Queridos amigos barriólogos,
En vista de la beligerancia del tema de la barriología últimamente (2001), he aquí una crítica –harto constructiva- sobre cómo podríamos aproximarnos con más tino a nuestro fulgurante objeto de estudio y proyectación, i.e.: los barrios.
El punto de vista consensual compartido por la mayoría de quienes están trabajando en los Proyectos de Renovación Urbana de los Barrios, es que un barrio es un incipiente fenómeno urbano, una proto-ciudad otra que Caracas. Esa neo-polis, teniendo mucha fe, correrá la misma suerte de la remota Parténope, aquella ciudad con nombre de sirena que los griegos fundaron un día, según la leyenda, en una colina del Monte Echia para con el tiempo convertirse en una Paleópolis (ciudad vieja) que finalmente crecería hasta volverse una Neapolis, una urbana, rica y compleja ciudad nueva: Nápoles.
Hoy todos coinciden en ver a los barrios así, todos creen en esa suerte, y andan por ahí enfrascados en un enternecedor romanticismo de sospechosa reminiscencia neo-hippie, utopolizando ciudades nuevas donde nada hay, idealizando escarpados pueblos insulares del Mediterráneo y midiendo y remidiendo tramas urbanas de pinta medievalosa, o en su defecto musulmana, con viejos números de la revista Process Architecture bajo el brazo, mientras que recorren a pie peligrosamente, los ojos brillando, los caminos verdes de la Gran Caracas… Mucho tememos que todo ésto sólo vaya a servir para que nos quedemos en la etapa arqueológica de la contemplación o, cuando mucho, en la consolidación de las ruinas de cada Parténope arcaica objeto de estudio.
Los barrios están siendo tratados como Mykonos, como Anacapris, o como Amalfis tropicales. Como sirenas exóticas atracadas en la playa que un día fueron repudiadas por Ulises, como floraciones, especies nuevas, “tejidos informales” que deben ser escrutados bajo el microscopio y observados con atención hasta llegar a descubrir sus intríngulis urbano-ambientales, no se nos vayan a escapar sus oportunidades de intervención, no vayamos a menospreciar los criterios básicos de su composición morfológica, no vayamos a obviar las particularidades de sus espacios públicos ni los elementos singulares de su estructura urbana hecha por los mismísimos griegos. Los barrios, se piensa, son nuestras Parténopes, y sólo de su mitología propia podremos partir para poder definir las propuestas que aseguren su futuro urbano.
Pero resulta que nos estamos olvidando de una parte importante de la saga de toda proto-ciudad arquetipal, y es su Arquelogía Inversa. Quien sueña con Parténope es porque idealiza a Nápoles, y no al revés. A Nápoles, la magnífica. A Nápoles, la de la sorprendente superposición de todas sus ciudades invisibles; a Nápoles, la gran ciudad que ha sido estudiada, dibujada y escrita hasta sangrar. Para que los barrios de hoy se vuelvan la urbe del mañana, nada peor que errar la escala urbana de las referencias, y pensar en Positano cuando se está a la vera de la capital del Reino de Nápoles.
Eso lo saben barriólogos napolitanos. Así como saben muy bien cómo su ciudad creció, cómo colonizó los cerros, cómo salvó todos sus barrancos haciendo de cada brinco una obra de arte, cómo signó el accidentado paisaje con redobladas creaciones, belvederes en pendiente, calles panorámicas, retículas aragonesas, coronas de Capodimonte, cómo siendo pobre ha sido siempre rica y cómo allí los miserables son millonarios de tánta ciudad, desde que los romanos se inventaron una villegiatura de terrazas escalonadas y anfiteatros, hasta que los renacentistas hicieron sus plazas en rampa y los barrocos sus palacios en escalera y los del período floral sus palazzine en escorzo que llamaban “Paradisielli”. Pero, ¿quién quiere hacer la Arqueología Inversa de Caracas (una ciudad que tánto se parece a Nápoles y no sólo en las colinas) para llevarla a algún marginal cerro, si aquí nadie intenta saberse a Caracas de verdad? ¿Quién sueña con Caracas cuando piensa en Gramoven?
