domingo, 24 de mayo de 2009

El golfo triste

"Estatua de Colón en el Parque Los Caobos. Caracas, Venezuela" (Postal. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).




 


1. Conmemoraciones
Hacia 1893, cuando se acercaba el Cuarto Centenario del Descubrimiento de esta tierra de gracia, la Presidencia de la República estaba presta a inaugurar una nueva etapa en la historia de la estatuaria caraqueña que enaltecería la máxima albertiana renacentista que dice que las estatuas son “el más excelente entre todos los recursos para hacer perdurar maravillosamente la memoria”: la de la Estatuaria Monumental Urbana.1

Como nos cuenta Guillermo José Schael, “la estatua de Cristóbal Colón fue erigida con motivo de la llegada del Almirante en su tercer viaje, a las costas de Venezuela, el 1º de agosto de 1498”. Su sitial fue un espacio urbano de nueva planta que se bautizaría como “Plaza/Bulevar Macuro”: una plataforma rectangular elevada casi medio metro por sobre el nivel natural de la calle, limitada por una balaustrada de piedra, situada entre las esquinas de López y de Romualda, donde hoy está “el cruce o paso a nivel de las avenidas Urdaneta y Fuerzas Armadas” (frente a donde se ubican los libreros de viejo).2 El “Monumento al Golfo Triste” no comenzó, pues, simplemente como una estatua.

Hagamos memoria urbana: este monumento era la combinación de un memorial, de una columna conmemorativa y de un espacio público… Algo significativamente innovador para la Caracas de la época, y totalmente cónsono con los monumentos que por el aniversario del descubrimiento se estaban levantando en todo el continente. Hace 110 años, la tropical capital finisecular celebraba sus acontecimientos históricos de acuerdo a la más actualizada cultura urbana internacional… ¡Qué tiempos aquéllos…! El monumento al Almirante fue encargado al escultor venezolano Rafael de la Cova (Caracas, 18-, La Habana, 18-), en 1893. En 1906 toda la operación conmemorativa ya aparece reseñada en el “Plano de Caracas” de R. Razetti como “Plaza Macuro”.

De la Cova, de los mejores escultores de su época junto con Eloy Palacios, “se formó inicialmente en la Escuela Normal de Dibujo”, alcanzando a “recibir orientaciones de Martín Tovar y Tovar”.3 Luego en Roma, entre 1870 y 1877, estudiaría escultura y fundición, es decir, que esculpía y fundía sus propias obras, con el surplus adicional de calidad a la obra de arte que esto significa (quizás por éso el Colón no se quebró tan rápido como hubieran deseado sus verdugos el pasado -2004- 12 de octubre).

De la Cova se convierte así, gracias a la oportunidad del Cuatricentenario del Descubrimiento, en pionero de la Escultura Monumental Urbana en Venezuela, junto con el también venezolano Eloy Palacios. Y es que Palacios seguiría la saga urbana inaugurada por su colega en la Plaza Macuro al diseñar años más tarde (1906-11) su “Monumento a Carabobo” (o “La India”) en la Avenida Páez de El Paraíso, también como una columna conmemorativa –esta vez una columna-chaguaramo, y esta vez, además, dedicada a exaltar no a Colón sino a los indígenas-. Es paradójico encontrar ambas temáticas unidas de manera tan hermosa en la historia del arte y del urbanismo caraqueños, influenciada la una por la otra, para que luego, un siglo después, nos veamos sometidos a tan grotescos espectáculos como si eso no hubiera pasado nunca…

Entre las demás obras del escultor caraqueño están el “Monumento a Ricaurte y Girardot” (bronce, ca. 1898) que está en el Trébol de La Bandera, en la Avenida Nueva Granada; el Antonio Leocadio Guzmán (1893) de la Plaza El Venezolano; el Bolívar pedestre que estaba en la vieja Universidad, hoy Palacio de las Academias (¿alguien concoe su paradero?), y el importante Bolívar ecuestre que prácticamente abre sobre la Quinta Avenida de Nueva York la entrada al Central Park, otro elegante aporte del Ilustre Americano a la memorabilia nacional, y que une indeleblemente en esta historia de memoriales colombinos a las ciudades de Caracas y Nueva York.

