“En mi mente hay siempre un viaje a Italia,
sea un viaje que ya he hecho y que continúa viviendo en mis pensamientos,
sea un viaje inminente, o bien un viaje que haré algún día en el futuro.
Este viaje es una condición sine qua non para mi arquitectura”.
Alvar Aalto. 1
sea un viaje que ya he hecho y que continúa viviendo en mis pensamientos,
sea un viaje inminente, o bien un viaje que haré algún día en el futuro.
Este viaje es una condición sine qua non para mi arquitectura”.
Alvar Aalto. 1
Agosto, 1955. Se avecinaba la decimoctava Bienal del Venecia. Dos países, Finlandia y Venezuela, se encontraban paralelamente frente a la disyuntiva de acudir o no al evento que se había convertido desde el final de la guerra en el principal encuentro artístico del mundo. El problema: ambos contaban con una meritoria representación artística, pero carecían de un lugar digno donde mostrarla. Finlandia y Venezuela no tenían pabellón en los Giardini di Castello.
Por avatares de la vida y de la historia de la arquitectura moderna, los dos principales arquitectos de Finlandia y de Italia, Alvar Aalto y Carlo Scarpa, van a confrontar el mismo encargo: hacer un pequeño pabellón que debería ser develado el día de la inauguración de la Bienal. A ambos se les exigiría prisa en la elaboración y ejecución del proyecto, ambos tendrían inmejorables ubicaciones en al ámbito de la Bienal, pero, sobre todo, ambos realizarían una obra que marcaba un momento particularmente importante en su carrera de arquitectos: para Aalto, su primer edificio en Italia, para Scarpa, su primer edificio en Venecia.
Finlandia y Venezuela se embarcaron ilusionados y optimistas en la aventura de hacer sus pequeños pabellones. Ninguno de los involucrados en la empresa finlandesa dudó de la ensoñación que un encargo como ése podía provocar en Aalto, quien se encontraba en el momento más atareado y prolífico de su carrera, ni de la capacidad de los manodopera venecianos que se encargarían de recibir y armar la pequeña estructura de madera prefabricada en el sitio. Por su parte, ninguno de los integrantes del gobierno de Venezuela, entusiasmados por el joven arquitecto Graziano Gasparini, dudó de la idoneidad de Scarpa para enaltecer la presencia del país en la Bienal, e insertarse entre los pabellones de Suiza y la Unión Soviética, bajo los añejos árboles, frente a la laguna.
Escenas paralelas, historias de países lejanos separadas tan sólo por unas decenas de metros. Cientos de preparativos, fluctuaciones de comitivas, barcos llenos de materiales, lámparas y muebles, tragetti cargados de diplomáticos, largas barcazas con planos, natación en las playas del Lido por las mañanas, almuerzos en el Paradiso, frente a la estación, por la tarde.
En el mundo de la arquitectura, nada más pequeño que un pabellón. Como una folie arquitectónica rescatada de la locura por su función y destino predeterminados, los diseños debían sorprender e incitar a la contemplación. Aalto lo logró por el lado de la mímesis, haciendo una versión de sí mismo, de su propia arquitectura en la reducida escala del edificio. Así, el detalle del más simple de los elementos que integran el pabellón, como la manilla de la puerta principal, alcanza una reverberación de gigante. Scarpa, en cambio, lo logró por el lado de la síntesis, haciendo un despliegue por primera vez en una misma obra de todos los elementos que caracterizarían de allí en adelante su arquitectura. Dios estaba, de nuevo, en sus detalles.
Ambos edificios condensan una manera de hacer arquitectura, un universo personal. Ambos son pabellones como espejos de sí mismos. Pabellones de autor. En uno, la nación se ve reflejada en la arquitectura del mejor de sus arquitectos; en el otro, la nación rinde un homenaje al maestro de Venecia y a la arquitectura de la ciudad anfitriona. Las empresas de los países que apostaron por la buena arquitectura, trascendieron ampliamente sus propósitos iniciales. Los pabellones se han convertido, por su calidad, en íconos independientes de la Bienal.
El pabellón de Finlandia se inició como un proyecto desmontable, provisional. De madera, podía quitarse al acabarse cada bienal y ser guardado en el depósito hasta la próxima. Así se le exigió al arquitecto. Pero resulta que la gente prefirió el resultado armado a sus ventajas desarmables, y contra viento y marea (y ésto en Venecia es literal) llegó para quedarse. Nada más difícil de conservar que un pabellón de madera en un jardín, y para colmo, en Venecia.
Pero la arquitectura hizo posible el milagro: el pabellón pasó a manos de la Bienal, y una asociación italo-finlandesa se ocupa de los gastos (1993). El proceso de restauración fue cuidadosamente registrado por Finlandia en una bella publicación de Electa (1991): Alvar Aalto: il padiglione finlandese alla Biennale di Venezia.2 En ella, el país con enorme respeto lleva un minucioso recuento del pabellón, no sólo desde el inicio de los trabajos de restauración en 1976, sino de toda la empresa que lo produjo; desde las primeras conversaciones y el proyecto de Aalto, mostrando sus dibujos originales, hasta las peripecias de la construcción y de la restauración, las diversas bienales y un epistolario. Tanto por preservar la única obra en vida del maestro finlandés en Italia.
