Salomé bailando frente a Herodes. Gustave Moreau, 1875.
“Une ville qui vous reste ainsi longtemps demi interdite,
finit par symboliser l’espace même de la liberté”.
Julien Gracq.
“HERODES: Salomé, bailad para mí”.
Oscar Wilde.
I. La ciudad oculta
Lo prohibido, lo oculto, lo invisible. Una ciudad puede estar llena de cosas secretas. Incluso puede estar escondida ella misma, quedando su propia naturaleza oculta. La imagen que de dicha ciudad se nos presenta es una imagen falsa, y está necesitada de una operación reveladora que la haga manifiesta. Pero, ¿puede ello significar una promesa concreta para el futuro de esa ciudad?
Esta condición ha sido en algunos casos el punto de partida de fundamentales momentos de la historia urbana. Las ciudades fortificadas del medioevo se escondían con toda su riqueza espacial y formal en el sólido aglomeramiento y el hacinamiento intramuros, por lo que quien no las conocía, tenía que adivinarlas; los bulevares haussmanianos arrasan el mismo París tradicional cuyas tipologías toman como ejemplo para elaborar sus nuevos alzados; el espacio urbano mestizo de ciudades como México y Lima estaba oculto en la licencia inédita de superponer los tipos urbanos españoles al tejido urbano y la arquitectura precolombinos.
Esta condición ha sido en algunos casos el punto de partida de fundamentales momentos de la historia urbana. Las ciudades fortificadas del medioevo se escondían con toda su riqueza espacial y formal en el sólido aglomeramiento y el hacinamiento intramuros, por lo que quien no las conocía, tenía que adivinarlas; los bulevares haussmanianos arrasan el mismo París tradicional cuyas tipologías toman como ejemplo para elaborar sus nuevos alzados; el espacio urbano mestizo de ciudades como México y Lima estaba oculto en la licencia inédita de superponer los tipos urbanos españoles al tejido urbano y la arquitectura precolombinos.
La ciudad venezolana ha sido durante mucho tiempo un excelente ejemplo de ciudad oculta. Caracas, Maracaibo, San Cristóbal, Barinas, Valencia, Coro, Maracay, Barquisimeto, Ciudad Bolívar, son ciudades hijas de las Leyes de Indias, es decir: producto del principal instrumento regulador de la forma urbana iberomericana. La ciudad venezolana se ha escondido desde siempre tras el ropaje espléndido de este origen, encontrándose allí la primera instancia en la cual empieza a velarse, y por ende a prohibirse.
Esta situación la podríamos tratar de explicar a partir del proverbial desinterés teórico que históricamente hasta hoy (1991) se ha tenido por la ciudad reticular iberoamericana. La ciudad de las Leyes de Indias, contemplada como ciudad demasiado fácil por los estudiosos del género, es descartada de los libros de texto, de los compendios urbanos, de los programas de los estudios de ciencia urbana en la mayoría de las universidades del mundo (incluso las venezolanas) y casi que de la memoria universal. Así desaparece y así se hace inalcanzable. La ciudad reticular, aunque presente día a día en la fábrica de nuestras ciudades, vive enterrada mucho más que literalmente, y se distancia de nosotros. Una enajenación que convierte a los vestigios de la ciudad colonial en una ruina inoperante, borrosa, prácticamente invisible. Un caso de auténtica discriminación urbana.
Pero la ciudad venezolana es múltiple en sus maneras de ocultarse. También se hace prohibida por intransitable y por inaprensible. La ciudad que ha producido la cultura venezolana moderna está tan típicamente destruída como el Stuttgart sobre el que escribía Colin Rowe hace quince años (1991), “arrasado por la miseria urbanística y la simple estupidez”.1 Y éso sin haber sufrido las vicisitudes de las bombas aliadas ni de la industria pesada. Famosa por ser irrecorrible peatonalmente, la ciudad venezolana aparece como un verdadero Catalogue Raisonné de la ruptura del tejido urbano. La ciudad se prohibe a sí misma en la práctica, niega su condición y su existencia, por lo que acumulativamente va retrasando la evolución de su fisionomía aún a pesar de que la evolución cultural urbana real de sus habitantes continúe. Y como “la ciudad habita en nosotros tanto como nosotros habitamos en ella”, la forma de esta auto-prohibición cobró con el tiempo vigor y fuerza y los hombres urbanos venezolanos hasta hace muy poco estuvieron sujetos a la ficción (¿histeria?) colectiva de que a nadie le gustaba caminar por su ciudad.2
La forma urbana de plazas y cuadras, humildemente reverdecida y monumentalizada por el siglo XIX, se mantuvo en Caracas como tal hasta alrededor de 1930. Su perfil era claro, su planta era clara, sus leyes eran claras. Pero a partir de entonces no hubo forma alguna de política urbana que mantuviese este orden o cualquier otro en pie. Una historia reciente de mucho Planning, mucha ingeniería vial, y poca legislación sobre forma urbana ha ido desdibujando y perturbando la forma original de esa ciudad. Es como si cada vez se fuera ocultando más bajo una capa de tejidos arbitrariamente yuxtapuestos, de sedimentaciones acumuladas, bajo una secuencia de velos sucesivos.
II. La ciudad imaginada
Pero de tánto sernos prohibida, una ciudad puede convertirse potencialmente en campo fértil para la imaginación. Para ilustrar este punto, viene al caso la historia de Julien Gracq, quien en el libro La Forme d’une Ville, cuenta cómo para él la ciudad de Nantes, “una ciudad por tánto tiempo medio prohibida, terminó por simbolizar el espacio mismo de la libertad”. Esta ciudad, al situarse más allá de los muros que rodeaban el liceo de su juventud, sólo se asomaba a su mundo personal cuando con la entrada o salida de los turnos de los alumnos externos las puertas se abrían. “Yo vivía en el corazón de una ciudad primero imaginada que conocida, de la que yo poseía algunos datos sólidos, o de la cual algunos itinerarios me eran familiares, pero de la que la sustancia, el olor mismo, guardaba algo de exótico: una ciudad donde todas las perspectivas se plasmaban sobre lejanías mal definidas, no exploradas, un lienzo sin rigidez, permeable más que nimgún otro a la ficción”.
Pero de tánto sernos prohibida, una ciudad puede convertirse potencialmente en campo fértil para la imaginación. Para ilustrar este punto, viene al caso la historia de Julien Gracq, quien en el libro La Forme d’une Ville, cuenta cómo para él la ciudad de Nantes, “una ciudad por tánto tiempo medio prohibida, terminó por simbolizar el espacio mismo de la libertad”. Esta ciudad, al situarse más allá de los muros que rodeaban el liceo de su juventud, sólo se asomaba a su mundo personal cuando con la entrada o salida de los turnos de los alumnos externos las puertas se abrían. “Yo vivía en el corazón de una ciudad primero imaginada que conocida, de la que yo poseía algunos datos sólidos, o de la cual algunos itinerarios me eran familiares, pero de la que la sustancia, el olor mismo, guardaba algo de exótico: una ciudad donde todas las perspectivas se plasmaban sobre lejanías mal definidas, no exploradas, un lienzo sin rigidez, permeable más que nimgún otro a la ficción”.
La ciudad, prohibida cotidianamente, asomando “como las mareas por encima de los muros y a través de las rendijas de las puertas del colegio”, es la personificación permanente del deseo urbano, esa característica que se coloca junto al sentido de irrealidad, la textualidad de la ciudad misma y la naturaleza sensorial de la experiencia urbana como necesaria para definir cualquier poética urbana 3. ¿Podemos ver en dicho deseo urbano, la unión posible entre el Nantes de Gracq y las ciudades de Venezuela? Observa Chapman Sharpe en su libro Unreal Cities que “como poetas urbanos, los críticos deben confrontar la ilimitada tarea de encontrar palabras para describir las ciudades irreales de la vida moderna”.4 Difícil tarea, ya que la moderna ciudad venezolana es una ciudad como hemos visto cuya forma como hemos visto nadie ha querido estudiar, sobre la cual nadie ha querido legislar, por la que nadie quiere o puede transitar. Ya en su realidad más consciente se mueve delirante por los caminos de la irrealidad.
