viernes, 2 de marzo de 2007

Bóvedas de crucería

Bóveda de la Concatedral Santa María de la Redonda. Logroño, España (f. arquia.wordpress.com)


“La calle es como un palacio sin techo”.
Paul Morand.1

Siempre que, transitando cualquier día por la ciudad, descubro que un terreno al que me había acostumbrado a ver como estacionamiento, como arepera o como autolavado, lo están limpiando, lo cercan y le cuelgan el anuncio “Aquí se construye otra abra financiada por…”, me lleno de eufórica alegría. La polémica del crecimiento de la ciudad, con las agoreras voces sobre Caracas ”densificándose demasiado”, “saturándose” y “superpoblándose”, me tiene sin cuidado. Es más, sueño con el día en el cual ya en nuestra ciudad no quede un centímetro más disponible y tengamos que empezar a construir sobre lo construido, a rehacer lo edificado, a superponer más ciudad sobre la ciudad existente (con las excepciones que la memoria urbana imponga). Me gustaría ver el valle saturado de notables edificios, me gustaría que su fábrica urbana de una vez por todas fuera contínua, para poder comenzar a celebrar entre sus edificios y sus espacios ese diálogo, esa conversación inteligente que ocurre maravillosamente por la fuerza de la contigüidad.

La visión de ese terreno vacío, próximo a edificarse, llenándonos de expectativas frente a su destino, me trajo a la memoria una charla de Ignasi de Solá-Morales a la que asistí una vez en el Instituto de Arquitectura Urbana, donde refirió la historia de cómo Antonio Gaudí se había enfrentado una vez al mismo problema de completar ciudad. La anécdota versaba justamente sobre las peripecias de la contigüidad urbana. A finales del siglo diecinueve, hubo en Barcelona un resurgimiento general de las artes y las letras, la Renaixenca, cuya máxima expresión urbana fue la construcción del nuevo Eixample (Ensanche). Proyectado por Ildefonso Cerdá, el Eixample preveía la construcción de una trama regular de manzanas ochavadas. La burguesía de la época eligió para establecerse dentro del plan los alrededores del Passeig de Gracia, probablemente por su parecido a los Campos Elíseos. Sobre éste se desarrolla uno de los itinerarios arquitectónicos más populares de Barcelona, célebre por sus imponentes casas, algunas piezas claves del Noucentisme, del Modernismo y de la Arquitectura Moderna. Sólo en la manzana situada entre Aragó y Consell de Cent se encuentran tres obras maestras alineadas: la Casa Lleo Morera, obra de Lluis Domenech i Montaner; la Casa Ametller, obra de Josep Puig I Cadafalch, y la Casa Batló, de Gaudí.

En meramente una cuadra se plantea la interesante confrontación de los que fueran los tres arquitectos más importantes del Modernisme catalán. La conferencia se centraba sobre las acrobacias ejecutadas por Gaudí en ese fragmento del Paseo de Gracia para rendir homenaje a sus vecinos (ya construidos en el sitio) y a la vez lograr un diseño único y genial, absolutamente independiente para la remodelación de la Casa Batló (1904). Para hacer la fachada, Gaudí rediseñó los huecos, especialmente los de la planta baja y del piso principal, mediante enormes aberturas formadas por una estructura pétrea, logrando unos orgánicos óculos de distribución vagamente simétrica. El resto de la fachada, ondulada y revestida de cerámica y vidrios coloreados, se remata en una torre en forma de bulbo floral “con un tejadillo que recuerda el espinazo de algún animal mitológico”.2  Estos elementos son los que se contorsionan para adaptarse a las fachadas adyacentes. Recuerdo la diatriba en la charla sobre la línea de los techos, duplicada en cumbrera recedida y cornisa malabarista, que, cimbreante, amarra a ambos vecinos; el episodio del ritmo impreciso de los balcones, y las variaciones de la canal de agua de lluvia, que cose y anuda balcones de hierro y juntas de piedra.

La fuerza de la proximidad en la ciudad de Barcelona, actúa también muy bien en situaciones de no absoluta contigüidad. Tal es el caso de las famosas ochavas del Plá (Plan). Cerdá, al parecer, era bastante docto en éso de ejercer influencia a través del espacio. El sabía que, en la ciudad, para atraerse no hace falta que los interesados se toquen, ni coexistan codo con codo, como en el caso de las Casas Ametller y Batló. Gran urbanista, a la vez viviendo en la Belle Epoque, conocía que enormes pasiones pueden prosperar avasallantes por encima de las mesas, a través de un salón, desde el fondo de un aula, o de esquina a esquina. De allí que el diálogo a distancia a través de las plazas que surge entre las ochavas del Plan, esa conversación silenciosa entre sus edificios ochavados, algunos soberbios y otros no tánto, intercambiando lances y miradas por encima de la calle, no puede calificarse sino de amoroso.

En Caracas hay un sector absolutamente denso y totalmente construido, donde podemos ya ejercitar estos juegos catalanes sin esperar a que se densifique todo el valle: el centro de la ciudad. Allí están nuestras primeras calles sin retiros, perfectamente contínuas, y nuestras esquinas, con un pecho menos ancho que las de Barcelona, pero ochavadas al fin. El axioma de la fuerza de la proximidad, por lo menos por estar más juntas, en nuestras esquinas debería cumplirse con más urgencia. Son esquinas llenas de nomenclatura, llenas de memoria y, sobre todo, llenas de edificios. Acometer allí un análisis minucioso de algunos casos honorables, ahora resulta irresitible.

Nuestras esquinas de Caracas son susceptibles también de infatuaciones y peripecias. La cruz de sus calles, de ochava a ochava, se ve inexorablemente cruzada por las inflamadas arquitecturas de los edificios. En cada esquina, sus cuatro fachadas, como cuatro pilares, conducen sus temas hasta que se cruzan, formando una ingrávida madeja de relaciones. Es imposible evitar imaginarse en cada esquina del centro magnéticas y transparentes bóvedas de crucería techando intensamente los transeptos de la calle, reverberando los galanteos, guiños, rechazos, complicidades, celos, pactos, envidias, ayes y suspiros que dramatizan los edificios en Conde, Traposos, Bolsa, Ibarras, Madrices, Pajaritos, San Francisco, San Jacinto, Santa Capilla, Sociedad, Carmelitas…





NOTAS
1. Paul Morand. Venecias, Biblioteca de autores extranjeros, Trieste, Madrid, 1985.
2. Ignasí de Solá-Morales. Gaudí.



Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 4 de Abril de 1993.



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