Acercándose con el año 2000 viene también el centenario del nacimiento de Carlos Raúl Villanueva. Nos quedan dos años para preparar grandes celebraciones, entre ellas el bautizo del merecido libro que inexplicablemente aún (1998) no se ha publicado, o los muchos cocktails que celebrarán por el planeta el lanzamiento internacional de la exposición que una vez abriera el MACCSI.
Felizmente ésta sale de nuevo de sus cajas para ir a Bogotá y luego -esperamos- para partir en un gran tour monumental por las más ávidas capitales de la arquitectura: Londres, su cuna, París, su escuela y Nueva York, su redentora aspirante.
No podrá ser de otra manera. Nuestros descuidos para con Villanueva por décadas tienen ahora, ¡oh, maravilla!, una inesperada ventaja: Villanueva, nuestro mayor maestro, sigue siendo el Gran Desconocido de América. No hay quien no muera por ser el primero en recibirlo con pompa en sus atriums, dedicarle glamorosas portadas, organizarle nutridas symposia, abrirle los más exquisitos salones y competir a dentellazos por arrancarle a su ilustrada progenie la esperada “revisión” de su obra, un hit en estos tiempos de revisionismo arquitectónico, cuando ya se les van agotando las arcas a los hambrientos especialistas del globo. De nuevo en la punta de la lanza. Somos un pueblo con suerte.
Su obra se mueve para nosotros por un lado en el país de las leyendas, de la historia oral, de los sueños. Pero por el otro, sus edificios nos son entrañables hasta el tuétano, lo cual es una bella contradicción fisiológica, pero que explica bastante bien el efecto que tiene la contundente realidad física de sus edificios sobre nuestros cuerpos y almas. De aquí que nosotros podamos sentir también, como una vez le oí decir a su hija Paulina, que Villanueva “nos dejó demasiado pronto”.
Esa ausencia ha tenido su precio: su obra quedó por demasiado tiempo, literalmente, a la intemperie. Pero podemos repararlo. Como un primer homenaje en la larga agenda que sé que ya se está confeccionando para arribar al primer 30 de mayo del Tercer Milenio (ya tengo noticias de los preparativos que adelanta la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV), podríamos por ejemplo, empezar por imaginarlo vivo, con la misma vitalidad, de vuelta sobre el tablero de dibujo, al pie de la obra y en la tribuna pública, para ayudarnos a construir esta ciudad cada vez más obstinadamente amnésica, con toda la energía y el optimismo y el humor que lo caracterizaban. Imaginémoslo, pues, aunque nos cueste un poco, así: vivo.
Quiere la fortuna que Villanueva tendría en estos momentos mucho trabajo. La conjunción de los astros ha signado nuevos ímpetus para la revitalización de los abandonados territorios de la Zona Rental, para los que Villanueva diseñó en los años cincuenta un monumental conjunto rental. Esta es la gran oportunidad que nunca le vino en vida para que la universidad lograra su sueño rental; es el gran chance, además, para que la ciudad se deshaga de uno de sus más execrables lodazales, por no decir de unos cuantos adefesios y se haga con el gran centro de convenciones que tánta falta le hace. El Fondo Andrés Bello está en estos momentos de nuevo a la caza de promotores para que desarrollen la ZR, y todo parece indicar que esta vez sí lo lograran.
Pero, ¿qué diría Villanueva, si en todo el dominio de sus facultades contemplara que en el plan de diseño urbano que hizo el Instituto de Urbanismo hace ya varios años, encargado por la misma casa de estudios a la que él le diseñara el campus, no toma en cuenta su proyecto? ¿No digamos tan sólo la vigentísima idea de hacer allí un Centro de Convenciones, sino que ni siquiera contempla la terminación del Edificio Principal, cuyas bases y primeros niveles de semisótanos están hasta construidos? Oh, señores: Villanueva montaría, como dice la leyenda, en legendaria cólera.
Los amnésicos de la Torre de Villanueva padecen una variante de amnesia que se denomina Amnesia voluntaria. Ellos quieren borrar la torre del mapa (y enterrar para siempre todos esos millones) porque “la estructura no sirve”. Mas sabemos que hay circulando otra versión: la de los ingenieros que participaron en el proyecto de estructura. Según éstos (prestos a elaborar un acta que lo corrobore) la estructura de la elegante torre de concreto de cincuenta pisos, que hubiera sido la más alta del mundo para su época (1956), continúa perfecta, y el edificio puede terminarse inmediatamente de ahí para arriba. Entonces, ¿cómo, por todos los santos, puede pretender nadie, y menos la misma universidad, en vísperas del centenario del más importante arquitecto que ha tenido este país, llevar a cabo un plan que acaba con la posibilidad de completar póstumamente una de sus más grandes obras?
