viernes, 2 de marzo de 2007

Fontanería

Bañera de la Marquesa. Museo de Arte Colonial Quinta de Anauco, Caracas.




“Ayudemos a la Hidra a vaciar su niebla”.
Stephane Mallarmé. 1

I. Hidrología
 
Se acercan los rigores de la canícula. Los vientos son cada vez más calientes, los cielos se limpian de nubes, la vegetación se reseca, reaparecen los incendios en la montaña. El ciclo de la montaña y el valle se perpetúa. La cuenca hidrológica del Valle de Caracas reduce al mínimo su afluencia anual. Como ya no llueve en las cumbres de la sierra, y no hay sombra sobre los cauces de agua, se atenúan los manantiales, desaparecen los arroyos, se achican los pozos, se adelgazan los saltos, las quebradas y el río. El caudal natural que gracias a la pendiente cae en la misma inmensa hoya del Guaire, lucha por mantenerse. Los embalses son un lodazal. La sed de la ciudad es más fuerte que nunca.

En el ardor del inicio del verano, cuando el valle agrietado y calcinante más crepita y es casi un desierto, la ciudad, delirante, le demanda agua a los arquitectos. Y éstos, que jamás descansan de pensar la ciudad, inmediatamente buscan sus primeras memorias hidrológicas, cuando todavía con toda su frescura original la matriz de quebradas paralelas llegaba perpendicular al río. Cuando esta ciudad, hoy seca, convivía todavía con su cristalino damero análogo: el hidrológico… (“nací en una tierra de arroyos y ríos…”)


II. Hidrantes
En tiempos del damero hidrológico, usar el agua de la montaña era lo más natural. Hasta 1874, cuando Luciano Urdaneta hizo el acueducto para Guzmán Blanco, Caracas tuvo agua suficiente para toda su población, y éso que estaba mal distribuida, según decían los entendidos. Se tomaba el agua de las quebradas, especialmente la de Catuche, que era el agua que la gente prefería por considerarla más sana. Las aguas se repartían a la población por medio de acequias abiertas que corrían por las calles. Luego los vecinos con medios solicitaban al Cabildo que les concediese una “paja de agua” privada para sus solares.2 

Con el tiempo, el gusto por el agua se sofisticó: habían personas que preferían el agua de El Valle que tenía fama de la mejor. Otros preferían la de Tócome. Una empresa embotellaba la de El Volcán en Chacao, como también la de La Lajita y luego vino la de El Castaño. Todavía la ciudad tenía infinitas fuentes públicas, de apetecibles e intachables aguas. Decenas se construyeron desde 1626 para repartir al pueblo el agua de las acequias “…para el bien común desta república que es lo más esencial”.3 Eran sólo un grifo ornamental, la boca de un león, de un pez o de alguna bestia mitológica, que descargaba su chorro en un estanque generalmente semicircular, situadas en los lugares más públicos. En 1870 todavía existían veintiuno de estos hidrantes públicos. Su nombre es lo único que perdura de algunos de ellos: La Pilita, Dos Pilitas, Chorro, Caja de Agua… 4

Pero además de construir hidrantes para beberla abiertamente, también la gente construyó hidrantes para sumergirse en las aguas del cerro. Hay dos casos famosos de diseños hechos exclusivamente para el agua de la montaña, uno privado y uno público bañera de la Marquesa del Toro y los chorros del río Tócome. La Marquesa, verdadera Marcella Borghese del Novecento mantuano, estaba cansada de practicar su baño de aseo personal al aire libre en los ríos y quebradas próximas, como hacían en las otras estancias y haciendas, por lo que se hizo construir en la Quinta de Anauco una bañera de piedra. Esta, incorporada en el piso, se adaptaba como una esclusa contínua al curso natural de la quebrada. Su vecino de las tierras altas, encantado con la idea del spa del Anauco, le concedió el derecho a usar el agua tersa de la quebrada que bajaba de la montaña por todo el tiempo de su vida.5

En cuanto a baños multitudinarios, el más afortunado caso es el del Parque Los Chorros. Empezando como pozo famoso que cayó en desuso por una contaminación por bilharzia a principios del siglo veinte, fue transformado en parque público gracias a un proyecto inteligente (que haría las delicias de Lawrence Halprin) y que quizás sea el ejemplo más sensible de apego imaginativo a la memoria hídrica de Caracas. La creación de un parque cuyo uso de las piedras y la vegetación imita el ambiente natural del río, ha devuelto al lugar su intenso uso tradicional.

Hay muchos otros casos de hidrantes ocultos que se alimentan del agua del cerro. ¿Quién se imaginaría que todo Campo Alegre bebía de la montaña gracias a las previsiones del acueducto que le construyó Mujica, ni que en el Colegio San Ignacio, aún hoy, llenan las jarras con agua de manantial?