2. El círculo colombiano
El año de 1883 era el Centenario del nacimiento del Libertador y el gobierno venezolano “decidió erigir una estatua ecuestre del Libertador en el Central Park, la cual fue fundida por la firma local Heny & Bounard”.5 Una década sumamente conmemorativa. La estatua fue concluida en 1884 e inaugurada por Guzmán Blanco, quien iba de camino a París. Un par de cuadras más al oeste, sobre la misma calle 59 entre la intersección de Broadway, Central Park West, y 8th Avenue, se crearía un nuevo espacio urbano emparentado en intenciones y alcances con nuestra Plaza Macuro, Columbus Circle (el Círculo -o la Redoma- de Colón). Columbus Circle, a diferencia de su contemporáneo caraqueño, hoy subsiste incólume en la fábrica urbana neoyorkina.

El monumento a Colón –de Manhattan- consiste en una columna “rostral” (porque estaba sembrada de rostros alusivos a la epopeya del Descubrimiento) “hecha de mármol de Carrara de veinticuatro metros de alto”, y coronada también como la caraqueña por una estatua de Colón hecha por el artista Gaetano Russo que fue añadida en 1884, donada por los italianos a la ciudad y develada el 12 de octubre de 1892”.6 El colombiano círculo permacería desde entonces en su santo lugar marcando, como luego haría el Colón caraqueño con el Parque Los Caobos, la entrada sur-oeste de Central Park. Sabiendo como sabemos que el Colón de Dela Cova fue también fundido en Nueva York, tenemos entonces una línea de columnas conmemorativas sucediéndose unas a otras en el tiempo y en el espacio: la rostral neoyorkina, la de la naos macuriana y la de la India del Paraíso...

La mudanza del “Monumento al Golfo Triste” a las inmediaciones de lo que será más tarde la Plaza Venezuela se reseña en los planos de la ciudad en 1934. El nuevo lugar es un jardín sembrado de flores, un “Paseo” Colón, un lugar con personalidad propia, por lo que concluimos que quien lo diseñó entendía muy bien que no podía hacer desaparecer un espacio urbano de la ciudad sin reemplazarlo con otro, y preferiblemente superior en calidad.

Y así fue: el nuevo “Paseo Colón” (1934) gana en monumentalidad por la ideoneidad escénica de su nueva ubicación: sobre una colina, mirando el Parque Los Caobos. Colón, señalando con la diestra el horizonte, ahora nos recuerda el primer nombre con que bautizara a Paria: “Los Jardines”. Y este parterre de flores, en medio del cual reapareció en los años treinta el monumento luego de que las obras preliminares del ensanche de la Avenida Urdaneta lo sacasen del Centro Histórico, merece también ser reconstruido, cuando, habiendo restaurado a Colón y a su doncella ofrendante, las instituciones patrimoniales competentes resarcen a Caracas de tan pasajeras tristezas.


(f. "Colón en el golfo triste". Ciclomontañistas, 2007. Flickr.com).



NOTAS
1. Leon Battista Alberti. De Re Aedificatoria, Libro VII, Caps. XVI y XVII.
2. Guillermo José Schael. La ciudad que no vuelve, p. 87.
3. GAN. Diccionario de las Artes Visuales en Venezuela, 1982, pp. 114-115.
4. Leszek Zawisza. Arquitectura y Obras Públicas en el siglo XIX, III, p. 174.
5. L. Zawisza, L. Op. Cit.
6. The New York City Encyclopedia.





Publicado en: en_Caracas, N. 1.27, Caracas, viernes 22 de Octubre de 2004 y en Opinión, @EL NACIONALweb, 2015.




Barriologías

(f. "Ranchitos en Caracas", 2009. Flickr.com.





Hace más de tres años escribí un artículo en El Nacional titulado “Barriología napolitana”. En aquel momento, el CONAVI aún estaba bajo el mando de Josefina Baldó y Federico Villanueva, arquitectos que habían enfrentado de una manera nueva y harto razonable la rehabilitación de los barrios como un problema de renovación urbana. Es decir, como lo que es: hacer ciudad.

