Tan solo dos meses transcurrieron entre la escena inicial en el estudio de arquitectura de Milán y la llegada a Caracas de la primera carta informando del primer avance del anteproyecto. Esta importante carta “diseñante” del 21 de agosto de 1953 consta de tres páginas. En ella el arquitecto redacta una larga desiderata arquitectónica de todo lo que la villa quiere ser, acompañándola de dibujos explicativos.
En esa Carta-manifiesto escribe la célebre frase que mejor describe a su obra maestra: “Vuestra casa será gentil como una gran mariposa en la cima de la colina…” Ponti se ha quedado en su ciudad soñando con su nuevo proyecto de ultramar, y pareciera que la misma conciencia de la dilatada travesía postal le impone que la arquitectura de la villa se trasmute en un ligero ser alado, en una eficiente nave aérea, capaz –a pesar de su fragilidad aparente- de llegar hasta su distante locus tropical allende los mares.
La mariposa atiende el seductor llamado de su pareja, las fragantes orquídeas… y emprende vuelo hacia ellas. En la paz de su estudio, lejos del rumor milanés y de la calle vigorosa, la mítica farfalla cobró vida, concebida entre el sueño del viaje y la luz del Caribe, incubada en el radiante momento creativo en que se encontraba el arquitecto, entonces avocado a promover una nueva arquitectura “transparente” y “cristalina”, donde la fábrica no deba pesar “ni siquiera visualmente”, y donde el volumen cerrado, de “bordes sutiles” y de “ángulos que no se tocan” adelgazándose en los extremos, pierde peso para ganar en gracia.
La arquitectura de Ponti estaba viviendo entonces la aspiración a la ligereza que le permitía la técnica, aspiración que va a reflejarse también en otro importante proyecto de esa misma época: la Torre Pirelli (1956). Por un momento, en el estudio de Ponti, Fornaroli & Roselli, coincidieron en paralelo sobre los tableros de dibujo los planos de la villa caraqueña y de la torre milanesa. Ambas obras, tocadas de aladas cubiertas de concreto separadas de los muros, ambas con plantas alongadas en forma de diamante y diáfanos esquemas funcionales, ambas abiertas en los costados con profundos escotes por donde se cuelan las vistas de los iluminados interiores, estaban muy próximas, no obstante sus disímiles escalas. Adentro, los espacios son igualmente iluminados de manera indirecta por plafones ornamentales, las divisiones verticales son móviles y elusivas, las juntas de las paredes y de los pisos de mármol se resaltan con brillantes listones de latón dorado y las grandes fachadas se caracterizan por sus audaces láminas de vidrio. Pero, sobre todo, ambas joyas magníficas, con sus imponentes masas, parecen flotar sobre sus respectivos territorios, caribeño y lombardo… Equipadas con lo mejor de la producción del diseño italiano contemporáneo, lanzan el grito arquitectónico de una civilización que la guerra no ha podido silenciar.
La gentil mariposa caraqueña emerge del capullo, así, lejos de su cifrado destino, como un eslabón más de la pontiana fábrica. Ponti, que no había estado en Caracas nunca antes, ha tenido que empezar a diseñar casi a ciegas sobre un somero plano de la topografía del terreno que le han traído sus clientes, en el cual no estaba muy bien indicado el norte y donde no se apreciaba el contexto ni se hacía ninguna anotación climatológica o solar. La primera imagen de la villa será, por lo tanto, una imagen genuina, inmaculada, no contaminada aún por aires venezolanos, emanada casi exclusivamente de su ideario personal arquitectónico, enlazada a las villas mediterráneas frente al mar diseñadas la década anterior, pero construida solitaria en su mente, divagando como el sueño inédito de una arquitectura tropical jamás antes entrevisto. Mucha de la condición etérea de la Villa Planchart y de la impresión de ligereza que causa al ser apreciada en el sitio, proviene de esta primera ensoñación a distancia con el lugar.
