viernes, 18 de enero de 2008

Alta densidad

La Avenida Principal del Caracas Country Club en 1957 (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).





1. Primera versión
Estos últimos días (1999) ha resultado maravilloso el contemplar a la opinión pública alzarse en masa frente a lo que significaba un troglodita exabrupto contra la ciudad: la transformación en vía expresa de la Avenida Principal del Caracas Country Club. Ha sido verdaderamente tranquilizante el comprobar que tales movilizaciones colectivas sí pueden suscitarse entre nosotros y que alcancen a ser tan fuertes como para conmover el alma de los concejales de una Cámara Municipal, logrando que éstos, una vez puestos en autos, corrijan la atrocidad, extirpándola inmediatamente del Plan de ordenamiento Urbano Local (PDUL) del Municipio Chacao.

Es emocionante ver ¡por fin! coincidir a los disímiles protagonistas de la escena urbana, siempre tan apartados los unos de los otros, a los urbanistas de uno y otro bando, a los escritores de opinión, a los comunicadores sociales, a los vecinos, a los arquitectos de renombre y a los críticos de arquitectura, luchando por los medios en contra de tan nefasta y descabellada proposición. ¿Y no es éso lo que siempre habíamos querido? ¿Que todos tomasen alguna vez partido por esta ciudad? Efectivamente. Alabado sea el Señor. No todo está perdido.

Esta valiente revuelta ciudadana ha sido una demostración entusiasta de cómo está madurando por la vía correcta la conciencia urbana de Caracas. Su fragor goza del mismo linaje de las luchas urbanas que se suscitaron frente al holocausto de Campo Alegre, frente a la construcción de la torre póstuma de Villanueva en la Zona Rental y frente a la demolición -impune por doquier- de nuestro patrimonio arquitectónico y urbano.

Pero esta pequeña victoria de la Avenida Principal me asusta terriblemente. De verdad. No porque piense que el Country Club no tenga que ser preservado como distrito histórico, zona ambiental ecológica o patrimonio arquitectónico/paisajístico de todos los caraqueños (léase bien: de todos en la ciudad) de cuyo sueño campestre de reposada villeggiatura todos tenemos derecho a disfrutar como se hace en Miami con Coral Gables o en Nueva York con Central Park y sus bellas naturalezas artificiales salpicadas de arquitectura, sino porque esa victoria parcial es también, tristemente, la terrible constatación de que 1) ganar una batalla no es ganar la guerra, 2) si no se hace así, es decir, si no movemos cielo y tierra como hicimos los días pasados, si no nos rasgamos las vestiduras y clamamos por todos los vientos nuestro dolor, nuestra ira y nuestra indignación, lo más probable es que nada pase jamás, y 3) porque es espantoso saber que, en el fondo, lo que hemos hecho no es más que esquivar la punta del iceberg.

Si un PDUL contiene tamañas barbaridades como la de aceptar la destrucción de íconos arquitectónicos como el Edificio Galipán, como la del cambio de sección de la Avenida Francisco de Miranda (instalándole en el centro una isla plantada que anularía su carácter como espacio urbano recipiente de actividades públicas), como los atentados contra la arquitectura urbana del casco del pueblo de Chacao, como la amenaza de rezonificación irracional que todavía se cierne sobre el parque arquitectónico del Country Club y como la recién exorcizada propuesta de acabar con la Avenida Principal, cabe pensar que lo que debe sobrar allí son más errores del mismo estilo o incluso peores... Algo anda muy mal en esa Oficina de Planeamiento Urbano de Chacao.

Ante tamaña protesta ciudadana y la resultante derogación de los señores concejales, cualquier otro funcionario honesto hubiera puesto a la orden su cargo. Es lo menos que podrían hacer. Pero resulta que no; ellos insisten en que saben muchísimo de planificación. Hablarles es como hablar en dos idiomas: si uno les pregunta por “peatonalización”, ellos están pensando en aceras como los mamotretos discontinuos que la igualmente inculta, en temas urbanos, Alcaldesa de Baruta ha puesto en la urbanización Las Mercedes, verdaderos Coney Islands para inválidos -básicamente rampas de estacionamiento mal llamadas aceras-; si uno les habla de “monumentos arquitectónicos”, arguyen que sin dinero no va ninguna edificación histórica...