Antes de que el programa en cuestión fuera inexplicablemente suspendido, prácticamente todos los arquitectos a quienes les fueron confiados algunos barrios del área metropolitana coincidían en verlos como “un incipiente fenómeno urbano, como una proto-ciudad otra que Caracas”. Cosa que me parecía adorable, pero muy susceptible de crítica. Por lo tanto, ironizaba yo entonces (2001) que el punto de vista consensual compartido por la mayoría de quienes trabajaban en los Proyectos de Renovación Urbana de los Barrios, es que “todos andaban por ahí enfrascados en un enternecedor romanticismo de sospechosa reminiscencia Neo-Hippie, utopolizando ciudades nuevas donde prácticamente nada había aún, idealizando escarpados pueblos insulares del Mediterráneo y midiendo y remidiendo tramas urbanas de pinta medieval o en su defecto musulmana, con viejos números de la revista Process Architecture bajo el brazo, mientras que recorrían a pie peligrosamente, los ojos brillando, los caminos verdes de la Gran Caracas…”.

Yo temía que todo su esfuerzo sólo iba a servir para que nos quedáramos en la etapa arqueológica de la contemplación o, cuando mucho, en la consolidación de las estructuras de cada sector objeto de estudio, zanjando para siempre la brecha enorme entre la ciudad informal cerro arriba y la ciudad informal valle abajo. Dos ciudades, dos tramas, dos mundos urbanos separados, y ahora sí, para siempre, y no una sola, continua y espléndida trama caraqueña.

Los barrios estaban siendo tratados “como Mykonos, como Anacapris, o como Amalfis tropicales. Como floraciones, especies nuevas, como ´tejidos informales´ que debían ser escrutados bajo el microscopio con atención hasta llegar a descubrir sus intríngulis urbano-ambientales, sus oportunidades de intervención, su composición morfológica, las particularidades de sus espacios públicos y los elementos singulares de su estructura urbana. Sólo de la mitología propia de cada barrio se podía partir para poder definir las propuestas que aseguraran su futuro urbano…”. Todo lo cual estaba muy bien, si se trataba de consolidar ruinas etruscas, pero nunca si se trataba –como se trata- de construir la ciudad contemporánea y del futuro, de la cual los barrios son su territorio por antonomasia, ciudad nueva que debería ir de la mano de la historia del urbanismo universal y del arte de construir la ciudad.

Hoy, cuando con ciertos signos esperanzadores que provienen del recién creado Ministerio de Vivienda y Habitat, parece haber una nueva oportunidad para los Proyectos de Renovación Urbana de los Barrios de Baldó/Villanueva y su equipo, queremos traer a colación todas las barriologías alternativas que surgieron durante el ínterin temporal de la suspensión del programa. Por ejemplo, -para nombrar solo algunas- los puntos de vista artísticos que aportaron quienes llevaron los barrios a la Bienal de Arquitectura de Venecia, o la idealización del espacio urbano concatenado y vertical de las largas escalinatas en los cerros emergida en algunas propuestas en otros medios, o las iniciativas de construcción de ciudad de algunas aisladas cooperativas vecinales de avanzada, y –Last but not Least- nuestro propio reclamo a tanto organicismo asumido a ultranza a fin de que se reconsidere su Arquelogía inversa. Porque como decía yo, (idealizando como idealizo a la ciudad de Nápoles, a Nápoles, la magnífica, a Nápoles, la de la sorprendente superposición de todas sus ciudades invisibles, al arquetipo de ciudad vertical), “para que los barrios de hoy se vuelvan la urbe del mañana, nada peor que errar la escala urbana de las referencias, y pensar en Positano cuando se está a la vera de la rica y compleja capital del Reino de Nápoles”.  

Y hoy vuelvo a hacer la pregunta: ¿qué hacen los barriólogos napolitanos? Evidentemente, no “urbanismo sin arquitectos”. Si no más bien, saber exactamente “cómo su ciudad creció, cómo colonizó los cerros, cómo salvó todos sus barrancos haciendo de cada brinco una obra de arte, cómo signó el accidentado paisaje con redobladas creaciones, belvederes en pendiente, calles panorámicas, retículas aragonesas, coronas de Capodimonte, cómo siendo pobre ha sido siempre rica y cómo allí los miserables son millonarios de tánta ciudad, desde que los romanos se inventaron una villegiatura de terrazas escalonadas y anfiteatros, hasta que los renacentistas hicieron sus plazas en rampa y los barrocos sus palacios en escalera y los del período floral sus pallazinas en escorzo que llamaban Paradisielli". Una ciudad que conoce su historia, no puede sino recrearla constantemente. No le tiene miedo a crecer… porque sabe cómo hacerlo para perseguir una unidad de espléndido valor formal. Esa debería ser nuestra meta. Pero, ¿cómo lograrlo, “si a cada barrio se le busca una historia distinta, si a la ciudad la dejamos aquí abajo, y nosotros, los expertos en su historia, en su forma y en su diseño, estamos reacios a usar nuestras herramientas más clásicas para hacerlos a todos una?” 

