"Los constructores de Venezuela" (mural cerámico). Pedro León Zapata, Ciudad Universitaria de Caracas (f. www.araira.org/venezuela/caracas.htm).
Durante demasiado tiempo hemos estado padeciendo miserablemente de la falta de un libro sobre la obra de Villanueva (1999). El único que siempre existió, el legendario Carlos Raúl Villanueva y la arquitectura de Venezuela de Sibyl Moholy-Nagy de 1960, desde hacía tiempo había desaparecido de circulación.1
La obra en cuestión se había convertido en incunable. Tanto, que un profesor de Columbia University me refirió como una hazaña el haberse hecho con un ejemplar en el casco histórico de Amberes hace dos años, arrancándoselo al dueño de una librería, quien lo guardaba celosamente. Con la reciente reedición facsímil de la edición bilingüe de 1964 por el Instituto de Patrimonio Cultural y la Facultad de Arquitectura de la UCV, podemos tener de nuevo esta panorámica breve de su arquitectura para consultarla cómodamente cada vez que queramos refrescar verdades.2
La obra en cuestión se había convertido en incunable. Tanto, que un profesor de Columbia University me refirió como una hazaña el haberse hecho con un ejemplar en el casco histórico de Amberes hace dos años, arrancándoselo al dueño de una librería, quien lo guardaba celosamente. Con la reciente reedición facsímil de la edición bilingüe de 1964 por el Instituto de Patrimonio Cultural y la Facultad de Arquitectura de la UCV, podemos tener de nuevo esta panorámica breve de su arquitectura para consultarla cómodamente cada vez que queramos refrescar verdades.2
En el libro, los edificios que tan bien conocemos adquieren vida aparte. El poder de la imprenta los vuelve símbolos de sí mismos; la obra de arquitectura publicada se iconiza, haciéndose implacable arma histórica. El Villanueva impreso tiene algo de “soy un documento legal”, “héme aquí en toda mi verdad”, “vengan a mí las tergiversaciones, las clasificaciones y las críticas”. La fecha de los proyectos brilla en la rúbrica: la Ciudad Universitaria, estrella de su década (los cincuenta), es un momento cultural inapelable. Moholy-Nagy la sembró para el mundo en las páginas de su libro, en el más puro espíritu de su época, como una obra de arte total. De la página treinta y cuatro hasta la ciento treinta y dos recorremos una por una las piezas casi como en un catálogo razonado de un capítulo de la modernidad, cristalizado en el momento de la publicación... para cerrarlo de nuevo. Cerrado, porque así está desde entonces, con su número finito de obras construidas y no-construidas: proyecto concluido. Y, ¡a pasar la hoja!, conmina Sibyl.
Es célebre el clásico ejercicio crítico de la página 126, que hiciera esta profesora de Pratt con este episodio concreto de la arquitectura latinoamericana, ejercicio muy emulado partir de entonces. A mí me lo enseñaron en clase. Venía el profesor de Historia de la Arquitectura y preguntaba:
-¿Período?
-La Modernidad, contestábamos en coro.
-¿Lugar?
-Capitales de países latinoamericanos, volvíamos a corear.
-¿Tema?
-¡La Ciudad Universitaria!, gritábamos alborozados... y aparecía entonces la imagen de la otra ciudad universitaria latinoamericana arquetipal, la Universidad Nacional de México (1953).
Recuérdense ustedes bien de esta famosa confrontación tipológica: la elegante composición de arquitecturas y obras de arte del proyecto caraqueño frente a las masivas frases monumentales cubiertas de murales multicolores de su homónima mexicana; la conversación de las ideas de edificios y obras de arte a través del espacio frente a la literal cobertura superficial de las moles mexicanas.
-¿Quién gana?, nos preguntaba divertido el profesor.
Entonces comparábamos los volúmenes de las dos bibliotecas, ambas piezas centrales en las composiciones de sus campos respectivos; la de Villanueva, de limpias fachadas ciegas (“…que evidencian la uniformidad del interior, de simplicidad severa y acentuación cromática”, diría Moholy-Nagy), una arquitectura oronda de sí misma en el espacio, y la de Juan O'Gorman, valla enorme de lo azteca, tapiz-edificio que quiere borrarse a sí mismo (“es dudoso que el tapiz de símbolos precolombinos que utilizara Juan O'Gorman, para disimular las hileras de estantes de la biblioteca sea una mejor solución”)... para Sibyl, como para nosotros, el asunto ya estaba muy claro.
En esto era crucial el comportamiento del muro. Mientras que en la Ciudad Universitaria de México los muros eran recipientes, lienzos sobre los cuales podía pintarse toda suerte de decoraciones y textos (a veces, obras de arte), atendiendo a lo que se tenía en aquel entonces por la máxima expresión de la identidad cultural mexicana, es decir el muralismo, en arte, y el colosalismo, en arquitectura, en la Ciudad Universitaria de Caracas los muros de los edificios eran sensibles entidades arquitecturales que participaban activamente en la articulación y en la calificación del espacio, fachadas parlantes con personalidad arquitectónica propia. Desde los largos muros-cinta de la Plaza del Rectorado, los ritmados muros de color de la Escuela de Odontología, los francos muros ciegos de la Biblioteca Central, los muros-celosía de la Escuela de Arquitectura, los muros-radiador, los muros-murales, los muros vibrantes, los muros-fachadas y los muros construidos ex-profeso para recibir murales de la Plaza Cubierta, en la UCV todo muro es dramáticamente arquitectónico. Hasta los muros silentes son arquitectura en nuestra universidad. Nada de vallismo, de pancartismo, de muralismo, de mexicanismo, de populismo... ni de humorismo.
