miércoles, 24 de octubre de 2007

O ellos o yo

Vista desde el Ponte della Accademia (f. Hannia Gómez, 2006).




Supóngase que nos fuera dado escoger nuestro sitio ideal de trabajo en la ciudad. Que bastara con seleccionarlo, para mudarnos allí y ejercer libremente. Si eso fuera posible, yo, por ejemplo, pasaría revista a todas las más hermosas ciudades, afinando mucho el tino, hasta dar con el lugar preciso donde mi producción laboral pudiera potencialmente alcanzar su más alto índice. Este oficio, escribir de arquitectura, necesita siempre de un sitio que sea inspirador en grado sumo para producirse. Es además, perentorio: hay que trabajar urgentemente por nuestras ciudades en crisis y por nuestra arquitectura. Mucho, bien, y en las mejores condiciones.

En virtud de tan ilusoria concesión, pronto encontré el prolífico recodo. Posé mi mirada codiciosa sobre el más magnífico de los enclaves que es posible soñar para hacer este tipo de trabajo. Una vía de gran circulación, no por ello menos atrayente, con grandiosas vistas panorámicas en todas direcciones, aireada y, sobre todo, rodeada de soberbia arquitectura histórica: la cima del Ponte della Accademia, tendido en apaisado arco sobre el Canal Grande de Venecia. El mejor tarantín sobre la Tierra.

Sin pensarlo un segundo, sin preguntarme nada, cargué con mi chaise-longue. Dispuse una fuente de energía para la portátil, rodé un anaquel o dos con algunos libros de consulta, me hice de unos prismáticos. ¿Qué cosas sino maravillosos ensayos y afiladas críticas podían salir desde tan magnífico local? Respiré profundo, y me dispuse a trabajar, ya inspiradísima, las cuartillas en la punta de la lengua, pináculos, palacios, frisos, capiteles, extasiada ante el maravilloso paisaje urbano que se extendía frente a mi vista. Si algunos distraídos turistas se tropezaban con mis laborales enseres, pensaba: no importa. Aún hay que instalar un fax, clavar una pequeña tolda, extender una alfombra sobre los tablones de madera, atornillar una lámpara de pie. Estoy trabajando, señores, respeten mi condición, por informal que ésta sea, no es menos respetable.

Mas los peatones empezaron a quejarse de que yo era un
obstáculo. Yo escribía sobre la magna arquitectura de la Salute y ellos decían que no podían tomar las clásicas fotos axiales del canal. Yo disertaba sobre las tipologías de las logias y ellos me querían empujar por la borda para ocupar mi puesto. De lado y lado, desde la Embajada de Alemania, más allá del pequeño Campo San Vitale, hasta el Campo della Caritá, ocupado por completo y alineándose contra el Palacio Brandolini, las multitudes empezaron a hacer lentamente cola para cruzar el agua. La Academia de Bellas Artes y su museo se quejaban de la congestión. El puente de madera crujía con la inmensa masa humana que desfilaba tras mis espaldas entre Dorsoduro y la ciudad. Amenazaba con desplomarse (menos mal que había sido reconstruido com'era en 1985). Los carabineiri me contemplaban armados desde la riva. Estaban indecisos a actuar... Yo los conmovía.

La prensa local intervino. ¡Cuán romántica les parecía la arquitecto, instalada ilegalmente sobre el canal! ¡Cuán justa su causa, cuán honrado su alegato! Me dieron nombres: Trabajadora de la literatura informal, Defensora de los pequeños escritores arquitectónicos. ¿Cómo podía la Serenissima barrerla de allí... en medio de su trance creativo... Aquellas autoridades estaban al borde de un atropello. El alcalde, cada vez que abría la boca para hablar de los derechos urbanos de todos los ciudadanos, lucía como un energúmeno. 

Pero estoy a salvo. De aquí no me arrancan ni con el Bucintoro. Aunque amenacen con llamar al Dogo mismo, aunque se quejen y pataleen, no pueden echarme. ¿Quién puede negarme el derecho divino a permanecer en este mi puesto ideal de trabajo, donde soy honrada y decente y laboro mejor que en ningún otro lado para bien de la patria? ¿Quién es capaz de arrebatarme este pedazo de eje veneciano, donde la arquitectura es más gloriosa, mi sitio ideal en la ciudad para poder escribirla?

La urgencia de mi dulce labor literaria, labor trashumante por excelencia, justifica que yo sea usurpadora pero inocente, abusadora pero simpática, ilegal pero amparada por los derechos humanos. Si no, he allí mis artículos: mi producción. En su nombre puedo invadir sin remordimientos cualquier espacio público que se me antoje, sin miramientos de toda la restante e indigente humanidad que quiera disfrutarlo: una arcada de la Place des Vosges, veinte metros cuadrados de acera en Park Avenue, cuarenta peldaños de las escalinatas de Piazza Spagna, tres hectáreas del centro urbano de Caracas. O ellos o yo. Olvídense de estas soberbias vistas monumentales, ya son mías. Olvídense de los atardeceres sobre la Laguna, me pertenecen. Olvídense de los palacios, olvídense de los paseos, olvídense, olvídense. Desposeídos urbanos del mundo, este puesto es mío: yo lo vi primero.




Ponte della Accademia, Venecia.
 





Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, 1998; arqa.com:
http://1999.arqa.com/columnas/hanniag.htm



1 comentario:

  1. Delicioso Hannia. Y visionario, porque cuando terminé de leer tu febril pero delicado relato, retrato sublimado de una realidad "informal" que todo se lo apropia, constaté que lo escribiste hace casi 10 años y no 10 días como yo pensaba.

    Un beso,

    Mitchele

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