La pregunta, tres años más tarde, sigue vigente. O más urgente aún que entonces, luego de la horripilante visión estos últimos tiempos de tánta torpeza arquitectónica y pedestres emplazamientos anti-urbanos de los módulos de Barrio Adentro. Por ello me atrevo a repetir, cual ritornello, que “los valores urbanos intrínsecos de los barrios existen, sí, pero que mitificarlos también es un crimen, que consolidar sus casuísticas naturalezas urbanas es condenarlos a su marginalidad para siempre”, y que “hay que llevar la ciudad a los cerros, para que, de vuelta, ella pueda devolvernos los cerros”.


(f. Camarógraforeggae, 2008. Flickr.com).



Publicado en: en_Caracas, N. 1.24, Caracas, viernes 1 de Octubre, 2004.

 

domingo, 17 de mayo de 2009

La Autopista Is Almost Right

Primer emplazamiento de la estatua de María Lionza al pie del Puente de los Estadios (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana, 1954).




Luego de más dos años (2004) de intensa calle, la mutante más hermosamente violenta de Caracas ha sido la autopista. Desde que Robert Venturi en su libro Aprendiendo de Las Vegas (1972) diera la absolución al popular strip, nunca se había producido en la historia del urbanismo universal otro perdón urbano tan estupendamente colosal como el que hemos hecho los caraqueños con la Autopista del Este.
 
De ramplón backyard por el que la tienen ciertos anacrónicos funcionarios patrimoniales, la autopista es en realidad el orgullo de una ciudad cuya más importante oferta cultural ante la humanidad es su modernidad. Monumento longitudinal de concreto, gloria de su generación, orgullo de los cincuenta, está sensual, escultórica, voluptosamente trazada. Sus musculosas involuciones formales, hechas para ser recorridas a gran velocidad, apreciadas desde la lentitud del paseante la repotencian como vanguardista promenade; un paseo ideal para la celebración contemporánea de sus largas fachadas urbanas y de su propio paisaje megaestructural.
 
Y es que aparte de ser el único espacio urbano caraqueño en que puede materializarse físicamente lo de aquí cabemos todos, el "Paseo Fajardo" emergió como un teatro químico armado de una multípoda fauna ingenieril de distribuidores particularmente proclives a mutar con furia: en Explanada monumental (La Bandera), en Encrucijada de peregrinaciones (Santa Fe), en acústico teatro al aire libre (loops menores) y en Belvedere monumental/set (Altamira)... Fauna a la cual habrá que sumarle los paseos dentro del paseo de sus rampas y sus rectas, unas, por su sutil efecto de tribuna, y las otras por su derecho propio como “avenidas” temáticas.
 
Como la vegetal “Avenida de Ceylan” que se creó entre el Jardín Botánico de Caracas y Parque Los Caobos, donde habrá que ir pensando en las bandejas verdes que salvarán el río... y como la teatral “Avenida Olímpica”, que ha venido funcionando por medio siglo en torno al vértice urbano del monumento de María Lionza, verdadero circo máximo caraqueño que habrá que monumentalizar aún más para sacarle mayor partido a las fuerzas telúricas del sitio.
 
Es por ello que se caen por sí solos todos los tercos alegatos intentando justificar el absurdo de darle al Monumento a María Lionza otro espacio en la ciudad que obviamente no necesita, teniendo ya uno, e inigualable. Cuando Carlos Raúl Villanueva la puso en la autopista lo hizo con mucho tino. Y es que él si sabia bien lo que ésta significaba. La autopista se inauguraba como el cauce fulgurante de la modernidad; en ella la estatua emerge como el pivote imantador de todas las energías, vinculando el norte y el sur, es decir, la Universidad Central de Venezuela y su Zona Rental, que no hay que olvidar que Villanueva estaba pronta a desarrollar él mismo.
 
