“Un pase le fue enviado para que pudiera acceder
a todos los claustros de la Ciudad de Roma…”
C. Faccioli. G.B. Nolli y Su Plano de Roma, 1748.
a todos los claustros de la Ciudad de Roma…”
C. Faccioli. G.B. Nolli y Su Plano de Roma, 1748.
Entre la tierra y el cielo, los patios de la ciudad. Como su quinta fachada, se dibujan horizontalmente, se recortan y se abren, abundantes y diversos, en las tramas tradicionales de nuestros centros urbanos, dando fe del persistente placer de la ciudad por ensimismarse, contemplarse y de su necesidad imperiosa de respirar y de iluminarse.
Los patios son la cara oculta de la vida pública, el reverso de su moneda construida. Su espacio principal, el pedazo de cielo que enmarcan, compartido entre las partes de un edificio o de varios edificios, es el reino de lo controlado, lo contenido y lo escondido, el umbral horizontal entre lo público y lo privado. Siempre será el vacío de un patio inmensamente más rico en sensaciones que los desolados e impersonales retiros entre edificios con los que el urbanismo moderno ha querido suplantarlo. Poco a poco, su presencia en la ciudad contemporánea como recurso urbano enriquecedor de recorridos, como antesala de los espacios internos, como claustro violable e invitante, ha ido dando paso más y más a las nuevas tierras de nadie instaladas entre los edificios, que a nadie interesan pero que, sin duda, ventilan.
Decía Barragán que los mexicanos “viven entre patios”. Ciudad de México es un muro interminable tras el cual se ocultan indescriptibles paraísos llenos de verdor y de gracia. Una vez traspuesta la frontera del portal, se abre la verdadera ciudad. Atrás quedan el smog, el bullicio y lo incontrolable. Mas, igual que Ciudad de México son todas las ciudades de Latinoamérica: ciudades tras los muros, de zaguán y de patio. De la memoria de la ciudad muraria que teníamos cuando todavía teníamos ciudad, nos queda ese afán misterioso de vivir escondidos, de guardar solo para el que alcanza penetrar en la intimidad de nuestras vidas la maravillosa revelación de nuestra exquisita vida doméstica. Si no, ¿cómo podría explicarse tánta gente guapa y sofisticada viviendo tranquilamente en tan horribles realidades urbanas? Todos vivimos cuidando el jardín secreto de nuestro patio. Basta querer asomarse por el zaguán para comprobarlo; querer hacer de paparazzi, y fisgonear, igual que cuando vamos caminando y descubrimos un patio desde la calle. Afuera queda lo indeseable, en este caso la ciudad que tenemos, que es la que nos va quedando de aquélla que sí tenía muros, patios, estructura y forma urbana.
Esta vocación irresistible por curiosear, por adentrarse en el espacio que se nos ofrece y experimentar lo que se vislumbra, fue reconocida, explotada y representada por primera vez en un antiguo plano de Roma que significativamente llevaba por nombre Forma Urbis Romae.1 Este era un mapa tallado en mármol que fue colocado por Septimio Severo a principios del siglo III DC en la pared de un edificio del Foro. En él, el exterior de la ciudad y el interior de los edificios aparecen integrados y el espacio fluye libremente por todas partes. Los fragmentos pétreos del mapa presentan una impresionante variedad de formas de espacios abiertos y de edificios públicos cincelados en planta que nos hablan del genio romano invitando a asomarse a la nueva escala de su ciudad.
Con el tiempo, el mapa se cayó, se partió, algunos fragmentos se perdieron… y se convirtió en una leyenda. Las ruinas imperiales de la marmórea Forma Urbis fueron conservadas inconexas hasta 1741 en los depósitos del Museo Capitolino en Roma, cuando el Papa Benedetto XIV decidió encargarle su recomposición al Signor Giambattista Nolli, de Como, arquitecto, famoso especialista en planos y técnico de la imagen de la ciudad, a quien también ya le había encargado grabar el más grandioso plano de Roma hasta entonces.
Gianbattista, a pesar de que estaba muy ocupado con los perfiles en cobre de su Roma, aceptó gustoso la comisión de registrar y armar las notables piezas de mármol, quizás porque intuía que le iba a ser de gran beneficio. Lo que ocurrió fue que los fragmentos de mármol de la ciudad se convirtieron para él en una irresistible y sugestiva fuente de inspiración en la factura de su gran plano de Roma, al cual llegó a transformar por completo. Absolutamente inmerso en la cultura romana, y obcecado por la precisión, Giambattista midió y dibujó hasta representar once mil monumentos. Pero el análisis y definición de las Romas antigua y nueva empezaron a superponérsele… y los mapas comenzaron a parecerse.
El plano nuevo es tan explícito que describe las plantas internas de los edificios públicos hasta detallar esquinas y columnas (a escala 1:2750), en una inédita legibilidad arquitectónica; mientras tanto, el vasto conjunto de comercios y de viviendas de la ciudad se representa como simple relleno urbano. Pero lo que se dibujó con más fruición fueron las caracteríticas del espacio urbano, sus fuentes, obeliscos y escalinatas, y, sobre todo, sus patios. El elegir dibujar a la ciudad haciendo una sección por la planta baja en vez de desde los techos fue lo que le permitió explicar como nadie las relaciones calle/umbral/patio, e ilustrar diáfanamente el concatenado sentido de promenade que hay entre ellos.
Mil quinientos años más tarde del Forma Urbis, el Plano de Nolli de 1748 está contagiado de su misma forma de expresar la ciudad. El adentro y el afuera se integran íntimamente en una sola unidad de pensamiento y experiencia: “el Panteón se complementa con una fuente barroca del otro lado de la plaza; la Iglesia Il Gesù de Vignola se vuelca sobre la plaza frente a ella; el palacio curvo de Bernini en Monte Citorio remata el movimiento espacial del lugar”.2 Por su parte, los patios se manifiestan como una extensión y una completación de las experiencias de la calle, y, al mismo tiempo, extienden su influencia hacia afuera, afectando el carácter del sitio, y en algunos casos hasta la propia forma de los espacios externos ante ellos. Gianbattista tuvo que amar mucho los patios, porque con su plano, igualó la jerarquía urbana de éstos a la de las plazas, las calles y los monumentos.
Giambattista Nolli pasó a la historia como arquitecto y no como cartógrafo, porque su plano en sí mismo fue considerado como un logro arquitectónico. Con su meticulosa y analítica reconstrucción, da la mejor interpretación posible de la ciudad, redescubriendo para siempre el rol urbano del patio, callado e imprescindible a la vez.
NOTAS
1. Edmund N. Bacon. Design of Cities. Ways of seing the city, Penguin Books Ltd., New York City, 1976, p.160.
2. E. N. Bacon. Op. Cit., 1976, p. 161.
Publicado en Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 4 de Julio de 1993.
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