Me encontraba de viaje, visitando lo que parecía ser algún lugar de Universal Studios, o del Museo de Cera de Madame Tussaud, donde se intentaba recrear artificialmente –o al menos así me lo parecía- las oficinas de redacción de The New York Times. Nunca había entrado yo en ellas. Lo más cerca que he estado de las oficinas de un diario americano es de las imágenes de la sede en Metrópolis del Diario El Planeta. Las oficinas en las que me encontraba eran las clásicas, tabicadas con paneles de vidrio y persianas de la mitad para arriba, gigantescos muebles industriales y luces de neón suspendidas. El guía turístico acababa de señalar que el despacho justo enfrente de mí era el de Ada Louise Huxtable, y así lo informaba un carteloncito de bronce sobre el escritorio gris que rezaba:
Junto a un cerro de papeles perfectamente organizados en casillas con nombres como “Midtown”, “Upper West Side”, “East Side”, “Bronx”, “Lower Manhattan”, etc., otro cartelón, esta vez de tres renglones removibles, nos indicaba a los visitantes los tres próximos artículos sobre los que estaba trabajando la afamado critico de arquitectura por veinte años del periódico: “Anatomía de un Fracaso”, “Edificios que adoramos Odiar”, y "¿Ha pateado Usted alguna vez un Edificio?"
¡Feliz Ada Louise! Sólo ella en el mundo arquitectónico ha podido permitirse el lujo de hacer una carrera crítica hablando siempre mal de los edificios y terminar ganando el Premio Pulitzer y el aprecio de todos sus colegas.
Recorrí la pulida superficie del escritorio, y empujé sobre sus ruedas su silla giratoria de madera para acercarme más a la flamante máquina de escribir de color gris plomo, marca Remington, que relucía bajo la luz de una lámpara retráctil (evidentemente, éste era un sueño ambientado en los setenta). En ella asomaba la punta de una hoja tipeada hasta la mitad, seguramente el borrador de su último work in progress. Lo arranqué a leer a toda velocidad:
“Hay una dama neoyorkina de padre toscano y madre inglesa que ha estado casada con un americano y ha estado observando la arquitectura de Nueva York por casi cincuenta años. Ella ha visto a los viejos edificios caer y a los nuevos elevarse. Observando un típico edificio de apartamentos construirse en la Avenida York recientemente, le preguntó a un obrero, en italiano, “¿Cómo hacen para construirlos tan rápido?”, a lo que él le respondió, “Senza rispetto…”1
De improviso, la Huxtable, en persona, apareció. Debe ser porque ese fin de semana (1993) se presentaba en Caracas B-52, que su discreto balmain se veía como un inverosímil moño de cincuenta centímetros de alto. En el acto me clavó su mirada aguileña (yo seguía en su puesto) y, afortunadamente, allí mismo el sueño terminó, pues me dí cuenta de que la verdadera Ada Louise Huxtable nunca se hubiera puesto en su vida un vaporoso traje azul celeste como aquél, probablemente de Halston, con el que yo había fallado en vestirla…
En realidad, Ada Louise nunca se pudo permitir a sí misma nada más allá de un sweatercito de cashemere con el collar de perlas de rigor bajo un clásico flannel suit color navy, ni incurrir en falta de seriedad alguna, a riesgo de violar su propio trademark. Su estilo era escribir lo más arduamente difícil de tragar de la manera más elegantemente humorística. No olvidemos su lema: “Vean la histórica casa de 116 años. Vean cómo la tumban. Vean el puesto de hamburguesas tomar su lugar. Pow. América, sobre tí yo canto: dulce tierra del Burger King.”
Todo crítico arquitectónico que se precie debe hacerse de una metáfora maestra o una serie de metáforas con las que pueda evocar la función crítica. Esta metáfora va a ser la que va a darle forma a su obra, y la que va, a la vez, a limitarla. Así, para algunos conocedores de la crítica arquitectónica, el crítico puede ser una especie de cirujano mágico que opera sin cortar jamás un tejido vivo; o un bebedor de vino; o alguien que pone al abono, alguien que fertiliza el terreno para obtener una buena cosecha; para otros, debe ser como un partero, ya que trae una nueva vida al mundo; o como un acaudalado empresario que monta representaciones dramáticas de cualquier obra que capture su fantasía; o como un hombre paciente que muestra su biblioteca a un amigo; o, como ya hemos visto, un distinguido pateador de edificios.
