Marcalibros con la fachada de Books & Co., 939 Madison Avenue, NYC 10021.
Yo mentí. Yo dije que lo encontré al lado de The New York Trilogy, de Paul Auster (trilogía pesquisada por Grahame Shane en un artículo por venir);1 luego de The Life of Henri Brulard, de Stendhal (dulce regalo fenomenológico de Anthony Vidler en un prólogo reciente),2 y de una inefable edición tapa dura que Random House le hiciera a París en el Siglo Veinte, la novela perdida de Julio Verne.3 Yo dije que lo hallé junto a las Leyes de Fiésole de John Ruskin,4 y de una impresionante copia autografiada de Homely Girl, A Life y otras historias, de Arthur Miller.5 Yo dije: "encontré el libro Guarino Guarini y su arquitectura, de H.A. Meek", y aseguré que lo hice al pasar la mano sobre los estantes de mi librería favorita.6
El cuadrado tomo editado en 1988 por Yale University Press habría aparecido, cabalísticamente, junto a la caja registradora. Un puesto cargado de sentido premonitorio, ceremoniosamente manejado como silente bandera de lo que vendrá: el lugar desde donde se disparan las profecías. Una vez había hallado allí (luego de haber traspasado con mucho la línea de mi límite presupuestario), una irresistible edición conmemorativa del setenta y cinco aniversario de la aparición de The Waste Land de T.S. Elliot, el primer poema urbano de los Estados Unidos.7 Lo habíamos usado una vez para festejar a Caracas en uno de sus aniversarios. Era demasiado: la carátula del espacio de la cúpula del duomo de Turín fugándose infinito hacia la paloma del Espíritu Santo, revestida de las mismas notas de contemporaneidad de todo lo que en aquel mostrador se coloca, ¡trocada en apetecible novedad!
Yo dije que, habiendo pasado tánto tiempo desde que Nikolaus Pevsner reconociera que fue Guarini y solo Guarini el que llevó a la tercera dimensión los “ducks and drakes” (los cóncavos y los convexos), de las fachadas del barroco; que habiendo transcurrido tántos, tántos años desde que yo escrutase con curiosidad la enigmática sección de la capilla en la cubierta del tomo del Arquitectura Barroca de la colección plateada de Editorial Aguilar, tánto tiempo -dije-, que esta epifanía del duomo de la S.S. Sindone sobre el mostrador de Books & Co. no podía tener sino algo de visionario y apocalíptico.7 En esta librería nunca las asociaciones son inocentes y mi fe en sus designios está casi por alcanzar lo esotérico.
¿Cuál era el secreto? ¿Qué cosa, aparte de la vitrina implacable, me hacía volver? El recorrido de Madison Avenue se me había vuelto con los años en una procesión mayestática hasta el número 939, justo antes del Museo Whitney (la misma institución que por querer alzarle la renta al local que le pertenece, le ha puesto (1997) al filo de la navaja a la pequeña librería, por veinte años epicentro cultural del Upper East Side).
No es una librería de arquitectura. Es más, al cruzar la calle está la especializada Archivia, a la que sin embargo no voy jamás. Puede que por aquello de las adyacencias: vibra más Josef Hoffman al lado de García Márquez que al lado de Otto Wagner, quizás por lo del mestizaje de la arquitectura con otras cosas y de otras cosas con la arquitectura. O porque le encuentre algo de la desaparecida Librería Sotavento, donde a gatas buceaba todos los sábados de la Biblioteca Azul de la Editorial Ciruela a los Archives d’Architecture Moderne y viceversa. O puede que por ser un rincón donde se puede estar solo o en compañía a voluntad tenga algo también de la vieja Librería Lectura de Chacaíto, añorado salón de encuentros donde la arquitectura gozaba de un ala napoleónica… O puede que, por destartalada y elusiva, reanude la potencia del hallazgo inesperado de ese delicioso error, de ese libro que se cuela y que nadie pidió, que tántas veces acaece en las más humildes librerías de Caracas.