No, queridos amigos: esta vez no vamos a ser de nuevo los últimos en celebrar a Villanueva. Hay que hacer todo lo posible para que el primer centenario de su nacimiento, el mayor y más justo homenaje que se le haga, sea justamente, la conclusión de su torre. Y es que no puede ser de otra manera: Carlos Raúl Villanueva está vivo. Ha hecho una epifanía en la Zona Rental, ¿no se han dado cuenta?
No podrá ser de otra manera. Nuestros descuidos para con Villanueva por décadas tienen ahora, ¡oh, maravilla!, una inesperada ventaja: Villanueva, nuestro mayor maestro, sigue siendo el Gran Desconocido de América. No hay quien no muera por ser el primero en recibirlo con pompa en sus atriums, dedicarle glamorosas portadas, organizarle nutridas symposia, abrirle los más exquisitos salones y competir a dentellazos por arrancarle a su ilustrada progenie la esperada “revisión” de su obra, un hit en estos tiempos de revisionismo arquitectónico, cuando ya se les van agotando las arcas a los hambrientos especialistas del globo. De nuevo en la punta de la lanza. Somos un pueblo con suerte.
Su obra se mueve para nosotros por un lado en el país de las leyendas, de la historia oral, de los sueños. Pero por el otro, sus edificios nos son entrañables hasta el tuétano, lo cual es una bella contradicción fisiológica, pero que explica bastante bien el efecto que tiene la contundente realidad física de sus edificios sobre nuestros cuerpos y almas. De aquí que nosotros podamos sentir también, como una vez le oí decir a su hija Paulina, que Villanueva “nos dejó demasiado pronto”.
Esa ausencia ha tenido su precio: su obra quedó por demasiado tiempo, literalmente, a la intemperie. Pero podemos repararlo. Como un primer homenaje en la larga agenda que sé que ya se está confeccionando para arribar al primer 30 de mayo del Tercer Milenio (ya tengo noticias de los preparativos que adelanta la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV), podríamos por ejemplo, empezar por imaginarlo vivo, con la misma vitalidad, de vuelta sobre el tablero de dibujo, al pie de la obra y en la tribuna pública, para ayudarnos a construir esta ciudad cada vez más obstinadamente amnésica, con toda la energía y el optimismo y el humor que lo caracterizaban. Imaginémoslo, pues, aunque nos cueste un poco, así: vivo.
Quiere la fortuna que Villanueva tendría en estos momentos mucho trabajo. La conjunción de los astros ha signado nuevos ímpetus para la revitalización de los abandonados territorios de la Zona Rental, para los que Villanueva diseñó en los años cincuenta un monumental conjunto rental. Esta es la gran oportunidad que nunca le vino en vida para que la universidad lograra su sueño rental; es el gran chance, además, para que la ciudad se deshaga de uno de sus más execrables lodazales, por no decir de unos cuantos adefesios y se haga con el gran centro de convenciones que tánta falta le hace. El Fondo Andrés Bello está en estos momentos de nuevo a la caza de promotores para que desarrollen la ZR, y todo parece indicar que esta vez sí lo lograran.
Pero, ¿qué diría Villanueva, si en todo el dominio de sus facultades contemplara que en el plan de diseño urbano que hizo el Instituto de Urbanismo hace ya varios años, encargado por la misma casa de estudios a la que él le diseñara el campus, no toma en cuenta su proyecto? ¿No digamos tan sólo la vigentísima idea de hacer allí un Centro de Convenciones, sino que ni siquiera contempla la terminación del Edificio Principal, cuyas bases y primeros niveles de semisótanos están hasta construidos? Oh, señores: Villanueva montaría, como dice la leyenda, en legendaria cólera.
Los amnésicos de la Torre de Villanueva padecen una variante de amnesia que se denomina Amnesia voluntaria. Ellos quieren borrar la torre del mapa (y enterrar para siempre todos esos millones) porque “la estructura no sirve”. Mas sabemos que hay circulando otra versión: la de los ingenieros que participaron en el proyecto de estructura. Según éstos (prestos a elaborar un acta que lo corrobore) la estructura de la elegante torre de concreto de cincuenta pisos, que hubiera sido la más alta del mundo para su época (1956), continúa perfecta, y el edificio puede terminarse inmediatamente de ahí para arriba. Entonces, ¿cómo, por todos los santos, puede pretender nadie, y menos la misma universidad, en vísperas del centenario del más importante arquitecto que ha tenido este país, llevar a cabo un plan que acaba con la posibilidad de completar póstumamente una de sus más grandes obras?
No, queridos amigos: esta vez no vamos a ser de nuevo los últimos en celebrar a Villanueva. Hay que hacer todo lo posible para que el primer centenario de su nacimiento, el mayor y más justo homenaje que se le haga, sea justamente, la conclusión de su torre. Y es que no puede ser de otra manera: Carlos Raúl Villanueva está vivo. Ha hecho una epifanía en la Zona Rental, ¿no se han dado cuenta?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario