miércoles, 25 de junio de 2008

Jardín litoral (II): La Bluette de Macuto

La Azuleja. Paseo marítimo, Macuto. Litoral central 
(f. Hannia Gomez, 2000. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).





El botánico preparó su primera expedición. Calibrando sus instrumentos, cargó su cesta con las vituallas de su oficio: lápices, redes, lupas, pinzas. No quería esperar a que las vicisitudes del tiempo o de las circunstancias empeorasen, poniendo en peligro los frágiles y exquisitos especímenes. Planeaba partir de inmediato para tratar de reconstruir, con lo que quedaba, el jardín litoral... al menos en su cuaderno de apuntes. Sería un viaje largo, de muchas jornadas.

Ya iba caminando por la costa. Aguzó la vista. Aquí y allá
brotaban entre el barro las especies sobrevivientes al desastre natural de 1999, aflorando entre roca y roca, ilesas, como flores desvalidas. Nada más el viento podía llevárselas. El viento, el desprecio, la ignorancia, la mediocridad o el simple azar. Había que darse prisa.

Un prisma blanco cercano al playón le indicó que estaba frente al primer hallazgo valioso del viaje, y allí mismo acampó. Sobre sus rodillas abrió un cuaderno en blanco. Sacó también un libro, la novela Ifigenia de Teresa de la Parra. Y se dijo: “si mal no recuerdo, por la página 43 de esta edición habla que Macuto era... aquí está: "nuestra playa elegante, nuestro balneario de moda, el Deauville de Venezuela´.1 Y repitió "…el Deauville d
e Venezuela". Mientras tanto, una elegante villa se alzaba frente a él, sola y erguida como un signo de interrogación en un barrial sobre lo que antes era un paseo frente al mar.

Deauville y Macuto. Efectivamente, a dos horas de París y de Caracas, estas dos ciudades del agua compartían, a la vuelta del siglo, el privilegio de ser la playa de la capital. A lo largo del siglo diecinueve, con la reactivación de las virtudes del termalismo y sus cualidades terapéuticas, las élites y el cuerpo médico europeo -y local- quisieron racionalizar la moda del baño de mar y hacerla evolucionar como una práctica mundana. El equipamiento balneario litoral se fue disponiendo poco a poco en los sitios adecuados, naciendo así las llamadas “villas de baños de mar”, o también “villas de curas y placeres”. Arquitecturas todas al borde del mar.

El botánico continúaba hablando para sí: “más adelante
en Ifigenia aparece que '...en Macuto muchas casas las construyeron según planos originales de las viviendas de verano de la Costa Azul'". Con esto, empezaron a desfilar en su memoria las villes d’eau que hacia 1875 florearon nuevas sobre la Mancha: Saint-Malo, Granville, Luc-sur-Mer. Cabourg, Trouville, Honfleur, le Havre, Boulogne, Calais, Malo-les-Bains... Entretanto, la blanca floración real que es La Azuleja reverberaba inquietante bajo el fiero sol, como un acertijo radiante. Y apuntó: "Nombre: La Azuleja; Reino: vegetal-litoral; Familia: de las Balnearias caribenses; Especie: villa; Subespecie: Art Nouveau; Género: ...Género: un objeto 1900. Lista esta clasificación, se dispuso a dibujar la planta.

En La Azuleja las paredes blancas se acentúan, justamente, con azulejos; una operación ornamental típica del momento floral por el que transitaban t
odas las artes. Es, por otra parte, alta, fina y profunda. La entrada central por un porche está oculta, mientras que la fachada, marcadamente anclada al este en la torre-escalera, no acusa esta simetría interna. El botánico dio fe de esta curiosidad en el cuaderno: “una falsa asimetría... ¿Será un duelo entre distintas aspiraciones formales? ¿Una inspiración versus una tradición, una influencia versus un ascendente?”. La planta iba naciendo en el papel: la sala frente al mar, la ubicación directa sobre la franja de mar, el revestimiento quebradizo de los muros, el azul en los detalles, el sutil juego de planos, el gracioso balcón frontal, la entrada por un porche, el vidrio esmaltado, la avanzada circular de la torre... El botánico tuvo que detenerse para echar mano violentamente de su Manual de las Especies Art Nouveau de la Costa Normanda. Una urgente asociación iba creciendo en su mente...