Ese día que volví -dije-, me había acercado temblando. Me habían contado que finalmente la habían cerrado. Las grandes cadenas mayoristas (en el caso de Nueva York, Barnes & Noble) están significando una competencia invencible para los pequeños comercios. Una enfermedad terrible de virulencia suburbana. Muchas librerías independientes han tenido que cerrar sus puertas (1997), Endicott Booksellers, Shakespeare & Co. La mía no iba a salvarse. El corolario: el inevitable empobrecimiento de la vida urbana.
Cuando ya por la proximidad caminaba con las manos cubriéndome los ojos para no ver lo que temía... encontré que la puerta estaba abierta. Gente adentro, luces y libros, y el anuncio del reading de una novela para esa misma noche. Entré como en un sueño, pellizcándome... Y de nuevo esa sensación de ser llevado de la mano por sobre los lomos de los libros como por un hada madrina, algo impensable en los hipermercados libreros, obesos de best sellers y de coffee table books sobre luminarias de la arquitectura.
Corriendo tiempos urbanos tan aviesos, Jeannette Watson, fundadora y propietaria, es más fuerte que la fatalidad (y habrá de perdonárseme la comparación), como el Santo Sudario de Turín: está siendo salvada de la extinción por la obra y fe de sus fieles. Como una Juana de Arco había decidido fundar su propia librería en el árido East Side cuando un día de paseo por las del West Side no encontró el libro que buscaba.
A mí, simplemente, se me pidió que enviase un fax al board del Whitney Museum, explicando porqué Books & Co. no podía desaparecer. Yo allí decidí contar, cual heroica vigilo del fuoco Mario Trematore, cómo fue mi reencuentro de ese día en Books & Co. con la “tenebrosa luce” de la Capilla de la Santísima Síndone de Guarino Guarini.9
No era verdad… pero al menos contribuyó a que esta otra capilla tan cara para mi alma pudiera salvarse.
El cuadrado tomo editado en 1988 por Yale University Press habría aparecido, cabalísticamente, junto a la caja registradora. Un puesto cargado de sentido premonitorio, ceremoniosamente manejado como silente bandera de lo que vendrá: el lugar desde donde se disparan las profecías. Una vez había hallado allí (luego de haber traspasado con mucho la línea de mi límite presupuestario), una irresistible edición conmemorativa del setenta y cinco aniversario de la aparición de The Waste Land de T.S. Elliot, el primer poema urbano de los Estados Unidos.7 Lo habíamos usado una vez para festejar a Caracas en uno de sus aniversarios. Era demasiado: la carátula del espacio de la cúpula del duomo de Turín fugándose infinito hacia la paloma del Espíritu Santo, revestida de las mismas notas de contemporaneidad de todo lo que en aquel mostrador se coloca, ¡trocada en apetecible novedad!
Yo dije que, habiendo pasado tánto tiempo desde que Nikolaus Pevsner reconociera que fue Guarini y solo Guarini el que llevó a la tercera dimensión los “ducks and drakes” (los cóncavos y los convexos), de las fachadas del barroco; que habiendo transcurrido tántos, tántos años desde que yo escrutase con curiosidad la enigmática sección de la capilla en la cubierta del tomo del Arquitectura Barroca de la colección plateada de Editorial Aguilar, tánto tiempo -dije-, que esta epifanía del duomo de la S.S. Sindone sobre el mostrador de Books & Co. no podía tener sino algo de visionario y apocalíptico.7 En esta librería nunca las asociaciones son inocentes y mi fe en sus designios está casi por alcanzar lo esotérico.
¿Cuál era el secreto? ¿Qué cosa, aparte de la vitrina implacable, me hacía volver? El recorrido de Madison Avenue se me había vuelto con los años en una procesión mayestática hasta el número 939, justo antes del Museo Whitney (la misma institución que por querer alzarle la renta al local que le pertenece, le ha puesto (1997) al filo de la navaja a la pequeña librería, por veinte años epicentro cultural del Upper East Side).