Lejos, lejos, en el distante Caribe, hay una colina perfumada poblada de orquídeas, bañada de la luz del trópico, alta sobre un verde valle. El viento sopla, y se despeja la vista de la colosal gran montaña... Ponti, forzado esta vez a hacer arquitectura por correspondencia, imaginará para El Cerrito un insospechado “Trópico de Ponti”, una arquitectura tropical pontiana, una domus caribeña. Un nuevo capítulo para su prolífica vida. Mas todo sueño aspira a hacerse realidad, sobre todo si los clientes esperan. De esa primera carta donde se enuncian la volátil vocación de la casa, su esquema funcional y su “forma cerrada”, Ponti pasará rápidamente al anteproyecto, con seguridad absoluta, puliendo con sumo cuidado las facetas de su nuevo “diamante” en bruto.
En septiembre de ese mismo año enviará a los Planchart un grueso paquete con cuatro alternativas de su primera idea a fin de intercambiar pareceres a vuelta de correo y avanzar con paso firme hacia la construcción definitiva. Las cuatro variantes fueron identificadas en los planos con dibujos de hojas de colores como la Variante Azul, la Variante Marrón, la Variante Verde y la Variante Negra. En ellas, la arquitectura se trabaja casi exclusivamente en planta, una buena estrategia para salirle al paso a las incógnitas del sitio. El rectángulo original, paralelo al valle de Caracas y con su lado más largo orientado hacia el norte, se abrirá y cerrará, tan palpitante como un ser vivo, para adaptar su forma al sitio, y exfoliará gradualmente su piel en la superficie, multiplicándose en capas y ranuras, a la vez que va revelando las fabulosas ideas que el arquitecto milanés empieza a trabajar para el interior. Ponti desde muy pronto se preocupa por estudiar las vistas cruzadas entre el interior y el exterior, así como los recorridos por donde circularán teatralmente los personajes de la villa: el “Señor”, la “Señora”, las “Domésticas” y el “Chofer”. La Variante Negra –su favorita- es de todas, la favorecida también por sus clientes.
En enero de 1954, Gio Ponti viaja por primera vez a Venezuela. Este viaje será crucial para la definición de la arquitectura de la villa y –quién iba a pensarlo- también para su propia vida y para la de los Planchart. Ponti va a caer fatalmente enamorado del país –al cual de ahora en adelante llamará “el País Tentador”-, y de su moderna arquitectura, de su luz, de su vegetación, y sobre todo, de su Caracas, a quien llama “capital de la arquitectura moderna”. La naturaleza local se le presenta como una revelación, sobre todo a través de la obra de un artista genial, Armando Reverón, que presentará inmediatamente en Domus en un artículo significativamente titulado “La vida al estado del sueño”. La onírica casa en la playa de Reverón, “El Castillete”, se convertirá en una influencia arquitectónica inesperada para El Cerrito.
Ponti absorbe con delicia –y pericia- la presencia de la blanca luminosidad caraqueña, y de su revés, la sombra intensa y fresca de sus interiores al mediodía. La villa luego terminará siendo como un gran abstracto fanal blanco donde la luz exterior se tamiza y se difunde para crear una penumbra interior paradójicamente clara, y llena de frescura; entretanto, sus modernos exteriores serán recubiertos con mosaicos vitrificados también de color blanco, incluso la parte inferior de los aleros y los marcos de las ventanas, para que de esta manera la gema pueda brillar con la misma intensidad desde todos los ángulos en la cima de la colina.
