martes, 7 de agosto de 2007

Contra la libertad de expresión

Avenida Francisco de Miranda, Caracas (Postal, 1950s. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).




De las avenidas de Caracas, la Francisco de Miranda, con sus particulares expresiones arquitectónicas, es la que tiene más posibilidades de completar en el futuro cercano su imagen urbana. Polo de atracción de sedes corporativas y centros comerciales, amplia, dinámica y progresista, la avenida es el receptáculo de la inversión y el espejo de la acción de los más pujantes grupos económicos, empresas constructoras y oficinas de arquitectura.

Allí desfilan las imágenes de los sueños de nuestra sociedad corporativa, o los que sus arquitectos han logrado venderle; allí se prueban primero los materiales constructivos y las formas que luego ella pondrá de moda por toda la ciudad; allí se practican con fe y ademanes primermundistas los ejercicios de la civilización, de la seducción, de la pulcritud y del decoro. Allí, sobre todo, se ha mudado el ansia caraqueña por la monumentalidad y por la urbanidad.

Esta es la avenida que todo viajero busca cuando dice: “Llévenme a la ciudad”. El recinto donde están los edificios modernos por él esperados: la cara fresca y tecnológica del país en desarrollo. Ese viajero, sin la Miranda, se sentiría en la selva amazónica. Sin la Miranda, dudaría de la contemporaneidad caraqueña. Es la imagen más reciente de nuestra sociedad urbana. Una circunstancia que no ha pasado desapercibida por nadie: la sociedad está consciente de su Gran Avenida, y, como se debe, invierte y sigue construyéndola y mejorándola. O, por lo menos, intenta hacerlo.

Desde la apertura de la Línea Uno del Metro en los ochenta, destacándola con su paso subterráneo, la avenida no ha hecho sino despegar en su ascenso de escalafón urbano. Hoy es Prime Real State, eje monumental de primer orden, salón de fiestas del Municipio Chacao. Su remozamiento, lento pero seguro, llama hacia la reflexión de lo que arquitectónicamente se puede, se debe o no se debe hacer. La Avenida Francisco de Miranda está lista para empezar a limitar la libertad de expresión arquitectónica. Enhorabuena.

Límites. Palabra aterrorizante para muchos. Bozal, confín, frontera, barrera, coto, mordaza, cadenas, trabas. Y todo lo que ello conlleva de amenaza al libre albedrío del diseñador inspirado, del promotor ambicioso, del banquero visionario. Límites segadores de alturas excesivas para torres, reductores de paletas de materiales para fachadas, ortopedias para volúmenes, moldes para los retiros, tijeras para los anuncios, tablas para las tipologías y los lenguajes. Camisas de fuerza para hacer entrar en razón a quien la haya perdido, frenos al irrespeto y a la falta de sensibilidad por lo que hay de bueno en este magnífico eje de la ciudad. Paradójicamente, la esclavitud necesaria para ascender hacia una cultura urbana verdaderamente libre.

Cuando uno conocía una avenida hecha de edificios Galipanes y Torres Europa, de edificios Canaima y edificios Easos; cuando uno estaba acostumbrado a la dignidad constructiva de los alrededores de la Plaza Altamira y a la certidumbre de la franja contínua del segmento junto al casco colonial de Chacao. Cuando uno disfrutaba de la experiencia solitaria y rotunda del Cine Castellana y de su noble tocayo neovéneto, el edificio La Castellana, uno no podía sino esperar que todos aquellos espacios vacíos que quedaban por llenarse lo harían con el respeto arquitectónico necesario. El problema estaba propuesto, las bases, claras: sólo había que comprender lo existente, y construir en consecuencia.

Pero he aquí que los arquitectos franciscanos (de la Miranda) no han querido seguir los principios establecidos por su Orden. La herejía urbana los poseyó, y una normativa llena de vicios ocultos los terminó de arrastrar al infierno. Cinco de los recientes grandes Herejes del Eje, la Torre Oiza, el Edificio Sudameris, el Centro Lido, el adefesio del Four Seasons y los asesinatos del Galipán, y del Cine y del Edificio La Castellana, son el resultado de tánta libertad de expresión. Introduciendo baches volumétricos entre sus nobles vecinos, anulando con sus colores reflectantes la posibilidad de la continuidad este-oeste de los matices nobles que la avenida tiene, despachando con un mero detalle de ventana todas sus partes, o ejecutando (éso sí, al dedillo) la abominable ley que permite que se llenen de estacionamientos el piano nobile de los edificios, volviendo garages las plantas bajas, abortando la vida urbana.

Estamos en contra de la excesiva libertad de expresión arquitectónica y urbana. Con ella, los arquitectos y promotores no hacen sino perder la compostura. Que se establezca, ahora que se emprende en Chacao la remodelación de la avenida, un verdadero Tribunal de Inquisición que haga la Reforma de las Leyes Franciscanas, estableciendo nuevos, fuertes y exactos límites basados en las cualidades arquitectónicas y urbanas del lugar. Que todo no se quede en planta baja. Que se castigue a los herejes y se tenga preparado un bozal para todo aquél que amenace con ser peligrosamente elocuente (Arquitectonica, Beware!) Sólo imponiendo nuevos límites podremos terminar de construir la hermosa avenida urbana que merece la ciudad, aprendiendo y diseñando también a partir de lo bueno que hay (y hubo una vez) en ella. Porque como decía Jorge Luis Borges, los límites son “el mejor abono posible para la imaginación.”1




Avenida Francisco de Miranda, Caracas (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana, 1950s).






NOTAS:
1. Jorge Luis Borges. Límites.

Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, 1996.




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