luz de una vela en la noche. Los próximos dos pisos eran habitaciones, y la cámara superior, llamada "el cuarto del extraño", fue destinada a la meditación.

Los cuatros pisos estaban conectados por la citada escalera de caracol, que se convirtió para Yeats en el símbolo del ascenso por los peldaños de la conciencia y de la progresión cíclica de la historia. En su antología de 1932, titulada The Winding Stair and Other Poems (La escalera tortuosa y otros poemas), anunció:

I declare this tower is my symbol: I declare
This winding, spiring treadmill of a stair
Is my ancestral stair...

Yo declaro esta torre mi símbolo: Yo declaro
Que este tortuoso, canal espiral de una escalera
Es my escalera ancestral... 2

En todos sus libros se medita profundamente sobre la arquitectura, pero es especialmente en el célebre The Tower (La torre), de 1928, que poesía y arquitectura ya son una sola cosa. Jean-Yves Masson, jefe de las Ediciones Verdier en la Normandía francesa, escribe al respecto: "esta torre de guardia se convierte para el poeta en el símbolo del espíritu". Aparece por primera vez en Los Cisnes Salvajes de Coole, con dos poemas: en "Plegaria al momento de entrar en mi casa" el poeta tomaba posesión del lugar, y en "Las fases de la Luna" pasa sobre el puente que lleva al cottage para percibir en la noche el calor de la vela en la ventana, a lo alto de la torre.


Samuel Palmer.  La torre solitaria, 1880.


Allí recuerda el lugar elegido, que aparecía en un grabado caro a Yeats, La torre solitaria de Samuel Palmer (1880). Thoor Ballylee está por todas partes.

Decía el poeta que "eso que llamamos civilización no es jamás algo adquirido, sino siempre un combate contra la barbarie".  Esta torre, en su soledad extrema, debería convertirse en protectora de nuestro campo de batalla local, y así puedan nuestros caracteres urbanos permanecer, "cuando todo sea ruina otra vez".




Inscripción en Thoor Ballylee (f. genslin.us).





NOTAS:
1. Bill Hendersen. La construcción de la torre, 2000.
2. William Butler Yeats. The Winding Stair and Other Poems, 1932.



Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, Lunes 20 de Mayo de 2002.

lunes, 6 de julio de 2009

La muralla de Fernando VII

Muralla de Montagnana. 



 
Ahora que ya no bastan los textos disponibles sobre la historia de la ciudad, cuando ya se han vuelto demasiado trajinados los pocos libros que existen, cuando hay que conocer definitivamente la evolución de la forma urbana de Caracas, la lupa se ha vuelto mi principal objeto de trabajo.* Con ella en la mano, he retornado al escudriñamiento planimétrico, y a la pesquisa de la Caracas dibujada. 

Bella experiencia, la de leer sus planos. Escrutarlos, interpretar sus signos, descifrar el texto gráfico, hacer hablar sus trazos, “ordeñarles” toda la información que encierran, para intentar describir, descifrar, explicar cada dibujo con mil palabras. Sólo los hábiles lectores de las planimetrías caraqueñas han podido contar habilidosamente su historia. La tarea no está para nada concluida. Quedan todavía muchas maravillas pendientes por leer. 

Extraigo un pequeño ejemplo de la historia de la ciudad. Mucho se habla hoy del tema del Urban Sprawl, del desparramamiento urbano
contemporáneo. La ciudad, incontenible, va desbordándose hasta donde el destino la alcance. En Caracas pasa lo mismo. Nada la detiene, todo se suburbaniza. Le echamos agua a los territorios urbanos, como a la sopa, para que rindan, olvidando aquéllo de que el que mucho abarca, poco aprieta. En consecuencia, las fronteras se borran, el centro se aleja y se debilita, los contenidos se diluyen. Al final, todo es ciudad, pero nada es ciudad. 

Curiosamente, este tema también le devanaba los sesos a los ciudadanos de la antigüedad. Estaban angustiados por el crecimiento incesante de sus ciudades. La angustia no era tanto porque crecieran, sino por hacer que se mantuvieran dentro de sus propios límites para poder defenderlas. El primer Urban Sprawl es la historia incesante de los sucesivos anillos de fortificaciones sustituyéndose los unos a los otros para contener a las ciudades. El ciclo se repetía una y otra vez: la ciudad se fortifica, la ciudad se defiende, l
a ciudad prospera, la ciudad crece, la ciudad rebasa su muralla. La ciudad se desborda en suburbios, y hay que construir una nueva muralla para que todo pueda volver de nuevo a comenzar. 

