domingo, 19 de agosto de 2007

Campo de justas

“El Edén hecho accesible”, collage (f. “La Periferia”, Profile, No. 18. Editado por Jonathan Woodroffe, Dominic Papa y Ian Macburnie para Architectural Design, Londres, 1994).






El placer de la evasión y el infringimiento habilidoso de las leyes, han hecho del cordón verde del Area Metropolitana de Caracas un campo de justas. Invasiones urbanas y campesinas, conjuntos habitaciones camuflajeados de campestres, urbanizaciones de baja densidad, clubes y villas, todo es atractivo, todo es permisible y todo es posible de construir en medio de los bosques vírgenes y sobre los cauces de las quebradas, sobre el paisaje natural. Zona de protección o de ataque, cada día, la batalla silente de la Zona Protectora prosigue.

La planificación un día congeló este territorio queriendo garantizarle a la ciudad una dosis de naturaleza. Acuñó la etiqueta verde con las siglas ZetaPe, y la pintó en el plano de Caracas a lo largo de un semicírculo irregular entre Catia y Guarenas. Nada habría de erigirse allí más que las bienhechurías de un conuco o la caseta de un guardabosques; lo demás se le dejaba a la selva tropical. Sin embargo, la zonificación de la Zona Protectora nunca fue lo suficientemente concreta como para proteger a cabalidad, como su nombre lo indica, el espacio natural, el paisaje o los ecosistemas del sur, como sí ocurre, por ejemplo, con los decretos que establecen los límites en un Parque Nacional. La zona protege, sí, pero al final no sabemos exactamente qué: si al campo o a la ciudad, o a ninguno de los dos, porque su concepción es ciertamente ambigua.

Ya desde el principio se planteó como una especie de incalificable “retiro de fondo”, como un patio de atrás de la ciudad, como un vacío que se reservaba (tácitamente) para el crecimiento futuro del área urbana mientras ya se vería cuándo y cómo vendría ese crecimiento; como un lote para ensanches, como un terreno de engorde oculto tras la beatífica apariencia restrictiva del parque ecológico. Así planteada, la Zona Protectora no podía sino caer muy pronto en los vicios de todos los retiros: en su inmediata violación, en su irracional construcción y en su consecuente suburbanización anárquica.

De barrera virgen entre Caracas y la lejana periferia en expansión, pasó a ser borde incierto. Muralla que contiene el crecimiento interno de la ciudad y que a la vez es acicate del apetito urbanizador e inmobiliario; fortaleza verde minada, atacada y sitiada a diario, casi destruida por completo, con la excusa de que siempre puede rodarse unas hectáreas, reerigirse un poco más allá, en los siempre prometidos valles del Tuy o de Aragua. Rodamiento que, no obstante, sabemos tiene un límite. En otras ciudades contemporáneas, el cinto verde de tánto retirarse chocó contra los de las urbes cercanas, y “lo natural, por ende, cesó de existir”, quedando en su lugar una desplegada e irrevocable suburbia.

La mayoría de los caraqueños parecemos ignorar esta guerra silenciosa. Vivimos en un estado de perenne y romántica contemplación unidireccional de la ciudad que nos tiene nublada la vista. Para nosotros (y nuestros sueños urbanísticos), tal pareciera que Caracas sólo existe para ser mirada desde el sur del Guaire, sólo merece ser contemplada hacia el norte, hacia el único cerro; es lógico, pues, que consideremos que todo lo que queda a las espaldas sea monte y culebras, o cuando mucho, traspatio.

El desprecio con que se han urbanizado los valles y las colinas del sur y las continuas violaciones de lo que fuera por años la Zona Protectora, no son sino reflejo directo de esta voyeurística postura. Sólo si nos fuerzan a contemplar el paisaje de Caracas en sentido contrario; es decir, del norte al sur (una postura casi contranatura para cualquier caraqueño), en medio de la peor de las tortícolis, nos tenemos que enfrentar al patético caos en explosión de todos sus crecimientos formales e informales. Caracas, allí está: vertical y enrevesada, por medio siglo construyéndose en la sombra más allá de toda preocupación funcional, estructural, formal o meramente paisajística. Y nos choca aceptar que la imagen contemporánea de la ciudad sea ahora, en buena parte, la de una suburbia colgante que no nos inspira nada.

Mas es en su campo de justas donde se están batiendo las luchas claves para el futuro de la ciudad: la forma de la ciudad versus la integridad del paisaje; la supervivencia del ecosistema versus la necesidad del crecimiento; la dotación de servicios versus la accesibilidad; la ciudad monocéntrica versus las comunidades independientes; la inversión en la periferia versus la erosión del centro; la experimentación versus la memoria; la fragmentación versus la continuidad urbana; el mirar versus el ser vistos...

Esa mirada que dirigimos hacia el sur también está presenciado el borramiento definitivo de la franja donde antes la forma construida caraqueña confrontaba lo natural, franja que un día adoptó el peregrino nombre de Zona Protectora, y que ya es casi imperceptible. Hoy, una colina; mañana, otra ladera; pasado, unos terrenos más... hasta que en el inevitable proceso de cambio hacia la metrópolis policéntrica, la irracional, elusiva y marginal periferia, termine de una vez por todas de suplantar aquel Edén promisorio que una vez nos fuera accesible.





Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 18 de Noviembre de 1996.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts with Thumbnails