De cuando en cuando, una inteligente exposición de arquitectura nos vuelve a tentar para hacer un alto en el camino, convidándonos a una pausa de placentera reflexión… nada más eso siempre las justifica. De un plumazo, recibimos el regalo de un punto de vista renovado sobre el universo arquitectónico, y nuestra mirada de pronto se vuelve fresca y despejada.
Volvemos a pensar y a imaginar, y sin demasiados aspavientos, el arte de la arquitectura avanza por caminos inesperados. Es lo que podría ocurrirle a cualquiera que en este mismo instante quiera detenerse frente al "Réquiem por la escalera", la muestra comisariada por el arquitecto Oscar Tusquets para el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, abierta desde este 24 de Octubre pasado (2001).
Las escaleras. Simples elementos arquitectónicos. Piezas menores que no obstante, han ya ameritado sendos tratados que singularizan su historia dentro de la historia general de la arquitectura. Cargadas de una hermosa idiosincracia, por no decir peripecia, es la suya la experiencia en movimiento del espacio salvando las estructuras por la vertical, haciendo de ello una poética aparte. Bien aparte, hasta llegar a constituirse en un arte singular, que Mansart nombrara célebremente como “l’esprit d’escalier”, el espíritu de escalera.
En esta era de obsesiones infográficas y escalas metropolitanas, donde los únicos diseños que nos interesan aparentemente son los de las páginas web y los únicos objetos los mouses o los celulares, hace tiempo que ya nadie repara en las escaleras. Nadie se detiene en sus detalles que fueron obsesión en muchas épocas; basta recordar las cavilaciones de Miguel Angel para conseguir la huella exacta de los peldaños urbanos que concluyeron en la escalera del Campidoglio o las preocupaciones ergonómicas de Alvar Aalto para lograr los muchos moldes de la mano en las barandillas de su catálogo viviente de escaleras humanas.
Hizo falta que llegasen un diseñador-filósofo y un filósofo del diseño, Oscar Tusquets Blanca (Barcelona, 1941), “arquitecto por formación, pintor por inclinación y diseñador por vocación”, legendario fundador del Studio PER, y Juan Antonio Ramírez (Málaga, 1948), filósofo y periodista de todas las construcciones ilusorias, editor de los monumentales tratados de Prado y Villalpando sobre el Templo de Salomón, y de la obra Dios, arquitecto (Siruela, 1991), dos “expecies en extinción en este especializado mundo moderno”, para que la atención recayese de nuevo sobre las escaleras.
Es la de ambos una preocupación harto válida, ya que hoy éstas han devenido objetos también en extinción, al haberse vuelto políticamente incorrectas. Dice Tusquets, “las escaleras han dejado de ser un pezzo di bravura del arquitecto para convertirse en un espacio de servicio, puramente funcional, marginal, aislado y casi estandarizado. Hemos pasado de considerarla el corazón del edificio a proyectarla como una sala de calderas”. Si a eso agregamos la dureza del argumento de su uso, olimpia fulgurante del ascenso opuesta físicamente a las dificultades de quienes menos pueden valerse por sí mismos, entendemos porqué lo del réquiem.
Réquiem que sin embargo se vuelve invitación a reparar en el olvidado milagro arquitectónico que se esconde al fondo de los vestíbulos, en los flancos de los grandes salones, en el extremo de las alas de todos los edificios magníficos de un lado y otro del océano. Una invitación tentadora para nosotros aquí también a iniciar un nuevo Hit Parade de nuestras stairs más stars.
Dice la prensa que Tusquets ha elegido trece modelos esenciales de escaleras para presentarlas a través de maquetas, de planos, de fotografías y de reproducciones a tamaño natural de escaleras reales, escaleras que el visitante deberá subir y bajar “para entender de una forma 'muscular' sus curiosísimas diferencias formales, que tan a menudo pasan desapercibidas”. Juan Antonio Ramírez, por su parte, ha elegido un número limitado de pinturas y dibujos de toda la historia del arte, en que cada una de esas escaleras han sido representadas, de Miguel Ángel Buonarroti a Dalí, de Piranesi a Hitchcock, de Le Corbusier a Frank Gehry, de Leonora Carrington a Miró.