El pabellón de Venezuela corrió con peor suerte en su conservación, que no se compagina con su trascendencia como edificio. Este éxito lo atestigua el más completo libro que sobre la obra de Scarpa se publicado hasta la fecha (1993) sobre la obra de Scarpa, en una publicación de The MIT Press (1986): Carlo Scarpa, Theory, Design, Projects.3 En éste, las principales cabezas pensantes de la arquitectura italiana hacen mención destacada el edificio. Francesco Dal Co ubica al pabellón entre las obras más importantes del arquitecto, en su ensayo “La Arquitectura de Carlo Scarpa”;4 Manfredo Tafuri, por su parte, cuenta en “Scarpa y la Arquitectura Italiana” (que de paso se ilustra en el libro, al igual que el ensayo de Bruno Zevi, con grandes dibujos originales del proyecto), como “…las obras que él había completado ya hablaban elocuentemente por él: el Pabellón del libro y el Pabellón de Venezuela en la Bienal de Venecia…”,5 y le ratificaron la aprobación del Premio Olivetti de 1956 para arquitectura; finalmente, en “Detrás o más allá de la Arquitectura”, Bruno Zevi concluye que Scarpa “tuvo muy pocas oportunidades para inventar espacios propios, y fue justamente durante su fase wrightiana que hizo un número de exitosos intentos: el patio interno de la Bienal de 1952, la Galería del Libro, el Pabellón venezolano de 1954-56, una tienda y una casa”.6 Pero encabezando todas estas citas, la más significativa: la sentencia del célebre historiador Joseph Rykwert, en la breve introducción, cuando asegura que “el Pabellón Venezolano y los varios edificios menores que diseñó para la Bienal establecieron por primera vez en su totalidad la manera de Scarpa”.7
Para Rykwert, Dal Co, Tafuri y Zevi, el pabellón, aunque pequeño, adquiere en la perspectiva de toda la obra la condición de punto crucial. No es, por lo tanto, posible imaginar un insulto mayor para la arquitectura italiana -o para los venecianos- que el desprecio prolongado por años a este único edificio en Venecia de Scarpa. Viéndolo siempre allí, saqueado de sus detalles, maltratado, tergiversado e incomprendido, es lógico que el gobierno italiano lo haya intentado recuperar de las manos indolentes de Venezuela. Bienal tras bienal, un ignorante comisario venezolano afrontaba los “problemas” del pabellón plafoneándole el techo, condenando sus ventanas, desmontando sus paneles o taladrando irreverentemente las paredes de concreto en obra limpia. ¿Cómo hacerles entender que, en realidad, Venezuela no pudo anotarse mejor movimiento estratégico para atraer visitantes? Las varias veces que hemos ido a la Bienal hemos podido comprobar que el pabellón es visitado la mayoría de las veces justamente porque es de Scarpa, no tan sólo por el arte venezolano. Con el galopante deterioro del mismo, creemos que ahora también lo visitan porque ya es una ruina famosa.
Al emprender un nuevo proyecto de arreglo del pabellón, es imperiosa una campaña contra tántos años de absoluto desprecio a la arquitectura. La tarea es preciosa, entrando en el dilema de la restauración de lo moderno. La obra de Scarpa, con su gusto por el efecto mecánico de los detalles en metal que asumen una calidad casi escultórica, y con su amor por los materiales, hará palidecer las complejidades y las contradicciones surgidas en la reciente reconstrucción en Barcelona del Pabellón de Mies. La restauración, antes que un castigo, será un placer que muchos en el mundo seguramente envidiarán.
Es una suerte que en la comisión nombrada está el alumno de Scarpa que al inicio de esta historia logró el encargo para su maestro: Graziano Gasparini. Debemos depositar de nuevo nuestra confianza en él, y darle todo nuestro apoyo. Ya demostró su buen olfato en los años cincuenta al acercarnos a Scarpa, por lo que goza de la necesaria sintonía espiritual con su obra. Además, es del Véneto (para él, un dato: durante la última Bienal de Arquitectura del 91, alguien sigilosamente nos confió el secreto que el panel en bajorrelieve que Scarpa diseñó para la entrada del pabellón, el del plano en bronce de Venezuela, lo guarda en su tienda un anticuario de Venecia “…para que no se siga deteriorando”).
Agosto, 1993. Caminando por las sombradas avenidas de los Giardini di Castello, habiéndose apeado de una embarcación, los visitantes de la Bienal se encuentran de nuevo ávidos de ser sorprendidos y de escrutar la fascinante arquitectura. Sumergidos entre los árboles, los aguardan el nítido cofre azul del pabellón de Finlandia y los altos y elegantes volúmenes del pabellón de Venezuela. Muchos años después de la Bienal de 1956, sus historias paralelas han vuelto a reencontrarse. La gran noticia: Venezuela ha completado con éxito la restauración de su pabellón.
NOTAS
1. “En 1954, en una entrevista para la revista Casabella, Aalto hace una declaración que ayuda a entender las implicaciones de esta relación. “Nella mia mente c’è sempre un viaggio in Italia, forse un viaggio che ho già fatto e che continua a vivere nei miei pensieri, oppure un viaggio inminente, o forse un viaggio che farò un giorno in futuro. Quel viaggio e una conditio sine qua non per la mia architettura”. En: Timo Keinänen. Alvar Aalto: il padiglione finlandese alla Biennale di Venezia. Un impromptu architettonico. Opere e progetti, Electa, Milán, 1991, p. 14.
2. T. Keinänen. Op. Cit.
3.4.5.6. Maria Antonietta Crippa. Carlo Scarpa, Theory, Design, Projects, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 1986.
7. M.A. Crippa. “So it is a good thing that when he designed the Venezuelan Pavillion for the Venice Biennale he was still innocent of them. To my mind, that and various minor buildings he designed for the Biennale first asserted the full Scarpa manner.” Op.Cit., 1986, p. 7.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL. Caracas, miércoles 26 de Mayo de 1993.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario