domingo, 25 de enero de 2009

Infierno en las torres

World Trade Center, Nueva York. Minoru Yamasaki y Emery Roth and Sons, 1976.




 

Una nueva guerra
La insospechable tragedia vivida ayer (11/9) habla de un nuevo tipo de vulnerabilidad que se cierne ahora sobre las ciudades, y frente a la cual ahora la ciudad de Nueva York y el resto de las capitales del mundo lucen desesperadamente frágiles. Siempre nos sorprendía que se permitiera volar tan cerca del skyline de Manhattan, el poder despegar y aterrizar tan tranquilamente desde el Aeropuerto de La Guardia, justo enfrente de la ciudad, rozando prácticamente con las barrigas de los aviones los topes de los rascacielos. Cada vez que lo hicimos, nos erizaba el vértigo de tan cercana perspectiva, que entendido como afortunado panorama, era un espectáculo, pero visto también como tentación pudo sin duda un día encender los apetitos destructivos en más de un asesino en potencia, con tanta libertad urbana expresada abiertamente y tanto alarde arquitectónico exhibido con orgullo, tanta tranquilidad de ciudad abierta al mar, erguida frente al mundo.

Crecer hasta el cielo, hasta lo más alto, tener los edificios más grandes y hacer alarde de los más increíbles avances tecnológicos ha sido lo que caracterizó siempre a nuestra amada ciudad de Nueva York, hoy más cercana que nunca a raíz del ataque reciente (esa ciudad también es nuestra, todos nos reconocemos en ella). La carrera que vivió frente a su pariente del oeste, Chicago, por tener los edificios más altos desde comienzos del siglo veinte hasta pasados los años setenta, culminó justamente con la pérdida de la batalla al construirse en Chicago la Torre Sears (1974), de Skidmore, Owens & Merrill. Las dos torres del World Trade Center, con la colosal empresa que las hizo posible, fue la claudicación monumental frente a Chicago. Fueron las torres, sin embargo, perdedoras y todo, los más avanzados rascacielos de su época.

Cuenta Robert A.M Stern en su libro Nueva York, 1960 (1995), que todo empezó hacia 1960 cuando la Asociación de Lower Manhattan, patrocinada por los Rockefeller, lanzó un plan que cambiaría el área sobre el borde del agua del East River, una zona comercial deprimida, pero cercana a jugosos terrenos de alto valor inmobiliario.1 El World Trade Center empezó a convertirse así en un sueño colectivo, tanto por la carrera por la altura como por el gran negocio que prometía ser para todos.

En 1962 el NY Port Authority decidió seguir con esta idea de transformar lo que era un abandonado barrio comercial cercano a la más grande concentracioó de valores inmobiliarios de la ciudad. Dijo Rockefeller: “Queremos proveer un nuevo uso, y un centro mundial de comercio estaría muy bien cerca de los bancos y de la zona gruesa de mercado extranjero con los Estados Unidos”. El NY Port Authority, para esa fecha, le encargó el proyecto (luego de varias pruebas de arquitectos), a Minoru Yamasaki, basado en Michigan, que lo desarrollaría junto a la oficina neoyorkina de Emery Roth and Sons.

El ingeniero estructural fue John Skilling, y esa estructura que hemos visto pavorosa y estrepitosamente caer fue considerada muy innovativa en su momento, aunque estilisticamente dudosa. Dice Stern que “más que un tipico edificio aporticado forrado en piedra o vidrio, era en esencia un gigantesco encaje de acero”, actuando casi como una fachada auto-portante; esto es, estaba soportada por las apretadas columnas exteriores, que, junto con sus elementos cruzados, formaban una viga en ángulo recto tipo Vierendeel. Las cuatro paredes de las torres, constituian en efecto un tubo hueco ranurado con ventanas que se alzaba 110 pisos de altura, en el tope de la cual cambiaban un poco su ancho para hacer de remate. Las torres forradas de aluminio tenian columnas cada 50 centímetros y ventanas a intervalos de 55 centímetros, lo que redujo la cantidad de vidrio en un treinta por ciento, haciendo la fachada parecida, según la revista Time a “ranuras en una fortificación medieval”. Gracias a esta estructura, las enormes plantas de oficinas de mas de cuatro mil metros cuadrados estaban libres de columnas, interrumpidas solo por los núcleos ascensores y el núcleo de servicios.

Las ventanas eran de inspiración gótica, porque Yamasaki adoraba tanto las formas románticas del pasado tanto como las innovaciones tecnológicas. Según la crítico de arquitectura de The New York Times, Ada Louise Huxtable, eran de estilo “General Motors Gothic”. No obstante, las torres se tomaron inmediatamente el título de ser los edificios más altos de Manhattan (no los más altos del mundo, pero por lo menos sí los más grandes). Con toda su banalidad, ofrecieron, según el también crítico de arquitectura Paul Goldberger, “poco más que pura altura al skyline de la ciudad; sus techos planos e imensas masas tenian un efecto mortuorio en la vista, tan distintas de las vistosas remates del Chrysler y del Empire State”. Agradecía, sin embargo, que fueran dos torres y no solo una, porque “se relacionan entre sí más o menos con éxito como esculturas minimalistas. Si hubiera sido una sola el resultado hubiera sido horriblemente banal”. 
 
Entre las innovaciones que sí pesaron en la historia de la arquitectura, las dos torres del World Trade Center aportaron la idea de los “Sky-lobbies” para los ascensores (en los pisos 41 y 72). Un nuevo sistema de ascensores inventado desde que en los años treinta se hicieran las cabinas dobles, incluía inmensas cabinas que llevaban a todos los pasajeros arriba, donde cambiaban a cabinas locales Otra innovación fue justamente la piel, que no era un curtain wall colgado de un marco portante, sino una superfice metálica que de hecho sostenía una parte sustancial del peso del edificio, como una fachada auto-portante, fórmula empleada en los primeros rascacielos y que hacía tiempo había sido abandonada, y que volvía como pseudo-revolución tecnológica. Quizás fue ésta la que logró que las torres colapsaran verticalmente y no se derrumbaran diagonalmente sobre todo Lower Manhattan.

La arquitectura neogótica y sus dos cajas idénticas, de retaguardia y banales como eran, formaban parte del skyline de la ciudad. La tragedia que las ha volado de la faz de la tierra levanta un requiem urbano sin precedentes y la pregunta inédita de qué hacer para proteger a nuestras ciudades de posibles nuevos ataques de semejantes dimensiones.


New York City, 11 de septiembre de 2001.

 

(Arriba) el restaurante Windows on The World, en el piso 107 de One World Trade Center; (abajo) el lobby de Two World Trade Center. 
 






NOTAS
1. Robert A.M Stern. New York, 1960, New York City, 1995.


Publicado en: Cuerpo C, EL NACIONAL, Caracas, 12 de Septiembre de 2001.




1 comentario:

  1. Querida Hania, leo este post y revivo la pena de ver desaparecidas estas torres del perfil de NY.
    Quedaron impresas en nuestra memoria, en incontables fotografías y en montones de películas rodadas en aquella ciudad.
    Aún hoy, parece mentira cómo desaparecieron.

    ResponderBorrar

Related Posts with Thumbnails