viernes, 25 de enero de 2008

Aire

¿Puede una ciudad sobrevivir sin Air Rights?



“Todo lo que es bueno es ligero”.
Friedrich Nietzche. 1

Quien haya visto alguna vez florecer una ceiba entenderá lo que digo. En cierta época del año estos árboles parece que van a secarse, tan desnudos se quedan. Lo que ocurre es que muy pronto van a cubrirse totalmente de copos blancos. Uno podía estar sentado, por ejemplo, en clase, cuando empezaban a entrar imperceptiblemente por las ventanas esos azarosos corpúsculos sin peso, esas semillas blancas recién liberadas que flotaban ligeras en el viento, planeando en completo estado de ingravidez, para ir a posarse en los lugares más disímiles: el pupitre, la papelera, la calva del profesor de Castellano. Alguno con más suerte cayó en el patio del colegio, y es hoy un gigante.

Toda la urbanización duraba así, inmersa en su diario baño de éter, suspendida entre las rutas de las semillas aladas, semejantes a las del cardo y a las del diente de león, como colgada de un sueño. Y –si es que podemos comparar un árbol con un edificio- cada vuelo, desprendiéndose de su cuna vegetal para ir a recorrer la incertidumbre de las calles por un terreno fértil donde germinar, contenía la fiel promesa de una gran construcción.
Ese era el escalofrío sentido al contemplar un copo en la palma de la mano: la responsabilidad por el destino de aquella pequeña isla flotante que nos había tocado en suerte, por su arquitectura errante. Ahora lo debíamos sembrar. ¿Cuál sería el lote más propicio?

Friedrich Nietzche escribió: “todo lo que es bueno
es ligero”.1 Gabriele D’Annunzio aseguró en “La ciudad muerta” que “las alas impalpables son las que vuelan más lejos”,2 y la Condesa de Noailles cantó hasta el cansancio a la “nobleza del aire”.3 Inflamadas visiones celestes. Bajo ellas, junto al piso, yace la ciudad. La ciudad, mitad cósmica mitad terrena, afianzada en el suelo, pero a la vez móvil y rica, ¿podrá encontrar en el aire su salida más diáfana? Con el consecuente hervidero de intereses terrenales que le están trancando el juego en tierra, los monumentos, los sitios monumentales y los distritos históricos, sin haber sido designados ni protegidos aún por nadie, con sus lugares ireemplazables y toda la cultura urbana, están indefensos ante los filisteos del “desarrollo”. Caracas, imaginada sólo como una gran vaca lotificable en cortes de carnicero, en beefsteaks para el gaznate, en sórdidos metros cuadrados para usufructuar, ¿podrá escapar en el casco de su nave aérea?

Reconozcámoslo: cien años tenemos de retraso al menos frente a nuestro gran alter ego urbano: Nueva York. En 1925 ya allí se estaba fundando la Municipal Art Society, tras el empuje del City Beautiful Movement, el movimiento cultural urbano que en los dí
as de la Exposición Mundial de Chicago luchó por una nueva concepción para las ciudades americanas, coordinando la planificación con la colaboración de los mejores arquitectos y artistas. Todo ello inició desde entonces una saga para la protección de la memoria de Nueva York, una ciudad tan desatinada, tan nueva, tan violenta, tan cambiante y tan ferozmente reacia como la nuestra.