Con el primer viaje a la capital venezolana, la amistad entre el arquitecto milanés y sus clientes caraqueños crece y se confirma. Ponti desde su llegada es recibido como un amigo y presentado en Caracas a todo su amplio círculo social, quienes, encantados, se apresuran inmediatamente en hacerle también nuevos encargos. Así, la ciudad terminará contando, además de la Villa Planchart, con tres obras suyas más: la Villa Diamantina (1955), la Villa Mata-Guzmán Blanco (1958), la remodelación de la Quinta La Barraca (1958), y una cuarta que lamentablemente no pasará del proyecto, la espléndida Villa González-Gorrondona (1956). Todas arquitecturas que dejarán una huella indeleble en la fábrica urbana e influirán poderosamente en el desarrollo ulterior de la arquitectura caraqueña moderna, especialmente entre la década de los 60 y de los 70. Por su parte, Ponti se regocija de constatarlo, diciendo: “en la felicidad del trópico florecerá la arquitectura moderna, es la perfecta condición para ello; en otras partes la arquitectura es una complicada defensa, guarida fuera de la tierra: aquí la arquitectura es un ala debajo de la cual vivir, un paraíso terrestre”. Pero aunque estas villas resultaron muy notables -especialmente la “pequeña Diamantina”- va ser a El Cerrito a la que el arquitecto milanés dedicará su mayor atención.
Ya a mediados de 1954 todo estaba listo para comenzar a construirla: se había dibujado la planta con cal en el terreno, se había conseguido un ingeniero italiano-caraqueño que se encargara de la construcción y una compañía importadora que se ocupara de los envíos de los materiales desde Italia. Pero, sobre todo, Gio Ponti ha empezado a darse cuenta con satisfacción de que los gentiles señores Planchart han aparecido en su vida prácticamente como una maravillosa elección “hecha para él por el Destino”. Será con ellos y por ellos que podrá realizar finalmente muchos de sus viejos ideales acariciados durante muchos años… La casa de Caracas puede convertirse así puntualmente gracias a sus nuevos e ideales clientes en una “una villa florentina” y en una “casa a la italiana”, en una obra de arte total donde estarán representados todos los artesanos, todas la industrias, todos los artistas de Italia, y también, claro está, toda su arquitectura, emblematizada en el diseño de Gio Ponti. El arquitecto muy pronto intuye esta posibilidad, y la pone vigorosamente en ejecución.
El bosque de planos que es hoy el Archivo Gio Ponti Caracas da fe de la impresionante empresa en que se convirtió la construcción de la Villa Planchart, casi en una suerte de singular Triennale de Milano de ulltramar: desde el cálculo de la estructura hecho por un ejército de calculistas comandados por el ingeniero milanés Antonio Fornaroli, a los encargos para las ventanas de aluminio con persianas adentro de la Officina Malugani Milano; de las paredes flotantes y muebles y puertas especiales de los “ebanistas impecables” de Giordano Chiesa Arredamento, a los grandes paneles de vidrio con herrajes de bronce para las finestre arredate de la compañía Vetro Italiano di Sicurezza “VIS”; de los mármoles exquisitos de Montecatini Gruppo Marmi, a los mosaicos vitrificados de la Cerámica Joo y las cerámicas de Salerno a rayas blancas, amarillas y grises –los colores de la villa– de Matteo D’ Agostino & C.; de las puertas en acordeón tipo Modern Fold de E. Monti Cantieri-Milanesi, a las piezas sanitarias de Ideal Standard… y del ascensor de la Casa Falconi de Novara hasta las manillas de bronce de la compañía Olivari de Borgomanero.
En El Cerrito, todo celebra la cultura y la industria italianas. Inmediatamente, también se sumarán las compañías de arredamento para las que Ponti usualmente hacía diseños de mobiliario, luminarias, telas, y todo tipo de objetos utilitarios y decorativos. La imagen de la mariposa, ya en 1957, se reproducirá en el diseño de una poltrona y un diván para Cassina con motivo de la undécima Triennale de Milano en 1957 –titulados, justamente “Farfalla”–. Ambas piezas formarán parte de la avalancha pontiana de fabricación industrial que conforma la colección de El Cerrito (junto al mobiliario hecho ad hoc para la villa por Ponti y Chiesa), y junto a la silla “Lotus” y a la silla “Superleggera” en todas sus versiones, así como a la poltrona “Round” –todas tres de Cassina–, a las “Luminous pictures” en latón dorado de Arredoluce dispuestas por toda la casa, o a la lámpara colgante “Pirellina” que ilumina las logias y terrazas, producida por Fontana Arte… para solo nombrar algunas. Gio Ponti también aportará sus propios diseños para las vajillas de porcelana, para la cubiertería y para el juego de café en plata de la villa. La lista, vastísima, se pierde de vista.