Otra joven villa de fin del siglo diecinueve, pero de la Côt
e Fleurie, en la región de Calvados, languidecía nostálgica por los ecos marítimos de La Azuleja en el paseo, la estrella de la villeggiatura balnearia macuteña. Era La Bluette, un excéntrico chalet próximo a Deauville, la única obra de Hector Guimard en toda la costa normanda y su único monumento clasificado en la zona. Como su tocaya Art Nouveau del Caribe, también es azul, con una torre-ventana circular en el extremo derecho de su fachada al mar. Se levanta a la salida de la ciudad en el 272 de la rue du Pré-de-L'Isle, en Hermanville-sur-Mer, habiendo sido preservada prácticamente sin cambios hasta hoy (2000).

Guimard la diseñó en paralelo a sus dos otras excéntricas villas: el Castel Moderno, en Garches (hoy  transformado), y el Castel Henriette, en Sèvres (hoy destruido). “Esta casa” -reza el Manual-, “la más célebre de Hermanville-sur-Mer, fue construida en 1899 por Guimard para Prosper Grivellé, un abogado de París. Es una de las más bellas obras conservadas del gran arquitecto del Art Nouveau. Allí encontramos una sabia imbricación de los volúmenes y de las líneas, en particular un sorprendente plano falso de madera doblada. El uso de gallets y de conchas le confiere a la construcción su carácter marino. Sobre el portal, la placa en lava esmalatada que lleva el nombre de la villa proviene de la casa de Gillet en París, mientras la que llevaba la firma del arquitecto desapareció”.2

"La Bluette
traduce perfectamente como La Azuleja", se dijo el botánico. “Mas esto no basta como prueba de su parentela. Sin embargo, ¿quién se atrevería a cuestionar que esta obra del arquitecto de las entradas del Metro de París no gozaba de suficiente reputación internacional como para poder haber sido recordada, emulada o hasta parodiada transoceánicamente? ¿No existe en la naturaleza acaso la polinización intercontinental?”.


Y sacó una foto de La Bluette. El juego multiplicado de los quiebres y de las avanzadas circulares reforzaban la articulación continua de las fachadas, alejando al edificio de la concepción clásica en la que domina un prisma unitario. “En ésto puede que sí que se distancien”, gruñó molesto, para sí. La arquitectura guimardiana lucía más escultórica y conectada con el universo medieval, de cierta evocación japonesa tratada de un modo fantástico; entretanto, La Azuleja sometía sus formas a un universo lírico indudablemente mediterráneo... Aunque ambas arquitecturas elevaban por igual sus nervaduras arborescentes y puntualizan la fusión vegetal con elementos de vidrio esmaltado, como finas gemas iridiscentes sobre la fach
ada atlántica.

El botánico concluyó: “el litoral es una zona de contactos e intercambios entre las culturas, no importan cuán lejanas éstas estén entre sí. Quién sabe cuánto tiempo estuvieron mirándose en silencio estas dos villas a través del océano, hermanas gemelas de continentes errantes…”

Y, dándose cuenta de que atardecía, decidió levantarse. Mañana retomaría su trabajo.



La Bluette. Rue du Pre-de-L´isle, Hermanville-sur-Mer. Calvados (f. Villas de Lion-sur-Mer et de Hermanville-sur-Mer. Calvados).









NOTAS
1. Teresa de la Parra. Ifigenia.
2. Yannick Lecherbonnier y Hervé Pelvillain. Villas de Lion-sur-Mer et de Hermanville-sur-Mer. Calvados, 125 Itineraires du Patrimoine, Développement culturel en Basse-Normandie/Direction régional des Affaires culturelles de Basse-Normandie et des communes de Lion sur mer et Hermanville sur Mer.



Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 24 de Abril de 2000.

Centenario

Carlos Raúl Villanueva.




Mañana (30 de mayo de 2000) es el centenario de Carlos Raúl Villanueva, o, como preferimos llamarlo muchos, su cumpleaños. Es grato constatar el afecto que la comunidad arquitectónica venezolana mantiene vivo para con su mayor maestro y observar cómo no han faltado preparativos para la celebración a pesar de la adversidad. 

