Mucha curiosidad despierta hoy (2000) la realidad virtual en todo el mundo. La gente quiere experimentarla como sea. Para ello, se han inventado colosales pantallas de proyección tipo Imax para sentir cómo nos traga un tiburón o nos cercena el tórax un T-Rex y se han diseñado aparatosos e incómodos cascos que los individuos se ponen para lograr lo que no pueden en el mundo real: entrar de alguna manera en un universo imaginario y visualizar una utopía en el espacio, aunque sea la de otros, y no la propia. Esta es la situación que más nos permitiría explicar hoy cómo es la condición delirante del arquitecto cuando transita por su ciudad. Supóngase un escenario urbano cualquiera, preferiblemente uno donde haya ahora algún tipo de acción inmobiliaria, como la Avenida Francisco de Miranda en Caracas, por ejemplo. Colóquese el susodicho casco. Es usted ahora un arquitecto armado de años de experiencia. En el centro del campo visual aparece un punto rojo que titila –es el punto central de fuga. Miles de haces de líneas multicolores entran a formar parte ahora de su mirada, moviéndose con usted cada vez que mueve la cabeza… pero no se preocupe demasiado por ello. Molesta un poco al principio, pero uno se acostumbra. El universo que ahora va a ver reconstruirse delante de sus ojos sigue un Programa Arquitectónico de Apreciación del Paisaje Urbano, algo muy especializado y complejo, pero que también le es familiar porque tiene algo que ver con lo que veía Robocop cuando buscaba implacablemente a su presa por las calles… A medida que aplique su vista a ambos lados de la Avenida Francisco de Miranda, va usted a ver cómo se levantan telescópicamente las masas de los edificios fugándose hacia los lados y hacia el punto rojo, los volúmenes de sus arquitecturas siendo automáticamente descompuestos en cientos de planos que parecen explotar en el espacio, donde se quedarán por un fragmento de segundo hasta dilucidar cuál es el principio de su composición formal. La sensación es la de una especie de alucinación deconstructiva. Cerca del rabo del ojo izquierdo y del derecho una barra automática de medición sube y baja, dando las medidas de todo lo que se ve vertical y horizontalmente: quince metros cincuenta hasta la cúspide final de la estatua de Francisco de Miranda por el este más los que debería tener si su escala fuera la apropiada; ciento ochenta metros por doscientos para el vano central del edificio Parque de Cristal de Jimmy Alcock, un escaso metro diez para la acera frente al edificio Mene Grande. Esto tiene una explicación en el programa: y es que a su paso por la ciudad los arquitectos miden, miden y miden incesantemente. La delirante realidad virtual generada por la mente arquitectónica no es algo que desaparece en ningún momento, como le pasaría a usted con el simple acto de quitarse el casco o desenchufar el ordenador. La visión diseñante (Designing Vision) permanece siempre, y es por ello que las ciudades evolucionan, y por ello que los arquitectos están en perenne estado de ensoñación, imaginando proyectos para todos los sitios. Esta proyectación contínua se hace incluso más intensa por los cientos de gigabytes de información que van insertándose como recuadros en la pantalla, mostrando el universo de todas las construcciones y urbanismos importantes de la historia. Así, usted verá cuando lleve su pupila a la insignificante reja Odryca que todavía bordea el Parque del Este, cómo a discreción se insertará la reja de hierro del Parque El Retiro de Madrid, anclada en sendos muros perimetrales de piedra; usted verá cómo se digitalizan las delicadas casas de Diego Carbonell y los escultóricos muebles de Cornelis Zitman cuando su ojo se deslice por el mudo edificio de Tecoteca; y verá cómo irán cayendo a capas los execrables mantos de barato revestimiento que envilecen la arquitectura original de la vieja embajada de los Estados Unidos hasta que quede en toda su esplendente sencillez de los sesenta. Pero, vamos: deje el miedo, que ésto solo es un experimento virtual. Colóquese usted ahora en medio de la vía, y mire hacia el oeste, o si lo prefiere, hacia el este. Vea cómo la irregular línea de las anárquicas aceras se regulariza, en color, material y ancho. El efecto armonizador es instantáneo. Parece Miami. Vea cómo aparecen en cada esquina las rampas para minusválidos y cómo inevitablemente desaparecen haciendo “¡Blop!” al comprender su inutilidad en la escena todos los obstáculos para peatones: vallas ilegales, kioskos ranchificados, tanquillas abiertas, “chupetas” publicitarias, muñones de postes precámbricos, tubos encadenados. Observe cómo una precisa línea de fuga azul arranca de la Torre Europa para definir por arriba la cornisa ideal de la Miranda, y experimente con placer cuán rico es el orden urbano cuando se aplica con tino matemático en esta ciudad. Wonderful. En el acto, usted ha comprendido cuáles son los edificios que se portan bien y cuáles los que se portan mal a lo largo de toda la avenida, y empezará a aplaudir la cuadra del edificio La Primera y el conjunto de edificios de la Plaza Altamira, al mismo tiempo que odiará con negro furor (como todo el gremio de los arquitectos) al adefesio del Hotel Four Seasons, que ahora está viendo salirse gráficamente trescientos metros por encima (constatado por la barra automática) de la Línea de Cornisa Ideal (Ideal Skyline). Suponga, como postre, que usted desea que su target sean los vacíos existentes en la avenida. Quiere saber qué será de ellos, de los huecos al norte del Centro Comercial Bello Campo y del vacío pavoroso del edificio Galipán. Aquí la realidad virtual lo sorprende con todo su poder, y ve aparecer de nuevo al Cine La Castellana, con su fachada curva y su recio glamour cinematográfico; ve reconstruirse la esquina del edificio La Castellana, plaqueta por plaqueta de travertino, en toda su elegancia neovéneta; ve flotar en el ciberespacio la masa de un edificio de mirandina arquitectura que nada tiene que ver con el monstruo verde de Arquitectónica, y siente de nuevo, con toda su fuerza espacial, las curvas nobles del viejo edificio Galipán… Pero, no, por favor: ¿qué hace? ¿está usted llorando? ¡Quítese ya ese casco! La Miranda virtual ha sido demasiado. Aquí nadie debe flaquear: porque los arquitectos no lloran.
Avenida Francisco de Miranda, Caracas (f. C. 2000, Archivo Fundación de la Memoria Urbana).
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 19 de Noviembre de 2000.
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