domingo, 14 de mayo de 2023

Carlos Raúl Villanueva y la Escuela de Caracas

 

Planta baja del Museo de Ciencias Naturales. Carlos Raul Villanueva, 1936.

 

                Paulina Villanueva, Juan Pedro Posani, Oscar Tenreiro y Leopoldo Martinez Olavarría se reunieron para hablar de la arquitectura de Carlos Rauúl Villanueva.

 

HABLAR DE LA PRIMERA ARQUITECTURA MODERNA en Venezuela es indudablemente hablar de Carlos Raúl Villanueva. Sus trabajos se destacan sobre toda la arquitectura caraqueña de esos años. El Hotel Jardín de Maracay, la Plaza de Toros también en Maracay, el Museo de Bellas Artes y el Museo de Ciencias Naturales, el Pabellón de Venezuela en la Exposición del 37 junto con Luis Malaussena en París, la Escuela Gran Colombia de Caracas, la Reurbanización de El Silencio, son la manifestación constante de una búsqueda arquitectónica que se inicia en los años treinta.

Si intentáramos hablar de una Escuela de Caracas para denominar al fenómeno colectivo de la Primera Arquitectura Moderna en nuestra ciudad, tendríamos antes que nada que reconocer a Villanueva como la figura fuerte, segura, estelar de la misma. No cabe duda de su importancia, de su primacía, de su trascendencia ya en aquellos tiempos difíciles. Una trascendencia que solo aumentó y se ratificó con el paso de los años y con la coherencia y la calidad de toda su obra. Pero para hablar de Villanueva dentro de la Escuela de Caracas, o dentro de la Segunda Generación de ingenieros/arquitectos, quisiéramos considerar las razones de la formación de tal escuela, las personalidades de sus integrantes, la coherencia de sus prerrogativas.

En un país donde no existió la carrera de arquitectura por muchos años y era imposible estudiar otra cosa en este campo como no fuera Ingeniería Civil, las manifestaciones arquitectónicas, cuando aparecían, solo podían provenir de dos vertientes. O eran el fruto de la lucidez e algún ingeniero cercano empíricamente al diseño, o provenían de la practica de arquitectos venezolanos graduados en el extranjero.

La carrera de ingeniería, como es bien sabido, tiene sus inicios en Venezuela mucho antes que la de arquitectura en el propio siglo diecinueve, y las consecuencias de ello aun las venimos pagando los arquitectos. Solo con el título de Ingeniero Civil y Doctor en Ciencias Físicas y Matemáticas se permitía un ejercicio legal, y para realmente asumir un rango de arquitecto había que demostrarlo mediante la justificación de cinco años de trabajo en la producción de edificios de toda índole. Los arquitectos que habían ejercido su rol durante los años anteriores, como por ejemplo Alejandro Chataing, difícilmente podían librarse de su apariencia de “artistas” favoritos del régimen de la dictadura gomecista. La frase “Arquitecto del Regimen” se acuña en esa época y se le aplica a cuanto personaje aparece por allí a diseñar un edificio para el gobierno. La imagen del arquitecto como advenedizo, como usurpador, como dilettante, también proviene de esos primeros años de tácito enfrentamiento con el gremio ingenieril.

Afortunadamente, los primeros arquitectos que regresaron a practicar en Venezuela egresaron justamente de las mejores escuelas de arquitectura que existían en Europa, especialmente en Francia, la Escuela Superior de Bellas Artes de París, como es el caso de Villanueva; la Escuela Especial de Arquitectura, de Cipriano Domínguez y de Luis Malaussena; la Escuela Especial de Obras Publicas, por la que pasó Heriberto Gonzalez Mendez, también en París; el Colegio Superior de Arquitectura de Cataluña y Baleares, de donde salió Manuel Mujica Millán y la Escuela Técnica Superior de Munich de Carlos Guinand Sandoz, para solo nombrar algunos casos notables. Así, forman esta primera generación de profesionales un grupo de unos veinte jóvenes, aproximadamente, cuyo nivel de relación con la arquitectura posiblemente sobrepasaba el que muchos de nosotros podemos tener con este arte hoy en día.