III. Hidráulica
Se dice que una vez, la reina de Nápoles confesó, justo antes de la inauguración del gran complejo barroco arquitectónico y paisajístico de su Palacio en Caserta, que el sistema de agua significaba más para ella que el palacio mismo. En efecto, Vanvitelli, su arquitecto, recuerda que cuando el agua finalmente llegó a Caserta en 1751, la gente se volvió loca de alegría porque “la vieron en un lugar donde nunca había existido antes, y porque creían que tal triunfo era imposible”.6 El agua fue siempre central para el mito napolitano, pero había sido también una obsesión para Vanvitelli, hombre de su tiempo, quien la convirtió en el elemento primario del proyecto de Caserta. Obsesionados con el agua, los hombres del Renacimiento hicieron de la hidráulica la columna principal del paisajismo y la jardinería.

Pero es el colosal acueducto de ocho kilómetros de largo que trajo agua a Caserta, y la calle-río de casi un kilómetro que éste alimenta, la más monumental de todas las construcciones hidráulicas, y el ejemplo cumbre de las inmensas dificultades por las que se pasaba para llevar el agua a cualquier parte, con la menor excusa; proeza de titanes, a la reina le parecía particularmente chic puesto que la emparentaba con los césares. A nosotros nos refresca la memoria del paso de las aguas potables a las aguas vivenciales, paso que viene siendo transitado por los hombres desde hace ya muchos siglos.

Si la suave pendiente del Valle de Caracas nos empujase un poco, podríamos encontrar muy tentadoras todas estas teorías de los vasos comunicantes. ¡Qué poca cosa para Vanvitelli sería El Avila, frente al Monte Posillipo! ¡Cuán estrecho el valle! Desde 1680, un tratado completo sobre fontanería y paisajismo, escrito por Antoine Joseph Dezallier d’Argenville, La Théorie et la Pratique de Jardinage Etc. (vulgarmente llamada “Biblia de la Jardinería”), describe cómo todo lo puede la técnica hidráulica.7 Así, si nuestros Vanvitelli: 1. descubrieran las fuentes apropiadas; 2. calcularan los problemas de pendiente y de presión del agua; 3. condujeran el agua; e 4. idearan la disposición más racional posible de la red de conducción, una catena d’aqua podría bajar por el Anauco, saltaría el Caroata desde un Ponte della Maddallena, borbotearía el Catuche por un camino de canales y un órgano hidráulico haría cantar a la Quebrada de Gamboa. Ya no tendríamos que hacer cola bajo el puente de La Castellana en la Cota Mil para sutirnos en bidones vacíos de las aguas de la montaña.

IV. Hidra
Se entiende que el origen etimológico de casi todas las palabras que tienen que ver con el agua en castellano coincide con la imagen de un monstruo temible, la Hidra, una serpiente acuática de siete cabezas que, al ser decapitadas por la espada del héroe renacían como una pesadilla. Pero también, si recordamos las palabras de Bachelard, el renacer de Hidra simboliza que “la fuente es un nacimiento irresistible, un nacimiento contínuo que suscita ensoñaciones sin fin”.

A fuerza de su carencia omnipresente, Hidra atormenta y no hace soñar a los caraqueños; el agua en la ciudad es el peligroso charco de la filtración bajo la Plaza Venezuela y no la que hace surgir la fuente; en vez de una capital para Hidra, tenemos los problemas de Hidrocapital. Una utopía hidrológica para Caracas podría consistir, como se ha hablado siempre, en que hay que velar por el mantenimiento de las fuentes públicas que ya existen, y mantenerlas funcionando. Otra utopía sería la que hemos expuesto: la de una práctica renovada de la fontanería para sembrar de manantiales la ciudad. En todo caso, en nuestra lucha hercúlea para dominar a Hidra, si bien nuestro fornido brazo debe tratar de segarle cuantas veces podamos las cabezas, ésto debe ser no para aniquilarla, sino para mantenerla renaciendo.

"Estanque del Calvario, Caracas" (Postal. Archivo Fundacion de la Memoria Urbana)


NOTAS
1. Gaston Bachelard. "El Agua y los Sueños, Ensayo sobre la imaginación de la materia", Divagaciones, Fondo de Cultura Económica, México, 1978.
2. José García De la Concha. Reminiscencias. Vida y Costumbres de la vieja Caracas, Ernesto Armitano, Editor, Caracas, 1965.
3. Nicolás Ascanio Buroz. Estampas de la vieja Caracas, Fundación Eugenio Mendoza, Editorial Arte, Caracas, 1965.
4. Rafael Valery. La Nomenclatura Caraqueña, Ernesto Armitano, Editor, Caracas, 1978.
5. Carlos F. Duarte. Historia de la Quinta Anauco, Museo de Arte Colonial, Quinta de Anauco, Caracas, 1979.
6. Wilfred Hansmann. Jardines del Renacimiento y el Barroco, Editorial Nerea, Madrid, 1989.
7. George L. Hersey. Architecture, Poetry, and Number in the Royal Palace at Caserta, The MIT Press, Cambridge, Ma., 1983.
8. Antoine Joseph Dezallier d’Argenville (1680-1785). La Théorie et la Pratique de Jardinage, Etc.
9. R. Valery. Op.Cit., 1978.




Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, Marzo 14 de 1993.

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