Dear Gunnar:
Soy una apasionada de la arquitectura viviendo en Las Mercedes. Rutinariamente todas las mañanas recorro la cuesta que lleva hacia Colinas de Valle Arriba, y paso alrededor del curveado lote de la nueva embajada que ha usted diseñado para los Estados Unidos de América, en una preciosa loma de esa urbanización, haciendo una diaria e inevitable ronda de espacio, tiempo y arquitectura. Por supuesto, ya yo había leído el review que Architectural Record había hecho hace unos años del proyecto, y yo estaba toda llena de expectativas, toda plena de suspicacia desde la ventana de mi Ford, porque sabía que quizás era yo la única vecina Class of ’84 que contemplaba técnicamente la construcción, y uno de los pocos extraños que sabía cómo era lo que allí se estaba tramando. Desde hace tiempo no hacía sino atisbar bajo los montones de tierra porque las aristas expresionistas de los volúmenes del Embassy Building, emergieran cual Cueva de las Maravillas de Aladino, desde el fondo de las arenas del desierto.1
¡Cuán inusitados son los deleites que devenga uno del entorno cuando uno ama la arquitectura! Aquella colina se convirtió para mí en mi diversión cotidiana. Cada día adivinaba el Pert que se desarrollaba cronometrado como en ninguna otra obra de la ciudad, escrutaba los movimientos de las hordas de obreros que, tocados de azules cascos, desplegaban un ballet misterioso, y me distraía descifrando lo que hacían, cuadrándolo con lo que yo recordaba de la planta del edificio. El inmenso coloso de concreto tardó dos años antes de empezar a mostrar la parte superficial y facetada de su cuerpo, brotando milagrosamente listo, fully-equipped, air conditioned, con luces brillando en su interior.
Tanta movilización en el cerro, tanta excavación, luego el encabillado más abigarrado que he podido observar jamás en muro de concreto alguno, y un día, unas ambulancias que esperaban a las puertas de la obra (supongo que había habido un accidente laboral), le fueron dando a la epopeya de la arquitectura tintes de producción cinematográfica. Parecía el set de un nuevo capítulo de “Romancing the Stone”. En mi rápido paso frente a la obra vislumbraba algunos chief engineers o construction architects, destacando orondos entre la multitud como un Schwarzenegger, un Michael Douglas o un Harrison Ford cualquiera. Caracas, al fondo, controlada visualmente desde esta inigualable atalaya del valle, semejaba Tel-A-Viv, Beirout, Medellín, en fin, la perfecta Oil Republic Capital City, telón de fondo apropiado e inigualable de una cuidada Third World Production.Yo sé, Gunnar Birkerts darling, que desde Virginia Venezuela seems so far away. Desde allá, mudar la embajada desde su céntrico, urbano y respetable puesto en la Avenida Miranda (seleccionado en tiempos mucho más difíciles que los actuales, cuando en el mundo aún no soñaba con acabarse la Guerra Fría), a su nuevo, inaccesible, suburbano y residencial enclave, pareciera lógico, si es que uno sólo sigue ciegamente by heart el manual de las nuevas medidas de seguridad contra golpes y terrorismo. Pero, me pregunto, ¿es realmente un bunker la tipología de embajada que merece Venezuela en estos momentos? ¿La imagen del edificio que representa a su país, debe ser la de un fantástico helipuerto para rescates aún más fantásticos? ¿Debe ser la de un inexpugnable baluarte a prueba de visitas? ¿Deben sus ventanas, frente a la majestuosidad de la vista de El Avila y la ciudad, ser reducidas a las delgadas ranuras verticales que sólo se encuentran en las garitas? Y si el bunker es inapelable, ¿es ésta la única manera posible y más inteligente de diseñarlo? ¿Dónde quedan el significado de la arquitectura y el apego a la tradición y a la cultura urbana, valores tan defendidos en los Estados Unidos?
