miércoles, 7 de marzo de 2007

Código exquisito

Cadavre exquis. André Breton, Jacqueline Lamba e Yves Tanguy, 1938.




En 1925, en el número 24 de la rue du Ch­âteau, en París, los surrealistas jugaban a un antiguo juego de salón llamado “papier plié”. Reunidos alrededor de una mesa, cada uno escribía una palabra sobre una hoja de papel que luego pasaba a su vecino, habiendo primero ocultado una parte de ella. La primera frase obtenida al azar fue: el cadáver / exquisito / beberá / el vino / nuevo.

El juego se convirtió en una técnica para soñar y explotar la mística del accidente, y muy pronto saltó al campo del dibujo. Bautizados con el nombre del juego inicial, decenas de cadavres exquises empezaron a surgir como resultado de collages colectivos hechos con palabras o con imágenes. Los surrealistas así liberaban “la realidad inconsciente en
la personalidad del grupo”, mediante un proceso que Max Ernst llamó de “contagio mental”. Finalmente podían hacer realidad la máxima de Lautréamont: “la poesía debe ser hecha por todos y no por uno solo”.

Los híbridos dibujados se publicaron en 1927 en La Révolution Surréaliste sin la identificación de sus creadores. En ellos, cada parte del cuerpo era la intervención de un jugador, y el resultado apenas se parecía vagamente a la forma humana. Mientras que un cuerpo compuesto por palabras leía, por ejemplo: “la ostra del Senegal comerá el pan tricolor”, uno pictórico podía comenzar con una araña, que daba paso al torso de un hombre cuyos pies están formados por dos vasos; o bien, comenzar con una cabeza de mujer hecha por Ives Tanguy, la cual se disuelve en una escena selvática por Max Morisse, regresando a la
anatomía femenina esquemáticamente indicada por Miró, y terminando en “piernas” en la forma de una cola de pescado y en una escuadra de arquitecto colocadas por Man Ray.

Una analogía importante de este juego colectivo, tan amado por los surrealistas y descrito por Breton como “capaz de mantener el intelecto crítico a la expectativa y liberar totalmente la actividad metafórica de la mente”, fue hecha el año pasado por Michael Sorkin en su libro Exquisite Corpse: la analogía urbana.1  La ciudad moderna es como un gigantesco y surreal cadáver exquisito, producido entre todos prácticamente a ciegas, escrito automáticamente por muchas manos anónimas, de cuyas enloquecedoras y resbaladizas concatenaciones debemos forzosamente hacer la lectura, cuyo azaroso resultado d
ebemos necesariamente vivir, por ser “nuestro mayor y más fuera de control artefacto colectivo”. Como en el juego de salón, cada ciudadano, al tocarle el turno, elabora, diseña, construye en su fragmento de tierra urbana, y, sin querer saber qué estaba antes, ni qué viene después, lo “dobla” y lo pasa al siguiente para que haga otro tanto hasta que, finalmente, la “hoja” es abierta para revelar su azarosa composición. Aparece la ciudad que tenemos, “un desplegable terreno de invención, que acomoda la disparidad y contextualiza juxtaposiciones a veces sorprendentes”. La ordenanza actual no logra regir su cuerpo inerte… más bien catapulta lo azaroso de su composición y la violencia de su sabor surreal.

El vértigo del fracaso era un peligro estimulante para los surrealistas reunidos en la rue du Château. Que el resultado espantase no era una preocupación, era un deleite... los cadáveres deben producir horror, o si no, al fin y al cabo, como legítimo producto de la mente, son exquisitos aunque espanten. Pero, ¿puede decirse lo mismo del cadáver exquisito de la ciudad moderna? El problema es que la composición final, claro está, depende del talento de los participantes en el juego. En el juego original no había problema, porque los que reunían sus diseños eran André Breton, Max Ernst, Wifredo Lam, Marcel Duchamp,Tristán Tzara... Hoy en día no es fácil reunir a las mejores cabezas del mundo para que nos hagan una ciudad (ni ésto tampoco garantiza nada: recuerden Roma Interrotta).2


Y Sorkin lo sabe. Por ello, decide hacer un segundo libro para proponerle al mundo una solución. Entre ambos libros, lo que realmente hace es perfeccionar el juego. Del azaroso, aunque potencialmente exquisito cadáver, pasa a una precisa y controlada ciudad situada a 42 grados de latitud norte, de mucho menos riesgo para los jugadores-habitantes. Local Code, the Constitution of a City at 42 degrees N Latitude, es el enunciado de una ciudad completa por medio de un exquisito código urbano, donde se redescubren el valor cualitativo y la vigencia actual de las ordenanzas.3


Tan exhaustivo es Sorkin en simular una ordenanza urbana real, que llega a hacerla árida y en muchos sitios incomprensible, como suelen ser las originales. Recuerdo que en un momento dado que hacía la lectura del Bill of Rights de la ciudad (“Los ciudadanos disfrutarán de los siguientes derechos cívicos...”), sentí exactamente éso que se siente cuando uno está frente a un clásico inmortal (hoy hasta me atrevería a colocar a “Local Code” entre los grandes manifiestos arquitectónicos del siglo veinte). El código resulta a veces incluso cómico por la exagerada perfección de sus tecnicismos (“El Coeficiente de Durabililidad de todo Vector Tectónico -ver Sección III-6- debe ser especificado”), o por la cuidadosa matemática de sus reglas (“ASSA = £TV H/S (el área de superficie solar disponible es igual a la raíz cuadrada del volumen total del edificio”).

Uno que otro desliz en alguna ley, como por ejemplo cuando en el aparte (III-5.5) demanda que “no más del 3% del área superficial de los canales podrá ser cruzada por puentes” (¿habrá medido el Gran Canal de Venecia para sacar ese 3%?), o cuando en establece en (IV-4.21) que “toda vivienda debe tener una vista de la luna”, nos retrae a que todo no es más que la invención romántica de un arquitecto (quien muere krierescamente por la ciudad tradicional, pero quien lo daría todo, y prefiere finalmente, a Nueva York, su ciudad).


Sorkin lo que hace no es un diseño, es una ordenanza que busca, en sus límites, “no restringir las asociaciones, sino liberarlas”. En ella, también el juego surreal puede efectuarse, sólo que con la garantía de un buen resultado: los ciudadanos son libres de interpretar el código, porque su rigidez es inversamente proporcional al talento individual... pero el cadáver resultante será siempre exquisito.



Exquisite Corpse. Michael Sorkin.






NOTAS
1. Michael Sorkin. Exquisite Corpse.
2. Roma Interrotta.
3. M. Sorkin. Local Code, the Constitution of a City at 42 degrees N Latitude, Princeton Architectural Press, 1993.



Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL. Caracas, lunes 24 de Enero de 1994.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts with Thumbnails