Studiolo del Palacio Ducal en Gubbio, siglo 15 (ca. 1479–82). Diseñado por Francesco di Giorgio Martini (1439–1502); ejecutado por Giuliano da Majano (1432–1490). Rogers Fund, 1939 (39.153) (f. MET).
El distinguido crítico de arte John Russell hizo de guía turístico recientemente en The New York Times para llevarnos de la mano por dos recintos arquitectónicos de la Quinta Avenida. El 19 de Mayo (1996) abrió sus puertas de nuevo el Studiolo de Gubbio de Federico de Montefeltro en el Metropolitan Museum of Art, y el 24 la Frick Collection develó el museo oculto de Sir John Soane, aquél que nunca ven sus visitantes en Londres, imposible de exponerse todo en su townhouse londinense.
Dos cámaras, dos gabinetes, dos armarios: dos estructuras como cofres, dos teatros de la memoria, ensamblados uno a la usanza del Renacimiento, y el otro a la del siglo XVIII. Dos puertas secretas que se abrieron como flores paralelas en la primavera neoyorkina; una floración conectada sin duda por la misma corriente de irrigación subterránea.
El Studiolo del Príncipe y el Museo de Sir John Soane son dos de los espacios que más he venerado en mi vida. Como nunca estuve en Gubbio, casi me alegré al saber por el artículo “Un refugio secreto para el Hombre del Renacimiento” que el Studiolo, que repasaba con lupa en los libros de historia del Renacimiento, hubiese sido adquirido en 1939 por el Met.1 Consuela pensar que un espacio geométricamente proporcionado y meticulosamente organizado por Francesco di Giorgio Martini nos quede ahora algo más cerca que la inalcanzable Umbria. Luego de diez años de restauración, regresa a la luz pública con ánimos de eternidad.
Dos cámaras, dos gabinetes, dos armarios: dos estructuras como cofres, dos teatros de la memoria, ensamblados uno a la usanza del Renacimiento, y el otro a la del siglo XVIII. Dos puertas secretas que se abrieron como flores paralelas en la primavera neoyorkina; una floración conectada sin duda por la misma corriente de irrigación subterránea.
El Studiolo del Príncipe y el Museo de Sir John Soane son dos de los espacios que más he venerado en mi vida. Como nunca estuve en Gubbio, casi me alegré al saber por el artículo “Un refugio secreto para el Hombre del Renacimiento” que el Studiolo, que repasaba con lupa en los libros de historia del Renacimiento, hubiese sido adquirido en 1939 por el Met.1 Consuela pensar que un espacio geométricamente proporcionado y meticulosamente organizado por Francesco di Giorgio Martini nos quede ahora algo más cerca que la inalcanzable Umbria. Luego de diez años de restauración, regresa a la luz pública con ánimos de eternidad.
En cambio, al número 13 de Lincoln's Inn Fields logré una vez llegar en el otoño de 1994. El desaire que sentí entonces de no poder apreciar el resto de la colección (treinta mil dibujos arquitectónicos, como se revela en Soane: Sueños de la Era Grandiosa de la Gran Bretaña), sólo lo iguala la angustia de saber que el show de la Frick cierra el 7 de Julio próximo (1996), llevándoselos de vuelta a las oscuras profundidades londinenses.2
Tanto el Studiolo como el museo son dos privados receptáculos urdidos para la salvaguarda de la gloria, construidos rigurosamente según la personalidad de un príncipe renacentista y de un arquitecto del imperio. El Studiolo fue contratado en Florencia al taller de Giuliano da Maiano en 1478 como una habitación exquisita y apartada para el retiro y el disfrute de sólo una persona; el museo era la residencia londinense del propio Soane, quien la diseñó en 1730 como un alucinante sarcófago, como un artefacto expositivo para su colección particular de dibujos y objetos.
Cajas para turistas iniciados. El Studiolo, de apenas escasos tres metros y medio por cinco, ha sido reinstalado para que un reducido grupo de visitantes por vez “puedan compartir su privilegiada privacidad”. Ellos contemplarán la maravilla del arte de la marquetería y de la ilusión pictórica del Renacimiento en los paneles de madera. La vida del condottiero está en cada detalle según las leyes de la recién descubierta perspectiva lineal: allí el Príncipe, luego de haberse quitado la coraza y haber dejado sus armas aquí y allá, luego de haber abierto los estantes y haber extraído sus libros preferidos, luego de haber aprontado los instrumentos musicales y abierto las partituras de los himnos marciales, se sienta de un golpe, “asertando su presencia en medio del desorden por él mismo creado”.