Estos jóvenes arquitectos se encuentran en Caracas desde los principios de la década de los treinta. Villanueva llega en 1929, y regresa ya para enfrentarse con las primeras remodelaciones de edificios que le permiten subrayar la rigurosidad de su aprendizaje Beaux-Arts en términos del oficio. Sean las morerías de la Maestranza de Maracay o sean los ejercicios neoclásicos del hotel y de los museos, son todos llevados a cabo, dentro de las posibilidades locales, con un calibrado sentido del quehacer arquitectónico en términos académicos. No hay dudas en el desarrollo de estos trabajos. Se aplica directamente un método, se rinde un homenaje a la escuela, y aunque esta no es la ocasión de juzgar delicadamente ni las causas ni el desarrollo sintáctico de tales composiciones, estamos ante el surgimiento de una nueva etapa para la profesión en este país.

Aunque no ha evidencia testimonial de la formación de un grupo de arquitectos como lo ameritaría la formulación de una escuela de artistas, sí hay una evidencia construida. No se forman "peñas" arquitectónicas en Caracas, ni círculos de bellas artes, ni una revista, ni otra cosa, pero se vivía una pequeña revolución arquitectónica que trajo como consecuencia la fundación de la Sociedad Venezolana de Arquitectos, ya mas tarde, y de la Comisión Nacional de Urbanismo. Encontramos que siempre eran las mismas personas. Las mismas que mas tarde, en el 44, fundan la primera Escuela de Arquitectura de Venezuela. Se participaba de las nuevas perspectivas culturales que ofrecía el mejoramiento de las condiciones económicas y la pacificación de la Republica. Había una afinidad de circunstancias, una coincidencia de situaciones, un azaroso crear en medio de la nube de polvo que quedó de la arquitectura del pasado, de esa arquitectura colonial derruida y poderosamente poética y de esa arquitectura de cuando Guzmán, arquitectura por mandato, ecléctica y apurada.

La reunión en una escuela, quizás, solo la hacemos nosotros cuando nos volvemos hoy (1985) frente a la obra poco estudiada, dispersa y muy hermosa de las primeras cuatro decadas del siglo veinte en Caracas. Una obra controvertida y aun no totalmente "convertida" a los credos del Estilo Internacional; recordemos que en Venezuela no había la excusa de un continente que reconstruir despues de la guerra y abrazar la fe moderna tenía que ser un acto de convicción y un autentico cambio de actitud y de vocabulario. Y eso iba a costarle unos cuantos años aun a Carlos Raul Villanueva.

Los arquitectos de la Escuela de Caracas compartían y sufrían de una francofilia generalizada, rasgo tradicional en nuestra historia de la arquitectura, que fue desde el consenso de traer un maestro del urbanismo francés. Maurice E.H. Rotival, para ayudar en el trazado del primer plan de urbanismo para Caracas, hasta la costumbre de discurrir alguna temporada del año en París, costumbre que religiosamente todavía observan algunos de ellos. La capacidad aglutinadora de energias que aportó Rotival, por otra parte, aseguró que se formase también entre todos una conciencia urbanística muy importante. Concebir a la ciudad en su totalidad, planear para las escalas y densidades del futuro y sobre todo comprender la dimensión grandiosa y unica de los asentamientos humanos. En palabras de uno de estos arquitectos, no es sino hasta la llegada de Rotival y con sus enseñanzas que muchos de ellos comprendieron su verdadero rol para con la ciudad y el territorio venezolanos. En esto, nuestro país tiene una deuda a su memoria.

Es así como, tanto del punto de vista de su formación, como desde el punto de vista de la practica, los arquitectos de la Escuela de Caracas van a enfrentarse individualmente a la tarea de construir y diseñar para el paiís, como bien se ha señalado muchas veces, atrasado y provinciano, sumamente conservador. El gusto de la gente de aquí hace cuarenta años (1985), tardó un bien tiempo en permitir y aceptar el paso de la arquitectura que conocian a la arquitectura moderna, pero creemos que esa transición iba de la mano, hasta casi de una manera natural, con la maduración personal de las busquedas esteticas y conceptuales de uno de estos arquitectos.