Allí, Yara quedó en medio de la gran ciudad ucevista. Con sus brazos alzados, se une a los mástiles de las luces de los estadios haciendo el mismo gesto vertical victorioso del Atlante de Narváez, portando a su vez el fuego olímpico como el pebetero oficial de la Villa Olímpica universitaria. En ningún otro lugar tendrá mayor visibilidad, ni estará de mejor manera unida a la historia de la ciudad, tanto de la universitaria como de la de Caracas. Y es a este enclave justamente que la poderosa imagen artística de la diosa y el mismo culto le deben gran parte de su persistencia en la memoria y en el incosciente colectivos, valores tardíamente reconocidos por sus empecinados mudadores.
 
Por ello, cuando leemos a la oficiosa oficina de prensa de Fundapatrimonio trabajando arduamente para intentar mantener viva una polémica que de suyo hace rato esta ciudad ya dejó atrás, no podermos sino querer recordarles los casi dos años de voluntad ciudadana manifestada públicamente pidiendo “déjennosla en su lugar de siempre”, reclamando respeto a la memoria urbana de Caracas, al lugar que ha sido sacralizado en la autopista y al diseño del elegante espacio urbano hecho por Villanueva entre los museos, patrimonio urbano de esta ciudad que ellos desprecian, y temiendo por la remoción de las energías del Genius loci y el desastre incontrolable que puede desatar su traslado a la Plaza de los Museos. 

Como grandes chamanes de lo desconocido, estas autoridades y sus asociados vuelven a la carga inexplicablemente, a pesar de que solo con las razones urbanísticas que se han esgrimido ya habr
ían sido defenestrados en el pasado hacía ya bastante rato. Nada ha sido suficiente para demostrarles que dos piezas idénticas de relativo valor magnético colocadas en el mismo paisaje urbano, lo que hacen es que se anulan mutuamente. O lo que es lo mismo: Kaput.  

¿Que harán ellos cuándo la restaurada diosa y su plástica réplica se vean –todavía- ridículamente próximas? ¿Qué harán cuando las vean perder toda su fuerza, y no digamos la urbana, si no la telúrica? ¿Qué harán cuándo la estatua original, plantada en medio del vacío monumental y calificado que hiciera Villanueva (de nuevo, el irrespetado Villanueva) se erija como inefable peñasco atravesado en medio del Eje Mayor de la ciudad, en su escollo y obstáculo? ¿Y qué harán cuando la Yara de plástico luzca tan cheap como una Barbie, contribuyendo con aún mas con la “calcutización" de Caracas, un efecto banalizador del espacio urbano que ya hemos experimentado con horror en la ciudad de Maracaibo? 

Seguramente, no será a Robert Venturi a quien invoquen por clemencia.





María Lionza en la autopista.

 


Publicado en: en_Caracas, N. 1.06. Caracas, viernes 28 de Mayo de 2004.



sábado, 9 de mayo de 2009

Toki Eder Blues

Edificio Toki Eder (f. Leopoldo Palis, 2009. Caracas en retrospectiva).

















1. Un hermoso lugar
Es verdad que el idioma vasco para los hispanoparlantes nos resulta bastante inextricable, pero no por ello deja de írsenos convirtiendo en familiar luego de que por tanto tiempo tantas arquitecturas en la ciudad nos lo enseñen desde sus orondos apelativos. Y aprendimos por ellos que “Donosti” es San Sebastián y que “Eder” es sinónimo de “bello” o “hermoso”. Y más aún, aprendimos que “Toki” (sí: toki) es nada menos que “lugar”.

Y como un bello lugar en efecto se había conservado hasta ahora la Plaza de Chacaíto hacia la entrada al Caracas Country Club, en esa curveada involución natural que adquiere la Calle Real de Sabana Grande justo antes de continuar hacia el este como Avenida Francisco de Miranda. Un claro remanso que se despliega al pasar sobre la quebrada, una suerte de playa urbana, de meandro ralentizante del que sacaron amplio provecho los grandes enclaves comerciales de los setenta, el Centro Comercial Chacaíto y Beco, y al que, con premonitor olfato, reconociera con su glamoroso apelativo el cine homónimo de la calle más amplia de la ciudad, el “Broadway”.