En el centro histórico de Nápoles, por el contrario, está la propia sede de las arqueologías inversas del mundo, el más complejo palimpsesto arquitectónico conocido: la Iglesia de San Lorenzo Maggiore. Una visita ahí, amigos barriólogos, y abandonarán el punto de vista del “Urbanismo sin arquitectos”. San Lorenzo es un edificio en cuya fábrica puede leerse simultáneamente toda la historia de la ciudad. El siglo veinte trajo la restauración de los fragmentos y la instalación en el patio de una exposición permanente que muestra las sucesivas capas arqueológicas urbanas. Es un monumento a una ciudad que conoce su historia, y que no puede sino recrearla constantemente. Una ciudad, por lo tanto, que no le tiene miedo a crecer… porque sabe cómo hacerlo.
Esto contaba en una guía de la ciudad Adriana Baculo, catedrática de Levantamiento Arquitectónico de la Universidad de Nápoles Federico II. Ella fue la autora, en 1992, junto con un equipo de arquitectos e historiadores, de la asombrosísima vista tridimensional de la urbe titulada Nápoles en axonometría, donde por primera vez fue posible, como en un sueño fantástico, ver al mismo tiempo todos los lugares y todas las arquitecturas de la ciudad.1 Con conocimiento de causa, Baculo asegura que “la morfología de la ciudad le debe a la variedad de sus articulaciones su caracterización más fuerte, y al diseño paisajístico general la posibilidad de recoser sus muchas presencias, diversificadas y a menudo contrastantes, en una unidad de espléndido valor formal”. Una unidad de espléndido valor formal. Esa debería ser nuestra meta. Pero, ¿cómo lograrlo, si a cada barrio se le busca una historia distinta, si a la ciudad la dejamos aquí abajo, y nosotros, los expertos en su historia, en su forma y en su diseño, estamos reacios a usar nuestras herramientas más clásicas para hacerlos a todos una?
Queridos amigos barriólogos: los valores urbanos intrínsecos de los barrios existen, sí, pero, ¡por favor!, no exageren. Mitificarlos también es un crimen. Consolidar sus casuísticas naturalezas urbanas es condenarlos a su marginalidad para siempre. Hay que llevar la ciudad a los cerros, para que, de vuelta, ella pueda devolvernos los cerros.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, lunes 5 de Marzo 2001.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 5 de Marzo de 2001.
El punto de vista consensual compartido por la mayoría de quienes están trabajando en los Proyectos de Renovación Urbana de los Barrios, es que un barrio es un incipiente fenómeno urbano, una proto-ciudad otra que Caracas. Esa neo-polis, teniendo mucha fe, correrá la misma suerte de la remota Parténope, aquella ciudad con nombre de sirena que los griegos fundaron un día, según la leyenda, en una colina del Monte Echia para con el tiempo convertirse en una Paleópolis (ciudad vieja) que finalmente crecería hasta volverse una Neapolis, una urbana, rica y compleja ciudad nueva: Nápoles.
Hoy todos coinciden en ver a los barrios así, todos creen en esa suerte, y andan por ahí enfrascados en un enternecedor romanticismo de sospechosa reminiscencia neo-hippie, utopolizando ciudades nuevas donde nada hay, idealizando escarpados pueblos insulares del Mediterráneo y midiendo y remidiendo tramas urbanas de pinta medievalosa, o en su defecto musulmana, con viejos números de la revista Process Architecture bajo el brazo, mientras que recorren a pie peligrosamente, los ojos brillando, los caminos verdes de la Gran Caracas… Mucho tememos que todo ésto sólo vaya a servir para que nos quedemos en la etapa arqueológica de la contemplación o, cuando mucho, en la consolidación de las ruinas de cada Parténope arcaica objeto de estudio.
Los barrios están siendo tratados como Mykonos, como Anacapris, o como Amalfis tropicales. Como sirenas exóticas atracadas en la playa que un día fueron repudiadas por Ulises, como floraciones, especies nuevas, “tejidos informales” que deben ser escrutados bajo el microscopio y observados con atención hasta llegar a descubrir sus intríngulis urbano-ambientales, no se nos vayan a escapar sus oportunidades de intervención, no vayamos a menospreciar los criterios básicos de su composición morfológica, no vayamos a obviar las particularidades de sus espacios públicos ni los elementos singulares de su estructura urbana hecha por los mismísimos griegos. Los barrios, se piensa, son nuestras Parténopes, y sólo de su mitología propia podremos partir para poder definir las propuestas que aseguren su futuro urbano.