Ninguno de ellos desconocía el cambio de las tendencias en diseño que se estaba viviendo en Europa. Villanueva, por ejejmplo, admiraba la obra y la postura de Le Corbusier aun antes de venirse a Caracas. Domínguez llegó incluso a hacer una pasantía en su taller y Malaussena casi fue condiscípulo de Robert Mallet-Stevens, la segunda figura de la arquitectura moderna en Francia. El arte y la arquitectura que se produjeron entre las dos guerras no habían sido ni obviadas ni pasadas por alto por los integrantes de la Escuela de Caracas. Pero también compartían la tradicion, por ejemplo, de que un arquitecto participara en las demas artes y de que lo habitual era también que todas las demas artes participaran en la arquitectura. Corrían, como hemops mencionado, los años veinte, los treinta: "architecture-peinture-sculpture-musique-poesie-danse-cinegraphie", se entrelazaban en una sola realidad estetica. Pronto la revolución funcionalista terminaría de vencer estas facetas del pasado y la arquitectura, como Venezuela tras el velo de las dictaduras, se definiría radicalmente hacia el progreso y la modernidad. El interes que Villanueva conserva en todo el esfuerzo de integración de las artes que realiza en la Universidad Central solo nos demuestra su filiación a esas otras raices.

Revisando un libro sobre Robert Mallet-Stevens nos hemos encontrado con la caratula de una publicación editada por el llamado Club de Amigos del Séptimo Arte en los años veinte. Se llamaba la Gazette des Sept Arts. Desde alli se bautizó al cine como "Séptimo Arte" y se intentó empezarlo a integrar dentro de un sistema de las artes. Fernand Léger, Maurice Ravel, Blaise Cendrars, Jean Cocteau y el propio Mallet-Stevens, entre otros, regían a través de su revista las verdaderas lineas del gusto en torno al arte de la filmografía y producían pensamientos para todas las artes. Para la arquitectura, por ejemplo, se le encontraba un lugar muy especial, dirigiendo uno de los dos grupos principales, al frente de la pintura y de la escultura, con la musica a la cabeza del otro grupo. Era, sin embargo, el séptimo arte el que realmente las conciliaba a todas y conseguia la perseguida síntesis de las artes, ambición de toda una época. La Gazette es como un testimonio de la ultima arquitectura antigua o mejor de la primera arquitectura moderna. Una arquitectura ambigua, atractiva, contradictoria, que participa de la tradición y se deleita con las veleidades tecnológicas de la modernidad. Indudablemente, una arquitectura oscura y una situación oscura.

Pero sin embargo, no un oscurantismo. Aunque lo que concluyamos sea lo contrario, a juzgar por el poco interés que ha despertado este período de la arquitectura en Venezuela (1985). Cabe, por lo tanto, volver sobre esta arquitectura. No tiene, en ningun caso, la recta e imperturbable línea de estilo y la coherencia de la de Mallet-Stevens, quien hasta le ha dado su nombre a una calle de París, o la fuerza progresista de la de Le Corbusier, pero nos sorprende y es parte irreprochable de la historia de la arquitectura venezolana.

Despues de cuarenta años (1985), la obra de esta primera escuela de maestros, aunque un poco menos en el caso de Villanueva, ha permanecido desatendida y no ha logrado ser motivo de ningún estudio serio ni de ninguna publicación importante que la ilustre. Para empezar a salvar un poco esta falta y como homenaje a nuestros primeros arquitectos modernos, el 24 de octubre de 1985 los arquitectos Paulina Villanueva, Juan Pedro Posani, Oscar Tenreiro y Leopoldo Martínez Olavarría se reunieron en el Museo de Ciencias Naturales de Los Caobos, en Caracas. 

La circunstancia de Carlos Raúl Villanueva y de toda la Escuela de Caracas frente a la necesidad de construir y de traspasar la frontera del ser moderno, continuó asi como cuarto tema del ciclo que organizamos en el Instituto de Arquitectura Urbana sobre nuestra primera arquitectura moderna.

 

La Gazette des Sept Arts.




Publicado en: Culturales, El Universal, Caracas, 24 de Octubre de 1985.


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