el lujo moderno nacido del comercio,
y el saber amortajado se visten, rendidos ante una nueva Aurora.
Allí, también, la Diosa ama bajo el mármol,
y colma alrededor el aire de belleza;
respiramos la ambrosía de su aspecto, que, si es contemplado,
nos brinda una parte de su inmortalidad;
el velo del cielo está apartado a medias;
hénos aquí dentro de la muralla,
y dentro de este cuerpo y de este rostro contemplamos
lo que el Espíritu puede hacer, donde la Naturaleza misma fracasaría...”
Lord Byron. Childe Harold's Pilgrimage, 1818.
lo que el Espíritu puede hacer, donde la Naturaleza misma fracasaría...”
Lord Byron. Childe Harold's Pilgrimage, 1818.
Como un homenaje al presidente italiano en su reciente visita (1995),
en una decisión de fino olfato urbano,
se decidió rebautizar la Avenida Principal de Bello Monte como Paseo Italia.
Pronto, la lunga ribera entre el Puente de Las Mercedes y Santa Mónica
será remozada con obras de arte, aceras y otras amenidades para peatones.
¿Qué mejor que recordar en este momento de proggetazione del nuevo paseo
lungo il Guaire los antecedentes urbanos, las monumentales formas y tipologías
de sus sosías peninsulares lungo il Agide, lungo il Tevere, lungo il Arno?
en una decisión de fino olfato urbano,
se decidió rebautizar la Avenida Principal de Bello Monte como Paseo Italia.
Pronto, la lunga ribera entre el Puente de Las Mercedes y Santa Mónica
será remozada con obras de arte, aceras y otras amenidades para peatones.
¿Qué mejor que recordar en este momento de proggetazione del nuevo paseo
lungo il Guaire los antecedentes urbanos, las monumentales formas y tipologías
de sus sosías peninsulares lungo il Agide, lungo il Tevere, lungo il Arno?
1. Monte Bello, o la colina del BellosguardoEl Pequeño Larousse Ilustrado, nuestro viejo diccionario, tiene dos partes: la Parte Lengua y la Parte Artes, Letras y Ciencias.1 Renovado nuestro entusiasmo urbano por la ilustre visita del primer mandatario italiano, acudimos a la segunda parte en busca de lo que debía ser el itálico origen geográfico del nombre Bello Monte. Ya hace mucho tiempo que se nos habían empezado a amontonar imágenes y nomenclaturas de raíz peninsular en esta urbanización de Caracas. Demasiadas calles Miguel Angel y Leonardo da Vinci, demasiados humildes homenajes a Scarpa, a Ridolfi y a Libera, demasiados lirismos racionalistas colgados de los barrancos, demasiados volados gesti di ingenieri, demasiadas curvas de nivel milimetradas en armonías cóncavas y convexas, demasiadas Messalinas, Tiberios, Arnos, Julio Césares, Nerones, Fontane d'Amore... demasiadas vedute.
Una suerte de hechizo toponímico entre Monte Posillipo, Mostecassino, Montecatini o Monticello hacía que me imaginase a los urbanistas de las colinas buscando en los cincuenta el denominativo perfecto que uniera su epopeya constructora, de tractores orquestados e ingenieros con batutas, a la épica de la música y a la monumentalidad operática. Aquéllo del cotidiano Bello Monte se había ido tranformando cada día más en el lírico Monte Bello. Pero nuestro Larousse, desgraciadamente, no nos ofrecía más que una poco familiar Belmonte, villa de Cuenca, España, entre el arqueológico Monte Albán zapoteca y el principesco Montecarlo de Carolina Grimaldi. Lo de Bello Monte debía ser el nombre de una ópera de Verdi, o de algún otro melómano apelativo que desconocíamos...
Se ha escrito más de una vez que Caracas, como Roma, es una ciudad de colinas. No siete, pero colinas que, aunque algo indiferenciadas, existen al fin para que la ciudad se contemple a sí misma. La versión menor del doble cordón montañoso que construye el valle de Caracas, al situarse frente a frente con el gran patio de la ciudad y su telón de fondo, es de una manera natural, el belvedere monumental de una ciudad que goza de un excelente "lejos". En ese orden de ideas, Caracas sería más bien como Florencia. Y como Florencia, ha desarrollado un recurso de autocontemplación urbana de filiación muy itálica: el palcoescénico. Basta darse una vuelta por el Fiésole florentino, por ejemplo, recorriendo las veredas entre las colinas de San Miniato y Bellosguardo, para encontrarse con todo un despliegue de tipologías de la mirada: iglesias de San Salvatore al Monte, fuertes Belvedere, torres del Observatorio. Un despliegue que, por supuesto, aunque es cualitativamente muy diverso al belmontino, para usar el término cardinaleano, con sus villas de especialistas y clubes Táchira, se trata del mismo impulso teatral hacia la ciudad desde su palcoescénico orográfico.
