Jorge Luis Borges. Fervor de Buenos Aires, poemas, 1923.
Más contundentes que las verdades grandes como casas son las verdades grandes como continentes. En el foro sobre “Ordenanzas de Población y la Ciudad Latinoamericana del Futuro” del pasado jueves 11 (abril, 1996) en el Centro Cultural Consolidado, un auditorio repleto presenció emotivamente la recapitulación de orgullo y el reclamo urgente realizado esa tarde sobre el Patrimonio Urbano de América Latina.
No hay nada como recibir de golpe una buena nueva; más aún si conlleva la promesa de un futuro mejor. La buena nueva es una antigua verdad: tenemos la misma ciudad en toda América Latina, con más de mil doscientas fundaciones desde California hasta Patagonia... Esa tarde se les devolvió a los presentes, y se nos devolvió a todos, el derecho cultural olvidado sobre, simplemente, la gesta urbana más grandiosa de la historia del urbanismo.
Esa ciudad tan nuestra que sobrevive al menos en el corazón de nuestros centros urbanos, lo mejor que tiene, curiosamente, es su cualidad de compartida; la compartimos entre nosotros, los venezolanos, la compartimos con todos los latinoamericanos. Nuestra ciudad entrañable es también la ciudad íntima de los bogotanos, de los mexicanos, de los limeños, de los bonaerenses. Y sus realidades, así como sus irrealidades, y sus fantasías, así como sus certezas, nos habitan por igual. Cuando el arquitecto Jorge Castillo hizo al final la oportuna pregunta sobre donde está la promesa de futuro de esa antigua ciudad común, todos empezamos a arañar la realidad fantástica de lo que será imaginar un moderno modelo urbano del cual la única profeta, el único arquitecto, hasta ahora, ha sido la literatura latinomericana.
Veamos sólo por encima el caso de Jorge Luis Borges escribiendo a la ciudad latinoamericana. Hacia 1920, Borges criticaba a sus colegas escritores el que no habían logrado todavía poetizar a su ciudad... ("la ciudad está en mí como un poema que aún no he logrado detener en palabras").1 Con el Fervor de Buenos Aires (su primer libro de poemas) y la Fundación Mitológica de Buenos Aires, decide adelantárseles en esta tarea.2 Su largo poemario bonaerense es a la vez que estrictamente local, fantásticamente universal. Algo nada extraño en él; más aquí su poesía se catapulta mucho más lejos de lo que podía haber previsto. Al fundar de nuevo a Buenos Aires en una manzana del barrio de Palermo, la mitología que elabora para narrar, describir y cantarle a su ciudad también resulta entrañable para el resto de las ciudades latinoamericanas ( “si yo pienso en Buenos Aires, pienso en el Buenos Aires que antes era todo Buenos Aires: de casas bajas, de patios de zaguanes, de aljibes con una tortuga, de ventanas de reja...”). Leerlo es el más hermoso método que existe para entender el significado real del inmenso bien cultural que nos legaron las Ordenanzas de Población.
El damero, desparramado por todo el territorio ("...hacia los cuatro puntos cardinales se van desplegando como banderas las calles"), lo marca indeleblemente con su doble cualidad: lo que es típico de un lugar es a la vez arquetípico en toda América. Nos podemos orientar, de esquina a esquina, por el continente entero; nos es dado reconocernos en parajes y arquitecturas que nunca habíamos visitado antes; vivimos la fuerte confirmación de estar siempre como en casa, aún en nuestras mismísimas antípodas, en un perenne déjà vû. Con ello, no nos debe tomar por sorpresa que sintamos que lo que Borges dice para Buenos Aires también sirva para explicar a nuestra propia ciudad. Ella está en él como está en nosotros, es nuestra común suerte, nuestra casa primordial. La poética urbana de América Latina es una sola, y tan infinita como el damero.
¿Habrá otro fervor más urbano que el de Borges? Decía Cristina Grau, en Borges y la Arquitectura, que cuando vamos leyendo cómo es su Buenos Aires, "...ciudad de patios ahondados como cántaros/y de calles que surcan las leguas como un vuelo", lo conocido viene a suplir y a complementar el conocimiento de lo nuevo.3 Los patios y las calles, consiguiendo ser ellos mismos, a la vez también son nuestros otros patios y calles, esquinas, casas, plazas y manzanas. Los tipos y arquetipos borgianos reflejan la cualidad única de intemporalidad, de ubicuidad y de eternidad de nuestras ciudades que les confiere la repetición, la homogeneidad y la reproducción del modelo urbano de las Ordenanzas de Población, igual a sí mismo por toda América. La ciudad que viene poetizada es, realmente, la de Indias.
Borges escogió una vez como su patria, entre todas las Buenos Aires posibles, a la Buenos Aires del arrabal, que es la del damero. Haciéndolo, también escogió a todas las ciudades de Hispanomérica, "...diferentes e iguales/como si fueran todas ellas/recuerdos superpuestos, barajados/de una sola”. Su himno urbano es la prueba más ferviente de que nuestras mil doscientas ciudades también se llaman Buenos Aires.