Pero aún habrá que sumarle la “ciudadela” de floreros, ceniceros, platos, vasos y pequeños objets de vertu de toda índole seleccionados por el arquitecto milanés y enviados para ser colocados donde él mismo ha previsto, así como las magníficas obras de los artistas italianos también por él comisionadas: las cerámicas de Fausto Melotti, los esmaltes de Romano Rui y de Paolo de Poli, la pintura de Massimo Campigli y de Giorgio Morandi… Todo este fantástico universo reproducirá en Caracas –para maravilla de Anala y Armando Planchart– el desfile de invenciones de las páginas de Domus. Una parte de la Italia moderna, que saldrá por barco desde el puerto de Génova para ir a atracar en el puerto de La Guaira, y luego finalmente ser descargada en el Piazzale d’arrivo en la cima de la colina. Entre los paredes de madera del Comedor tropical, cuatro paneles de esmalte de Romano Rui titulados “Una citta flotante”, registran la memoria de esta inigualable epopeya.
Desde 1954 hasta 1957 se desarrolla la obra. Tres años completos, durante los cuales el arquitecto milanés volverá una segunda vez a Venezuela para vigilar los trabajos y otra vez más para la inauguración de la villa. Demasiado poco, en verdad, para un proyecto que día a día iba develando ampliamente su exquisita complejidad. De allí la importancia cobrada por la correspondencia. Armando Planchart, respetuoso, llevaba rigurosamente todos los días cuenta de cada carta enviada con copia al carbón aparte, y guardaba celosamente todo lo recibido de Milán. Ponti, por su parte, continuaba acompañando las explicaciones del proyecto con múltiples croquises, y muchas veces las cartas llegaban ¡cada dos días! y hasta con ocho páginas ilustradas. De esto resultó una colección impresionante de testimonios y dibujos que documenta en unas quinientas cartas la historia la realización completa de la Villa Planchart. Decía Ponti que deseaba que sus amigos de Caracas tuvieran “la más bella colección de dibujos suyos del mundo”. Ninguna otra obra maestra de la arquitectura moderna del siglo veinte puede jactarse de semejante record. Leer la correspondencia entre los Ponti y los Planchart es una lección de pasión por la arquitectura, de perseverancia y de amistad ejemplares. Pero aún mejor, permite seguir al pie de la letra la rutina diaria de la construcción y entender cómo la belleza de la quinta residió de veras, como demandaba Gio Ponti, en su “ejecución perfecta”.
En esa Carta-manifiesto escribe la célebre frase que mejor describe a su obra maestra: “Vuestra casa será gentil como una gran mariposa en la cima de la colina…” Ponti se ha quedado en su ciudad soñando con su nuevo proyecto de ultramar, y pareciera que la misma conciencia de la dilatada travesía postal le impone que la arquitectura de la villa se trasmute en un ligero ser alado, en una eficiente nave aérea, capaz –a pesar de su fragilidad aparente- de llegar hasta su distante locus tropical allende los mares.
La mariposa atiende el seductor llamado de su pareja, las fragantes orquídeas… y emprende vuelo hacia ellas. En la paz de su estudio, lejos del rumor milanés y de la calle vigorosa, la mítica farfalla cobró vida, concebida entre el sueño del viaje y la luz del Caribe, incubada en el radiante momento creativo en que se encontraba el arquitecto, entonces avocado a promover una nueva arquitectura “transparente” y “cristalina”, donde la fábrica no deba pesar “ni siquiera visualmente”, y donde el volumen cerrado, de “bordes sutiles” y de “ángulos que no se tocan” adelgazándose en los extremos, pierde peso para ganar en gracia.
