jueves, 5 de abril de 2007

Callegramas

Callegrama de la rue de Varenne (f. Hannia Gómez, 1994).



Cómo hacer un poemario urbano.
El espejo de la ciudad son sus calles y avenidas. 
Allí se contempla monumental o privada, elegante o popular, cosmopolita o provinciana. 
La Avenida Bolívar, la Urdaneta, la Avenida Victoria (en peligro de extinción), la Francisco de Miranda... ¿Qué mejor que pensar en ellas como algo que realmente se pudiera pulir, para que la imagen urbana que nos devuelvan sea la que deseamos, 
y no el reflejo turbio de la anarquía?

1. Back to the Future
Architectural Record, en el número de Noviembre de este año (1994), dió la noticia en Design News: finalmente habían concluido las obras en la Avenida de los Campos Elíseos.1 Al contemplar la foto que acompañaba la nota, me devolví al día en
que había ido a visitar la remodelación, semanas antes...

Me había paseado por la avenida distraídamente, sin que nada llamara mi atención. Apenas si me había detenido a observar con desprecio lo trillado del diseño del pavimento, de típicos adoquines de piedra gris colocados en tresbolillo. Era aquél el mismo viejo lugar por el que había caminado tántas veces... sólo que con un banal piso ¡de cuarenta y cinco millones de dólares! Escandalizada, proseguí.

Un poco más avenida abajo, sin embargo, empecé a sentir que algo me faltaba. Caminaba sin preocupación, sin ninguna preocupación, siguiendo la pendiente que fluía en su 2,5 por ciento tranquila hacia el rond point. Me detuve. ¿Y las calles de servicio, los puestos y todo su acostumbrado desbarajuste automotor? En su lugar, había
una nueva fila de árboles y otra de bancos, que (empezaba a percatarme), eran nuevos, como todo el resto de postes, luces y paradas de autobús. Eso sí, de un nuevo muy sutil, aerodinámicamente tradicional, porque parecían haber estado allí desde siempre, cuando en realidad eran el último grito del euroarredo urbano.

Los arquitectos Bernard Huet y sir Norman Foster, como subrayaba el Record, habían jugado la carta de la invisibilidad voluntaria, de la transparencia, de la no obstrucción intencional de la célebre perspectiva. Las autoridades de la ciudad jugaron la de su upgrading urbano, para poner la avenida “a la altura de las expectaciones de sus usuarios”. Los parisinos no estaban contentos con los Campos Elíseos que tenían; la avenida más bella  del mundo no les era suficiente; lo que nosotros encontrábamos paradigmático en el universo de los espacios urbanos, para ellos n'etais pas assez. Habían de perfeccionarla, necesitaban dignificar su presente atractivo, completar mejor sus intenciones, llevar sus aceras al ancho máximo, desmontarla de malezas utilitarias, hacer desaparecer los carros bajo tierra, podarla de obstáculos, ref
inar el diseño. El presupuesto millonario de esta manicure, como de costumbre, sería costeado por toda la república, porque el ornato de la ciudad de París es mantenido por Francia entera.

La obra, ni llamativa ni aparente (totalmente contraria a las que les gusta inaugurar a nuestros gobernantes), es la parte final de un operativo grandioso. No sale de la nada: es tan vieja como la colina de Chaillot. ¿Su objetivo? Terminar el sueño del eje monument
al que empezó a elaborarse en los tiempos en que el Louvre era sólo la Cour Carrée. La remodelación no aspira a la categoría de lo bello urbano, porque ya ésa es una etapa superada: los Campos Elíseos eran magníficos antes de emprenderla. Aspira más allá, a la de lo sublime urbano, que, aparte de ser casi intangible, sólo puede ser obra del tiempo, para que las generaciones actúen por relevo, esculpiendo la ciudad. En el ámbito de esta categoría máxima, para ir al futuro, necesariamente, primero debemos retornar al pasado.

