miércoles, 7 de marzo de 2007

Entre la calle y la fachada

Medusa-Apolo. Dibujo de Le Corbusier.



¿Cuántos vehículos son demasiados en una ciudad? Observando grandes ciudades mucho más pobladas que Caracas, uno se da cuenta de que en ellas tampoco hay restricción alguna al número de carros, y sin embargo, parecen y sin embargo, parecen menos congestionadas y mucho más holgadas que la nuestra. Hay espacio para caminar, hay cafés, hay árboles y hay armonía. Rehaciendo la pregunta, ¿cuál será el truco de estas ciudades?

Por una parte, en esas ciudades nadie irrespeta las decisiones sobre el crucial intervalo urbano comprendido entre la calle y su fachada. Aquí, por el contrario, tenemos la costumbre de convertir las aceras y los retiros de frente en estacionamientos. Una perversión más que permite nuestro anquilosado sistema de ordenanzas. ¿Qué hay entre la calle y la fachada? En un extremo, la vía pública, en el medio las aceras, y en el otro extremo las propiedades privadas de los miles de pisatarios de la ciudad. Conozcamos cuál legislación rige ese intervalo y cuánto de ella se cumple o se ignora por completo.

Todos sabemos que a cada propiedad le toca al menos un frente urbano. Por ello paga impuestos (derecho de frente) al municipio. A veces se nos olvida que estar en la ciudad es un privilegio, además de un derecho, por el que cada terreno urbano y cada construcción que se levante de las puertas de la ciudad para adentro, debe pagar. Estar en la ciudad nos obliga. Hay que aceptar lo que ella nos exija a cambio de todos sus servicios y ventajas. Y la principal obligación de las propiedades para con la ciudad es someterse a su legislación urbana.

Entre las ordenanzas más importantes están las que garantizan el bienestar funcional y ambiental de la vía pública. Para ello se inventó en la urbanística moderna el espacio entre la calle y la fachada de los edificios llamado Retiro de Frente, originalmente exigido para mejoras de calles y aceras y para posibles ensanches futuros de las vías. Ojo: léase bien: de las dos vías, la vehicular y la peatonal.

Todo estuvo muy bien durante los primeros años felices de la modernidad, mientras todavía brillaban relucientes los conceptos urbanísticos de las ordenanzas, y mientras la ciudad era menos densa. Con el tiempo ocurrió que ya nadie se acuerda cuáles eran esas ordenanzas, ni para qué servían, ni qué conlleva respetarlas o irrespetarlas (mucho menos cuestionarlas), y el retiro de frente pasó de ser una previsión benéfica a ser un violento sistema de alienación urbana.

Un ejemplo. Con la aparición de la Línea Uno del Metro en el sentido este-oeste de la ciudad, se ha ido aumentando el tráfico de peatones que van o vienen de las estaciones en el sentido norte-sur. Las aceras de todas las calles así orientadas son ahora insuficientes y les quedan estrechas a los que caminan. Si las cosas se usaran para lo que fueron hechas, el municipio, no pagando un centavo a nadie (los retiros de frente son como expropiaciones hechas de antemano), haría uso de ellos y ampliaría las aceras donde fuera necesario. Bastaría con decidirlo, y decretarlo por causa de utilidad pública.

El problema es que se encontrará con los estacionamientos de todos los restaurantes, los sistemas viales de todos los auto-bancos, los puestos de todas las tiendas y hasta de algunas alcaldías. Se topará con todas las ventas de automóviles montadas en los retiros y con los amplios y extendidos accesos vehiculares de todos los garages de Caracas. Todo lo cual es ilegal, porque nuestras ordenanzas prohiben los estacionamientos en el retiro de frente. Con ello volvemos a nuestra pregunta inicial: ¿cuál será el truco para tener una ciudad con carros que sin embargo conserve un ambiente humano?

Escojan una ciudad. París, Madrid, Milán, Nueva York. El espacio entre la calle y la fachada es en la calle, por supuesto, legítimamente de los carros, y en la acera, legítima y exclusivamente de los peatones. De allí en adelante arranca el arte de las fachadas. No hay más vueltas. Kioskos, publicidad, ingresos a garages y cualquier otra cosa que se inmiscuya en este umbral de lo público con lo privado, está controlado y restringido. Para los que se montan en las aceras, las grúas, y para los que caminan por las aceras, la gloria. ¿La diferencia? En esas ciudades no hay retiros de frente. No hay chance para el caos.

En Caracas, hasta que no se obligue a la digna y ordenada fachada contínua (que seguramente vendrá en un futuro no muy lejano), podemos al menos ejecutar ya la olvidada ordenanza del retiro de frente y ampliar las aceras hasta las fachadas de los edificios. Terreno conquistado en la batalla. Entonces, una vez dadas gracias a los dioses, era necesario celebrar las glorias de los hombres, hacer pasar a la posteridad su nombre y su valor. ¿Los carros? Los que quepan se estacionarán en el hombrillo, los demás, en sus garages o circulando. Elegantísimo, como en toda ciudad decente. 





Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 22 de Noviembre de 1993.


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