La arquitectura de Ponti estaba viviendo entonces la aspiración a la ligereza que le permitía la técnica, aspiración que va a reflejarse también en otro importante proyecto de esa misma época: la Torre Pirelli (1956). Por un momento, en el estudio de Ponti, Fornaroli & Roselli, coincidieron en paralelo sobre los tableros de dibujo los planos de la villa caraqueña y de la torre milanesa. Ambas obras, tocadas de aladas cubiertas de concreto separadas de los muros, ambas con plantas alongadas en forma de diamante y diáfanos esquemas funcionales, ambas abiertas en los costados con profundos escotes por donde se cuelan las vistas de los iluminados interiores, estaban muy próximas, no obstante sus disímiles escalas. Adentro, los espacios son igualmente iluminados de manera indirecta por plafones ornamentales, las divisiones verticales son móviles y elusivas, las juntas de las paredes y de los pisos de mármol se resaltan con brillantes listones de latón dorado y las grandes fachadas se caracterizan por sus audaces láminas de vidrio. Pero, sobre todo, ambas joyas magníficas, con sus imponentes masas, parecen flotar sobre sus respectivos territorios, caribeño y lombardo… Equipadas con lo mejor de la producción del diseño italiano contemporáneo, lanzan el grito arquitectónico de una civilización que la guerra no ha podido silenciar.
La gentil mariposa caraqueña emerge del capullo, así, lejos de su cifrado destino, como un eslabón más de la pontiana fábrica. Ponti, que no había estado en Caracas nunca antes, ha tenido que empezar a diseñar casi a ciegas sobre un somero plano de la topografía del terreno que le han traído sus clientes, en el cual no estaba muy bien indicado el norte y donde no se apreciaba el contexto ni se hacía ninguna anotación climatológica o solar. La primera imagen de la villa será, por lo tanto, una imagen genuina, inmaculada, no contaminada aún por aires venezolanos, emanada casi exclusivamente de su ideario personal arquitectónico, enlazada a las villas mediterráneas frente al mar diseñadas la década anterior, pero construida solitaria en su mente, divagando como el sueño inédito de una arquitectura tropical jamás antes entrevisto. Mucha de la condición etérea de la Villa Planchart y de la impresión de ligereza que causa al ser apreciada en el sitio, proviene de esta primera ensoñación a distancia con el lugar.
Lejos, lejos, en el distante Caribe, hay una colina perfumada poblada de orquídeas, bañada de la luz del trópico, alta sobre un verde valle. El viento sopla, y se despeja la vista de la colosal gran montaña... Ponti, forzado esta vez a hacer arquitectura por correspondencia, imaginará para El Cerrito un insospechado “Trópico de Ponti”, una arquitectura tropical pontiana, una domus caribeña. Un nuevo capítulo para su prolífica vida. Mas todo sueño aspira a hacerse realidad, sobre todo si los clientes esperan. De esa primera carta donde se enuncian la volátil vocación de la casa, su esquema funcional y su “forma cerrada”, Ponti pasará rápidamente al anteproyecto, con seguridad absoluta, puliendo con sumo cuidado las facetas de su nuevo “diamante” en bruto.
En septiembre de ese mismo año enviará a los Planchart un grueso paquete con cuatro alternativas de su primera idea a fin de intercambiar pareceres a vuelta de correo y avanzar con paso firme hacia la construcción definitiva. Las cuatro variantes fueron identificadas en los planos con dibujos de hojas de colores como la Variante Azul, la Variante Marrón, la Variante Verde y la Variante Negra. En ellas, la arquitectura se trabaja casi exclusivamente en planta, una buena estrategia para salirle al paso a las incógnitas del sitio. El rectángulo original, paralelo al valle de Caracas y con su lado más largo orientado hacia el norte, se abrirá y cerrará, tan palpitante como un ser vivo, para adaptar su forma al sitio, y exfoliará gradualmente su piel en la superficie, multiplicándose en capas y ranuras, a la vez que va revelando las fabulosas ideas que el arquitecto milanés empieza a trabajar para el interior. Ponti desde muy pronto se preocupa por estudiar las vistas cruzadas entre el interior y el exterior, así como los recorridos por donde circularán teatralmente los personajes de la villa: el “Señor”, la “Señora”, las “Domésticas” y el “Chofer”. La Variante Negra –su favorita- es de todas, la favorecida también por sus clientes.