Pero es la tipologización tusquetiana de la más fascinante de todas las piezas arquitectónicas lo que más fascina de la muestra. Es decir, poder contemplar tipo tras tipo, una a una, cómo resuelven “el conflicto geométrico que genera la línea diagonal del pasamanos y la losa; el diseño siempre delicado y complejo de la barandilla; las curvas; los rellanos intermedios; la solución particular que exige el coronamiento en el nivel superior, y la solución, todavía más difícil, del arranque”.
Preferiendo “sugerir a convencer, enamorar a informar”, el CCCB da así inicio al réquiem oficial barcelonés por la escalera de tramo recto con diseños de G.B. Piranesi, K.F. Schinkel, Giuseppe Terragni y Curzio Malaparte; por la escalera que surge de un muro (con escaleras de Alvar Aalto, Josep Maria Sostres, Enric Miralles y Souto de Moura); por la escalera de dos tramos en ángulo (de Le Corbusier, Frank Lloyd Wright y Kazuyo Sejima); por la escalera de tramos paralelos (Heinrich Tessenaw, Louis I. Kahn y Jean Nouvel); por la escalera de múltiples ramales (de Antoni Gaudí y Tadao Ando); por la escalera imperial (de Charles Garnier, Robert Adam, Balthasar Neumann y Auguste Perret); por la escalera samba (de Carlo Scarpa y Edwin Lutyens); por la escalera en el aire (Cèsar Martinell, Franco Purini, Antonio Bonet y Eero Saarinen); por la escalera sin barandilla (de Luis Barragán y Oscar Niemeyer); por la escalera aleatoria (de D.Pikionis y Elías Torres), y por la escalera de trazo curvo (de Andrea Palladio, Sebastiano Serlio, Frank O. Gehry, I.M. Pei, Steven Holl, y Herzog & de Meuron).
Finalmente, tras cruzar el episodio titulado “Subir (a los cielos), descender (a los infiernos)”, ilustrado con escaleras de Tadao Ando y Sverre Fehn, finaliza este paseo por esculturas transitables al toparnos con la escalera imposible que dibujara M.C. Escher y que también esbozara tímidamente para su madre Robert Venturi una vez.
Volvemos a pensar y a imaginar, y sin demasiados aspavientos, el arte de la arquitectura avanza por caminos inesperados. Es lo que podría ocurrirle a cualquiera que en este mismo instante quiera detenerse frente al "Réquiem por la escalera", la muestra comisariada por el arquitecto Oscar Tusquets para el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, abierta desde este 24 de Octubre pasado (2001).
Las escaleras. Simples elementos arquitectónicos. Piezas menores que no obstante, han ya ameritado sendos tratados que singularizan su historia dentro de la historia general de la arquitectura. Cargadas de una hermosa idiosincracia, por no decir peripecia, es la suya la experiencia en movimiento del espacio salvando las estructuras por la vertical, haciendo de ello una poética aparte. Bien aparte, hasta llegar a constituirse en un arte singular, que Mansart nombrara célebremente como “l’esprit d’escalier”, el espíritu de escalera.
En esta era de obsesiones infográficas y escalas metropolitanas, donde los únicos diseños que nos interesan aparentemente son los de las páginas web y los únicos objetos los mouses o los celulares, hace tiempo que ya nadie repara en las escaleras. Nadie se detiene en sus detalles que fueron obsesión en muchas épocas; basta recordar las cavilaciones de Miguel Angel para conseguir la huella exacta de los peldaños urbanos que concluyeron en la escalera del Campidoglio o las preocupaciones ergonómicas de Alvar Aalto para lograr los muchos moldes de la mano en las barandillas de su catálogo viviente de escaleras humanas.
Hizo falta que llegasen un diseñador-filósofo y un filósofo del diseño, Oscar Tusquets Blanca (Barcelona, 1941), “arquitecto por formación, pintor por inclinación y diseñador por vocación”, legendario fundador del Studio PER, y Juan Antonio Ramírez (Málaga, 1948), filósofo y periodista de todas las construcciones ilusorias, editor de los monumentales tratados de Prado y Villalpando sobre el Templo de Salomón, y de la obra Dios, arquitecto (Siruela, 1991), dos “expecies en extinción en este especializado mundo moderno”, para que la atención recayese de nuevo sobre las escaleras.
