Villa, corte y semblanza.
Ya es tiempo de que descubramos las ciudades invisibles de Caracas.
La Caracas vasca, la de la Barceloneta, la champselysseana, la del Trevisso, la madrileña. Desempolvemos, para empezar, esa tajada de tiempo que alguien plantó,
esperanzado, en el dorso oeste de la ahora marginal avenida Baralt.
La Caracas vasca, la de la Barceloneta, la champselysseana, la del Trevisso, la madrileña. Desempolvemos, para empezar, esa tajada de tiempo que alguien plantó,
esperanzado, en el dorso oeste de la ahora marginal avenida Baralt.
Mi cuadro favorito de Antonio López García, pintor español, es aquel que enseña una gloriosa vista de la Gran Vía de Madrid, desde su puerta este al Paseo de La Castellana. Reposando sobre un plano de asfalto, el óleo presenta sólo una imagen parcial de la avenida que se fuga a la vuelta de su curvatura ascendente.
Sin embargo, con ello logra contarnos casi todos los temas, caracteres y fisonomías de la arquitectura urbana. Relata cómo el protagonismo monumental de los edificios que están en primer plano escogen, para expresarse, la emblemática forma de la torre, la cual se apodera de toda la avenida, y va infiltrándose vía arriba hasta convertirla, justamente, en una gran vía de torres; luego ilustra cómo la piedra de sillería ha hecho entrar en cintura a todo lo allí erigido, y cómo de esa manera ha hecho de la avenida una larga y curveada cinta tallada, ahormada por la norma de la piedra; finalmente cuenta, mostrando sólo el escorzo de algunas de las fachadas que la forman, cómo éstas se hermanan en la línea horizontal rigurosa de sus bajos y en la línea horizontal accidentada de decoraciones de sus crestas, realzando el frente construido con un gran y organizado porte arquitectónico. Las tres pinceladas del maestro se detuvieron allí, donde están las claves urbanas de la belleza de la calle: torres, piedra y líneas contínuas.
Mas cuando, entrecerrando los ojos, admiramos de nuevo esta Gran Vía, ya no la vemos más al pie de la letra. Su mundo de formas se hace profundamente familiar. Y es que ver una ciudad es una de las cosas más subjetivas del mundo. Cada quien tiene sus visiones personales de la ciudad donde vive y de las demás ciudades, aún sin quererlo. Por ello, de las múltiples ciudades que conforman éso que se llama Madrid, de la ciudad carpetana a las orillas del Manzanares, de la Madrid heroica, de la romántica, de la burocrática, de la imperial, del asentamiento cortesano, del paraje famoso por la transparencia de su aire, de la Babilonia española, del arca del mundo, yo me he quedado desde hace tiempo con ésta de las torres pintadas en este cuadro. Y escribiendo este texto me he dado cuenta del porqué.
Desde hace casi medio siglo, resistiendo a los embates de la anarquía que ha ido arrasando con todo lo que hubiera de digno en los alrededores, se levanta un edificio en la Avenida Baralt de Caracas. Es lo que en argot urbano llamaríamos simplemente otro “edificio entre medianeras”. Mas en el erial inútil en el que se ha convertido esta avenida de la capital no hay medianeras más plenas de justezas que éstas.
Como los restos urbanos de una Caracas boulversé, las formas del edificio nos asaltan sin preámbulos: una nobleza de piedra entre los impúdicos galpones de una fritanga y una agencia de lotería. Estoicas, y resistiendo impecables quizás por la certeza de pertenecer a una ciudad que despertó –y desde hace tiempo- nuestros amores, las volutas de las verjas, las normas simuladas con habilidad de la sillería ficticia, los amantillados penachos del remate, la planta baja señorial, el espacio de la escalera. Como un intervalo finito en el largo desarrollo norte-sur del episodio urbano frustrado que es la avenida, el edificio es, sin embargo, su disculpa, su esperanza, su última o su primera piedra.
Sobre el magnífico portal de mármol negro, aparte del catastro, 15-05, se lee, en siglas de bronce, un nombre. No casualmente, es el nombre de ese otro lugar que traducía también nuestras preferencias pictóricas: Madrid.
Publicado en: Arquitectura, El Diario de Caracas, Caracas, 30 de Octubre de 1994.
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