Para cualquiera de estas formas de ejercitar la crítica en arquitectura, en todas ellas el que las hace está tan interesado en hacer que su crítica sea tan bella y digna de atención como si ésta se tratase de literatura, al comentar lo que tiene por delante. Es famosa la defensa que hizo Oscar Wilde en su ensayo “El Crítico Artista” de este punto de vista.2 Por otra parte, recordemos que la palabra “crítica” se deriva del griego, krinein, que significa separar, dividir, hacer distinción. La etimología del verbo no implica que el juicio emitido deba ser o en favor o adverso, deba ser claro o no deba ser lírico, deba tener intenciones éticas o estéticas, porque significa simplemente discernir o juzgar. Por lo tanto, el uso más justo de “criticar” es simplemente “emitir juicio, ya sea favorable o desfavorable, juzgar los méritos y defectos de algo y evaluar”. El objeto de la crítica en así, sencillamente, un punto de partida. Y su aspiración no es ser criticada, sino influenciar el mundo -en nuestro caso para obtener una mejor arquitectura y ciudad-.
El juzgar no tiene que ser siempre necesariamente para cantar los méritos. Cuando Ada Louise Huxtable comenzó a patear furiosamente edificios a inicios de los años setenta, lo hacía con la fuerza de la voz que clama en el desierto. Con la valentía de quien no teme enemistarse con nadie. Sus batallas, libradas en el desierto que era la ciudad de Nueva York, aproximándose a la bancarrota, hundida en la basura, fueron desesperadas y decididas. Ella decía que las satisfacciones del trabajo de crítico urbano eran pocas, pero monumentales. Así, sus admirables puntapiés desde el periódico, con el paso del tiempo, influenciaron profundamente en su sociedad para lograr un cambio significativo de actitudes hacia el ambiente urbano y aumentar la sensibilidad por la arquitectura y por el pasado.
Ludlow Peabody Architects, "The New Home of the New York Times", The New York Times, December 3, 1922.
NOTAS
1. Ada Louise Huxtable. "¿Ha pateado Usted alguna vez un Edificio?"
2. Oscar Wilde. "El Crítico Artista".
“ADA L. HUXTABLE – ARCHITECTURE”
Junto a un cerro de papeles perfectamente organizados en casillas con nombres como “Midtown”, “Upper West Side”, “East Side”, “Bronx”, “Lower Manhattan”, etc., otro cartelón, esta vez de tres renglones removibles, nos indicaba a los visitantes los tres próximos artículos sobre los que estaba trabajando la afamado critico de arquitectura por veinte años del periódico: “Anatomía de un Fracaso”, “Edificios que adoramos Odiar”, y "¿Ha pateado Usted alguna vez un Edificio?"
¡Feliz Ada Louise! Sólo ella en el mundo arquitectónico ha podido permitirse el lujo de hacer una carrera crítica hablando siempre mal de los edificios y terminar ganando el Premio Pulitzer y el aprecio de todos sus colegas.
