La Azuleja. Paseo marítimo, Macuto. Litoral central
(f. Hannia Gomez, 2000. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).
(f. Hannia Gomez, 2000. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).
El botánico preparó su primera expedición. Calibrando sus instrumentos, cargó su cesta con las vituallas de su oficio: lápices, redes, lupas, pinzas. No quería esperar a que las vicisitudes del tiempo o de las circunstancias empeorasen, poniendo en peligro los frágiles y exquisitos especímenes. Planeaba partir de inmediato para tratar de reconstruir, con lo que quedaba, el jardín litoral... al menos en su cuaderno de apuntes. Sería un viaje largo, de muchas jornadas.
Ya iba caminando por la costa. Aguzó la vista. Aquí y allá brotaban entre el barro las especies sobrevivientes al desastre natural de 1999, aflorando entre roca y roca, ilesas, como flores desvalidas. Nada más el viento podía llevárselas. El viento, el desprecio, la ignorancia, la mediocridad o el simple azar. Había que darse prisa.
Un prisma blanco cercano al playón le indicó que estaba frente al primer hallazgo valioso del viaje, y allí mismo acampó. Sobre sus rodillas abrió un cuaderno en blanco. Sacó también un libro, la novela Ifigenia de Teresa de la Parra. Y se dijo: “si mal no recuerdo, por la página 43 de esta edición habla que Macuto era... aquí está: "nuestra playa elegante, nuestro balneario de moda, el Deauville de Venezuela´.1 Y repitió "…el Deauville de Venezuela". Mientras tanto, una elegante villa se alzaba frente a él, sola y erguida como un signo de interrogación en un barrial sobre lo que antes era un paseo frente al mar.
Deauville y Macuto. Efectivamente, a dos horas de París y de Caracas, estas dos ciudades del agua compartían, a la vuelta del siglo, el privilegio de ser la playa de la capital. A lo largo del siglo diecinueve, con la reactivación de las virtudes del termalismo y sus cualidades terapéuticas, las élites y el cuerpo médico europeo -y local- quisieron racionalizar la moda del baño de mar y hacerla evolucionar como una práctica mundana. El equipamiento balneario litoral se fue disponiendo poco a poco en los sitios adecuados, naciendo así las llamadas “villas de baños de mar”, o también “villas de curas y placeres”. Arquitecturas todas al borde del mar.
El botánico continúaba hablando para sí: “más adelante en Ifigenia aparece que '...en Macuto muchas casas las construyeron según planos originales de las viviendas de verano de la Costa Azul'". Con esto, empezaron a desfilar en su memoria las villes d’eau que hacia 1875 florearon nuevas sobre la Mancha: Saint-Malo, Granville, Luc-sur-Mer. Cabourg, Trouville, Honfleur, le Havre, Boulogne, Calais, Malo-les-Bains... Entretanto, la blanca floración real que es La Azuleja reverberaba inquietante bajo el fiero sol, como un acertijo radiante. Y apuntó: "Nombre: La Azuleja; Reino: vegetal-litoral; Familia: de las Balnearias caribenses; Especie: villa; Subespecie: Art Nouveau; Género: ...Género: un objeto 1900. Lista esta clasificación, se dispuso a dibujar la planta.
En La Azuleja las paredes blancas se acentúan, justamente, con azulejos; una operación ornamental típica del momento floral por el que transitaban todas las artes. Es, por otra parte, alta, fina y profunda. La entrada central por un porche está oculta, mientras que la fachada, marcadamente anclada al este en la torre-escalera, no acusa esta simetría interna. El botánico dio fe de esta curiosidad en el cuaderno: “una falsa asimetría... ¿Será un duelo entre distintas aspiraciones formales? ¿Una inspiración versus una tradición, una influencia versus un ascendente?”. La planta iba naciendo en el papel: la sala frente al mar, la ubicación directa sobre la franja de mar, el revestimiento quebradizo de los muros, el azul en los detalles, el sutil juego de planos, el gracioso balcón frontal, la entrada por un porche, el vidrio esmaltado, la avanzada circular de la torre... El botánico tuvo que detenerse para echar mano violentamente de su Manual de las Especies Art Nouveau de la Costa Normanda. Una urgente asociación iba creciendo en su mente...
Otra joven villa de fin del siglo diecinueve, pero de la Côte Fleurie, en la región de Calvados, languidecía nostálgica por los ecos marítimos de La Azuleja en el paseo, la estrella de la villeggiatura balnearia macuteña. Era La Bluette, un excéntrico chalet próximo a Deauville, la única obra de Hector Guimard en toda la costa normanda y su único monumento clasificado en la zona. Como su tocaya Art Nouveau del Caribe, también es azul, con una torre-ventana circular en el extremo derecho de su fachada al mar. Se levanta a la salida de la ciudad en el 272 de la rue du Pré-de-L'Isle, en Hermanville-sur-Mer, habiendo sido preservada prácticamente sin cambios hasta hoy (2000).