El talante conservacionista vió surgir con el tiempo el primer Comité para un Plan Adecuado para la Ciudad: el primer fallo de la Corte Suprema decidiendo en 1954 que “la comunidad debe ser bella” 1; la promulgación, en 1965, de la primera
Ley de Monumentos, y las primeras audiencias públicas para garantizar salvarlos. La conciencia se difundía lenta pero efectivamente. La ciudad vió nacer las primeras campañas de auto-salvación: “Adopte un monumento”, “Salve a Nueva York”; se fundaron la Comisión Asesora para la Preservación de Monumentos y la Architectural League; las primeras asociaciones vecinales urbanamente correctas: los Amigos de la Arquitectura del Hierro Vaciado, los Amigos de Central Park, la Asociación de la Quinta Avenida, entre otras. La ciudad y sus defensores agrupados lograron que se designaran los primeros Distritos Históricos (como Greenwich Village), y contemplaron satisfechos la protección de miles de monumentos gracias a finos recursos que fueron apareciendo tras ser testigos de cómo se salvó a la iglesia de Saint Bartholomew, del arquitecto Berthram Grosvenor Goodhue en Park Avenue, con la venta histórica de sus Derechos de aire al edificio de atrás. Desde entonces, los Air Rights son una tabla de salvación para equilibrar el desarrollo en la ciudad.

Aire. El aire también se mide: en metros cúbicos. Es espacio cuantificable… Una operación igual de simple es sacar el cubicaje a un globo aerostático que calcular un R10. Campo Alegre tenía varias toneladas flotando sobre los techos de las casas de Mujica antes de su innecesaria destrucción. Sin embargo, nadie quiso incluir el Derecho de aire en las ordenanzas para que éstos fueran transferidos a zonas donde la densificación sería inocua, como la Avenida Miranda. Esos volátiles metros hubieran grácilmente zurcado la atmósfera hasta irse a posar donde hubiera sido más adecuado construirlos. El dinero de la venta siempre deja muy contentos a los propietarios de bienes monumentales. Al fin y al cabo, se trata de vender metros, ¿no? Pero no de memoria urbana, sino de aire.

Sobre nuestras cabezas levita el atajo que nos hará saltar el siglo de retraso en materia de conservación urbana. Cuando un propietario privado de un monumento no esté recuperando un retorno razonable de éste (6% es estimado razonable) y desee demolerlo; cuando el retorno, rebajándole o perdonándole los impuestos, no es suficiente; cuando la ciudad no haya encontrado un comprador alternativo para la propiedad o no pueda ella misma adquirirla dentro del tiempo marcado por la ley, entonces, antes de conceder el permiso de demolición, le permitirá al propietario vender su aire, es decir, todo lo que podría construirle encima.

Arriba, en el cielo del valle, se ve gravitar una ciudad celeste. Un dorado aéreo. A lo lejos, un gran montgolfier con cintas tricolores espera pomposamente estacionado sobre el Galipán (1999). Mientras tanto, sobre el Caracas Country Club parece celebrarse una regata de doradas goletas aladas. Por los cuatro puntos cardinales, miles de aeróstatos, de construcciones diáfanas, de negocios volátiles, de copos de ceiba, divagan flotando azarosamente, esperando ver dónde pueden atracar en la ciudad.


"Ceiba, La Floresta" (f. Rossella Consolini, 2009. Facebook "Caracas en flor").






NOTAS
1. Friedrich Nietzche.
2. Gabriele D’Annunzio. La ciudad muerta.
3. Ana de Noailles.
4. Saving New York City.



Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 28 de Junio de 1999.



1 comentario:

  1. Lo interesante es pensar que estos inmuebles pueden obtener un nuevo valor desde el momento que entran en el juego de los derechos de aire transferibles...aparte que es una gran alternativa para controlar y conducir de manera óptima el desarrollo inmobiliario...

    Si utilizamos a futuro programas de desarrollo de derechos de aire transferible como mecanismo de compensación... podria resultar un desarrollo más sustentable en relación a la edificación existente y preservar asi su patrimonio...

    Por fin..! un propietario podra vender sus derechos de aire.. que se encuentra restringidos por la imposibilidad de construir en su propiedad y con ello.. lograría compensar el actual valor que tienen estas edificaciones...

    No obstante...solo hay que esperar y tener fé... de que algún día en venezuela se apliquen estrategias como esta...como un gran mecanismo de preservación historica..

    Arq RBN
    nostromus@gmail.com

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