jueves, 1 de marzo de 2007

Campo Marzio


Campo Marzio. Giovanni Battista Piranesi (1762).


Prepárense, amigos. Arrellánense cuidadosamente en sus butacas preferidas, pónganse cómodos, y dispónganse atentamente a esperar, porque el más espectacular y estrepitoso evento de demolición arquitectónica y urbana ocurrido desde la caída del Colegio Cháves y del Hotel Majestic, está por comenzar en esta ciudad. Sintonicen bien sus receptores, pues puede que a sus incrédulos ojos la pericia trasnochada de los bulldozers y de las hábiles trusts de las constructoras a lo mejor les roba el placer inenarrable de ver caer treinta y cinco casas del arquitecto Manuel Mujica Millán, entre otras de notables arquitectos, y se pierden la violenta desaparición de uno de los últimos patrimonios ambientales de nuestra historia arquitectónica.

Les recomiendo que no se les escape lo que ya ha empezado a ocurrir a raíz de la caída de la primera casa, discretamente tras sus muros, en la Avenida Principal de Campo Alegre. ¡Quién sabe! De paso, es posible que entre los escombros aún puedan hacerse de alguna neobarroca reja de hierro forjado, de algunas pétreas molduras o hasta de piezas funcionales completas de la arquitectura de la casa. Aconsejaba Ada Louise Huxtable, crítico de arquitectura por veinte años en The New York Times, asistir sin falta a las demoliciones de landmarks arquitectónicos, porque allí pueden hacerse “amistades inolvidables y conocer la gente más inusitada”. Estoy segura de ello. Por ejemplo, podremos cordializar con los arquitectos e ingenieros encargados de la supervisión de las demoliciones, quienes nos podrán ilustrar sobre cómo se arrancan de cuajo las delicadas herrerías, cómo se desembalan los artesonados de caoba, cómo se machacan los azulejos, es decir, cómo se tiran abajo fábricas de medio siglo de antigüedad y se amontona todo en una fosa común directo a la Fila de Mariches (cuando se demolió el Imperial Hotel de Frank Lloyd Wright en Tokyo, la página más negra de la historia de la arquitectura del siglo veinte), los escombros al menos fueron vendidos en un lote cercano, donde las piezas arquitectónicas, desde las barandas hasta las lámparas, fueron clasificadas por rango y jeraquía).

También podremos, si tenemos suerte, conocer las ilustres nuevas glorias de la Ignominia Arquitectónica Nacional, diligentes seguidores de quienes hace años echaron abajo la “Casa Barco” de Mujica (para construir nada menos que una oficina de arquitectura), es decir, los autores de los nuevos proyectos. Estaremos allí, libreta en mano para apuntar sus nombres, no se nos vayan a olvidar. En el fondo, es muy importante que en Caracas pasen estas cosas, porque así al menos sabremos quiénes son “ellos”. Y, finalmente, entre la polvareda y el estruendo apocalíptico de tánta obra de arte cayendo junta, en medio del fragor de la batalla en este Campo Alegre vuelto Campo Marzio, tal vez asome algún sonriente miembro de las sucesiones familiares que tan ávidamente lucharon por la aprobación de la Nueva Ordenanza de Desarrollo Urbano para Campo Alegre (1993), frotándose seguramente las manos y acompañado quizás de algunos de sus acólitos en el Concejo.

Pues bien: mucho gusto, señores, ¡encantada de tener el placer de poder felicitarlos en persona tras haber ganado la contienda urbana quizás la más oprobiosa de la historia de la ciudad! ¡Felicidades por haber logrado torear la posibilidad del usar el recurso (clásico internacionalmente en Diseño Urbano) de venta de los Air Rights de los lotes de la urbanización a las zonas aledañas, con lo cual hubiéramos conservado el ambiente urbano y arquitectónico del lugar sin afectar demasiado el bolsillo de los propietarios! ¡Felicidades por haber sabido cosechar en la abulia y el desinterés de nuestra comunidad arquitectónica y por haber podido aprovechar el vacío que dejamos en esta lucha!

Me comentaba Lindolfo Grimaldi, el conocido urbanista ex-Director de OMPU, recientemente en un foro por la Defensa de Campo Alegre en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV, que hubiera bastado simplemente una buena lista de las obras, un buen estudio o una buena evaluación de los valores arquitectónicos y urbanos de Campo Alegre, para haber aspirado con posibilidades de éxito a la creación de una Reglamentación Especial para la zona. Algo así como los Landmark Districts que operan cotidianamente en las ciudades de los Estados Unidos. Lo cual no quiere decir, no se asusten, congelamiento y paro del desarrollo, no. Esto significa un cambio de zonificación donde se aumenta la densidad sin afectar ni la singularidad y calidad arquitectónica ni, sobre todo, el conjunto urbano. O sea, lo que queremos todos. Aproyada en esa idea, y en calidad de prueba, pude ensayarlo como ejercicio académico con mis estudiantes de Diseño en la Facultad el semestre pasado. Los resultados de los trabajos demostraron lo plausible e interesante que puede ser densificar en Campo Alegre sin destruir.

La ciudad debe crecer, y debe densificarse, no hay duda. Más aún en los sectores centrales como éste, a la vera de los servicios públicos. Pero, al mismo tiempo, la ciudad debe hacerlo sin acabar consigo misma ni con su propia naturaleza. Sitios como Les Halles en París (perdido para siempre), o Beacon Hill en Boston y Brooklyn Heights en Nueva York (preservados por ley), son parte de la esencia y de la riqueza de esas ciudades. Campo Alegre, también, es parte ireemplazable de Caracas. Al menos, aún lo son las treinta y cuatro casas y varios espacios urbanos que quedan en pie cuando escribo esta nota, en el borde de mi butaca, atenta al clamor de los tractores.

Frank Lloyd Wright. "Maqueta del propuesto Imperial Hotel, Tokyo", entre 1890 y 1940 (f. Prints and Photographs Division, Library of Congress).



Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, febrero de 1993.


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