domingo, 9 de marzo de 2008

Un nuevo universo

La cúpula de San Pedro desde el ojo de la cerradura de Santa María in Aventino, Roma (f. al7luxury.com).



“Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino
y en Roma misma a Roma no la hallas:
cadáver son las que ostentó murallas
y tumba de sí propio el Aventino”. 
Francisco de Quevedo. A Roma sepultada en sus ruinas, c. 1617.1

De esas cosas exquisitas. Que llegan y se van: sin que nos diéramos cuenta, o casi, a fines del año pasado (1998) abrió y cerró en Roma una pequeña exposición sobre la obra del arquitecto veneciano Gian Battista Piranesi. Las exposiciones de arquitectura no necesariamente tienen que ser colosales para ser influyentes. Y eso lo demostró “Piranesi e l'Aventino”.2

La mostra de cámara se expuso en su única obra construida: el conjunto del Gran Priorato dell'Ordine di Malta en la colina del Aventino. Allí, entre mármoles y cipreses, también reposan los restos del arquitecto grabador. La iglesia fue convertida en museo temporal para albergar los dibujos, los libros de obra y los documentos de su propia construcción. Piranesi hablaba desde su tumba, y la ciudad, tanto la eterna como la global, escuchó maravillada.

El conjunto del Priorato, constituido por la Chiesa Magistrale de Santa María y los muros de la plaza de los caballeros de la orden, es un misterioso lugar que corrientemente está vedado a los iniciados. Tiene un sabor harto esotérico por la proliferación de ánforas egipcias, vasos romanos e inscripciones en los muros que inundan el espacio con la extensa iconología piranesiana. Lo domina una fachada templaria, templaria no por los Caballeros del Temple, que también tuvieron allí su sede, sino porque el frente de la iglesia es un templo neoclásico cuya composición fue hecha para incitar a inclinarse hasta su centro, el grueso ojo de la cerradura de la puerta... Y una vez allí, a otear por él.

Los circuitos turísticos de la Roma esotérica tienen a este detour voyeurístico como una de sus piezas claves; mas recomiendan que solo debe ser hecho de noche. Nunca en la historia de las arquitecturas habitadas ha existido un episodio más escalofriante de posesión espacial como el que le ocurre al espía del Priorato cuando en la oscuridad se atreve a mirar por ese ojo piranesiano...

El viento ulula a través de la antigua cerradura. Imposible negarse. Adoptamos la incómoda postura, y en el acto sentimos en la nuca un frío contacto, como un empuje imperioso, sin duda la gruesa mano de quien fuera en vida tan robusto como un toro, la garra de un fantasma aún vigoroso empujándonos a cuadrar en la mira el exacto ángulo óptico. Al disparar la mirada en la lejanía, una aparición se materializa sorprendente: la de la basílica de San Pietro in Vaticano, camafeo de luz en el negro nácar de la noche ancestral. El arquitecto había dispuesto un eje urbano imantado entre las iglesias, conectando sus arquitecturas para siempre a través del espacio... y por él volamos, sobrecogidos, posesos, surcando Roma de la mano del más genial de sus conocedores.

Porque, ¡cómo la conoció! Un cuarto de siglo completo mapeándola, imaginándola y dibujándola, “no dejando día ni noche sin agotar ni edificio o ruina sin medir y copiar una y otra vez”.3 Entonces la ciudad estaba en ruinas: no era sino una sombra de sí misma. El Coliseo había empezado a ser desmantelado para reutilizar sus piedras, en uno de los ojos del Arco de Septimio Severo se había instalado una barbería y el Pórtico de Octavia era un mercado de pescado. Hundida en el barro hasta los hombros, oculta por la basura, era ininteligible en el caos... como la Caracas de hoy (1999).