En enero de 1954, Gio Ponti viaja por primera vez a Venezuela. Este viaje será crucial para la definición de la arquitectura de la villa y –quién iba a pensarlo- también para su propia vida y para la de los Planchart. Ponti va a caer fatalmente enamorado del país –al cual de ahora en adelante llamará “el País Tentador”-, y de su moderna arquitectura, de su luz, de su vegetación, y sobre todo, de su Caracas, a quien llama “capital de la arquitectura moderna”. La naturaleza local se le presenta como una revelación, sobre todo a través de la obra de un artista genial, Armando Reverón, que presentará inmediatamente en Domus en un artículo significativamente titulado “La vida al estado del sueño”. La onírica casa en la playa de Reverón, “El Castillete”, se convertirá en una influencia arquitectónica inesperada para El Cerrito.
Ponti absorbe con delicia –y pericia- la presencia de la blanca luminosidad caraqueña, y de su revés, la sombra intensa y fresca de sus interiores al mediodía. La villa luego terminará siendo como un gran abstracto fanal blanco donde la luz exterior se tamiza y se difunde para crear una penumbra interior paradójicamente clara, y llena de frescura; entretanto, sus modernos exteriores serán recubiertos con mosaicos vitrificados también de color blanco, incluso la parte inferior de los aleros y los marcos de las ventanas, para que de esta manera la gema pueda brillar con la misma intensidad desde todos los ángulos en la cima de la colina.
Con el primer viaje a la capital venezolana, la amistad entre el arquitecto milanés y sus clientes caraqueños crece y se confirma. Ponti desde su llegada es recibido como un amigo y presentado en Caracas a todo su amplio círculo social, quienes, encantados, se apresuran inmediatamente en hacerle también nuevos encargos. Así, la ciudad terminará contando, además de la Villa Planchart, con tres obras suyas más: la Villa Diamantina (1955), la Villa Mata-Guzmán Blanco (1958), la remodelación de la Quinta La Barraca (1958), y una cuarta que lamentablemente no pasará del proyecto, la espléndida Villa González-Gorrondona (1956). Todas arquitecturas que dejarán una huella indeleble en la fábrica urbana e influirán poderosamente en el desarrollo ulterior de la arquitectura caraqueña moderna, especialmente entre la década de los 60 y de los 70. Por su parte, Ponti se regocija de constatarlo, diciendo: “en la felicidad del trópico florecerá la arquitectura moderna, es la perfecta condición para ello; en otras partes la arquitectura es una complicada defensa, guarida fuera de la tierra: aquí la arquitectura es un ala debajo de la cual vivir, un paraíso terrestre”. Pero aunque estas villas resultaron muy notables -especialmente la “pequeña Diamantina”- va ser a El Cerrito a la que el arquitecto milanés dedicará su mayor atención.
Ya a mediados de 1954 todo estaba listo para comenzar a construirla: se había dibujado la planta con cal en el terreno, se había conseguido un ingeniero italiano-caraqueño que se encargara de la construcción y una compañía importadora que se ocupara de los envíos de los materiales desde Italia. Pero, sobre todo, Gio Ponti ha empezado a darse cuenta con satisfacción de que los gentiles señores Planchart han aparecido en su vida prácticamente como una maravillosa elección “hecha para él por el Destino”. Será con ellos y por ellos que podrá realizar finalmente muchos de sus viejos ideales acariciados durante muchos años… La casa de Caracas puede convertirse así puntualmente gracias a sus nuevos e ideales clientes en una “una villa florentina” y en una “casa a la italiana”, en una obra de arte total donde estarán representados todos los artesanos, todas la industrias, todos los artistas de Italia, y también, claro está, toda su arquitectura, emblematizada en el diseño de Gio Ponti. El arquitecto muy pronto intuye esta posibilidad, y la pone vigorosamente en ejecución.