La palabra palco, como era de esperarse, es también de origen italiano. Alude al “palenque en el que se pone la gente para acudir a un espectáculo”, a ese pequeño aposento donde caben pocos, que cuelga peligrosamente sobre elproscenio de un teatro o de una plaza de toros, en el que los espectadores se debaten entre el vértigo real y el visual y musical. Palcoescénico, como en los viejos teatros operísticos de palcaje curvilíneo y alongado, balcones, terrazas, plataformas y cámaras diseñadas para ver el espectáculo, y, a su vez, para ser vistos en ellos. Las colinas fueron urbanizadas para mirar, con convexidades para palenques en voladizo, y concavidades para conchas y anfiteatros.
Inicióse así la óptica saga italiana de Monte Bello, que deberíamos entender, entonces, primero urbanamente, a partir de plantas científicamente visuales como la de la Scala de Milán y segundo, arquitectónicamente, a partir de búsquedas formales como las llamadas heréticas de la arquitectura moderna de la Italia de la postguerra. Una saga entre barroca y racionalista que, al descender las bucólicas colinas hasta a su piemonte, se hace totalmente urbana llegando al fiume.
2. Como Jefferson en MonticelloEs imposible impedir el dejarse llevar, como estamos seguros que le pasó a Inocente Palacios, el principal urbanizador de Bello Monte, por la analogía teatral que le ofrecían las colinas. Se dice que en aquellos años de hace medio siglo, Caracas necesitaba crecer porque el valle le estaba quedando tan pequeño que no permitía su expansión. Entonces tuvo que empezar a trepar los cerros...y quizás el primer trepador de cerros fue él en Colinas de Bello Monte. Pero esa escalada no me parece a mí tan urgente en la vacía Caracas de los cincuenta, sino que es claramente un acto de promoción urbanística, respaldado por una innovadora idea de marketing inmobiliario. Vamos a vender los billetes de las localidades del teatro. ¿Y qué experiencia y qué sueños vendrían para asistir la planificación y la construcción de las nuevas viviendas en las laderas y en los cerros?
Fue aquélla también la década de la inmigración europea, especialmente mediterránea, que llegó al país atraída por la bonanza económica. Una multitud valerosa de trabajadores que vinieron a reconstruir sus vidas, y que, haciéndolo, lo primero que reconstruyeron fue su propia ciudad fragmentada. Es sabido que las grandes obras de la época, la Ciudad Universitaria, el Centro Simón Bolívar, las autopistas, las obras de ingeniería y, por supuesto, las obras de urbanismo, emplearon un alto porcentaje de estos hombres recién inmigrados de esos países de tan grande tradición constructiva. Fugitivos de los problemas políticos y económicos de sus patrias, arquitectos, ingenieros, maestros de obra, albañiles, y artesanos de todo tipo llegaron para llenar el valle y sus colinas de los fragmentos arquitectónicos y urbanos de sus recuerdos.
Bello Monte, hasta en su nombre, nos habla de un sitio ideal. Una arcadia vertical que proyecta la imagen graciosa de un sviluppo residenziale, donde el disfrute de la vista no dañaría jamás la armonía topográfica y paisajística del monte original. Con un trazado entre orgánico y totalitario surge el laberinto de calles que de Bello Monte. Aún luego de un conspicuo recorrido por toda la urbanización, todavía ésta nos engaña. Siempre nos perdemos, siempre acabamos saliendo por otro lado. Pero quizás la posibilidad de perderse en ella sea su mayor ventaja: así, el hallazgo a la vuelta de una curva, unas veces del fantástico panorama y otras de las arquitecturas de época sea hace más aparatosamente sorprendente. Las pendientes peligrosamente acentuadas del parcelamiento serán el desafío insoslayable a la pericia ingenieril. Algo muy propio de la década... sobre todo en la península. ¿El resultado? Una arquitectura de "especialistas", como vagamente la hemos denominado hasta ahora, que alardea de estar entre las más frenéticamente formalistas de toda la ciudad. Claro que los ejemplos interesantes son contados, como casi siempre ocurre. El resto del conjunto lo conforma un lenguaje común con algunas variaciones tipológicas que se repiten, jugando jocosamente con los temas ornamentales típicos del lugar.