Pero, ¿qué hace tan singular a este “Toki” caraqueño? Hasta hace muy poco, ni plaza en él había (ésta fue fruto de la operación de creación de espacios urbanos de la C.A. Metro de Caracas en los ochenta). Miramos alrededor, y es muy poco lo que encontramos, salvo noble arquitectura urbana puesta con tino y humildad. Y he aquí que en Chacaíto la ciudad vuelve a demostrarnos con su sabiduría silenciosa cómo los hombres se fueron poniendo tácitamente de acuerdo para ir moldeando las formas del espacio urbano… hasta esbozar la creación de un sitio singular. Algo único, inacabado y aún “en construcción.”

2. Presencias irreemplazables
O en “de-construcción”, si lo vemos desde la cruda realidad. Aquel lugar que se había anclado en nuestros corazones a punta de efectiva arquitectura, que soñaba con concretarse, está a punto de ser desmantelado. La dulce curva de los añejados edificios modernos que vienen de El Rosal, la puerta tamizada de concreto del Centro Comercial Chacaíto, la mole repotenciada de Capuy-Beco, la paz compositiva del dondisquero Residencias Royal Palace y las ondas icónicas del edificio Sokoa, serán desarticuladas, lanzadas al vacío, desmembradas de su concertada armonía de caballeros de la orden de la santa fábrica (a.k.a. la ciudad) cuando sean despojados de su mejor compañero de armas: el Edificio Toki Eder (c. 1940).

De haber pertenecido previamente a Fogade, el Toki Eder fue adquirido por un ciudadano árabe que, ni corto ni perezoso, no más hacerse de él, tapióle con ladrillos las bellas logias abiertas de sus laterales para luego lanzarse con furia sobre sus restantes ventanas. La gran casona vasca cerró los ojos, y enmudeció de pronto. ¿Cómo se lo permitieron las autoridades, cómo las nacionales/patrimoniales, cómo las municipales? Pues alegan las unas que el “Toki Eder no está declarado”, mientras que dicen las otras que el “Toki Eder no está inventariado”… En medio, la ciudadanía languidece, desamparada, indefensa, esperando por una explicación. Y mientras tanto, el único edificio de Caracas que le canta a su enclave urbano, una vez demolido, una vez su presencia desaparecida y esfumada del solar, una vez su noble pecho condecorado de elíptico óculo arrasado y hecho polvo, con su ausencia desmantelará el lugar, y veremos derrumbarse la creación colectiva de la vieja Plaza de Chacaíto como un castillo de naipes.

Orfelinato de declaratorias
Es aún hoy el Toki Eder un poema en estilo Neovasco difícil de equiparar en todo el valle, salvo como no sea con su delicioso pariente el Edificio “Donosti” de Las Mercedes, el de la carabela tallada en el escudo de piedra. Por la limpieza de sus formas, -el ancho cuerpo del edificio aposentado bajo sus dos aguas compuestas cubiertas de tejas generosas-, y por la maestría del frente ornamental –la cascada de cemento modelado para crear un gran portal vertical aplicado sobre la fachada principal-, con sus dobles volutas y sus dobles conchas, nos hacen sospechar en él también la mano de don Miguel Salvador Cordon, arquitecto de cuantiosa obra en esta ciudad, y padre de la arquitectura vasca en el exilio venezolano.

No deberá entender don Miguel -de vuelta en España- cómo es eso de que en este país el Instituto del Patrimonio Cultural se haya declarado desinteresado en hacer ni una sola declaratoria más ni de Monumento Histórico Nacional ni de Bien de Interés Cultural o de ninguno de sus afines (2004). ¿Será que ya todo fue inventariado -se ha de preguntar el arquitecto-, ya todo está debidamente protegido, y nada de la memoria urbana de Venezuela corre peligro? ¿O será que porque el Toki Eder figura en la lista patrimonial del primer PDUL (siglas de Plan de Ordenamiento Urbano Local) de cuando Irene Sáez y en la más reciente lista del Patrimonio de Chacao hecha por William Niño Araque es suficiente para que no le otorguen en Chacao al propietario permiso para demolerlo?

Peloteado entre escurridizos funcionarios, pero blandiendo con majestad su pedigree arquitectónico para quien lo quiera ver, el Toki Eder espera por nosotros para poder seguir enriqueciendo con sus aires cantábricos la Calle Real.



Antigua Plaza de Chacaíto (f. Postal - Archivo Fundación de la Memoria Urbana).

 



Publicado en: en_Caracas, N. 1,17, Caracas, viernes 13 de Agosto de 2004.





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