El bosque de planos que es hoy el Archivo Gio Ponti Caracas da fe de la impresionante empresa en que se convirtió la construcción de la Villa Planchart, casi en una suerte de singular Triennale de Milano de ulltramar: desde el cálculo de la estructura hecho por un ejército de calculistas comandados por el ingeniero milanés Antonio Fornaroli, a los encargos para las ventanas de aluminio con persianas adentro de la Officina Malugani Milano; de las paredes flotantes y muebles y puertas especiales de los “ebanistas impecables” de Giordano Chiesa Arredamento, a los grandes paneles de vidrio con herrajes de bronce para las finestre arredate de la compañía Vetro Italiano di Sicurezza “VIS”; de los mármoles exquisitos de Montecatini Gruppo Marmi, a los mosaicos vitrificados de la Cerámica Joo y las cerámicas de Salerno a rayas blancas, amarillas y grises –los colores de la villa– de Matteo D’ Agostino & C.; de las puertas en acordeón tipo Modern Fold de E. Monti Cantieri-Milanesi, a las piezas sanitarias de Ideal Standard… y del ascensor de la Casa Falconi de Novara hasta las manillas de bronce de la compañía Olivari de Borgomanero.
En El Cerrito, todo celebra la cultura y la industria italianas. Inmediatamente, también se sumarán las compañías de arredamento para las que Ponti usualmente hacía diseños de mobiliario, luminarias, telas, y todo tipo de objetos utilitarios y decorativos. La imagen de la mariposa, ya en 1957, se reproducirá en el diseño de una poltrona y un diván para Cassina con motivo de la undécima Triennale de Milano en 1957 –titulados, justamente “Farfalla”–. Ambas piezas formarán parte de la avalancha pontiana de fabricación industrial que conforma la colección de El Cerrito (junto al mobiliario hecho ad hoc para la villa por Ponti y Chiesa), y junto a la silla “Lotus” y a la silla “Superleggera” en todas sus versiones, así como a la poltrona “Round” –todas tres de Cassina–, a las “Luminous pictures” en latón dorado de Arredoluce dispuestas por toda la casa, o a la lámpara colgante “Pirellina” que ilumina las logias y terrazas, producida por Fontana Arte… para solo nombrar algunas. Gio Ponti también aportará sus propios diseños para las vajillas de porcelana, para la cubiertería y para el juego de café en plata de la villa. La lista, vastísima, se pierde de vista.
Pero aún habrá que sumarle la “ciudadela” de floreros, ceniceros, platos, vasos y pequeños objets de vertu de toda índole seleccionados por el arquitecto milanés y enviados para ser colocados donde él mismo ha previsto, así como las magníficas obras de los artistas italianos también por él comisionadas: las cerámicas de Fausto Melotti, los esmaltes de Romano Rui y de Paolo de Poli, la pintura de Massimo Campigli y de Giorgio Morandi… Todo este fantástico universo reproducirá en Caracas –para maravilla de Anala y Armando Planchart– el desfile de invenciones de las páginas de Domus. Una parte de la Italia moderna, que saldrá por barco desde el puerto de Génova para ir a atracar en el puerto de La Guaira, y luego finalmente ser descargada en el Piazzale d’arrivo en la cima de la colina. Entre los paredes de madera del Comedor tropical, cuatro paneles de esmalte de Romano Rui titulados “Una citta flotante”, registran la memoria de esta inigualable epopeya.
Desde 1954 hasta 1957 se desarrolla la obra. Tres años completos, durante los cuales el arquitecto milanés volverá una segunda vez a Venezuela para vigilar los trabajos y otra vez más para la inauguración de la villa. Demasiado poco, en verdad, para un proyecto que día a día iba develando ampliamente su exquisita complejidad. De allí la importancia cobrada por la correspondencia. Armando Planchart, respetuoso, llevaba rigurosamente todos los días cuenta de cada carta enviada con copia al carbón aparte, y guardaba celosamente todo lo recibido de Milán. Ponti, por su parte, continuaba acompañando las explicaciones del proyecto con múltiples croquises, y muchas veces las cartas llegaban ¡cada dos días! y hasta con ocho páginas ilustradas. De esto resultó una colección impresionante de testimonios y dibujos que documenta en unas quinientas cartas la historia la realización completa de la Villa Planchart. Decía Ponti que deseaba que sus amigos de Caracas tuvieran “la más bella colección de dibujos suyos del mundo”. Ninguna otra obra maestra de la arquitectura moderna del siglo veinte puede jactarse de semejante record. Leer la correspondencia entre los Ponti y los Planchart es una lección de pasión por la arquitectura, de perseverancia y de amistad ejemplares. Pero aún mejor, permite seguir al pie de la letra la rutina diaria de la construcción y entender cómo la belleza de la quinta residió de veras, como demandaba Gio Ponti, en su “ejecución perfecta”.