Pero la arquitectura belmontina merece capítulo (o página) aparte. Para poder hablar del arquitecto de Colinas, el italiano Antonio Lombardini y la inmensa casa-conservatorio que hizo en uno de los cerros. Para hablar del concurso internacional para la vivienda tipo, cuya principal exigencia era que pudiera colgarse de la más aguda de las pendientes posibles; para hablar de las dramáticas villas en voladizo que salían en "Aunque Ud. no lo crea"; para hablar de la presencia de Oscar Niemeyer, otro aficionado de los acantilados; para hablar de Scarpa, para hablar de Libera, y para ver cómo un promotor, cuando es ilustrado, como aquélla vez Jefferson en Monticello, como Roche en Altamira o como Palacios en Monte Bello, siempre teñirá de sus gustos y de obsesiones cualquier empresa urbana que emprenda.
3. Porque todo teatro necesita un saloneEn el nuevo Paseo Italia hay un cincuentón edificio con detalles en mosaicos vitrificados verdes y amarillos, que se llama, románticamente, Riverside. Está justo detrás de la maravillosamente urbana calle Miguel Angel. Sus balcones en voladizo disparados hacia el norte pertenecen a la mejor arquitectura belmontina. El Riverside. Ese nombre no puede sino lanzar la reflexión en torno este reciente y acertado rebautizamiento urbano. Subiéndose a uno de esos balcones, diseñados para ver al Guaire discurrir, nos preguntamos, ¿podrán algún día los belmonteses, como todos buenos paisanos, ser dignamente gente di fiume? ¿Podrá este waterfront tener la fortuna de salvar los obstáculos de los remozamientos mal entendidos (como aquél que desfiguró el Puente de Las Mercedes) y emprender el buen rumbo hasta llegar a convertirse en un digno Lunguaire?
Veamos, sin extendernos demasiado, ni ser exhaustivos. Hay la necesidad de salvar el río más veces en sentido norte-sur, porque las colas donde más nos agobian es en esos escasos puntos de cruce. ¿Qué mejor elemento para caracterizar un paseo junto a un río que un puente? Puentes cubiertos, como el aporticado Ponte Coperto en el Lungoticino de Pavia o habitados, como el Ponte Vecchio en el Lungarno de Florencia, son los protagonistas de ese paisaje urbano tan preciso que es el cauce fluvial.
Hay la necesidad de reformular la sección del río, por el viejo argumento que ya ningún río urbano que se precie es más una cloaca abierta, o por todo aquéllo de las truchas en el Támesis y los rougets en el Sena. ¿Qué mejor artilugio para caracterizar un paseo que los temas del quai pesquero o de los banchi fluviales con sus puestos para el intercambio y asientos para la contemplación? Ligeros puentes peatonales, entre una y otra ribera, amplias aceras a dos niveles, con barandas y farolas de hierro ancladas hábilmente (no con cuatro tuercas) en muros de piedra, como en los Lungarno de Pisa y de Florencia.
Hay la necesidad de ornar este nuevo paseo con obras de arte para elevar el nivel de cultura urbana. Pues bien, ¿Y no es la mayor cultura la cultura de la ciudad misma? Que esas obras de arte sean arquitectónicas y ingenieriles, como se las llamaba en el siglo XIX, y que, como Dios manda, no sean perecederas, sino de piedra o de bronce o de hierro. Que las mejores obras de arte sean las farolas, las barandas, los pavimentos, los bajorrelieves, los basamentos para las esculturas del paseo. Sus proyectos mismos. No como el lamentable podio que le pudieron al pobre San Francisco de Asís en la recién inaugurada Plaza Italia. Ante una acción así, recordamos el conjuro de Miguel Angel, vecino toponínico del futuro Lunguaire: “No ver, no oir es una felicidad en estos tiempos de oprobio y de verguenza / (Noche) no me despiertes, yo te conjuro”.2
Nosotros estamos con Miguel Angel, o con la Miguel Angel. Ambos reclaman para Monte Bello un Dolce Stil Novo.
Arte urbano perdido (1995). Plaza Italia, Las Mercedes, Caracas (f. "San Francesco d`Assisi". Hannia Gómez, 2001. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).
NOTAS:
1. Pequeño Larousse Ilustrado.
2. Miguel Angel Buonarroti. Poésies.
Publicado en: Arquitectura, El Diario de Caracas, Caracas, 1995.
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