En los últimos veinte años (1991) sin embargo, un grupo de arquitectos decidió que antes de describir nada, lo más importante era atacar el origen mismo del problema y ejecutar una transformación directa de la realidad urbana de la ciudad.5 Dichos arquitectos tenían como única teoría común la esperanza de un último, casi utópico, distante rescate de lo urbano. Como imagen predominante, la imagen individual de cada quien de lo que es la vida moderna, o de lo que debe ser, en una región tropical, frente a un crecimiento poblacional vertiginoso como telón de fondo. Súbitamente, la ciudad pasó de prohibida a imaginada (“Yo la remodelé de acuerdo al contorno de mis ensoñaciones íntimas, yo le rendí encanto y vida según las leyes del deseo antes que según las de la objetividad...”).6 La lucha personal individual de cada uno de estos arquitectos por la formulación de una idea de ciudad se convirtió muy pronto en una revolución de diseño urbano.
Todo empezó en Caracas un poco como en la Florencia del Quatrocentto, si es que podemos osar la comparación. Con la misma escala relativa, y con la misma gigantesca trascendencia que se dieron los proyectos urbanos renacentistas. Los cambios en Caracas se gestaron a la escala del proyecto arquitectónico de un solo hombre, como diseños individuales aplicados a la ciudad. Con la energía desbordada de quien da la última batalla, empezó a fraguarse el perfil de una nueva ciudad y los contornos de una nueva cultura urbana. Las formas de estos proyectos de diseño urbano fueron varias como los hombres que participaron en ellos, y sus modalidades de hacerse realidad, muy diversas.El Metro de Caracas, por ejemplo, según refiere Max Pedemonte, su arquitecto-director, “no hizo, ni creó nada nuevo, se fue introduciendo en la ciudad y donde quedaba un espacio lo tomaba para potenciar una transformación”. Su modus operandi fue el de una recuperación urbana ganada a la introducción de la vital red de transporte colectivo, inaugurando un proceso de renovación de toma por asalto que sorprendió a más de uno, empezando por las mismas autoridades del Metro.
En el Bulevar Leonardo Ruiz Pineda el planteamiento se basaba en rescatar para la ciudad un sector de barrios “en franco deterioro”, con el interés urbano histórico de haber sido San Agustín del Norte la primera urbanización de menores recursos que se planificó para Caracas, interés que obliga , interés que obliga todo el partido organizador del programa y de las funciones de los edificios, aunque no significara nada en ojos oficiales.7 La comunidad y el ente del gobierno reciben así el regalo adicional de un pedazo de ciudad del arquitecto Manuel Delgado.
La importante obra de transformación del corazón de Caracas en el Plan General del Parque Vargas, instalada en el eje urbano más importante de la ciudad, es un proyecto de diseño urbano que no solo se imagina, se diseña y se construye para rehacer el corazón de la ciudad, sino que también es el modelo de una Ordenanza de Forma Urbana que legislará por mucho tiempo este sector de Caracas, una operación de madurez que le devuelve a la ciudad la esperanza de volver a tener el control de su forma urbana.8 El Parque Vargas certeramente redime a la ciudad del viejo Planning y de los constructores de autopistas, y se convierte en un verdadero “llamado al orden”, como diría Colin Rowe, para toda la ciudad, y en ese aspecto es interesante revisar la arquitectura auto-regulada del parque que la Comisión Presidencial Asesora y sus arquitectos Carlos Gómez de Llarena y Moisés Benacerraf diseñaron con toda la intención de evidenciar su respeto a la ordenanza.