Es la de ambos una preocupación harto válida, ya que hoy éstas han devenido objetos también en extinción, al haberse vuelto políticamente incorrectas. Dice Tusquets, “las escaleras han dejado de ser un pezzo di bravura del arquitecto para convertirse en un espacio de servicio, puramente funcional, marginal, aislado y casi estandarizado. Hemos pasado de considerarla el corazón del edificio a proyectarla como una sala de calderas”. Si a eso agregamos la dureza del argumento de su uso, olimpia fulgurante del ascenso opuesta físicamente a las dificultades de quienes menos pueden valerse por sí mismos, entendemos porqué lo del réquiem.
Réquiem que sin embargo se vuelve invitación a reparar en el olvidado milagro arquitectónico que se esconde al fondo de los vestíbulos, en los flancos de los grandes salones, en el extremo de las alas de todos los edificios magníficos de un lado y otro del océano. Una invitación tentadora para nosotros aquí también a iniciar un nuevo Hit Parade de nuestras stairs más stars.
Dice la prensa que Tusquets ha elegido trece modelos esenciales de escaleras para presentarlas a través de maquetas, de planos, de fotografías y de reproducciones a tamaño natural de escaleras reales, escaleras que el visitante deberá subir y bajar “para entender de una forma 'muscular' sus curiosísimas diferencias formales, que tan a menudo pasan desapercibidas”. Juan Antonio Ramírez, por su parte, ha elegido un número limitado de pinturas y dibujos de toda la historia del arte, en que cada una de esas escaleras han sido representadas, de Miguel Ángel Buonarroti a Dalí, de Piranesi a Hitchcock, de Le Corbusier a Frank Gehry, de Leonora Carrington a Miró.
Pero es la tipologización tusquetiana de la más fascinante de todas las piezas arquitectónicas lo que más fascina de la muestra. Es decir, poder contemplar tipo tras tipo, una a una, cómo resuelven “el conflicto geométrico que genera la línea diagonal del pasamanos y la losa; el diseño siempre delicado y complejo de la barandilla; las curvas; los rellanos intermedios; la solución particular que exige el coronamiento en el nivel superior, y la solución, todavía más difícil, del arranque”.
Preferiendo “sugerir a convencer, enamorar a informar”, el CCCB da así inicio al réquiem oficial barcelonés por la escalera de tramo recto con diseños de G.B. Piranesi, K.F. Schinkel, Giuseppe Terragni y Curzio Malaparte; por la escalera que surge de un muro (con escaleras de Alvar Aalto, Josep Maria Sostres, Enric Miralles y Souto de Moura); por la escalera de dos tramos en ángulo (de Le Corbusier, Frank Lloyd Wright y Kazuyo Sejima); por la escalera de tramos paralelos (Heinrich Tessenaw, Louis I. Kahn y Jean Nouvel); por la escalera de múltiples ramales (de Antoni Gaudí y Tadao Ando); por la escalera imperial (de Charles Garnier, Robert Adam, Balthasar Neumann y Auguste Perret); por la escalera samba (de Carlo Scarpa y Edwin Lutyens); por la escalera en el aire (Cèsar Martinell, Franco Purini, Antonio Bonet y Eero Saarinen); por la escalera sin barandilla (de Luis Barragán y Oscar Niemeyer); por la escalera aleatoria (de D.Pikionis y Elías Torres), y por la escalera de trazo curvo (de Andrea Palladio, Sebastiano Serlio, Frank O. Gehry, I.M. Pei, Steven Holl, y Herzog & de Meuron).
Finalmente, tras cruzar el episodio titulado “Subir (a los cielos), descender (a los infiernos)”, ilustrado con escaleras de Tadao Ando y Sverre Fehn, finaliza este paseo por esculturas transitables al toparnos con la escalera imposible que dibujara M.C. Escher y que también esbozara tímidamente para su madre Robert Venturi una vez.
Catálogo de la exposición Réquiem por la escalera (f. Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona).
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 5 de Noviembre de 2001.