domingo, 23 de septiembre de 2007

Pies ciudadanos


Las aceras caraqueñas: un piso para lunáticos.





1. El cortesano
Baldassare de Castiglione fue el autor en el
Renacimiento de uno de los libros más paradigmáticos de su época: El cortesano.1 Allí hizo la lista de todas las condiciones que debía reunir el hombre universal, prototipo que se convirtiera en ideal renacentista. Muchos han querido ver en El cortesano un retrato contemporáneo del hermoso y genial Leon Battista Alberti. Verdad o no, su listado de virtudes arquetipales le sobrevivió como gran legado, una herencia que con el paso del tiempo nunca fue superada por alguna otra.

2. El estudiante
En este siglo, el escritor italiano Gesualdo Bufalino ratificó la vigencia del ideal de hombre que enunció de Castiglione cinco siglos atrás. En su novela Las mentiras de la noche, al hacer la descripción de Narciso Lucifora, un joven estudiante condenado a muerte, resumió de nuevo el viejo ideal renacentista: "De edad imprecisa, pero jovencito en apariencia, aunque tal vez menos de lo que parece. Amorosísimo de Venus, a ello llevado por la figura que posee de extraña fuerza y belleza, delicada a un tiempo que membruda, a la manera de un Hércules Apolo. Tiene hombros cuadrados, piernas finas, cabellos rizados y oscuros, aunque lleva afeitada la piel del cuello. Fue visto de cerca por
última vez al salir del palacio Linares, donde se había introducido por una ventana a ras del suelo, no se sabe si a robar enseres o un honor de hembra. Perseguido, con repentino impulso escapó. Llevaba entonces debajo del guardapolvo de indiana florida una camisilla turquesa, pantalones de dril, zapatos en los pies ciudadanos y ligeros".2

Narciso Lucifora tenía, pues, amén de belleza y genio, “pies ciudadanos y ligeros”. Estaba acostumbrado a frecuentar serenas ciudades y suntuosas arquitecturas, pavimentos regios y adoquinados. El hombre universal no puede ser un hombre del campo, las abruptas y accidentadas superficies rurales le son ajenas. Por ello, sus pies son como blancas palomas enfundadas en tersa piel. Sólo los pobres campesinos, desterrados de las urbes, tienen “ñames” como pies.

3. El zapatero
En una entrevista que le hizo una vez la revist
a Vanity Fair a Manolo Blahnik “el primer diseñador de zapatos del mundo”, éste intentó describir cómo han de ser los pies humanistas, que jamás transitan a campo abierto ni por abyectos recorridos urbanos mal pavimentados: “El pie ideal se conforma de acuerdo a un estricto canon de proporciones (...) El segundo dedo debe ser ligeramente mas grande que el primero, el arco alto y, desde allí, ya no deberán haber pedazos de piel colgando”.3 Para el zapatero, sólo las tersas superficies hacen que el pie mantenga su forma ideal. En todo otro momento, claro está, todo pie ciudadano deberá estar calzado de “manolos”. 

Al ser Blahnik hijo de un padre oriundo de una ciudad de aceras de adoquines de piedra (Praga) y de una madre nacida en una ciudad de aceras volcánicas (Las Palmas de Gran Canaria), se anticipa que las zapatillas de cristal que sueña par
a las cenicientas del 2000 harán que todo el mundo caiga prácticamente rendido a sus pies.

Y asegura el artífice del stiletto que está cansado de los tacones: “Ahora quiero hacer zapatillas de bailarinas (...) Todo chato, chato. El nuevo tacón para el milenio es ningún tacón”. Zapatillas para sublimar los recorridos por las aceras tersas como el terciopelo de las ciudades del próximo milenio: un verdadero ideal renacentista.

4. El lunático
En la última Feria Iberoamericana de Arte de Caracas había una obra en bronce de la escultora española Aurora Cañero, titulada El lunático, que retrataba a un perplejo hombrecillo que caminaba sobre un aro delgado con el catalejo al hombro y un abrigo hecho de superficie lunar, ensimismado en las formas celestiales, olvidando totalmente la estrecha línea de piso que era la única conexión real que establecía con el mundo a
sus pies. 

Acostumbrados a divagar por las ciudades -la propia y las de los demás- andamos por las aceras como el lunático. Hechos como estamos de puros ojos y cuellos flexionados hasta el límite, pertenecemos a una raza de murciélagos invertidos, que colgados de la extremidades inferiores quedamos suspendidos sobre la infinitud de las alturas arquitecturales, sin temerle a nada. Esa conexión, única y mínima, es, sin embargo, tan sensible como una antena: nos sirve de radar.

La angosta cinta de bronce por la que deambulaba el lunático diminuto le era como una cuerda floja: debía tantearla con la planta del pie a cada paso, balanceándose, abandonado totalmente al arco reflejo del arco de sus plantas, ya que la mirada -y los pensamientos- los tenía en otra parte, muchos pisos más arriba de la calle en la que caminaba.

Esa angosta acera escultórica era, sin embargo, recta y perfecta. Viniendo de un país de ciudades de “pedicuradas” aceras, el distraído personaje
peninsular no temía un camino plagado de piedras y escollos. Le era algo impensable. Su acera era por lo tanto límpida (un aviso callejero de la Comunidad de Madrid reza: “Perdone la molestia, pero mejoramos aún más las aceras para su disfrute”).

Quienes caminamos por este país de ciudades de inexistentes o destrozadas aceras, obstinados en seguir paseándolas, nos abandonamos al radar podológico. Lunáticos roedores, olfateamos, palpamos, “vemos” a ciegas con los pies ciudadanos. Para mantener la mirada perdida en el espacio... aunque nos cueste la vida.


"Soñando estrellas III". Aurora Cañero. Bronce, 2000.





NOTAS
1. Baldassare de Castiglione. El cortesano.
2. Gesualdo Bufalino. Las mentiras de la noche.
3. Vanity Fair.


 
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 24 de Agosto de 1998; arqa.com:


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