sábado, 25 de agosto de 2007

Adam & E

E.1027. Eileen Gray, Roquebrune-Cap-Martin, 1929.




1. Invitación al viaje
El año pasado recorrí la Riviera. Fue un vuelo rasante: quería ir de Génova a Cannes en una tarde y una noche vertiginosas. No había tiempo para detenerse; sólo el intervalo dulce para una cena junto al Mediterráneo, intuído por el olor y por el ruido apagado del oleaje. Las nueve de la noche, hora límite en los restaurantes, recayó en el paseo costero de Menton, llamado la Promenade du Soleil, cercano a la frontera.

Llegada la sopa de pescado, me dediqué a adivinar las formas de la geografía en penumbra. Los Alpes estaban muy cerca. Al oeste, un gran saliente negro acusado por algunas luces, se entreveía entrando en el mar. “Es Cap-Martin”, me informó el mesonero, “y la roca oscura de atrás se llama Roquebrune”. Forcé la vista: una de esas lucecitas entre las más cercanas al nivel del mar debía ser E.1027. O puede que fuera del otro lado, frente a Monte Carlo. Seguramente, yo estaba del lado equivocado. Me consolé repitiéndome la vieja conseja: “más vale una velada frente a Cap-Martin que nada”. Y en el silencio de los comensales agradecidos, empezó a aparecer en traje de baño la figura de Le Corbusier.

La historia no la supe por un arquitecto. Fue por un curtido cineasta británico, legendario realizador de documentales para la BBC de Londres y vecino conspicuo de la Costa Azul: Peter Adam. En 1987, con delicadeza, cuidado, y con una sensibilidad multisápida que aplicada al diseño y a la arquitectura resulta deliciosamente fecunda, Adam hiló la vida de Eileen Gray, arquitecto y diseñadora irlandesa, nacida en 1878.1 En esa vida, transcurrida en su mayor parte en Francia, irrumpe intermitentemente el nombre del maestro franco-suizo.

El nudo del drama se centra en E.1027, al borde del mar. Eileen la había construido en los años en que iniciaba su salto desde el diseño hacia la arquitectura. La casa es muy pequeña, ínfima, una “maison minimum”, casi un bote; diría Adam, “anclado a la costa, su carácter marítimo subrayado por la blancura de las paredes, los mástiles en el techo, las barandas y el salvavidas”. Un refugio rico pero pobre, moderno pero anti-moderno, sofisticado pero simple. Un adorado tormento.

Desde 1929 este ícono de la modernidad tuvo por muchos años una sola obra de arte colgando de la pared del salón original (antes de que L-C transformara el lugar con varios irreverentes murales): una inmensa carta marítima, que Eileen había intervenido con letras, “para evocar viajes distantes y alentar la ensoñación”. Junto al Atlántico, sobre la figura de Cuba escribió: “Invitación al Viaje”. Flotando más abajo, en un círculo azul entre Santo Domingo y Puerto Rico, conminaba al “Buen Tiempo”, y bajando en diagonal las palabras “Vas-y, Totor” aupaban a alcanzar las codiciadas, lejanas costas de Venezuela…

2. El ballet mecánico
“Totor” -nos cuenta Adam en el libro-, era el nombre del automóvil de Eileen (como un Chity-Chity Bang-Bang lo imaginaba desde mi mesa, volando Caribe abajo tras dejar su sublime catapulta de lanzamiento… Sólo faltaba la luna llena). Y es que aunque Eileen Gray se caracterizase por la autonomía de su pensamiento, también se las arreglaba para seguir de una manera personal los ideales de la modernidad, desde el funcionalismo, el purismo y la honradez con los materiales hasta todas las estéticas que de esos ideales se derivaban, especialmente la maquinista. 

Pero “su” maquinismo era distinto. E.1027 no era una “machine à habiter”, y ello era seguramente lo que más atormentaba a Corbu, quien llevaba visitantes a conocerla, quien hasta llegó a engañar a Onassis en una subasta para apoderársela. Era un organismo vivo, “sometido al sentimiento de bienestar hasta el último detalle”, donde los muebles, modelos arquitectónicos ficticios, complementaban perfectamente a la arquitectura. Dice Adam: “su imaginación femenina la previno de seguir esclavizada a la demanda de L-C por muebles standard, fabricados por la industria sin ninguna característica de arte o decoración cargadas con significado (L’Esprit Nouveau). Había llegado al metal, al vidrio, y a la simple madera sin caer en la trampa del mero funcionalismo.” La otra cara de Eileen, el romanticismo, es su salvación, su gran aporte a la historia de la arquitectura moderna.

Todos esos muebles/arquitecturas rotando, claqueando, girando y doblándose práctica, ingeniosa y nostálgicamente, la alejaron a ella y a la casa de los “Cinco puntos de la Nueva Arquitectura”, por más pilotis, ventanas horizontales y techos visitables que ésta tenga.2 Eso él lo sabía. Por éso siempre la quiso poseer o transformarla. Y mientras lo lograba, hacia 1950, se mudó justo detrás de E.1027… A una barraca.
 
3. De la arquitectura a la duda
En los últimos años del siglo veinte, son evidentes los destrozos que la supervaloración de las vanguardias han acarreado y siguen acarreando a la calidad de la vida. La arquitectura, ensimismada en su abstracción compositiva, ahogada en ideales utópicos, se separa de la ciudad y de la existencia. 

Eileen profetizó en el diálogo con Jean Badovici “Del eclecticismo a la duda”, que publicó L’Architecture vivant en 1929 en la monografía E.1027: Maison en Bord de mer: “los excesos de intelectualidad quieren suprimir lo que hay de maravilloso en la vida”; “No es un problema de construir simplemente bellos conjuntos de líneas…”3 Y pide por el regreso del sentimiento: “las fórmulas no son nada, la vida lo es todo”; “simplicidad no siempre significa simplificación”; “la arquitectura vanguardista no tiene alma.” “La pobreza de la arquitectura moderna”, escribió años más tarde, “brota de la atrofia de la sensualidad. Todo está dominado por la razón.”

El final de la historia también estaba escrito en el Mediterráneo oscuro que tenía enfrente. Le Corbusier murió ahogado tras un infarto mientras nadaba frente a E. 1027. Puede que la visión ya le fuera insoportable, puede que su misterio le fuera inescrutable, que el “deseo de penetrar”, como escribiera Eileen, “que guarda el misterio del objeto a ser visto, que mantiene en suspenso el placer”, ya no lo resistiera más.

Hay cosas que nunca se sabrán. Como por ejemplo, si yo esa noche logré retomar mi camino a Cannes. Sin embargo, el distinguido Peter Adam sí que estará este miércoles 2 de Abril (1997) a las 6:30 en el Centro Cultural La Estancia, para darnos una charla sobre Eileen Gray, y el jueves 10 a las 4:30 en los Espacios Unión para leernos de Not Drowning but Waving: su autobiografía.4 ¿Quién sabe? Puede que además de hablarnos de la dama de la rue Bonaparte, del Racionalismo Soft, de Visconti, Hockney, Pasolini, Kertèsz, o del Psycho Deco, nos quiera revelar los detalles de la más terrible pasión de Le Corbusier.

"Maison en bord de mer" (f. 1986.  http://membres.lycos.fr/floreportages/corbu/EileenGray.html).

 




NOTAS:
1. Peter Adam, Peter. Eileen Gray Architect.
2. Le Corbusier. Cinco puntos de la Nueva Arquitectura, 1926.
3. Jean Badovici y Eileen Gray. "Del eclecticismo a la duda". E.1027: Maison en Bord de mer", L’Architecture Vivante, 1929.
4. P. Adam. Not Drowning but Waving.

 
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 31 de Marzo de 1997.


 

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