NOTAS:
1. Jorge Luis Borges. Fervor de Buenos Aires, 1923.
2. J.L.Borges. Fundación Mitológica.
3. Grau, Cristina. Borges y la Arquitectura.
No hay nada como recibir de golpe una buena nueva; más aún si conlleva la promesa de un futuro mejor. La buena nueva es una antigua verdad: tenemos la misma ciudad en toda América Latina, con más de mil doscientas fundaciones desde California hasta Patagonia... Esa tarde se les devolvió a los presentes, y se nos devolvió a todos, el derecho cultural olvidado sobre, simplemente, la gesta urbana más grandiosa de la historia del urbanismo.
Esa ciudad tan nuestra que sobrevive al menos en el corazón de nuestros centros urbanos, lo mejor que tiene, curiosamente, es su cualidad de compartida; la compartimos entre nosotros, los venezolanos, la compartimos con todos los latinoamericanos. Nuestra ciudad entrañable es también la ciudad íntima de los bogotanos, de los mexicanos, de los limeños, de los bonaerenses. Y sus realidades, así como sus irrealidades, y sus fantasías, así como sus certezas, nos habitan por igual. Cuando el arquitecto Jorge Castillo hizo al final la oportuna pregunta sobre donde está la promesa de futuro de esa antigua ciudad común, todos empezamos a arañar la realidad fantástica de lo que será imaginar un moderno modelo urbano del cual la única profeta, el único arquitecto, hasta ahora, ha sido la literatura latinomericana.
Veamos sólo por encima el caso de Jorge Luis Borges escribiendo a la ciudad latinoamericana. Hacia 1920, Borges criticaba a sus colegas escritores el que no habían logrado todavía poetizar a su ciudad... ("la ciudad está en mí como un poema que aún no he logrado detener en palabras").1 Con el Fervor de Buenos Aires (su primer libro de poemas) y la Fundación Mitológica de Buenos Aires, decide adelantárseles en esta tarea.2 Su largo poemario bonaerense es a la vez que estrictamente local, fantásticamente universal. Algo nada extraño en él; más aquí su poesía se catapulta mucho más lejos de lo que podía haber previsto. Al fundar de nuevo a Buenos Aires en una manzana del barrio de Palermo, la mitología que elabora para narrar, describir y cantarle a su ciudad también resulta entrañable para el resto de las ciudades latinoamericanas ( “si yo pienso en Buenos Aires, pienso en el Buenos Aires que antes era todo Buenos Aires: de casas bajas, de patios de zaguanes, de aljibes con una tortuga, de ventanas de reja...”). Leerlo es el más hermoso método que existe para entender el significado real del inmenso bien cultural que nos legaron las Ordenanzas de Población.
El damero, desparramado por todo el territorio ("...hacia los cuatro puntos cardinales se van desplegando como banderas las calles"), lo marca indeleblemente con su doble cualidad: lo que es típico de un lugar es a la vez arquetípico en toda América. Nos podemos orientar, de esquina a esquina, por el continente entero; nos es dado reconocernos en parajes y arquitecturas que nunca habíamos visitado antes; vivimos la fuerte confirmación de estar siempre como en casa, aún en nuestras mismísimas antípodas, en un perenne déjà vû. Con ello, no nos debe tomar por sorpresa que sintamos que lo que Borges dice para Buenos Aires también sirva para explicar a nuestra propia ciudad. Ella está en él como está en nosotros, es nuestra común suerte, nuestra casa primordial. La poética urbana de América Latina es una sola, y tan infinita como el damero.
¿Habrá otro fervor más urbano que el de Borges? Decía Cristina Grau, en Borges y la Arquitectura, que cuando vamos leyendo cómo es su Buenos Aires, "...ciudad de patios ahondados como cántaros/y de calles que surcan las leguas como un vuelo", lo conocido viene a suplir y a complementar el conocimiento de lo nuevo.3 Los patios y las calles, consiguiendo ser ellos mismos, a la vez también son nuestros otros patios y calles, esquinas, casas, plazas y manzanas. Los tipos y arquetipos borgianos reflejan la cualidad única de intemporalidad, de ubicuidad y de eternidad de nuestras ciudades que les confiere la repetición, la homogeneidad y la reproducción del modelo urbano de las Ordenanzas de Población, igual a sí mismo por toda América. La ciudad que viene poetizada es, realmente, la de Indias.
Borges escogió una vez como su patria, entre todas las Buenos Aires posibles, a la Buenos Aires del arrabal, que es la del damero. Haciéndolo, también escogió a todas las ciudades de Hispanomérica, "...diferentes e iguales/como si fueran todas ellas/recuerdos superpuestos, barajados/de una sola”. Su himno urbano es la prueba más ferviente de que nuestras mil doscientas ciudades también se llaman Buenos Aires.
NOTAS:
1. Jorge Luis Borges. Fervor de Buenos Aires, 1923.
2. J.L.Borges. Fundación Mitológica.
3. Grau, Cristina. Borges y la Arquitectura.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 15 de abril de 1996.
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