La renovación generada a lo largo de toda la ciudad por el Metro de Caracas, la ampliación sensiblemente urbana en el Bulevar Ruiz Pineda y la reformulación del centro de la capital lograda en el Parque Vargas, constituyen tres ejemplos impresionantes de verdaderos velos levantados en la construcción real de una ciudad durante largo tiempo oculta, durante largo tiempo imaginada. Una ciudad que, como Salomé, para bailar la danza de los siete velos también nos ha exigido primero como a Herodes una entrega ciega, “… y si bailáis, os daré todo cuanto me pidáis, aunque sea la mitad de mi reino”.9
III. La ciudad develada
Las recientes (1991) transformaciones de la ciudad que hemos mencionado junto a muchas otras fueron las abanderadas pioneras de un proceso optimista de recuperación de la ciudad. Durante los ochenta, la peatonalización se convirtió en el instrumento político de moda, y Venezuela vió nacer bulevares y plazas, bloquear calles y peatonalizar sectores enteros de sus principales y congestionados centros urbanos, como medida inicial de transformación radical del ambiente inmediato. El país empezó a verse retratado en florecientes espacios peatonales donde, sorpresivamente, la gente caminaba, paseaba, y disfrutaba de la experiencia urbana otra vez. Así, la principal recuperación en las dos últimas décadas fue la recuperación de la autoestima urbana, la recuperación psicológica. La ciudad venezolana quedó libre para ser transformada.
Desmontado el mito legendario de la ciudad apocalíptica, la estructura compleja que rinde a la ciudad como un gigantesco palimpsesto análogo se develó parcialmente. Las manifestaciones subyacentes de la ciudad, las formas sepultadas bajo metros cúbicos de monstruosa paleontología urbana, los monumentos arquitectónicos de incógnito, la buena arquitectura no consagrada, los pisos y mosaicos desenterrados, la topografía, la nomenclatura, la historia quedaron susceptibles a reaparecer bajo la brocha delicada de los arqueólogos. Ahora es posible que afloren a la superficie, uno a uno, los horizontes de la trama. Y quizás finalmente se revelen para todo el mundo el potencial de invención y la creatividad que pueden existir en la retícula.
Felizmente, la ciudad venezolana sigue construyéndose. Gracias a los nuevos proyectos dos cosas importantes sucedieron para marcar la nueva dirección de esta construcción: se ha develado la belleza de las estructuras híbridas y contradictorias de nuestras formas urbanas, y ha quedado renovado y al descubierto el juego de poderes que una vez más pueden representar gobernantes y arquitectos para transformar el territorio urbano. Los velos de “la ignorancia, del literalismo, y del obscurecimiento del corazón” que ocultaban la ciudad se han trocado ahora simbólicamente en los intermediarios necesarios para acceder a su conocimiento.10
Las recientes (1991) transformaciones de la ciudad que hemos mencionado junto a muchas otras fueron las abanderadas pioneras de un proceso optimista de recuperación de la ciudad. Durante los ochenta, la peatonalización se convirtió en el instrumento político de moda, y Venezuela vió nacer bulevares y plazas, bloquear calles y peatonalizar sectores enteros de sus principales y congestionados centros urbanos, como medida inicial de transformación radical del ambiente inmediato. El país empezó a verse retratado en florecientes espacios peatonales donde, sorpresivamente, la gente caminaba, paseaba, y disfrutaba de la experiencia urbana otra vez. Así, la principal recuperación en las dos últimas décadas fue la recuperación de la autoestima urbana, la recuperación psicológica. La ciudad venezolana quedó libre para ser transformada.
Desmontado el mito legendario de la ciudad apocalíptica, la estructura compleja que rinde a la ciudad como un gigantesco palimpsesto análogo se develó parcialmente. Las manifestaciones subyacentes de la ciudad, las formas sepultadas bajo metros cúbicos de monstruosa paleontología urbana, los monumentos arquitectónicos de incógnito, la buena arquitectura no consagrada, los pisos y mosaicos desenterrados, la topografía, la nomenclatura, la historia quedaron susceptibles a reaparecer bajo la brocha delicada de los arqueólogos. Ahora es posible que afloren a la superficie, uno a uno, los horizontes de la trama. Y quizás finalmente se revelen para todo el mundo el potencial de invención y la creatividad que pueden existir en la retícula.