Guimard la diseñó en paralelo a sus dos otras excéntricas villas: el Castel Moderno, en Garches (hoy transformado), y el Castel Henriette, en Sèvres (hoy destruido). “Esta casa” -reza el Manual-, “la más célebre de Hermanville-sur-Mer, fue construida en 1899 por Guimard para Prosper Grivellé, un abogado de París. Es una de las más bellas obras conservadas del gran arquitecto del Art Nouveau. Allí encontramos una sabia imbricación de los volúmenes y de las líneas, en particular un sorprendente plano falso de madera doblada. El uso de gallets y de conchas le confiere a la construcción su carácter marino. Sobre el portal, la placa en lava esmalatada que lleva el nombre de la villa proviene de la casa de Gillet en París, mientras la que llevaba la firma del arquitecto desapareció”.2
"La Bluette traduce perfectamente como La Azuleja", se dijo el botánico. “Mas esto no basta como prueba de su parentela. Sin embargo, ¿quién se atrevería a cuestionar que esta obra del arquitecto de las entradas del Metro de París no gozaba de suficiente reputación internacional como para poder haber sido recordada, emulada o hasta parodiada transoceánicamente? ¿No existe en la naturaleza acaso la polinización intercontinental?”.
Y sacó una foto de La Bluette. El juego multiplicado de los quiebres y de las avanzadas circulares reforzaban la articulación continua de las fachadas, alejando al edificio de la concepción clásica en la que domina un prisma unitario. “En ésto puede que sí que se distancien”, gruñó molesto, para sí. La arquitectura guimardiana lucía más escultórica y conectada con el universo medieval, de cierta evocación japonesa tratada de un modo fantástico; entretanto, La Azuleja sometía sus formas a un universo lírico indudablemente mediterráneo... Aunque ambas arquitecturas elevaban por igual sus nervaduras arborescentes y puntualizan la fusión vegetal con elementos de vidrio esmaltado, como finas gemas iridiscentes sobre la fachada atlántica.
El botánico concluyó: “el litoral es una zona de contactos e intercambios entre las culturas, no importan cuán lejanas éstas estén entre sí. Quién sabe cuánto tiempo estuvieron mirándose en silencio estas dos villas a través del océano, hermanas gemelas de continentes errantes…”
Y, dándose cuenta de que atardecía, decidió levantarse. Mañana retomaría su trabajo.
Ya iba caminando por la costa. Aguzó la vista. Aquí y allá brotaban entre el barro las especies sobrevivientes al desastre natural de 1999, aflorando entre roca y roca, ilesas, como flores desvalidas. Nada más el viento podía llevárselas. El viento, el desprecio, la ignorancia, la mediocridad o el simple azar. Había que darse prisa.
Un prisma blanco cercano al playón le indicó que estaba frente al primer hallazgo valioso del viaje, y allí mismo acampó. Sobre sus rodillas abrió un cuaderno en blanco. Sacó también un libro, la novela Ifigenia de Teresa de la Parra. Y se dijo: “si mal no recuerdo, por la página 43 de esta edición habla que Macuto era... aquí está: "nuestra playa elegante, nuestro balneario de moda, el Deauville de Venezuela´.1 Y repitió "…el Deauville de Venezuela". Mientras tanto, una elegante villa se alzaba frente a él, sola y erguida como un signo de interrogación en un barrial sobre lo que antes era un paseo frente al mar.
Deauville y Macuto. Efectivamente, a dos horas de París y de Caracas, estas dos ciudades del agua compartían, a la vuelta del siglo, el privilegio de ser la playa de la capital. A lo largo del siglo diecinueve, con la reactivación de las virtudes del termalismo y sus cualidades terapéuticas, las élites y el cuerpo médico europeo -y local- quisieron racionalizar la moda del baño de mar y hacerla evolucionar como una práctica mundana. El equipamiento balneario litoral se fue disponiendo poco a poco en los sitios adecuados, naciendo así las llamadas “villas de baños de mar”, o también “villas de curas y placeres”. Arquitecturas todas al borde del mar.
El botánico continúaba hablando para sí: “más adelante en Ifigenia aparece que '...en Macuto muchas casas las construyeron según planos originales de las viviendas de verano de la Costa Azul'". Con esto, empezaron a desfilar en su memoria las villes d’eau que hacia 1875 florearon nuevas sobre la Mancha: Saint-Malo, Granville, Luc-sur-Mer. Cabourg, Trouville, Honfleur, le Havre, Boulogne, Calais, Malo-les-Bains... Entretanto, la blanca floración real que es La Azuleja reverberaba inquietante bajo el fiero sol, como un acertijo radiante. Y apuntó: "Nombre: La Azuleja; Reino: vegetal-litoral; Familia: de las Balnearias caribenses; Especie: villa; Subespecie: Art Nouveau; Género: ...Género: un objeto 1900. Lista esta clasificación, se dispuso a dibujar la planta.