Otros proyectos de U.S. State Department Embassy Buildings he conocido tanto en persona como por mis revistas. ¡Cuán distinto fue el approach del arquitecto americano Don Hatch frente al mismo problema en Caracas! Aquel edificio en su momento fue un sensible aporte a la arquitectura nacional. Partiendo de una torre bien orientada que hacía un uso racional de la luz y un patio discreto, el arquitecto protegió la vegetación existente y hasta colocó un ligero mural de Harry Bertoia hacia la calle. Don Hatch tenía una galería de diseño donde llegaban los muebles de Knoll, entre ellos los del afamado diseñador), porque el edificio aspiraba a darle algo a la ciudad. Era aparentemente delicado, y sin embargo, resistió bien sus vendavales. Hoy podríamos intercambiar fechas de realización entre el barbárico proyecto actual y el viejo, y nadie se enteraría: Bunker King fits better in the 60’s.
Recuerdo también aquella embajada que hicieron Wolf + Associates para los Persian Gulf States. Delicadamente, sin perder su expresión de poder, manejaba la tradición arquitectónica del lugar, jugando con el sol del Medio Oriente, con los materiales del sitio y el ethos de una región, como una cúbica mezquita moderna. Un edificio americano hablando en el extranjero de la enorme pasión que hay por la arquitectura en los Estados Unidos; un edificio-embajador que, trabajando con la cultura nativa hace, al mismo tiempo, un aporte al desarrollo de la Arquitectura Moderna Internacional. Me pregunto de nuevo: ¿Cuáles serán los criterios con que escoge la Administración actual los arquitectos y los proyectos para sus embajadas?2
Querido Gunnar, como usted puede ver, no es nada personal, pero es que el Brutalismo Neoexpresionista á la late Hans Scharoun, aparte de ser simplemente espantoso, está demasiado distante de nosotros (o de mí, por lo menos).
Soy una apasionada de la arquitectura viviendo en Las Mercedes. Rutinariamente todas las mañanas recorro la cuesta que lleva hacia Colinas de Valle Arriba, y paso alrededor del curveado lote de la nueva embajada que ha usted diseñado para los Estados Unidos de América, en una preciosa loma de esa urbanización, haciendo una diaria e inevitable ronda de espacio, tiempo y arquitectura. Por supuesto, ya yo había leído el review que Architectural Record había hecho hace unos años del proyecto, y yo estaba toda llena de expectativas, toda plena de suspicacia desde la ventana de mi Ford, porque sabía que quizás era yo la única vecina Class of ’84 que contemplaba técnicamente la construcción, y uno de los pocos extraños que sabía cómo era lo que allí se estaba tramando. Desde hace tiempo no hacía sino atisbar bajo los montones de tierra porque las aristas expresionistas de los volúmenes del Embassy Building, emergieran cual Cueva de las Maravillas de Aladino, desde el fondo de las arenas del desierto.1
¡Cuán inusitados son los deleites que devenga uno del entorno cuando uno ama la arquitectura! Aquella colina se convirtió para mí en mi diversión cotidiana. Cada día adivinaba el Pert que se desarrollaba cronometrado como en ninguna otra obra de la ciudad, escrutaba los movimientos de las hordas de obreros que, tocados de azules cascos, desplegaban un ballet misterioso, y me distraía descifrando lo que hacían, cuadrándolo con lo que yo recordaba de la planta del edificio. El inmenso coloso de concreto tardó dos años antes de empezar a mostrar la parte superficial y facetada de su cuerpo, brotando milagrosamente listo, fully-equipped, air conditioned, con luces brillando en su interior.
