domingo, 9 de marzo de 2008

El pacto

Hércules y la Hidra. John Singer Sargent, 1922-25 (f. Museum of Fine Arts, Boston).




Ha llegado el día en que tenemos que apelar -nosotros también, los arquitectos, los diseñadores urbanos y los urbanistas-, al poder de la recién electa Asamblea Nacional Constituyente (1999), en nuestro caso para que defienda los derechos de la ciudad y de los ciudadanos. Algo paradójico, porque en la Declaración de los Derechos del Hombre estos derechos han sido siempre los mismos del ciudadano y viceversa (como cuando comenzó la civilización), y las prerrogativas de ambos, entre ellas la calidad de vida en la ciudad, deberían estar naturalmente garantizadas por igual.

No obstante, de todas las candidaturas que vimos proponerse en las pasadas elecciones, ninguna asumió totalmente la bandera de la reforma urbana como baluarte fundamental para llevar a la Constituyente. Ello dejó vacías las expectativas de ca
mbio radical que en este ámbito queremos y necesitamos urgentemente todos. Estamos hartos de ciudades feas e inhóspitas, antifuncionales y autodestructivas. Queremos belleza, queremos bienestar, queremos caminar a nuestras anchas, queremos recordar: estamos listos para cambiar. Más que listos: las comunidades urbanas han madurado. Saben que la ciudad les pertenece, que es propiedad de todos los ciudadanos, que es la “otra” propiedad, y que deben defenderla: Omnes Cives, Res Publica.

Nada más que con la maravillosa polémica encendida en torno a la conservación del Edificio Galipán en la Avenida Francisco de Miranda (maravillosa por haberse convertido en polémica-símbolo, presta a servir de ejemplo en todo el país urbano), la cual se desarrolló en memorables sesiones a las que concurrieron todas las
fuerzas de la ciudad, la colectividad entera, las instituciones y el gobierno, estos actores se han dado cuenta de cuán absurda es la actual organización de la planificación urbana. Así como de lo arcaico, inútil e inoperante de las leyes que padecemos y arrastramos para proteger a duras penas el patrimonio construido y controlar el desarrollo urbano. Unas y otras necesitan ser transformadas de raíz, actualizadas, deben evolucionar hacia formas más sofisticadas, contemporáneas e inteligentes.

En vista de la falta de práctica política de nuestro medio arquitectónico -y de ésto no me escapo yo tampoco- no nos hemos organizado aún para redactar los puntos básicos que alguien ha de defender por nosotros, de manera que sean incluidos en la nueva Carta Magna. Y no es que no sepamos exactamente qué es lo que hay que cambia
r. Lo sabemos de sobra: las ordenanzas de planificación vigentes son unos dinosaurios antediluvianos, caducas, que languidecen prácticamente intactas desde que fueran introducidas ¡hace medio siglo! La actual Gaceta Municipal es una verdadera Biblia Negra del urbanismo, vieja, gorda y fea, que cuando se aplica a pies juntillas produce el caos vociferante que ya todos nos sabemos de memoria y al cual aborrecemos todos. La ley de patrimonio es incompleta y débil, a cuyas expensas a nuestro alrededor continúan cayendo como hojas secas los pocos vestigios construidos que nos quedan de una ciudad donde la arquitectura todavía hablaba de ideas y esperanzas y donde el urbanismo todavía respetaba el sentido del lugar. La hidra de siete cabezas de la planificación urbana actual, oculta en otras tantas oficinas de Gestión Urbana local, desguasa a diestra y siniestra la ciudad a dentelladas como hábil verdugo de la anarquía y el desconcierto, de la discordia y la esquizofrenia urbana.

Los propietarios privados y la ciudad van a la mesa de negociaciones en condiciones desiguales a pelear por sus intereses, y la ciudad casi siempre sale perdiendo. Peor, aún no se ha inventariado por completo todo lo que nos queda de hermoso en la ciudad, y si se ha hecho, no ha sido dado a conocer, y si lo ha sido, no lo han defendido, y si lo defendieron, no se afanaron hasta finalmente ganar la batalla.

Por eso, les aseguro, esta vez no pasarán. Las cosas han cambiado, y para siempre. No pasarán, no hasta que la mal llamada alharaca se torne en
algarabía, en júbilo por la victoria de Caracas tras salvar un fragmento brillante de sí misma para el bienestar de todos, inclusive de sus propietarios. Porque aquí no se trata de hundir a nadie. Creemos, incluso, que lo que hace falta son nuevas y mejores ideas arquitectónicas, un proyecto de desarrollo más inteligente que resuelva el problema de la ampliación y la renovación del edificio ¡con el mismo retorno! Dentro del precario marco legal existente, aún muchas cosas se pueden hacer si hay buena voluntad. Y para ello todos quieren ayudar: la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, el Concejo y la Ingeniería Municipal, el cronista, los críticos de arquitectura, los periodistas, los vecinos, los institutos de patrimonio y de urbanismo, el Colegio de Arquitectos y el de Ingenieros, y Last But Not Least, el alcalde mismo. ¡Qué consenso, dios mío! El pacto del Galipán se firmará, y no como un pacto de Punto Fijo, sino como una alianza, una coalición de honestidad que marcará un punto de inflexión en la historia urbana de Venezuela. Y, lo que es mejor: de paso en el pacto del Galipán ya quedarán naturalmente escritos y descritos todos los cambios que queríamos hacerle a las leyes que afectan la fábrica urbana, para que se trasladen después inmediatamente a la Constituyente, porque ese documento será inevitablemente nuestra nueva constitución urbana. Urbi et orbi.

Ciudadanos asambleístas: estén atentos, pues; tomen notas. Sigan con atención el juicio del Galipán. Para empezar, ya se ha redescubierto en la gaceta vigente un artículo muy interesante a rescatar que nadie usaba (no sabemos por qué), pero que desde hoy vuelve a ponerse en boga: el de la Transferencia de Derechos de Construcción. Lo recomendamos mucho para salvar monumentos desvalidos en amadas ciudades, pero también sirve para salvarle el pellejo -y el prestigio- a promotores descarriados que hayan perdido momentáneamente el rumbo. Esperamos que pronto se retracten y vuelvan al camino correcto. Redimidos. Ilustres. Ciudadanos. Y, encima, célebres. Todos nosotros los esperamos con los brazos abiertos, en la mesa de negociaciones.


Alzado norte. Edificio Galipán, Caracas 1950s (Archivo Fundacion de la Memoria Urbana).





Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 26 de Julio de 1999 y en: http://1999.arqa.com/columnas/hanniag9.htm

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