domingo, 4 de marzo de 2007

Vallasaje

Caracas avasallada por la publicidad. Autopista del Este (f. Ramón Paolini).


Al querer consultar lo que parecía una valla de uso público, el peatón encontró que en lugar del usual plano de la zona y del “Usted esta aquí”, había un anuncio de cigarrillos. Al pie del anuncio, rezaba surrealista la frase “Para pedidos, llamar a Guía Plano”. Esto no es sino un caso más de lo que está ocurriendo (1993) sin que nos demos cuenta. El fructífero negocio de anuncios que ha ido tomando todo lo urbano, ahora está tomando todo lo peatonal, llenándolo de obstáculos, contaminando de basura visual ese último rescoldo de paz inabordado por la publicidad que eran las aceras. Protegiéndose en el inofensivo gesto de regalarle a la ciudad los rótulos para calles, plazas y avenidas, clavan encima brutales avisos de la manera más irreverente:

                                                    “Plaza Bolívar / Venga a Pepeganganga”.

No hay tanquilla eléctrica de nuestra ciudad, no hay acometida cableada que no haya sido asaltada. Es como una nueva raza de piratería urbana. Hay un cajetín y un poste listos para todo el que lo quiera comprar, y poner allí su anuncio. Impunemente (quizás legalmente), nos han ido robando las aceras. Nos han ido robando el derecho visual sobre la ciudad.

Este fenómeno de saturación publicitaria es producto de los tiempos en que vivimos. De alguna parte tienen que venir los dineros para redondear el presupuesto tanto en alcaldías otorgantes de permisos como en alcanzadas juntas de condominios. Todo el mundo se queja de que no le alcanza el presupuesto, y echan mano de aquéllo que aún nadie había vendido todavía, es decir, de sus Areas Públicas Visibles: aceras, fachadas y topes de edificios. Las amenazantes frases “Anuncie Usted aquí”, “Su negocio en este punto”, y “Disponible” aparecen cada día en mayor número en virginales caras de dignos edificios, o clavados en trasnochados anclajes a fluidas aceras. Como hongos, nacen las vallas en todas partes. Anárquicamente, irrumpen en el ambiente urbano... La ciudad es avallasada por la publicidad.

Cada vez más se demuestra cuán equivocada puede estar Main Street cuando se abusa de sus complejidades y de sus contradicciones. Nuestras ciudades, fundamentalmente modernas, sufren todos los males de la modernidad, especialmente de la fiebre del collage.1 Sin una estructura urbana clara, cualquier lugar da lo mismo, sin monumentos que lo sean realmente, todo puede irrespetarse, sin calles y avenidas con carácter, nada vale el desfigurar sus edificios, sin aceras como Dios manda, viene quien sea y se las apropia. Son presa fácil de la publicidad.

Caracas es la ciudad de las testas coronadas. No hay arquitectura que sea suficiente para satisfacer la sed y el hambre de los anunciantes. Todo edificio hay que rotularlo, toda torre tiene que tener su remate publicitario. Habrá que educar a nuestros arquitectos en publicidad y hacerles aprender de Las Vegas, pero no como quería Robert Venturi, sino en el sentido más vulgar de la idea.2 Y cuando ni la arquitectura, ni la calle, ni los espacios públicos, ni las aceras, ni la misma ciudad existen, sino lo que hay es un infinito espacio rentable, y cuando sus significados urbanos ya no nos son suficientes, y debemos completarlos con estridentes vallas, y cuando la cultura publicitaria urbana no satisface por discreta a nuestra abigarrada condición tropical, lo único que nos queda es salirnos por la tangente artística.

Tom Wolfe, el famoso crítico social norteamericano, revolucionó hace años la escena artística neoyorkina con su libro La Palabra Pintada (The Painted Word, 1975).3  Allí reveló ciertas maniobras del arte moderno para hacer que una obra de arte pudiera llegar a ser buena sin demasiado esfuerzo. Bastaba que el artista lograse inventarse un cuento, una historia o una teoría que la justificara. Es decir, que lograra hacerla conceptual. Las palabras que acompañaban la obra de arte se convertían así en lo más importante de ella, en la verdadera obra de arte.

Para la ciudad, que no es otra cosa que es la mayor y más importante obra de arte que puede crear el ser humano, una revelación como ésta podría significar un recurso magnífico. Si le tomásemos la palabra a Wolf, la gran obra de Arte Pop que es nuestra ciudad moderna, con su avalancha de avisos, vallas, neones y pancartas llenos de mensajes, podría hacerse gradualmente conceptual. ¡Ir de la Caracas Pop a la Caracas Conceptual! ¡Ir del caos ambiental acarreado por la publicidad urbana a la arcadia vanguardista! El tránsito de una ciudad oculta y vejada por sus vallas a una ciudad cultivada y potenciada por el vigor de La Palabra Anunciada... no está mal.

No puede haber exorcismo más sencillo para la publicidad vulgar e invasora. Las vallas conceptuales se colocarían estratégicamente, usando la infraestructura existente. Cada monte lleno de basura, prometería un “Sombreado Parque Bucólico”, cada corralón polvoriento, ofrecería una “Ordenada Plaza Cívica”, cada torpedeada calzada, un “Bulevar Peatonal”, anuncios luminosos a escala peatonal anunciarían “Amplias y Pavimentadas Aceras”, o conminarían “Camine Aquí”, sobre cada mediocre edificio, diría “Exquisito Diseño Arquitectónico”, y finalmente, en El Avila, una larga y hollywoodense valla intermitente invitaría: “Venga al Más Sublime y Armonioso Ambiente Urbano del Mundo”.



NOTAS
1. Colin Rowe. Collage City.
2. Robert Venturi. Learning from Las Vegas.
3. Tom Wolfe. The Painted Word, 1975.

 

Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, 1 de Noviembre de 1993.



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