El revestimiento de madera deja lugar a dos puertas aparentes, una hacia la sala de audiencias y otra hacia el guardarropa, disimulando una tercera hacia la loggia, y una ventana; por estar entre el interior del palacio y el panorama, es un ambiente cerrado contrapuesto al ambiente abierto del valle, dominado por la ilusión prospectiva creada en los paneles de Sandro Botticelli o de Francesco di Giorgio. Las sutilezas abundan: finas juntas de las puertas de madera y delicadas simbologías recordando los valores ideales al conductor de una ciudad-estado: la pureza, la resistencia a la adversidad, la vigilancia constante. Dice Russell: “estas referencias no han perdido su magia silenciosa”. En el “intervento federiciano”, la exhuberancia y la exactitud de las imágenes en los paneles no tenían límite, porque un maestro artesano, con su sutileza y precisión podía engañar hasta a “los pájaros que estaban en sus árboles”.
En este pequeño espacio, “el Renacimiento italiano”, dice Russell, “se vuelve nuestro contemporáneo''. La luz (el Met ha reproducido incluso el sistema pionero de ventanas que permitían a la luz indirecta inundar lentamente la parte superior de la habitación) “es la correcta, el piso es el correcto, y el techo polícromo es el correcto. La inscripción en latín está exactamente correcta, también, y la nueva puerta de entrada con el emblema arriba es una réplica de la que era usada en Gubbio”. El Palacio en Gubbio, un edificio del siglo XIV, se convirtió en la nueva residencia del Duque gracias a la remodelación de Francesco di Giorgio. La necesidad de preservar el ancho de la calle que subía hasta la catedral forzó al arquitecto a darle al Studiolo su forma trapezoidal. El recodo tortuoso del castillo, no obstante lo irregular de su planta, logra trocarse en un ambiente fuertemente arquitectónico. Reensamblado contemporáneamente, el efecto será el mismo. Los curadores han debido tener la misma vivencia di Giorgiana de insertar tan ideal espacio en la realidad caótica de una planta, esta vez la del Met… con la única pena de que pusieron una única ventana a abrir, en vez de sobre Central Park, hacia una pared ciega. Craso error.
Finalmente, para tentar a aquellos que estén considerando si vale la pena o no llegar a tiempo antes de la clausura de “Soane, Conocedor y Coleccionista”, habría que recordar la representación que a diario, allá en Londres, dramatiza el guía del museo. Enano, calvo, feo e inmóvil entre las sombras, todos lo toman por un busto de mármol o por una gárgola más. Nadie advierte su presencia hasta que el susurro creciente de su voz áspera, fantasmagórica e indescifrable, sobrecoge en la penumbra de la cripta:
- “And now, this is the Picture Room...”
Bajo la luz mortecina del tragaluz, sus pequeñas manos se alzan para destapar lentamente las gigantescas paredes tapizadas de Piranesis, tras las cuales van apareciendo una acuarela de Cristopher Wren, un grabado de Nicholas Hawskmoor, un estudio de Grinbling Gibbons, un detalle de William Kent, una perspectiva de Robert Adam, un capricho de William Chambers, una plumilla de John Nash... el abreboca pivotante que John Soane ideó para dejarnos para siempre con las ganas de ver más.
NOTAS:
1. John Russell. "Un refugio secreto para el Hombre del Renacimiento", Art, The New York Times, 1996.
2. Soane: Sueños de la Era Grandiosa de la Gran Bretaña.
Tanto el Studiolo como el museo son dos privados receptáculos urdidos para la salvaguarda de la gloria, construidos rigurosamente según la personalidad de un príncipe renacentista y de un arquitecto del imperio. El Studiolo fue contratado en Florencia al taller de Giuliano da Maiano en 1478 como una habitación exquisita y apartada para el retiro y el disfrute de sólo una persona; el museo era la residencia londinense del propio Soane, quien la diseñó en 1730 como un alucinante sarcófago, como un artefacto expositivo para su colección particular de dibujos y objetos.