Durante todo este año se suceden los actos conmemorativos sobre la obra y la figura de Villanueva. Todos se suceden sin aspavientos, pero con sentimiento. El revuelo es discreto, pero generalizado, y el entusiasmo ha llegado a trascender hasta la colectividad... De todo, lo que más alegría da es ver cómo poco a poco se van llenando, ¡finalmente!, los vacíos en torno a su legado, esas lagunas tan viejas y vergonzosas que nos ostigaron por años, y que ahora parece que se van evaporando con el afianzamiento de la preocupación por la restauración física de su obra, el reconocimiento internacional de su status, la lucha por la conservación de su patrimonio. Muchos trabajan para llenar esos vacíos del semiolvido, y es gratificante sentir que el orgullo por Villanueva renace con nuevas formas, sin las fatigas del pasado.

Pero hay algo aún mejor. No obstante este ambiente de tan afanosa recuperación, flota en el aire una extraña atmósfera muy interesante de reseñar. Esta atmósfera cobija a todos por igual como una especie de embriagante niebla tenue y envolvente que se está convirtiendo quizás en la más importante consecuencia de los esfuerzos de este centenario... ronda por las aulas, invade los pasillos de la escuela y las salas de los museos, envuelve las páginas de los periódicos y de las revistas, y va de boca en boca, flotando como un murmullo inaudible: es la conciencia creciente de lo inconmesurablemente desconocido que aún resulta Villanueva.

Villanueva, el Gran Desconocido. Esto piensan los entendidos, quienes tras haberle dado la vuelta en sus manos a las recién hechas maquetas de éste o aquél edificio, encuentran sorprendidos insospechados efectos espaciales; esto es lo que anida en los ojos estupefactos de los operadores, cuando alimentan los ordenadores con datos de la arquitectura de Villanueva y su tarea les empieza a parecer compleja e inagotable; ello es lo que está en el ánimo de los investigadores, quienes siguen tropezándose a cada paso con nuevas obras del arquitecto y con floraciones inesperadas de la inconfundible rúbrica CRV entre los anales de los depósitos de planos y en los registros de obras de viejos ministerios y com
pañías de construcción del siglo pasado; es la conciencia que domina el Mouse de los arquitectos dibujantes de auto CAD que digitalizan las líneas de los proyectos y se abisman de unas composiciones que nunca habían conocido tan profundamente, com ahora; esta la conciencia que perturba la mirada inquisidora de los críticos que reencuentran sus viejos planos aquí o allá y se lamentan de no haber visto antes, de no haber dicho antes, de no haber descubierto antes...

De no haber vislumbrado antes Las Ciudades Invisibles de Villanueva: las de las intrigantes liasons de las arquitecturas con las artes; las de las tramas sembradas indeleblemente entre las líneas cruzadas de sus apuntes; las curatoriales pos
ibles; las que navegan geográficamente entre las ciudades de la realidad y las de la ficción. Las irreverentes, las mestizas, las bizarras, las oscuras, desterradas todas del discurso por los puristas; las de autor, que han sido construidas íntimamente en lo profundo del alma de sus allegados; las Benjamineanas, que se esbozan en los portales de cada pasaje de sus cuadernos; las fugitivas, que aún no han aparecido de tan perdidas que están entre los archivos. 

Las inéditas, que ningún editor acucioso se atreve todavía a explorar. Las no-fotogénicas; las intraducibles; las robadas, que permanecen ocultas y despedazadas en las arcas de cientos de ruines Fantomas; las biográficas, a la espera de quien quiera escribirlas; las borradas por el paso del tiempo, cuyas formas arquitectónicas y urbanas se encuentran viscosamente desdibujadas, ruinas fantasmagóricas sepultadas tras varios capas arqueológicas de hongos, arrumadas en la oscuridad de un archivador metálico; las francesas, las españolas y las italianas, todas esperando tras el paravent, el abanico y la máscara; las irresistibles, que son las que habitan en la tradición oral del pueblo; las dibujadas, las incomprensibles, las incomprendidas y, por supuesto, la Ciudad de las Torres: la no construida.

Una vez las tuvimos la suerte de tenerlas todas juntas concentradas en un mismo recinto de arte contemporáneo... pero de éso hace ya varios años, y la memoria es fugitiva. Por ello es que su niebla inquietante nos ronda... y aunque hoy sigamos adorando las magníficas fotos de Paolo Gasparini, Las Ciudades Invisibles Villanueva, de haber estado tánto tiempo atrapadas allí, quieren ya escaparse de su archiclásica mirada para caminar libre por los infinitos passages de sus imaginarios anunciados.





Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 29 de Mayo de 2000.


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