Hoy en Caracas todos nos enfrentamos sin remedio a lo que ya llegó para quedarse: la alta densidad. Aquí está: ¿qué haremos ahora? ¿Dónde nos meteremos? Con la insensatez en la nariz, con la esquizofrenia reinante en la planificación urbana y la irresponsabilidad galopante de estas autoridades en ejercicio, ¿dónde nos guareceremos?

Antes de abrir las compuertas a la alta densidad, tenemos que estar claros de qué es lo que no se debería tocar nunca más y cuántos sueños acariciamos. La alta densidad es un arma de doble filo: puede darnos un París o un Chacao. ¿A quién le confiaremos la gran responsabilidad de aumentarle adecuadamente la densidad de Caracas?

2. Segunda versión
“Alta densidad” es también el título de un artículo que publicó hace poco en la página de arquitectura de Babelia (El País), Luis Fernández-Galiano.1 Editor, profesor, crítico y miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, el director de Arquitectura Viva es el más consumado ensayista hispano-parlante sobre arquitectura que existe en el orbe. Nadie más al día que él en todo tema candente, nadie de olfato más fino, nadie más nítido, más elegante y más confiable. Esa reflexión suya, cuando dejara recaer su rítmica prosa de punzantes endecasílabos sobre la última forma de arquitectura de la densificación, vamos a plagiarla abiertamente hoy aquí hasta en el título en estas horas de polémica sobre la alta densidad en esta ciudad.

Hallábase Fernández-Galiano ensartado en una crítica de ciertos edificios de vivienda multifamiliar construidos recientemente en Holanda y en Japón por varios arquitectos muy hip. Los edificios en cuestión eran torres de muchos pisos vendidos como pan caliente gracias a su apariencia de obras de arte de vanguardia, apariencia que logra sofocar en parte lo gris de su tipología utilitaria. Los cuerpos escultóricos de firma eran blandidos en el contexto urbano como alaridos de artista tratando de justificar su agresivo aterrizaje en el pecho de la ciudad y escaparse por la tangente de la triste experiencia en este siglo de super-bloques y otras atrocidades por el estilo. En nuestro medio, los arquitectos no alcanzan (por ahora) tal nivel de afocamiento, pero digamos que es como si le encargásemos a Fruto Vivas o a Tomás Sanabria una mole tipo 23 de Enero para clavarlo en medio del Hoyo 7 y lo adoráramos sólo porque es suyo y porque es nuevo.

Fernández-Galiano, con la sutil gracia que le caracteriza, su ladina habilidad de diplomático y astuta destreza de editor de unos y de otros (recuerden la inolvidable página “Yo, Rotterdam, Tú, Basilea”, suministrada como siempre por fértiles arcas neoplanares), hallábase, pues, en lo suyo, enfrascado en rimar permutación con aceleración, transparencia con apariencia, dioptría con celosía, matriz con tamiz y con desliz, haciéndonos creer a pies juntillas que estaba allí por Neutelings, que estaba allí por toda estructura de pisos que mostrase cómo calzar veinte tipologías distintas de vivienda entre cuatro retiros, que estaba allí por toda fachada inteligente que obnubilase la realidad del barrio adyacente a solo pocos pasos, cuando en el trasfondo de su perorata hipnotizante afloró el sutil hilo conductor de su verdadero discurso: el de abogar por la persistencia moderna de la estructura tradicional de la ciudad.