Un retrato del arquitecto milanés quedó de esta época para la posteridad. La gráfica del fotógrafo Paolo Gasparini lo capturó magistralmente para Domus a las puertas de la casa de los obreros sobre la colina, en medio del momento más álgido de la construcción de la Villa Planchart, con un vaso de agua mineral de Fiuggi entre las manos y el viento caraqueño alborotándole los blancos cabellos. Este -que se ha convertido en su retrato canónico-, es el mejor retrato también de la “época felicísima” de creación en la que Ponti se encontraba.
En El Cerrito había hecho realidad una a una todas las aspiraciones que había imaginado. Sus interiores florecieron con la dotación multiplicada de sus diseños y los de los de los mejores creadores italianos y venezolanos, compitiendo con las orquídeas en la consecución de un ambiente extraordinario... En las tardes, la arquitectura va haciendo gradualmente su tránsito del día hacia la noche, ejecutando una demudación lumínica de características casi operáticas, donde la luz artificial va a competir en belleza contra las transparencias de la luz solar: al atardecer, decenas de apliques, cuadros luminosos, plafones fluorescentes e hilos de neón colocados estratégicamente por la mano del maestro van sustituyendo la claridad del día para transformar la villa en una aparición nocturna que es vista desde todo el valle de Caracas.
El neón recorre los intersticios entre las fachadas y los muros portados y hace flotar aún más las superficies de la casa, más allá de lo posible, más allá de lo real, incluso superando lo soñado. Desde el último rincón de la ciudad en la noche, puede contemplarse ese resplandor de blancura irreal que aletea sobre el valle, iluminando sus cielos con un halo benefactor, animando a los afligidos habitantes a no perder nunca la fe en el poder de la belleza.
En El Cerrito había hecho realidad una a una todas las aspiraciones que había imaginado. Sus interiores florecieron con la dotación multiplicada de sus diseños y los de los de los mejores creadores italianos y venezolanos, compitiendo con las orquídeas en la consecución de un ambiente extraordinario... En las tardes, la arquitectura va haciendo gradualmente su tránsito del día hacia la noche, ejecutando una demudación lumínica de características casi operáticas, donde la luz artificial va a competir en belleza contra las transparencias de la luz solar: al atardecer, decenas de apliques, cuadros luminosos, plafones fluorescentes e hilos de neón colocados estratégicamente por la mano del maestro van sustituyendo la claridad del día para transformar la villa en una aparición nocturna que es vista desde todo el valle de Caracas.
El neón recorre los intersticios entre las fachadas y los muros portados y hace flotar aún más las superficies de la casa, más allá de lo posible, más allá de lo real, incluso superando lo soñado. Desde el último rincón de la ciudad en la noche, puede contemplarse ese resplandor de blancura irreal que aletea sobre el valle, iluminando sus cielos con un halo benefactor, animando a los afligidos habitantes a no perder nunca la fe en el poder de la belleza.
La primera carta diseñante. Milán, 21 de agosto de 1953 (f. Archivo Gio Ponti Caracas. Fundación Anala y Armando Planchart, Caracas).
Publicado en: Antonella Grecco, editor. Gio Ponti: Villa Planchart a Caracas, Edizioni Kappa, Roma, Mayo de 2008.
Ojala existieran mas personas como los Planchart.
ResponderBorrarGracias por la excelente crónica