Recorrí la pulida superficie del escritorio, y empujé sobre sus ruedas su silla giratoria de madera para acercarme más a la flamante máquina de escribir de color gris plomo, marca Remington, que relucía bajo la luz de una lámpara retráctil (evidentemente, éste era un sueño ambientado en los setenta). En ella asomaba la punta de una hoja tipeada hasta la mitad, seguramente el borrador de su último work in progress. Lo arranqué a leer a toda velocidad:
“Hay una dama neoyorkina de padre toscano y madre inglesa que ha estado casada con un americano y ha estado observando la arquitectura de Nueva York por casi cincuenta años. Ella ha visto a los viejos edificios caer y a los nuevos elevarse. Observando un típico edificio de apartamentos construirse en la Avenida York recientemente, le preguntó a un obrero, en italiano, “¿Cómo hacen para construirlos tan rápido?”, a lo que él le respondió, “Senza rispetto…”1
De improviso, la Huxtable, en persona, apareció. Debe ser porque ese fin de semana (1993) se presentaba en Caracas B-52, que su discreto balmain se veía como un inverosímil moño de cincuenta centímetros de alto. En el acto me clavó su mirada aguileña (yo seguía en su puesto) y, afortunadamente, allí mismo el sueño terminó, pues me dí cuenta de que la verdadera Ada Louise Huxtable nunca se hubiera puesto en su vida un vaporoso traje azul celeste como aquél, probablemente de Halston, con el que yo había fallado en vestirla…
En realidad, Ada Louise nunca se pudo permitir a sí misma nada más allá de un sweatercito de cashemere con el collar de perlas de rigor bajo un clásico flannel suit color navy, ni incurrir en falta de seriedad alguna, a riesgo de violar su propio trademark. Su estilo era escribir lo más arduamente difícil de tragar de la manera más elegantemente humorística. No olvidemos su lema: “Vean la histórica casa de 116 años. Vean cómo la tumban. Vean el puesto de hamburguesas tomar su lugar. Pow. América, sobre tí yo canto: dulce tierra del Burger King.”
Todo crítico arquitectónico que se precie debe hacerse de una metáfora maestra o una serie de metáforas con las que pueda evocar la función crítica. Esta metáfora va a ser la que va a darle forma a su obra, y la que va, a la vez, a limitarla. Así, para algunos conocedores de la crítica arquitectónica, el crítico puede ser una especie de cirujano mágico que opera sin cortar jamás un tejido vivo; o un bebedor de vino; o alguien que pone al abono, alguien que fertiliza el terreno para obtener una buena cosecha; para otros, debe ser como un partero, ya que trae una nueva vida al mundo; o como un acaudalado empresario que monta representaciones dramáticas de cualquier obra que capture su fantasía; o como un hombre paciente que muestra su biblioteca a un amigo; o, como ya hemos visto, un distinguido pateador de edificios.
Para cualquiera de estas formas de ejercitar la crítica en arquitectura, en todas ellas el que las hace está tan interesado en hacer que su crítica sea tan bella y digna de atención como si ésta se tratase de literatura, al comentar lo que tiene por delante. Es famosa la defensa que hizo Oscar Wilde en su ensayo “El Crítico Artista” de este punto de vista.2 Por otra parte, recordemos que la palabra “crítica” se deriva del griego, krinein, que significa separar, dividir, hacer distinción. La etimología del verbo no implica que el juicio emitido deba ser o en favor o adverso, deba ser claro o no deba ser lírico, deba tener intenciones éticas o estéticas, porque significa simplemente discernir o juzgar. Por lo tanto, el uso más justo de “criticar” es simplemente “emitir juicio, ya sea favorable o desfavorable, juzgar los méritos y defectos de algo y evaluar”. El objeto de la crítica en así, sencillamente, un punto de partida. Y su aspiración no es ser criticada, sino influenciar el mundo -en nuestro caso para obtener una mejor arquitectura y ciudad-.
El juzgar no tiene que ser siempre necesariamente para cantar los méritos. Cuando Ada Louise Huxtable comenzó a patear furiosamente edificios a inicios de los años setenta, lo hacía con la fuerza de la voz que clama en el desierto. Con la valentía de quien no teme enemistarse con nadie. Sus batallas, libradas en el desierto que era la ciudad de Nueva York, aproximándose a la bancarrota, hundida en la basura, fueron desesperadas y decididas. Ella decía que las satisfacciones del trabajo de crítico urbano eran pocas, pero monumentales. Así, sus admirables puntapiés desde el periódico, con el paso del tiempo, influenciaron profundamente en su sociedad para lograr un cambio significativo de actitudes hacia el ambiente urbano y aumentar la sensibilidad por la arquitectura y por el pasado.
Ludlow Peabody Architects, "The New Home of the New York Times", The New York Times, December 3, 1922.
NOTAS
1. Ada Louise Huxtable. "¿Ha pateado Usted alguna vez un Edificio?"
2. Oscar Wilde. "El Crítico Artista".
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 13 de marzo de 1993.
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