En La Azuleja las paredes blancas se acentúan, justamente, con azulejos; una operación ornamental típica del momento floral por el que transitaban todas las artes. Es, por otra parte, alta, fina y profunda. La entrada central por un porche está oculta, mientras que la fachada, marcadamente anclada al este en la torre-escalera, no acusa esta simetría interna. El botánico dio fe de esta curiosidad en el cuaderno: “una falsa asimetría... ¿Será un duelo entre distintas aspiraciones formales? ¿Una inspiración versus una tradición, una influencia versus un ascendente?”. La planta iba naciendo en el papel: la sala frente al mar, la ubicación directa sobre la franja de mar, el revestimiento quebradizo de los muros, el azul en los detalles, el sutil juego de planos, el gracioso balcón frontal, la entrada por un porche, el vidrio esmaltado, la avanzada circular de la torre... El botánico tuvo que detenerse para echar mano violentamente de su Manual de las Especies Art Nouveau de la Costa Normanda. Una urgente asociación iba creciendo en su mente...
Otra joven villa de fin del siglo diecinueve, pero de la Côte Fleurie, en la región de Calvados, languidecía nostálgica por los ecos marítimos de La Azuleja en el paseo, la estrella de la villeggiatura balnearia macuteña. Era La Bluette, un excéntrico chalet próximo a Deauville, la única obra de Hector Guimard en toda la costa normanda y su único monumento clasificado en la zona. Como su tocaya Art Nouveau del Caribe, también es azul, con una torre-ventana circular en el extremo derecho de su fachada al mar. Se levanta a la salida de la ciudad en el 272 de la rue du Pré-de-L'Isle, en Hermanville-sur-Mer, habiendo sido preservada prácticamente sin cambios hasta hoy (2000).
Guimard la diseñó en paralelo a sus dos otras excéntricas villas: el Castel Moderno, en Garches (hoy transformado), y el Castel Henriette, en Sèvres (hoy destruido). “Esta casa” -reza el Manual-, “la más célebre de Hermanville-sur-Mer, fue construida en 1899 por Guimard para Prosper Grivellé, un abogado de París. Es una de las más bellas obras conservadas del gran arquitecto del Art Nouveau. Allí encontramos una sabia imbricación de los volúmenes y de las líneas, en particular un sorprendente plano falso de madera doblada. El uso de gallets y de conchas le confiere a la construcción su carácter marino. Sobre el portal, la placa en lava esmalatada que lleva el nombre de la villa proviene de la casa de Gillet en París, mientras la que llevaba la firma del arquitecto desapareció”.2
"La Bluette traduce perfectamente como La Azuleja", se dijo el botánico. “Mas esto no basta como prueba de su parentela. Sin embargo, ¿quién se atrevería a cuestionar que esta obra del arquitecto de las entradas del Metro de París no gozaba de suficiente reputación internacional como para poder haber sido recordada, emulada o hasta parodiada transoceánicamente? ¿No existe en la naturaleza acaso la polinización intercontinental?”.
Y sacó una foto de La Bluette. El juego multiplicado de los quiebres y de las avanzadas circulares reforzaban la articulación continua de las fachadas, alejando al edificio de la concepción clásica en la que domina un prisma unitario. “En ésto puede que sí que se distancien”, gruñó molesto, para sí. La arquitectura guimardiana lucía más escultórica y conectada con el universo medieval, de cierta evocación japonesa tratada de un modo fantástico; entretanto, La Azuleja sometía sus formas a un universo lírico indudablemente mediterráneo... Aunque ambas arquitecturas elevaban por igual sus nervaduras arborescentes y puntualizan la fusión vegetal con elementos de vidrio esmaltado, como finas gemas iridiscentes sobre la fachada atlántica.
El botánico concluyó: “el litoral es una zona de contactos e intercambios entre las culturas, no importan cuán lejanas éstas estén entre sí. Quién sabe cuánto tiempo estuvieron mirándose en silencio estas dos villas a través del océano, hermanas gemelas de continentes errantes…”
Y, dándose cuenta de que atardecía, decidió levantarse. Mañana retomaría su trabajo.
La Bluette. Rue du Pre-de-L´isle, Hermanville-sur-Mer. Calvados (f. Villas de Lion-sur-Mer et de Hermanville-sur-Mer. Calvados).
NOTAS
1. Teresa de la Parra. Ifigenia.
2. Yannick Lecherbonnier y Hervé Pelvillain. Villas de Lion-sur-Mer et de Hermanville-sur-Mer. Calvados, 125 Itineraires du Patrimoine, Développement culturel en Basse-Normandie/Direction régional des Affaires culturelles de Basse-Normandie et des communes de Lion sur mer et Hermanville sur Mer.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 24 de Abril de 2000.