Cajas para turistas iniciados. El Studiolo, de apenas escasos tres metros y medio por cinco, ha sido reinstalado para que un reducido grupo de visitantes por vez “puedan compartir su privilegiada privacidad”. Ellos contemplarán la maravilla del arte de la marquetería y de la ilusión pictórica del Renacimiento en los paneles de madera. La vida del condottiero está en cada detalle según las leyes de la recién descubierta perspectiva lineal: allí el Príncipe, luego de haberse quitado la coraza y haber dejado sus armas aquí y allá, luego de haber abierto los estantes y haber extraído sus libros preferidos, luego de haber aprontado los instrumentos musicales y abierto las partituras de los himnos marciales, se sienta de un golpe, “asertando su presencia en medio del desorden por él mismo creado”.
El revestimiento de madera deja lugar a dos puertas aparentes, una hacia la sala de audiencias y otra hacia el guardarropa, disimulando una tercera hacia la loggia, y una ventana; por estar entre el interior del palacio y el panorama, es un ambiente cerrado contrapuesto al ambiente abierto del valle, dominado por la ilusión prospectiva creada en los paneles de Sandro Botticelli o de Francesco di Giorgio. Las sutilezas abundan: finas juntas de las puertas de madera y delicadas simbologías recordando los valores ideales al conductor de una ciudad-estado: la pureza, la resistencia a la adversidad, la vigilancia constante. Dice Russell: “estas referencias no han perdido su magia silenciosa”. En el “intervento federiciano”, la exhuberancia y la exactitud de las imágenes en los paneles no tenían límite, porque un maestro artesano, con su sutileza y precisión podía engañar hasta a “los pájaros que estaban en sus árboles”.
En este pequeño espacio, “el Renacimiento italiano”, dice Russell, “se vuelve nuestro contemporáneo''. La luz (el Met ha reproducido incluso el sistema pionero de ventanas que permitían a la luz indirecta inundar lentamente la parte superior de la habitación) “es la correcta, el piso es el correcto, y el techo polícromo es el correcto. La inscripción en latín está exactamente correcta, también, y la nueva puerta de entrada con el emblema arriba es una réplica de la que era usada en Gubbio”. El Palacio en Gubbio, un edificio del siglo XIV, se convirtió en la nueva residencia del Duque gracias a la remodelación de Francesco di Giorgio. La necesidad de preservar el ancho de la calle que subía hasta la catedral forzó al arquitecto a darle al Studiolo su forma trapezoidal. El recodo tortuoso del castillo, no obstante lo irregular de su planta, logra trocarse en un ambiente fuertemente arquitectónico. Reensamblado contemporáneamente, el efecto será el mismo. Los curadores han debido tener la misma vivencia di Giorgiana de insertar tan ideal espacio en la realidad caótica de una planta, esta vez la del Met… con la única pena de que pusieron una única ventana a abrir, en vez de sobre Central Park, hacia una pared ciega. Craso error.
Finalmente, para tentar a aquellos que estén considerando si vale la pena o no llegar a tiempo antes de la clausura de “Soane, Conocedor y Coleccionista”, habría que recordar la representación que a diario, allá en Londres, dramatiza el guía del museo. Enano, calvo, feo e inmóvil entre las sombras, todos lo toman por un busto de mármol o por una gárgola más. Nadie advierte su presencia hasta que el susurro creciente de su voz áspera, fantasmagórica e indescifrable, sobrecoge en la penumbra de la cripta:
- “And now, this is the Picture Room...”
Bajo la luz mortecina del tragaluz, sus pequeñas manos se alzan para destapar lentamente las gigantescas paredes tapizadas de Piranesis, tras las cuales van apareciendo una acuarela de Cristopher Wren, un grabado de Nicholas Hawskmoor, un estudio de Grinbling Gibbons, un detalle de William Kent, una perspectiva de Robert Adam, un capricho de William Chambers, una plumilla de John Nash... el abreboca pivotante que John Soane ideó para dejarnos para siempre con las ganas de ver más.
NOTAS:
1. John Russell. "Un refugio secreto para el Hombre del Renacimiento", Art, The New York Times, 1996.
2. Soane: Sueños de la Era Grandiosa de la Gran Bretaña.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, 1996.
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