martes, 4 de septiembre de 2007

Escorzo

Edificio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, Caracas. Carlos Raúl Villanueva, 1955.




En este año de 1997, en que tanto el edificio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo como yo llegamos a los cuarenta años, una bruma deliciosa de verdades a medias nos envuelve perennemente, circunstancia particular donde ya hace tiempo dejó de ser imprescindible la verdad histórica. Las cosas son hoy sólo las que nos hacen soñar, y, desgraciadamente, como no existe un solo texto que cuente todas las historias del querido edificio donde yo estudié arquitectura, el otro cuento que cuenta hoy para mí es el que de tanto en tanto se rumoraba en los pasillos de la escuela, manteniendo su hechizo desde que lo oí por primera vez.

En el libro Caracas a través de su arquitectura, se dice que el edificio de la Facultad es más bien del 55 (fecha de la proyectación).1 Hacia entonces me imagino a Carlos Raúl Villanueva (un Villanueva no tan exclusivamente corbusiano y más contaminado de influencias que el que estamos acostumbrados a recordar), aparte de estar “separando generosamente cada función en la volumetría”, además de estar “superponiendo y contrastando agresivamente temas formales” y fuera de estar “haciendo numerosas correspondencias locales entre forma y función”, me lo imagino, digo, muy mortificado luchando con la grave horizontalidad que fácilmente le salía en el primer anteproyecto (p. 428), al aplicarle al programa de la Escuela de Arquitectura el método racionalista usado en las otras facultades proyectadas para la universidad. No eran tiempos en que se hablara mucho de símbolos, pero aquel solemne bloque acostado bastante poco tenía del hito sentimental, del ícono amable y elegante que marcaría el campus para siempre... y en lo que él quería que el edificio se convirtiese.


Tengo en mi poder un libro publicado en Mayo de 1956, que Villanueva probablemente ha debido conocer. Se llama La historia de la torre, el árbol que se escapó de la poblada foresta.2 Su autor es Frank Lloyd Wright. Allí se refiere la historia, larga de treinta años, de otra torre, conocida desde su origen como el “diseño para St. Mark-on-the-Bouwerie” (un proyecto no realizado de 1929 para Nueva York, descendiente de los “árboles” planificados de Broadacre City) hasta que en 1955 se hiciese totalmente realidad como la Torre Price en Bartlesville, Oklahoma.


Hay en este libro una maravillosa confrontación a la misma escala de la primera perspectiva del 29 (ya con casi tres décadas en circulación), con una foto de la torre terminada, ambas hechas desde el mismo ángulo, escorzo predilecto de Wright porque en él, de todos los cuatro lóbulos de la planta cuadrada, era donde se apreciaban con mayor detalle los magníficos quiebrasoles verticales de cobre de treinta centímetros de profundidad que protegían las fachadas y cómo se trababan con las gruesas bandas horizontales de los antepechos de concreto... De las muchas veces que la Torre Price es presentada en el libro, dos terceras partes son desde este ángulo suroeste.


Horizon Press estaba en los años cincuenta radicada en Nueva York. Ella tiene el mérito de haber hecho la difusión instantánea de un proyecto casi a la par de su inauguración, algo realmente notorio para la época. La Torre Price fue el primer rascacielos de Wright, el único hasta que hiciera la torre de los Laboratorios Johnson, además del único edificio alto de Bartlesville.


La historia de la torre de la Facultad va a cambiar al ser ejecutada. Primero, por supuesto, también crece. De los cinco pisos del anteproyecto a los nueve que hoy conocemos. Luego, cambia en el único sitio que aún podía: en los escorzos. Dulces similaridades hicieron el cambio posible, la presencia de los quiebrasoles y de la profusa ventanería, la fuertemente expresada horizontalidad de la estructura de concreto... Pero, sobre todo, esa misma obsesión térmica que siempre tuvo Villanueva en la Universidad, y que aquí lleva a Wright hasta la locura. La Torre Price, como la de la FAU, es un edificio-quiebrasol por antonomasia: louvers verticales de cobre para las viviendas, louvers horizontales de cobre para las oficinas... la reducción de la carga térmica a toda costa.


Dos radiadores brillantes se levantan desde entonces “en las llanuras rodantes de Oklahoma” y en la planicie universitaria caraqueña. Dos torres de concreto, una forrada de un cobre oxidable que a la intemperie de la pradera se tornó de un intenso azul cielo, mientras la otra, tapizada del mosaico vitrificado en doble azul que dispuso Alejandro Otero, hace perdurar en el escorzo de la FAU la delicada operación monumental que un día realizó su arquitecto.


Torre Price, Bartlesville, Oklahoma. Frank Lloyd Wright, 1955.





NOTAS
1. Graziano Gasparini y Juan Pedro Posani. Caracas a través de su arquitectura, Caracas, 1969.
2. Frank Lloyd Wright. La historia de la torre, el árbol que se escapó de la poblada foresta, 1956. 

Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, 27 de Octubre de 1997.

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