2. Mardi, rue de Varenne 

Mucho más adelante, habiendo cruzado el río, y alzanzado los predios de la Explanada de los Inválidos, me interné por otra calle que igualmente me había propuesto ir a ver ese día. Retornaba al pasado, pero a un pasado aún más remoto que el del París de los bulevares: al París cortesano de Grymod de la Reynière. Había caminado una vez por allí en un día no laboral, y me la encontré cerrada: mas no con una talanquera que prohibiera la circulación. Eran las puertas de sus edificios las que estaban con llave.

Aquella primera jornada inútil la rue de Varenne era un cañón de piedra largo y árido, donde parejas de gendarmes montaban vigilancia apostados a las entradas de las embajadas y dependencias del gobierno que allí tienen su sede. A cada paso, estaba el frontón clausurado de algún portento espacial al que yo no podría asistir, de algún fabuloso evento arquitectónico del que no podría ser partícipe... Pero la visión fugaz del patio del Museo Rodin, en el número 77, el único hôtel particulier de la calle abierto los fines de semana, pactó la cita.

Los gendarmes seguían allí, igual que las banderas de Francia. Decidí arrancar esta vez desde el oeste, cruzando los dedos para que el sentido de los números, comenzando en la rue de La Chaise y terminando en el Boulevard des Invalides, garantizara también el sentido del crescendo arquitectónico. Los palacios urbanos, en esta ciudad donde la lógica funciona, tendrían que hacerse más importantes hacia los Inválidos... La calle pronto dejó de ser el terreno inculto del que habla su nomenclatura. Caminándola, pasé inmediatamente de ser su flâneur a ser su voyeur, asomándome a las puertas entre las miradas vigilantes de los embayonetados de azul, hurtando visiones, hasta adelantando a veces un paso á la Katz, sans passeporte, sans laisser-passer, en territorios prohibidos.

Aunque el símil de la ciudad como un texto del que también podemos hacer su lectura es algo que me archisabía, aquella calle se me hacía especialmente parecida a un poema. Un poema, por lo demás, mucho más finito y concluso que la avenida que venía de ver, y más susceptible de ser transcrito con todas sus formas. Un poema figurativo, como aquellos Caligramas de Apollinaire, pensados para hacer “detener un poco nuestra mirada sobre la página”.2 Un Callegrama. Michel Butor, en el prefacio del mismo poemario en 1925, había escrito: “sabemos bien que leer, es antes que nada mirar”. Como la poesía figurativa, también la e
scritura de la ciudad es una imagen que necesita de una actitud tanto pictórica como poética, donde tomemos posesión activa de todas las letras y de todas las palabras.

3. Moi aussi, Je suis un peintre
Empecé a recorrer los números, y a hacer la lectura de la calle. Los hôtels particuliers, en su mayoría entre los siglos diecisiete y dieciocho, se sucedían y me sucedían como si los estuviese recitando. Linealmente, siguiendo la calle; transversalmente cuando se alineaban frente a frente o cuando se duplicaban a sus dos lados, pero siempre invadiendo el espacio con las formas líricas de la arquitectura de los patios, jardines y volúmenes, a medida que las iba alcanzando.

La analogía poética se me hizo forzosa. En un Callegrama como son la rue de Varenne y los Campos Elíseos, tienen importancia casi tipográfica el margen de la calle para darle valores nuevos a las estrofas: alineamientos, décalages, puestas en perspectiva; importan la simetría y la no simetría de los versos a lo largo del eje central; cuentan las alturas (donde las palabras recedidas son más rápidas y están como entreparéntesis); importa el cambio de los estilos de las letras, yendo como del renacimiento al barroco, de las romanas a las itálicas... unos más móviles, otros más estables.

Hay pasajes escritos en mayúsculas, que están más escritos que los otros: son las fachadas más fuertes y los frontones más visibles, de presencias más durables...; otros están enmarcados dentro de un portal ornamental, convirtiéndose en su propia ilustración. Cuerpos arquitectónicos más grandes o más pequeños sirven para hacer variaciones dentro de la intensidad de la dicción, y, como en un Caligrama, los valores también cambian al variar la d
irección de las líneas: una disposición vertical permite la yuxtaposición de varias frases y hasta las anotaciones marginales. El lugar que ocupan las palabras/edificios cambia totalmente sus sentidos y el sentido de la calle. La fuerte figuración de la forma urbana obliga a que las consideremos simultáneamente.