Pero resulta que nos estamos olvidando de una parte importante de la saga de toda proto-ciudad arquetipal, y es su Arquelogía Inversa. Quien sueña con Parténope es porque idealiza a Nápoles, y no al revés. A Nápoles, la magnífica. A Nápoles, la de la sorprendente superposición de todas sus ciudades invisibles; a Nápoles, la gran ciudad que ha sido estudiada, dibujada y escrita hasta sangrar. Para que los barrios de hoy se vuelvan la urbe del mañana, nada peor que errar la escala urbana de las referencias, y pensar en Positano cuando se está a la vera de la capital del Reino de Nápoles.
Eso lo saben barriólogos napolitanos. Así como saben muy bien cómo su ciudad creció, cómo colonizó los cerros, cómo salvó todos sus barrancos haciendo de cada brinco una obra de arte, cómo signó el accidentado paisaje con redobladas creaciones, belvederes en pendiente, calles panorámicas, retículas aragonesas, coronas de Capodimonte, cómo siendo pobre ha sido siempre rica y cómo allí los miserables son millonarios de tánta ciudad, desde que los romanos se inventaron una villegiatura de terrazas escalonadas y anfiteatros, hasta que los renacentistas hicieron sus plazas en rampa y los barrocos sus palacios en escalera y los del período floral sus palazzine en escorzo que llamaban “Paradisielli”. Pero, ¿quién quiere hacer la Arqueología Inversa de Caracas (una ciudad que tánto se parece a Nápoles y no sólo en las colinas) para llevarla a algún marginal cerro, si aquí nadie intenta saberse a Caracas de verdad? ¿Quién sueña con Caracas cuando piensa en Gramoven?
En el centro histórico de Nápoles, por el contrario, está la propia sede de las arqueologías inversas del mundo, el más complejo palimpsesto arquitectónico conocido: la Iglesia de San Lorenzo Maggiore. Una visita ahí, amigos barriólogos, y abandonarán el punto de vista del “Urbanismo sin arquitectos”. San Lorenzo es un edificio en cuya fábrica puede leerse simultáneamente toda la historia de la ciudad. El siglo veinte trajo la restauración de los fragmentos y la instalación en el patio de una exposición permanente que muestra las sucesivas capas arqueológicas urbanas. Es un monumento a una ciudad que conoce su historia, y que no puede sino recrearla constantemente. Una ciudad, por lo tanto, que no le tiene miedo a crecer… porque sabe cómo hacerlo.
Esto contaba en una guía de la ciudad Adriana Baculo, catedrática de Levantamiento Arquitectónico de la Universidad de Nápoles Federico II. Ella fue la autora, en 1992, junto con un equipo de arquitectos e historiadores, de la asombrosísima vista tridimensional de la urbe titulada Nápoles en axonometría, donde por primera vez fue posible, como en un sueño fantástico, ver al mismo tiempo todos los lugares y todas las arquitecturas de la ciudad.1 Con conocimiento de causa, Baculo asegura que “la morfología de la ciudad le debe a la variedad de sus articulaciones su caracterización más fuerte, y al diseño paisajístico general la posibilidad de recoser sus muchas presencias, diversificadas y a menudo contrastantes, en una unidad de espléndido valor formal”. Una unidad de espléndido valor formal. Esa debería ser nuestra meta. Pero, ¿cómo lograrlo, si a cada barrio se le busca una historia distinta, si a la ciudad la dejamos aquí abajo, y nosotros, los expertos en su historia, en su forma y en su diseño, estamos reacios a usar nuestras herramientas más clásicas para hacerlos a todos una?
Queridos amigos barriólogos: los valores urbanos intrínsecos de los barrios existen, sí, pero, ¡por favor!, no exageren. Mitificarlos también es un crimen. Consolidar sus casuísticas naturalezas urbanas es condenarlos a su marginalidad para siempre. Hay que llevar la ciudad a los cerros, para que, de vuelta, ella pueda devolvernos los cerros.
(f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).
NOTAS
NOTAS
1. Adriana Baculo Giusti. Napoli in assonometria, Electa Napoli, Nápoles, 1992.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, lunes 5 de Marzo 2001.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 5 de Marzo de 2001.
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