Gracias a este libro, conocemos desde los años sesenta cuáles son las reglas del juego en el recinto universitario y cuántas integraciones de arte-arquitectura componen su catálogo razonado. El reino de la UCV se define por la ley de las fuerzas del espacio y por el magnetismo entre sus obras clasificadas. El que quiera desatar hoy en los muros-monumento de la UCV un anacrónico y desarraigado muralismo Juan O'Gormaniano con la incontenible feria del arte que puede seguirle, quien quiera hacer un emblema con lo que no es, quien quiera tirar esa primera y chistosa piedra... va a tener que ir ahora a vérselas con Sibyl.
Es célebre el clásico ejercicio crítico de la página 126, que hiciera esta profesora de Pratt con este episodio concreto de la arquitectura latinoamericana, ejercicio muy emulado partir de entonces. A mí me lo enseñaron en clase. Venía el profesor de Historia de la Arquitectura y preguntaba:
-¿Período?
-La Modernidad, contestábamos en coro.
-¿Lugar?
-Capitales de países latinoamericanos, volvíamos a corear.
-¿Tema?
-¡La Ciudad Universitaria!, gritábamos alborozados... y aparecía entonces la imagen de la otra ciudad universitaria latinoamericana arquetipal, la Universidad Nacional de México (1953).
Recuérdense ustedes bien de esta famosa confrontación tipológica: la elegante composición de arquitecturas y obras de arte del proyecto caraqueño frente a las masivas frases monumentales cubiertas de murales multicolores de su homónima mexicana; la conversación de las ideas de edificios y obras de arte a través del espacio frente a la literal cobertura superficial de las moles mexicanas.
-¿Quién gana?, nos preguntaba divertido el profesor.
Entonces comparábamos los volúmenes de las dos bibliotecas, ambas piezas centrales en las composiciones de sus campos respectivos; la de Villanueva, de limpias fachadas ciegas (“…que evidencian la uniformidad del interior, de simplicidad severa y acentuación cromática”, diría Moholy-Nagy), una arquitectura oronda de sí misma en el espacio, y la de Juan O'Gorman, valla enorme de lo azteca, tapiz-edificio que quiere borrarse a sí mismo (“es dudoso que el tapiz de símbolos precolombinos que utilizara Juan O'Gorman, para disimular las hileras de estantes de la biblioteca sea una mejor solución”)... para Sibyl, como para nosotros, el asunto ya estaba muy claro.
En esto era crucial el comportamiento del muro. Mientras que en la Ciudad Universitaria de México los muros eran recipientes, lienzos sobre los cuales podía pintarse toda suerte de decoraciones y textos (a veces, obras de arte), atendiendo a lo que se tenía en aquel entonces por la máxima expresión de la identidad cultural mexicana, es decir el muralismo, en arte, y el colosalismo, en arquitectura, en la Ciudad Universitaria de Caracas los muros de los edificios eran sensibles entidades arquitecturales que participaban activamente en la articulación y en la calificación del espacio, fachadas parlantes con personalidad arquitectónica propia. Desde los largos muros-cinta de la Plaza del Rectorado, los ritmados muros de color de la Escuela de Odontología, los francos muros ciegos de la Biblioteca Central, los muros-celosía de la Escuela de Arquitectura, los muros-radiador, los muros-murales, los muros vibrantes, los muros-fachadas y los muros construidos ex-profeso para recibir murales de la Plaza Cubierta, en la UCV todo muro es dramáticamente arquitectónico. Hasta los muros silentes son arquitectura en nuestra universidad. Nada de vallismo, de pancartismo, de muralismo, de mexicanismo, de populismo... ni de humorismo.
Gracias a este libro, conocemos desde los años sesenta cuáles son las reglas del juego en el recinto universitario y cuántas integraciones de arte-arquitectura componen su catálogo razonado. El reino de la UCV se define por la ley de las fuerzas del espacio y por el magnetismo entre sus obras clasificadas. El que quiera desatar hoy en los muros-monumento de la UCV un anacrónico y desarraigado muralismo Juan O'Gormaniano con la incontenible feria del arte que puede seguirle, quien quiera hacer un emblema con lo que no es, quien quiera tirar esa primera y chistosa piedra... va a tener que ir ahora a vérselas con Sibyl.
(f. www.tebeosfera.com).
NOTAS
1. Sibyl Moholy-Nagy. Carlos Raúl Villanueva y la arquitectura de Venezuela, 1960.
2. S. Moholy-Nagy. Carlos Raúl Villanueva y la arquitectura de Venezuela, Instituto de Patrimonio Cultural y Facultad de Arquitectura, UCV, Caracas, 1999.
2. S. Moholy-Nagy. Carlos Raúl Villanueva y la arquitectura de Venezuela, Instituto de Patrimonio Cultural y Facultad de Arquitectura, UCV, Caracas, 1999.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 5 de Abril de 1999.
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