Los jardines de muchos hôtels se comunicaban en el interior de la cuadra, ideales para los amantes. Habían palacios mellizos; otros tenían impresionantes escaleras arrancando de los patios, por sí solas clasificadas en los Monumentos de Francia. Encontré algunos solitarios en medio de su jardín o de su patio, y, también, curiosidades, como el que contiene parte de las boisseries del demolido Castillo de Bercy construido por Le Vau, el que en su comedor guarda columnas de mármol provenientes del palacio de Nerón en Roma, o aquél tras el cual está el parque privado más grande de París. Pero la idea central de
l poema terminado que es la rue de Varenne, desde los tiempos prerrevolucionarios en que su ideograma urbano/arquitectónico fue escrito, es la secuencia de los patios, abriéndose y cerrándose intermitentemente en la curva suave de la calle.

En la perspectiva, las puertas de los hôtels, aunque abiertas, parecían parte de los muros. Caminé un rato entre viejas casas con balcones, herrerías y mansardas, hasta el Nº 45, cuando se desplegó a mi derecha el espacio del patio con columnas jónicas de dos pisos de altura del Hôtel de Narbonne... Era como si el patio me succionara, casi reteniéndome.

Por suerte, más adelante, en la misma acera, inundaba la calle el orden simétrico en tres antecuerpos del patio del Hôtel de Boisgelin, enmarcando el volumen exento de su capilla; pude seguir porque inmediatamente la calle se aporticó con las ocho altas columnas que rodean el patio del Nº 50, unidas por arriba con el entablamento, la cornisa y los medallones del Hôtel de Gallifet.

Casi enfrente, el frontón armado sobre el patio del hôtel del 56, ejercía su magnetismo perpendicular hacia sus edificios laterales y su escalera doble, totalmente cubiertos de bajo relieves. Allí me detuve sólo un poco porque luego pudo más la deliciosa puerta cochera del Hôtel Matignon, que se repliega profunda sobre un muro de forma semicircular coronado por una balaustrada también curva y un balcón decorado de trofeos, justo preámbulo de su jardín inmenso, que llega hasta la rue de Babylone.

Pasos más tarde, otro balcón coronado, esta vez por un gran frontón redondo en el Nº 58, anticipaba el magnífico antecuerpo central que organiza el patio del Hôtel de Ouruer. En el 72, el H
ôtel de Castries atraía con su alto portal con entablamento y su fachada sobre el patio con un frontón triangular que remata en un ojo de buey... Pero ya divisaba a pocos metros al Grand Hôtel de Broglie del Nº 73 y la divertida historia del Príncipe de Broglie, quien lo repitió enfrente en el No. 80 para albergar sus caballerizas y equipajes. Indecisa entre derecha o izquierda, como enloquecida, había recorrido en zig-zag toda la rue de Varenne, cruzándola incesantemente.

Al llegar al 77, al palacio que Aubert construyó de 1728 al 31, bajo los diseños de Jacques Gabriel, el Callegrama culminó. Sus jardines, llenos de las esculturas que su ilustre inquilino dió a la nación a cambio de poder vivir allí en 1916, se entreveían desde la puerta monumental. Las fachadas sobre el patio y el jardín, de antecuerpo central con frontón, de ventanas en plein cintre y con dos pabellones de ángulo, no desmerecían mis hipótesis iniciales. Admiré complacida los mascarones, las cónsolas rocaille, el balcón, la escalera.

Aquel jardín magnífico a la inglesa, con su espejo de agua circular, fue el lugar donde me senté a recuperar el aliento.




Rue de Varenne, París (f. terredesecrivains.com).




NOTAS:
1. Claire Downey, "La Ciudad rescata los Champs-Elysées con Arboles, Luz y Amor", Architectural Record, 11/94/, Design News.
2. Michel Butor. Prefacio, Calligrammes, Collection Poesie, Editions Gallimard, 1925/1966.


Publicado en: Arquitectura, El Diario de Caracas, Caracas, domingo 18 de Diciembre de 1994.

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