viernes, 2 de marzo de 2007

Cabildo abierto

Plaza Bolívar. Caracas, 1927.

“… dijo el Señor Presidente que no quería ningún mando,
y saliendo al Balcón notificó al pueblo su deliberación…”
Acta del 19 de Abril de 1810.

Convocaron a cabildo abierto en la plaza. A puertas abiertas. De viva voz. Los problemas que habitaban el interior de los edificios no alcanzaron más a ser contenidos por los salones, los patios y los hemiciclos. Las dificultades desbordaron la capacidad de las p
aredes. La contienda tuvo que salir a la calle, y buscar a la gente.

Lo que hasta hace unas pocas horas era una tranquila escena callejera de un lugar familiar de la ciudad, se convirtió instantáneamente en el epicentro de la vida nacional, en su agitada palestra pública, en su platea communis. El debate se apropió de la vía pública. De la vida pública. De la res pública. ¿Qué es esta mutación que sufre la plaza en nuestras propias narices?

Las ventanas de los edificios, sus balcones, sus tejados, sus cornisas, las escalinatas, las bases de los postes, los zócalos de las iglesias y de los monumentos, y hasta los árb
oles, abarrotados, se convirtieron en las disputadas localidades del teatro público que allí se estaba instalando. La arquitectura de las fachadas y las posiciones estratégicas en el espacio, eran ahora las preferencias y las butacas del patio, el balcón y el gallinero de la plaza.

Allí donde toca la retreta, se colocó la delegación de un barrio; donde comen las palomas, irrumpieron camarógrafos, cables y periodistas; allí donde está el pedestal de la estatua, pendía el abigarrado enjambre trepador de los estudiantes del liceo; allá en la fuente, circunvalaban las fracciones de los partidos más acalorados; allí en el portal polilob
ulado, en el ventanal enjalbegado, en el alféizar almohadillado, bajo la marquesina en abanico, estratégicamente ubicados, como el mismísimo Emparan, los protagonistas de la vida pública nacional; mientras tanto, arremolinadas y dispersas, iban llegando marchas desde diferentes puntos de la ciudad: la de los maestros, la de los hospitales, la del sindicato de transportistas, vaciando su sudoroso contenido humano como el delta de un río en el cuenco de la plaza, hasta que ésta se desbordó por las esquinas y las calles.

La gente había acudido a la convocatoria también para ver si era verd
ad que aún podían ejercer la vieja tradición de decirse abiertamente sus pareceres, de hablarse, de arengar, de discutir, de gritar, de rumorear, de vitorear, de disertar en el digno espacio urbano de la plaza. Y libremente, por aquéllo de que los dioses del ágora protegen a los oradores. Cuando llaman a cabildo abierto en la Plaza Bolívar, y sale el Alcalde y departe con la multitud, la geometría y la historia de la plaza solemnizan la asamblea. En ella la multitud se va geometrizando sin saberlo. Limpiamente, va llenando dos cuadrados: primero, el del patio del Concejo Municipal, y poco a poco, más allá, el del patio mayor de la plaza. La muchedumbre democrática se va moldeando en ángulo recto, se va cruzando de diagonales bajo los árboles.

Cuando proclaman cabildo abierto en la Plaza de Chacao, sorteando la remodelación en curso de la plaza, y la Alcaldesa se asoma, la urbanidad y la tradición urbana del barrio endosan la asamblea. El lugar se llena de vecinos que bajan de los edificios aledaños, de vecinos que acaban de comer y se enteraron porque se asomaron por la ventana, de vecinos que se instalan como en el salón de su casa en el rectángulo del espacio abierto, a cielo abierto, del cabildo abierto.

Y cuando convocan a cabildo abierto en la Plaza de Petare, se asombra el pueblo de que costumbres y lugares tan hermosos pueda tener todavía la ciudad, el Alcalde se reviste de autoridad y señorío por el tranquilo paisaje de la plaza, y los
tonos de las voces de los manifestantes y de las interrogantes alcanzan calidades de disertaciones iluminadas. Se engolan la voz del pueblo y la de las autoridades, y hasta los desgarrados gritos que ocasionalmente se lanzan se tornan heroicos y sublimados, llevados por la brisa que sopla en la colina. La belleza y el orden catalizan la asamblea.

Días de asambleas públicas, días de vivas a la patria, días de man
ifestaciones, o como dicen los italianos, de movimmenti di piazza, agolpados a las puertas del Congreso. Días en que nuestra vida política se recuerda de nuevo de la polis porque le es indispensable para manifestarse, y en los que realizamos que nuestras plazas y espacios públicos ya no son suficientes y nos han quedado pequeños. Días en que entendemos que hay que hacer nuevas, grandes y dignas plazas cívicas.

Según Homero, no es sino hasta la creación en la ciudad del lugar de la asamblea que la voluntad civilizatoria de una sociedad se expresa. Esa, decía, era la gran diferenci
a que separaba a los civilizados griegos de los anárquicos cíclopes, quienes nunca alcanzaron a construir, ni jamás siquiera a soñar, una plaza.



Plaza Bolívar. Caracas (f. viejasfotosactuales).


Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, domingo 6 de Junio, 1993.



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