No es una librería de arquitectura. Es más, al cruzar la calle está la especializada Archivia, a la que sin embargo no voy jamás. Puede que por aquello de las adyacencias: vibra más Josef Hoffman al lado de García Márquez que al lado de Otto Wagner, quizás por lo del mestizaje de la arquitectura con otras cosas y de otras cosas con la arquitectura. O porque le encuentre algo de la desaparecida Librería Sotavento, donde a gatas buceaba todos los sábados de la Biblioteca Azul de la Editorial Ciruela a los Archives d’Architecture Moderne y viceversa. O puede que por ser un rincón donde se puede estar solo o en compañía a voluntad tenga algo también de la vieja Librería Lectura de Chacaíto, añorado salón de encuentros donde la arquitectura gozaba de un ala napoleónica… O puede que, por destartalada y elusiva, reanude la potencia del hallazgo inesperado de ese delicioso error, de ese libro que se cuela y que nadie pidió, que tántas veces acaece en las más humildes librerías de Caracas.
Ese día que volví -dije-, me había acercado temblando. Me habían contado que finalmente la habían cerrado. Las grandes cadenas mayoristas (en el caso de Nueva York, Barnes & Noble) están significando una competencia invencible para los pequeños comercios. Una enfermedad terrible de virulencia suburbana. Muchas librerías independientes han tenido que cerrar sus puertas (1997), Endicott Booksellers, Shakespeare & Co. La mía no iba a salvarse. El corolario: el inevitable empobrecimiento de la vida urbana.
Cuando ya por la proximidad caminaba con las manos cubriéndome los ojos para no ver lo que temía... encontré que la puerta estaba abierta. Gente adentro, luces y libros, y el anuncio del reading de una novela para esa misma noche. Entré como en un sueño, pellizcándome... Y de nuevo esa sensación de ser llevado de la mano por sobre los lomos de los libros como por un hada madrina, algo impensable en los hipermercados libreros, obesos de best sellers y de coffee table books sobre luminarias de la arquitectura.
Corriendo tiempos urbanos tan aviesos, Jeannette Watson, fundadora y propietaria, es más fuerte que la fatalidad (y habrá de perdonárseme la comparación), como el Santo Sudario de Turín: está siendo salvada de la extinción por la obra y fe de sus fieles. Como una Juana de Arco había decidido fundar su propia librería en el árido East Side cuando un día de paseo por las del West Side no encontró el libro que buscaba.
A mí, simplemente, se me pidió que enviase un fax al board del Whitney Museum, explicando porqué Books & Co. no podía desaparecer. Yo allí decidí contar, cual heroica vigilo del fuoco Mario Trematore, cómo fue mi reencuentro de ese día en Books & Co. con la “tenebrosa luce” de la Capilla de la Santísima Síndone de Guarino Guarini.9
No era verdad… pero al menos contribuyó a que esta otra capilla tan cara para mi alma pudiera salvarse.
NOTAS
1. Paul Auster. The New York Trilogy.
2. Stendhal. The Life of Henri Brulard.
3. Jules Verne. París en el Siglo Veinte.
4. John Ruskin. Las Leyes de Fiésole.
5. Arthur Miller. Homely Girl, A Life.
6. H. A.Meek. Guarino Guarini y su arquitectura, Yale University Press, 1988.
7. T.S. Elliot. The Waste Land.
8. Nikolaus Pevsner. Arquitectura Barroca, Aguilar.
9. A la fecha de la publicación de este artículo (21-04-1997), acababa de ocurrir un incendio en la famosa capilla turinesa, resguardo del Santo Sudario de Cristo. En una hazaña que reseñó la prensa mundial, un bombero heroico, Mario Trematore, rescató espectacularmente la preciada reliquia de las garras del fuego.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL. Caracas, 21 de Abril de 1997.
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