jueves, 5 de febrero de 2009

Cal


La torre de la Catedral de Caracas (f. Archivo de la Fundación de la Memoria Urbana).



"El blanco, por ejemplo, sonríe".
Robert Walser. Grün.1.

De todos los colores, el blanco. Por ser la suma perfecta del espectro solar, rojo, naranja, verde, azul, índigo, violeta, pero sobre todo por ser la expresión del color local en estas latitudes. Subir la cuesta desde el mar y llegar a Caracas, un kilómetro más cerca del zenith. En el alto valle, la luz que ya era blanca en la costa, ahora se vuelve atmosférica, difusa… enceguecedora. Y nosotros, cófrades de la ceguera caraqueña, así vivimos, en franca saturación. Ceguera luminosa, la llaman. Deliciosa entrega del ojo rendido.

Blanco. Mediodía. Caracas. El pintor Armando Reverón fue el primero en ponerlo en evidencia: ¿para qué pintar los contornos, cuando aquí todo lo redibuja la luz? Y entonces, esas enramadas reveronianas pintadas a frescos brochazos de sombra, la luz tan blanca que ni siquiera se pinta, mientras que afuera, en el paisaje, inmutable, el sol sigue bañándolo todo con su extendido manto tibio. Una emulsión de gracia en la que crece la costumbre…y la memoria. Así habitamos, sensualmente inmersos en este mórbido Hammam visual del Caribe, buscando la penumbra, pero reverenciando la luz.

La arquitectura del Hammam poco podía hacer al respecto, por magnífica que fuera, como no fuera seguirle los pasos al cielo. Los palacios caraqueños de todas las épocas, empezando por la blanca torre de la Catedral, al primer contacto con la intemperie, se veían irremisiblemente disueltos en el aire, en perenne metamorfosis óptica en la atmósfera resplandeciente. De haber surgido, como todas las arquitecturas, primariamente de la tierra, una vez construidos quedaban en el acto sumidos, disueltos -y revestidos- de un mismo y transparente resplandor que los abrumaba.

Son pues, unas arquitecturas abrumadas. Brumeuses. Arquitecturas caraqueñas, orgullosamente erguidas en medio de un caprichoso albur que a veces parece disolverse totalmente - encandilando-, y a veces parece condensarse nuevamente -obnubilando-. Bruma variable que significativamente fue bautizada con el nombre de "calina": niebla blanca que todo lo desdibuja en medio del calor, y a la vez, sinónimo de calor. Caracas surge así como otro tipo de ciudad luz, otro tipo de ciudad blanca, otro tipo de trópico y de Caribe, otro tipo de Ville Lumière. Alta en su valle o a ras de la costa, la ciudad calina de las arquitecturas de la cal.

Mas no es que, caribes al fin, no entendamos de color por estos lares. Más bien, como escribiera Alain Buisine al describir los colores del verano veneciano, el problema es que "demasiada luz deslumbra y enceguece, apagando las más suntuosas policromías".2 Cosas del verano, cosas del sol, que bautiza las cosas de manera distinta en cada sitio de la tierra. Y es que este estío tropical, prolongado durante todo el año, desgasta sin piedad los tonos que en vano se desgañitan en sus alardes de contraste desde las fachadas.

Primero lavado por la luz y luego por la lluvia, el más vivido de los colores se desdice, se neutraliza, hasta blanquearse y prácticamente desaparecer. Como si alguien hubiera sentenciado un día, "blanca eres y en blanca te convertirás", la ciudad vuelve a ser irremisiblemente a su color natural al cabo del tiempo. No en vano los fotógrafos de arquitectura solo recomiendan el mes de enero para hacer tomas en Caracas, porque solo entonces la diafanidad total del aire y la altura del sol logran el anhelado alto contraste entre luz y sombra que permite que la arquitectura, realmente, pueda verse. 
 
Por otra parte, desde el principio los habitantes trabajaron con la materia prima que estaba a mano en el terreno. Lo que es como decir, se preparaban para pintar la ciudad. Las maderas y las ramas de los bosques, las arcillas del valle, las grises arenas de las quebradas y de los ríos, las piedras blancas y azules de la montaña. A la orden de los constructores -de los primeros como de los contemporáneos- estaban las canteras de granito (del Avila), los suelos arcillosos (de Catia y del Prado de María), los arenales (de Chacao) y la piedra caliza (de las Caleras de Sancho en los cerros de La Vega).3 A ello se le conoce como la geografía del color.4

Resultó ser que la tierra de Caracas tiene colores muy precisos. Es una tierra "aperlada", para decir lo menos, rica en grises y en blancos cortados, a veces rosada, de rojos rosáceos. La fábrica urbana adquiere así una paleta de colores que es inherente a sus materiales base. Son los llamados "colores materiales", salidos del color de las piedras naturales que se usan comúnmente en la construcción. Luego vinieron las tradiciones constructivas, a calicanto, los "muros de mampostería de piedra y cal, la tapia de tierra pisada, los pisos de ladrillos y de huesito (sacados de las patas de las reses), las tejas, las maderas redondas y los adobes crudos".5 Y sobre ellos, el enlucido de rigor heredado de los pueblos de Andalucía, el revestimiento final de la cal: el encalado. Un procedimiento que por su metodología de aplicación alumbra a su vez muchos otros tonos de blancura, desde fulgurantes a apagados, y muchos niveles de transparencia adicionales, por donde se cuelan los colores más internos de la obra, multiplicando infinitamente los nuances cromáticos de la ciudad tradicional con los bemoles y sostenidos de sus mezclas.