Felizmente, la ciudad venezolana sigue construyéndose. Gracias a los nuevos proyectos dos cosas importantes sucedieron para marcar la nueva dirección de esta construcción: se ha develado la belleza de las estructuras híbridas y contradictorias de nuestras formas urbanas, y ha quedado renovado y al descubierto el juego de poderes que una vez más pueden representar gobernantes y arquitectos para transformar el territorio urbano. Los velos de “la ignorancia, del literalismo, y del obscurecimiento del corazón” que ocultaban la ciudad se han trocado ahora simbólicamente en los intermediarios necesarios para acceder a su conocimiento.10
La forme d`une ville. Julien Gracq, Librairie José Corti, Mayenne, 1988.
NOTAS
1. Colin Rowe. Prólogo del libro de Rob Krier, El Espacio Urbano. Editorial Gustavo Gili. Barcelona, 1981.
2. William Chapman Sharpe. Unreal Cities, The Johns Hopkins University Press, Baltimore and London, 1990.
3. Julien Gracq. La Forme d’une Ville, Librairie José Corti, Mayenne, 1988.
4. W. Chapman Sharpe. Op.Cit., 1990.
5. William Niño Araque y Max Pedemonte. "Rutas para una ciudad recobrada", Revista del Colegio de Arquitectos de Venezuela, No. Extraordinario 50-51, Caracas, Abril, 1988.
6. J. Gracq. Op.Cit., 1988.
7. Manuel Delgado A. "Boulevard Leonardo Ruiz Pineda y Edificios Públicos La Franja”, Arquitectura Venezolana en la Bienal de Quito 90, Fundación Museo de Arquitectura, Caracas, 1990.
8. Hannia Gómez. "Center Park, Avenue, The New Vargas Park in the Center of Caracas", Lotus International, No. 56, Space, Time, and Architecture, Electa, Milan, 1987.
9. Oscar Wilde. "Salomé, drama en un acto", Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1961.
10. Jean Chevalier y Alain Gheerbart. Diccionario de los Símbolos, Editorial Herder, Barcelona, 1986.
Publicado en: Venezuela Arquitectura y Trópico 1980-1990, catálogo de la exposición "Venezuela Arquitectura y Trópico 1980-1990", Fundación Museo de Arquitectura, Maison de l´Architecture, París, 1990.
2. William Chapman Sharpe. Unreal Cities, The Johns Hopkins University Press, Baltimore and London, 1990.
3. Julien Gracq. La Forme d’une Ville, Librairie José Corti, Mayenne, 1988.
4. W. Chapman Sharpe. Op.Cit., 1990.
5. William Niño Araque y Max Pedemonte. "Rutas para una ciudad recobrada", Revista del Colegio de Arquitectos de Venezuela, No. Extraordinario 50-51, Caracas, Abril, 1988.
6. J. Gracq. Op.Cit., 1988.
7. Manuel Delgado A. "Boulevard Leonardo Ruiz Pineda y Edificios Públicos La Franja”, Arquitectura Venezolana en la Bienal de Quito 90, Fundación Museo de Arquitectura, Caracas, 1990.
8. Hannia Gómez. "Center Park, Avenue, The New Vargas Park in the Center of Caracas", Lotus International, No. 56, Space, Time, and Architecture, Electa, Milan, 1987.
9. Oscar Wilde. "Salomé, drama en un acto", Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1961.
10. Jean Chevalier y Alain Gheerbart. Diccionario de los Símbolos, Editorial Herder, Barcelona, 1986.
Publicado en: Venezuela Arquitectura y Trópico 1980-1990, catálogo de la exposición "Venezuela Arquitectura y Trópico 1980-1990", Fundación Museo de Arquitectura, Maison de l´Architecture, París, 1990.
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