miércoles, 26 de septiembre de 2007

Serenísima


Carlos Raúl Villanueva, también serenísimo.


 “¿Soy yo el mismo que todos conocen, o ahora soy otro, 
mi negación, mi detractor, mi prolongación, mi fraude o mi asesino?”
Javier Marías.1

Me encantan los espíritus atribulados, ésos que se contradicen con el paso de los años. Mientras más en conflicto consigo mismos, mejor. Adoro quienes amanecen cuestionándose las ideas de siempre como si de pronto fueran otros, deshojando cada mañana la margarita de sus sueños para quedarse con algunos sí y otros no. “¿Soy yo el mismo que todos conocen, o ahora soy otro, mi negación, mi detractor, mi prolongación, mi fraude o mi asesino?”, diría Javier Marías.1 Siento una especie de simpatía mezclada con morboso deleite viéndolos retractarse con disimulo o contemplándolos volver por sus fueros en medio de fuegos artificiales. Sus titubeos me inspiran la más sincera admiración.

Y cómo no sentir simpatía por estos hombres escindidos, por estos vizcondes demediados, ¡si es algo tan propio del siglo! Tantas ideologías que fueron y que vinieron, que subieron y que cayeron, manteniéndolos de la manera más tremenda con el corazón en la boca y con el hígado en la mano... ¡Cómo no mirarlos con curiosidad histórica, con resabios de análisis finisecular, con dulzura, incluso! Yo tengo, producto de una infancia modelo en los sesenta y de una adolescencia absorta en los setenta, por el contrario, un espíritu absolutamente cándido, un pensamiento totalmente débil, y la mirada -como me imputaran hace poco- lánguida y perdida en el crepúsculo. Para mí, el aniversario del Mayo francés lo prefiero en una bella vitrina en la Librería Gallimard del Boulevard Raspail; para mí, las prohibiciones, los faux-pas y los dogmas no sólo no existen, sino que incluso me interesan lo suficiente como para intentar escribir sobre ellos, lo cual ya no es una victoria: es una circunstancia. Veo un batir de alas, y de lo que me lleno es de profunda emoción histórica. Nacía tarde en el siglo; lo único que deseo es flotar ilustradamente por él...

Así, frente a cada resurrección dogmática de Juan Pedro Posani, me siento como con ganas de pedirle un autógrafo. Y es que hacía tiempo que no lo veía, permítaseme decirlo, tan rabiosamente “posánico”. Hemos presenciado una nueva sublevación de su espíritu, ha podido volver a ser “él” y demostrarnos cómo se hace para ejercer una teoría patrimonial existencialista diseñando una sinfonía personal del gusto arquitectónico y haciendo de ello la política central que nos gobierna a todos. Un tema reciente, la reconstrucción de la hermosa y serena torre de Carlos Raúl Villanueva en la Zona Rental (con la cual yo, por mi parte, estoy a favor), desató de nuevo su carismática, arengática prosa, lanzándonos al vacío el veto iracundo de su conocido básculo rector: ¡No a la reivindicación en piedra de “los sueños de gloria”!

Posani ha tenido lo que se llama una vida singular. Alguien debería hacer una novela histórica con su vida: allí encontrará todo lo que necesita para explicar el devenir arquitectónico del país del siglo veinte, para entender los complejos, las hazañas y las dudas, las omisiones, las preferencias y hasta las grandes corrientes. Su paradigmática condición de colaborador por veinte años de Villanueva, lo ha marcado tánto... y tan abrumadoramente. La Planoteca de la Universidad Central de Venezuela en la Casa Ibarra, da exquisita fe de ello. Por doquier aparece su mano menuda, detallista y virtuosa, acusando esa epopeya suya tan personal. De allí que sea comprensible su molestia intermitente a pasar por demasiado “villanuevista”, porque todos sabemos que los grandes amores pendulan siempre entre la aversión y la pasión: hoy defendemos su “cosa moderna”, mañana denigramos de sus eclecticismos; hoy iniciamos una campaña para hacer Patrimonio de la Humanidad a la universidad, mañana nos resistimos a designar siquiera monumento histórico a El Silencio; hoy pensamos que Villanueva no trabajó para los ideales de la dictadura en la UCV, mañana vemos en la Torre Rental el símbolo abominable del deseo de poderío de una época.

Pero todo ésto es adorable. Adoro su terca resistencia con algunos de sus viejos esquemas, como las transgresiones que efectivamente ha hecho a muchos de ellos. Comprendo que la arquitectura híbrida, mestiza y ecléctica le sea indiferente hast
a el punto que, impasiblemente, vaya dejando que desaparezcan muchas de las ciudades invisibles de Caracas, mientras que, ¡oh, paradoja!, hace crecer efectivamente y con fortaleza el Instituto del Patrimonio Cultural (1998). Adoro, comprendo y admiro. Pero hasta ahí.

Inmersos como estamos en una ciudad cada vez más envilecida, donde los ejemplos de buena arquitectura difícilmente se topan con la mirada sedienta, estamos más que nunca necesitados de esa epifanía de Villanueva. Sinceramente, hoy a nadie importa mucho ya qué diablos expresaba la torre en 1956 (a mí, por supuesto, nada). Antes que atacarla habría que preguntarse: ¿para sustituirla con qué? ¿Con más espantosa “arquitectura” especulativa como la que se está haciendo por toda la ciudad? En cambio, ¿No es ésta es la gran oportunidad para hacernos con otra buena pieza de Gran Diseño, para s
ujetar el espacio en fuga de la Plaza Venezuela, para enganchar a un buen promotor con el prestigio internacional que promete de la construcción póstuma de una obra de uno de los más grandes arquitectos latinoamericanos, para (como el mismo Posani propone) replantear el obsoleto y pobre plan de diseño urbano existente con un concurso internacional, para aupar la candidatura de la UCV a Patrimonio de la Humanidad, y en fin, para que la universidad instruya con su ejemplo respetuoso al país sobre cómo se salvaguarda la memoria urbana actuando eficazmente en la ciudad? Piénsenlo dos veces.


Este año, encima, el globo entero celebra, con bombos y platillos, cómo hace ya tres décadas que quedó prohibido prohibir.


Daisy Profile. Gordon L Wolford, 2007.




NOTAS
1. Javier Marías. Corazón tan blanco.



Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 15 de Junio de 1998.




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