De la mano de la seducción escrita, tras el velo de los proyectos halucinantes y de las apariencias fulgurantes de lo nuevo, ese vivaz amor suyo, esa fe, esa certeza, ese desenfado de pasearse por las formas de los peligrosos juegos sin compartirlos, ese coqueteo mordaz con los títeres de la moda, sólo podía salir de una férrea posición urbana, inmutable a pesar de los cambios: la ciudad del futuro ha de seguir creciendo con un pie firme en sus calidades tradicionales. La banda urbana continua seguirá fluyendo serena, seguirá siendo tranquila, amable, y sobre, todo, densa. En su masa podrán excavarse todos los discursos. La alta densidad del futuro no es para Fernández-Galiano el pizzicato de las nóveles arquitecturas colosales lanzadas en la ciudad, sino, como siempre, el continuum de una fábrica urbana coherente y de calidad.

Hoy en Caracas, cuando unos le rehúyen espantados al fantasma de la densificación con el temor infundado de que acabe con la ciudad; cuando otros, entretanto, empujan para que se densifique más allá de lo posible y de lo aconsejable; cuando otros aún le huyen a lo urbano por considerarlo insoportable en éxodos periféricos y vacacionales interminables, y los restantes, como delincuentes solapados, destruyen todo lo bueno, todo lo sano, todo lo memorable y todo lo decente que queda todavía en el paisaje urbano como si ya los terrenos vacíos o blandamente construidos se hubiesen acabado... unos y otros se enfrentan sin remedio a lo que ya llegó para quedarse: la Alta Densidad. Aquí está ya, nos preguntamos de nuevo: ¿qué haremos ahora? Fernández-Galiano, por supuesto, puede reirse entredientes de los chistes habitacionales de los Países Bajos o de la Bahía de Tokyo, porque a él siempre le queda el Café de Oriente, el barrio de Chámbery, y en fin, Madrid toda para refugiarse en ella. Nosotros, en cambio, ¿dónde nos meteremos? Con la insensatez en la nariz, con la esquizofrenia reinante en la planificación urbana y la irresponsabilidad galopante de las autoridades urbanas en ejercicio permitiendo que desaparezca todo lo de calidad que queda, ¿dónde nos guareceremos?

Están las Colinas del sur, por ejemplo. Allí podemos mirar el valle con los ojos entrecerrados e imaginar cómo queremos que sea cuando esté todo construido, cuando se haya copado hasta el último espacio vacío. Y podremos sentirnos complacidos: !Al fin tendremos la oportunidad de habitar en una ciudad de verdad! Calles y avenidas terminadas de sabor definido, fachadas continuas, sistemas de espacios urbanos conectados, vías peatonales y vehiculares racionalmente enlazadas... Este es el momento de tratar de ver dónde están las cosas que debemos salvar. Caracas no es como las demás ciudades del mundo: le queda en pie mucho menos patrimonio, y por lo tanto, lo que resta es más valioso que en cualquier otra parte. Antes de abrir las compuertas a la alta densidad, tenemos que estar claros de que es lo que no se deberá tocar nunca más.

La alta densidad, es, sí, como susurrara Fernández-Galiano, un arma de doble filo. Pero está claro que nadie le daría una hojilla a un mono. Hojilla en mano, pueden hacerse demasiados cortes: si no nos desangramos por aquí, nos desangramos por allá. Y no estamos para organizar, propiciar y aupar las suficientes urgentes campañas en la opinión pública que le pongan coto cada vez a los desmanes de los que están armados con afilados cientos de hojillas y planillos en carpetillas, ni alcanzan las buenas intenciones de todos los ciudadanos para convencer a cada rato a cámaras enteras de concejales para que deroguen los desatinos que plagan los planes. Eso es inoperante y absurdo. En la ciudad de alta densidad (tan urbana) ya no tienen cabida los monos.


Plaza de Oriente, Madrid. A la derecha, el Café de Oriente (f. www.espanolsinfronteras.com).



NOTAS
1. Luis Fernández-Galiano. "Alta densidad", Babelia, El País, Madrid, 1999.




Publicado (segunda versión) en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 7 de Junio de 1999.



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