Paradójicamente, dichos muros de contención, como escribió Horst de La Croix en Fortificaciones: Consideraciones militares en el planeamiento de ciudades (1972), aunque no fueron pensados para ello, sirvieron también para “mantener intacto el cuerpo cívico por siglos”.1 Los dolores de crecimiento de las ciudades, contenidas por sus cercos de piedra, se grabaron profundamente en la fábrica urbana. Gracias a la mur
alla, la fábrica se aprieta, se consolida, y completa exitosamente todo su ideario formal, en vez de expandirse infinitamente sin calidades a campo traviesa. 

Desde los tiempos de la muralla de Jericó, 7500 años AC, la memoria urbana registra este conocimiento mil veces repetido. Las plantas magníficas de las ciudades reticulares encerradas en fortificaciones, como las de la Priene, la Selinonte o la M
ileto amuralladas asemejan a un tesoro que se perfecciona dentro de un cofre inexpugnable. Más adelante, ciudades romano/medievales como Spalato, Aigues-Mortes o Montagnana, enjoyan el cofre-receptáculo con la parafernalia arquitectónica de sus fortificaciones, enriqueciendo el bagaje formal de la ciudad. La tradición urbana abraza así las ideas de la muralla-edificio, como la Muralla Aureliana, de la puerta monumental, como Porta Ortiensis, o de la ciudad entera como tectónica “roca” resistente a los asedios extramuros. 

El repertorio aumenta con el tiempo. Torres poligonales, redondas, ovales, diques, terrazas, bastiones, fuertes, baluartes, flancos, cortinas, contraescarpas y parapetos florecen en los alrededores de las ciudades en una profusión cada
vez mayor y en una complejidad cuasi fantástica. Ya en el siglo dieciocho los expansivos cinturones fortificados, “de muchos metros de ancho y a menudo empequeñeciendo las ciudades que protegían, se convirtieron en el elemento dominante en el paisaje”.2 Ninguna construcción civil era tolerada dentro de los confines de estos bordes vacíos que rodeaban la ciudad. 

El concepto de la muralla como la más efectiva medida para contener la ciudad fue manejado también en Caracas a principios del siglo XIX, pero de una manera genialmente abstracta. Caracas, ciudad naturalmente amurallada por sus altas montañas, no necesitó nunca de fortificaciones de arquitectos. 

Sin embargo, en 1820, en tiempos revolucionarios, cuando en España reinaba Fernando VII, el Ayuntamiento de Caracas dictó una memorable e increíble Ordenanza que declaró la “zona que lleva el nombre de Caracas” y prohibió tajantemente construir fuera de ella. La ciudad quedó así con esta ley limitada por un borde virtual, por un cinturón imaginario, por una muralla no-pétrea fuera de la cual le era prohibido desbordarse. 

Cada barrio nuevo debía constar de al menos cuatro manzanas, y los propietarios de solares vacíos deberán cercarlos con muros de tapias. La idea era forzar a que la ciudad se construyera y se perfeccionara. Gracias a la imposición de la “Muralla de Fernando VII” Caracas deberá alcanzar un nivel de desarrollo suficiente antes de que se le permita exceder sus fueros legales. Cada plaza se concluirá y ornamentará, cada barrio se poblará y consolidará, cada solar se llenará de sólidas y elocuentes arquitecturas. En la ley no se contempla la posibilidad de faux-bourgs ni de suburbias. La Caracas de 1820 fue, por un tiempo, como la Palmanova fortificada: cautiva y señora de su forma urbana. 

Quienes diseñaron esta Ordenanza sin duda
estaban muy conscientes de que históricamente toda muralla incita en los ciudadanos un sentimiento de orgullo urbano. Un lugar limitado y definido se perfecciona palpablemente con el tiempo y ello trae consigo sentido de pertenencia. Caracas, hoy por hoy anárquica ciudad fuori le mura, debería recordar que una vez estuvo fortificada... 

Por ello, en éso ando estos dias: indagando, lupa en mano, en los planos de la ciudad cercanos a 1820, rastreando las formas urbanas propiciadas por la Muralla de Fernando VII.




Lupa tripode antigua. 
 

(*Mi objeto de trabajo más preciado es una lupa. Es la mía una lupa singular, ya que no es del tipo usual de lente y mango, sino del tipo en forma de trípode, o mesa manual de aumento, que consta de tres patas con ruedas para que ruede la lente deslizándose sobre las superficies. Permite también “aterrizar” sobre cada plano a manera de módulo espacial, y quedarse varado confortablemente en un punto. Es la mía una lupa muy contemporánea, una especie de animalito en acero inoxidable de los que produjo en los noventa la casa de diseño Vinçon, del Paseo de Gracia, en Barcelona, y a la que he tomado, sobra decirlo, harto cariño).
 






NOTAS
1. Horst de La Croix. Fortificaciones: Consideraciones militares en el planeamiento de ciudades, 1972.
2. H. de La Croix. Op. Cit., 1972.


Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, 24 de Junio de 2002.



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