Tanta movilización en el cerro, tanta excavación, luego el encabillado más abigarrado que he podido observar jamás en muro de concreto alguno, y un día, unas ambulancias que esperaban a las puertas de la obra (supongo que había habido un accidente laboral), le fueron dando a la epopeya de la arquitectura tintes de producción cinematográfica. Parecía el set de un nuevo capítulo de “Romancing the Stone”. En mi rápido paso frente a la obra vislumbraba algunos chief engineers o construction architects, destacando orondos entre la multitud como un Schwarzenegger, un Michael Douglas o un Harrison Ford cualquiera. Caracas, al fondo, controlada visualmente desde esta inigualable atalaya del valle, semejaba Tel-A-Viv, Beirout, Medellín, en fin, la perfecta Oil Republic Capital City, telón de fondo apropiado e inigualable de una cuidada Third World Production.Yo sé, Gunnar Birkerts darling, que desde Virginia Venezuela seems so far away. Desde allá, mudar la embajada desde su céntrico, urbano y respetable puesto en la Avenida Miranda (seleccionado en tiempos mucho más difíciles que los actuales, cuando en el mundo aún no soñaba con acabarse la Guerra Fría), a su nuevo, inaccesible, suburbano y residencial enclave, pareciera lógico, si es que uno sólo sigue ciegamente by heart el manual de las nuevas medidas de seguridad contra golpes y terrorismo. Pero, me pregunto, ¿es realmente un bunker la tipología de embajada que merece Venezuela en estos momentos? ¿La imagen del edificio que representa a su país, debe ser la de un fantástico helipuerto para rescates aún más fantásticos? ¿Debe ser la de un inexpugnable baluarte a prueba de visitas? ¿Deben sus ventanas, frente a la majestuosidad de la vista de El Avila y la ciudad, ser reducidas a las delgadas ranuras verticales que sólo se encuentran en las garitas? Y si el bunker es inapelable, ¿es ésta la única manera posible y más inteligente de diseñarlo? ¿Dónde quedan el significado de la arquitectura y el apego a la tradición y a la cultura urbana, valores tan defendidos en los Estados Unidos?
Otros proyectos de U.S. State Department Embassy Buildings he conocido tanto en persona como por mis revistas. ¡Cuán distinto fue el approach del arquitecto americano Don Hatch frente al mismo problema en Caracas! Aquel edificio en su momento fue un sensible aporte a la arquitectura nacional. Partiendo de una torre bien orientada que hacía un uso racional de la luz y un patio discreto, el arquitecto protegió la vegetación existente y hasta colocó un ligero mural de Harry Bertoia hacia la calle. Don Hatch tenía una galería de diseño donde llegaban los muebles de Knoll, entre ellos los del afamado diseñador), porque el edificio aspiraba a darle algo a la ciudad. Era aparentemente delicado, y sin embargo, resistió bien sus vendavales. Hoy podríamos intercambiar fechas de realización entre el barbárico proyecto actual y el viejo, y nadie se enteraría: Bunker King fits better in the 60’s.
Recuerdo también aquella embajada que hicieron Wolf + Associates para los Persian Gulf States. Delicadamente, sin perder su expresión de poder, manejaba la tradición arquitectónica del lugar, jugando con el sol del Medio Oriente, con los materiales del sitio y el ethos de una región, como una cúbica mezquita moderna. Un edificio americano hablando en el extranjero de la enorme pasión que hay por la arquitectura en los Estados Unidos; un edificio-embajador que, trabajando con la cultura nativa hace, al mismo tiempo, un aporte al desarrollo de la Arquitectura Moderna Internacional. Me pregunto de nuevo: ¿Cuáles serán los criterios con que escoge la Administración actual los arquitectos y los proyectos para sus embajadas?2
Querido Gunnar, como usted puede ver, no es nada personal, pero es que el Brutalismo Neoexpresionista á la late Hans Scharoun, aparte de ser simplemente espantoso, está demasiado distante de nosotros (o de mí, por lo menos).
Yours affectionately,
Hannia Gómez
NOTAS
1. Gaskie, Margaret. "Solid Geometry". Architectural Record, Agosto 1991. P.P. 64-75.
2. Ver Stein, Karen D. "A Fortress with no Apologies". Architectural Record, Octubre 1996. P.P. 78-87.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 19 de Julio de 1993.
2. Ver Stein, Karen D. "A Fortress with no Apologies". Architectural Record, Octubre 1996. P.P. 78-87.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 19 de Julio de 1993.
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