Muy bien. Pero, ¿qué de la ciudad contemporánea? Resulta que la cal es también un componente muy importante en el otro material de construcción que marcó la coloratura caraqueña en la modernidad: el cemento. Caracas es una ciudad famosa en el mundo por la excelencia de la ejecución de sus obras de concreto armado. Las habilidades locales se elevan a un nivel que raya en el fino artesanado. Desde 1896, con la construcción del muelle de Puerto Cabello, el país pasó a ser una de las primeras naciones en contar con estructuras de concreto armado. En 1880 ya se hacían en la ciudad aceras de cemento Vicat, e inmediatamente Guzmán Blanco "llevó el cimiento romano a los bulevares del Capitolio y a la calzada de Bolsa a Mercaderes".6

Hornos de cal, por ejemplo, es el nombre de un barrio caraqueño, en las adyacencias del Jardín Botánico. Este era uno de los sitios donde se complementaba el proceso para crear el cemento, sacado en gran parte de un cerro de piedras calizas descubierto por el doctor Alberto Smith al oeste del pueblo de La Vega. En 1907 nació la C.A. Fábrica Nacional de Cementos, que inmediatamente vendría también a constituir la materia prima de la Fábrica Nacional de Mosaicos y Tubos de Cemento que recién había instalado en El Paraíso Eusebio Cellini. Poco a poco "el duro cemento fue desplazando a la tapia y a la mampostería de las construcciones tradicionales", hasta llegar a cubrir con sus tonos de gris blanquecino los últimos confines del maremágnum urbano.7

Durante siglos las arcillas encaladas, envejecieron al sol en el valle y en la costa. Ahora es el turno de los cementos calizos, calcinándose entre el asfalto. Los cerros y los cielos de Caracas, trasmutados en ciudad, le confieren aún su color local, que se ve repetido y reflejado por las infinitas superficies fragmentadas de vidrio. Esta es la base de lo que hemos querido llamar, recordando a Goethe, la "Teoría del color" caraqueña. Una teoría que estaría así inscrita dentro del más clásico de los principios estéticos de Occidente referidos a la arquitectura de la ciudad: aquel que propugnaba, con una convicción casi moral, el ideal de "la noble simplicidad y la tranquila grandiosidad" para las obras de arte.8 

Y una ciudad, laboriosamente producida por siglos, hay que repetirlo, es la máxima de todas las obras de arte. Caracas no es Maracaibo, no es Willemstad, ni Quito, ni San Juan, ni Cartagena. No es roja, ni naranja, ni verde, ni azul, ni índigo, ni violeta. Su psicología del color es otra. En su memoria urbana se atesora una cierta forma de belleza altiva, como de torre blanca, severa, elegante, calcárea, única, un arte verdadero donde "la ausencia de color no es ausencia de color".9 


Caracas desde el Avila (f. Archivo de la Fundación de la Memoria Urbana).




NOTAS
1. Robert Walser. "Grün", Daidalos, N. 51, In Colour, Marzo, 1994, pp.138-139.
2. Alain Buisine. Dictionnaire amoureux et savant des couleurs de Venise, "Colores de las estaciones", Editions Zulma, Cadeilhan, 1998.
3. "Las piedras calizas de las antiguas Caleras de Sancho se han transformado en materia prima esencial para erigir la ciudad del futuro". En: A. Rivero. La Vega, en concreto, Empresas Delfino, Editorial Arte, Caracas, 1992, p. 25.
4. Jean-Philippe Lenclos. "The Geography of Colour", Daidalos, N. 51, In Colour, Op. Cit., 1994, p.134.
5. A. Rivero. Ibid., 1992, p. 25.
6. A. Rivero. Idem, 1992, p. 25.
7. A. Rivero. Id., 1992, p. 25.
8. Winckelmann, en el segundo capítulo del Geschichte der Kunst de 1763, enfatizó que "el color no debe tener sino una pequeña parte en nuestra consideración de la belleza, porque la esencia de la belleza no reside en el color sino en la forma". En: Robin Middleton. "Colour and cladding in the nineteenth century", Daidalos, N. 51, Id., 1992, pp.78-89.
9. Frase de Ad Reinhardt, pintor. En: Gerdhard Auer, editorial. Daidalos, N. 51, Id., 1992,  p.23. 



Publicado en: Revista GP, número aniversario, Caracas, Diciembre, 2008.



 

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