Piranesi la retrata en el fragor de la vida cotidiana. Sus habitantes, “figuras humanas que aparecían empequeñecidas ante las ruinas magnificadas”, ignorantes del pasado por el que precariamente se movían, habitaban lastimosamente, como almas en pena, los despojos monumentales del ayer. Las glorias de la antigüedad, su reconstrucción o el mismo sueño del futuro, no llegaban a ser para estos parias romanos más que una mera sospecha entre la maleza y los escombros... tan semejantes a nosotros, pobladores de una ciudad cuya ficción y maravilla yace bajo el olvido, la ilegalidad y la indiferencia.

Un verso del poema de Francisco de Quevedo A Roma sepultada en sus ruinas describe bien la escena: “Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino/ y en Roma misma a Roma no la hallas:/ cadáver son las que ostentó murallas/ y tumba de sí propio el Aventino”. Ningún peregrino encontraría a Roma en Roma, salvo, claro está, nuestro Gian Battista. Y lo explica: “aquellas elocuentes ruinas me llenaron la mente de imágenes que ningún dibujo podía haber expresado...” Extasiado en su contemplación, llenó cartapacios enteros de vedute de todas las plazas y monumentos de la ciudad. La imagen de Piranesi “sustituiría” a la realidad. Su estampación, perfecta, fue altamente convincente: la Roma nueva, desenterrada, idealizada, fantástica, monumental, y no la real sumida en el fracaso, “es la que pasaría y permanecería en la memoria de Occidente”. Es ella y no otra la que será luego reconstruida el siglo próximo.

No hay duda de que Piranesi estaba padeciendo por la desaparición galopante de la memoria. En el prólogo de Antichità Romane (1756), verdadero atlas urbano que contaba con un plano general con más de 250 ilustraciones, entre grabados y plantas, advierte: “en vista de que los restos de los antiguos edificios se van reduciendo a diario por las injurias del tiempo o de sus propietarios, he decidido preservarlos en estas planchas”.4 No conforme con copiar los restos de aquella civilización, llegó incluso a “lanzar hipótesis sobre la identidad de los edificios, a recrear los modos de construcción y hasta a excavar él mismo cuando fue necesario”. Reinventó la ciudad como él la quería, y haciéndolo, la salvó.

Dicen que cuando le fue conferido el proyecto del Priorato, le contestó ardoroso al Papa: “si alguien me pidiera que proyectara un nuevo universo, estaría lo suficientemente loco como para ponerme a la tarea”. Ya le había demostrado a la historia que un hombre solo puede volver a crear una ciudad como Roma “con tan sólo la ayuda de su buril de grabador”.5 Hoy, Caracas pide que la busquen en Caracas, que la admiren como un sugerente yacimiento de Herculano, que alguna locura constitucional le invente también un nuevo universo: pero uno donde convivan, como en el piranesiano, el sueño y el recuerdo, la ambición y la nostalgia.


"Piranesi e l´Aventino". Gran Priorato dell'Ordine di Malta, Roma (f. 1998, Giametti Architects).





NOTAS
1. "Buscas en Roma a Roma, ¡oh, peregrino!,
y en Roma misma a Roma no la hallas;
cadáver son las que ostentó murallas,
y tumba de sí proprio el Aventino.
Yace donde reinaba el Palatino;
y limadas del tiempo, las medallas
más se muestran destrozo a las batallas
de las edades que blasón latino.
Sólo el Tiber quedó, cuya corriente,
Si ciudad la regó, ya sepultura,
la llora con funesto son doliente.
¡Oh, Roma! En tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme, y solamente
lo fugitivo permanece y dura”.

Francisco de Quevedo. A Roma sepultada en sus ruinas.
2. Giametta Architects. “Piranesi e l'Aventino”: http://www.giammetta.it/portfolio/piranesi-e-laventino/
3. Anatxu Zabalbascoa y Javier Rodríguez Marcos. Vidas construidas: el mundo en la mirada del mundo, GG. Barcelona, 1998, pp. 86-94
4. Gian Battista Piranesi. Antichita Romane, 1756.
5. A. Zabalscoa y J. Rodríguez Marcos. Op. Cit., 1998.




Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 16 de Agosto de 1999 y en http://1999.arqa.com/columnas/hannia10.htm




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