“O frosty fingers of the wind! Eileen!”
Aleister Crowley, 1905. 1
Aleister Crowley, 1905. 1
La más clásica metáfora que se hace para describir la estructura de la ciudad es la textil. Se habla del “tejido urbano”, de la “textura” de la ciudad, de sus “nodos”, de sus “nudos”, de sus “lazos”, de sus “fibras”, y de sus “capas”. La ciudad pareciera que se entreteje y va enlazando los largos cordones de las calles y de las avenidas, anudándolos en los cruces, amarrándolos en las plazas. Parques y manzanas se van insertando en el telar por la recia voluntad de repetición de una misma puntada. Los urbanismos son los arabescos del tejido, su ornamento, y hay por lo tanto orlas, bandas, árboles, fraseos y relleno. Los edificios también se enlazan: se anudan en alzado, ligándose meticulosamente a lo largo de sus fachadas urbanas; se engarzan en planta, mediante los dibujos específicos de sus composiciones formales. La trama es la urdimbre: la estructura subyacente que arma el tejido por debajo y que actúa como la base de toda la ciudad.
En las alfombras más antiguas, como en las ciudades tradicionales, las fibras de colores arrancan desde esa base hasta que afloran a la superficie. La estructura interna y la apariencia terminada son la misma cosa. Es por ello que tienen tan larga vida. Pasan los años y el tapis es el mismo. No cambia porque se gaste, quizás es más hermoso cuanto más viejo es: su secreto está en la fortaleza de los nudos.
En las alfombras modernas, como en las ciudades modernas, el diseñador ya no es más necesariamente quien teje el tapis, así que el diseño se aplica sobre la superficie, tiñe la apariencia del tejido, es distinto a su estructura. Las composiciones danzan, sueltas en el espacio, y también, se borran más fácilmente.
El desconocimiento del arte del tejido urbano por los arquitectos modernos es uno de los resultados más dañinos de las especializaciones técnicas propias de la modernidad. Un arquitecto ya no se siente responsable de cómo se teje la ciudad, su jurisdicción termina con los linderos de la parcela donde va a erigirse su proyecto, y la relación de éste con la ciudad es solo la limpieza total del terreno, el lienzo en blanco, para poder pintar libremente encima, sobre la superficie. Nada más lejano de un arquitecto moderno que un tejedor.
Sin embargo, la modernidad, que afortunadamente no es ningún absoluto, cosechó una curiosa pareja de modernos arquitectos/tejedores: Le Corbusier y Eileen Gray. Enamorados de la idea de poder aplicar sus conocimientos de pintura y dibujo a otra superficie plana que pudiera ser “usada”, sucumbieron más de una vez al deseo de expresarse artísticamente en un tapis.
Le Corbusier adoraba la tapisserie ancienne. Para él, era una especie de arquitectura. Así, como Calder y Picasso, cuando quiso hacer sus propios tapices, apeló a la mayor tradición de Francia, al enclave de antiguos tejedores de Aubusson, en Aix-en-Provence. El reconocía que sólo los viejos maestros entendían cómo sacar de la urdimbre las nuevas formas. Igual que cuando los artesanos de Cachemira le tejieron 656 metros cuadrados de gigantescos murales para Chandigarh. Confiado, por un lado mandaba a la fábrica sus dibujos, maquetas de cartón y plantillas, y por el otro salían los flamantes tapices abstractos, sus (como él los bautizó) “Murales nómades”, rezumantes de técnicas tradicionales. Es una pena que no encontrara igualmente valioso para sus diseños el arte del tejido urbano. O que no haya existido un Atelier d’Aubusson para ciudades radiantes.
Al tiempo que Corbu encargaba sus gobelinos sólo con el envío de un diseño plano, Eileen Gray, más interesada en los orígenes del arte del tejido, los tejía en su propio taller. En una angosta y pequeña calle en Saint Germain, en el tope del número 17 de la rue Visconti, en el mismo edificio donde Balzac, más temprano en el siglo, había tenido una imprenta, consiguió Eileen un lugar delicioso: tres habitaciones con un pequeño jardín en la parte de atrás y suficiente espacio para albergar un par de telares. Allí mantuvo por años una empresa en donde ella misma diseñaba los patrones. Por paradójico que parezca, éste fue el primer paso de Eileen en el mundo del arte abstracto.
Imitando la práctica del diseñador de alfombras más famoso de entonces, Bruno da Silva Bruhns, Eileen compraba alfombras orientales para desgarrarlas, desarmarlas y deshilacharlas hasta ver cómo estaban hechas y aprender de esa manera el oficio. Luego escribía sus experiencias con la lana: cómo lograr un cierto tono o cómo tejer una cierta textura. Finalmente, les daba a las alfombras nombres poéticos: Heliogábalo, Ulises, Aníbal, Macedonia, Penélope, Fidelio, Tour de Nesle, Centímetro, Castellar. Había una llamada Tennis, otra Casimir, otra Biribi, y otra que se le conocía simplemente con la inicial E.
El amor de Eileen por lo artesanal, nacido de su formación artística en la Slade School of Fine Arts de Bloomsbury, Londres y en la Académie Julian de la rue du Dragon, y de sus comienzos en París como artesana, “anudaron” indeleblemente el arte abstracto de sus diseños con cada puntada de la urdimbre.2 Cada tapis de Eileen era moderno desde la superficie hasta la trama subyacente, cada composición formal estaba armónicamente en consonancia con la estructura misma del tejido. Pacientemente, Eileen permanecía junto a los artesanos durante toda la ejecución del diseño, para asegurarse de que cada patrón tejido era el que ella había seleccionado; para velar porque la totalidad del tapis mejorase en cada puntada, y no importa cuán abstracto era el diseño, igualmente importante era que se tejiera bien. Ventajas de que el diseñador y el tejedor sean una misma persona. Pero volvamos a nuestra metáfora inicial.
Contemplada en la distancia, la ciudad moderna se nos presenta como una gigantesca alfombra que estamos tejiendo o destejiendo entre todos. No una bokhara, no un kilim, no un tabriz persa, organizadas siguiendo una categoría temática o algún canon armónico: sino como un inmenso y enredado tapis abstracto que aún está por terminar. Habrá que preguntarse si lo vamos a seguir tejiendo como un tapis de Le Corbusier, o como uno de Eileen.
NOTAS
1. Alesteir Crowley. Eileen, Rosa Mundi and Other Love Songs with an original composition by Renoir, Philippe Renouard Editeur, París, 1905.
2. Peter Adam. Eileen Gray, Architect/Designer, Student Years, Harry N. Abrams, Inc. Publishers. New York City, 1987, p.21.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, 1993.
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