Pennsylvania Station. New York City (f. Berenice Abbott, 1930s. The New York Public Library Collection. flickr.com/photos/32912172@N00/2417426323/).
1. La lista de Silver
A fines del año pasado (2000) apareció en la revista The New Yorker un artículo del crítico de arquitectura de la casa, Paul Goldberger, quien destacaba la importancia que había cobrado con el paso del tiempo una obra editada en 1967. El libro en cuestión, Lost New York (Nueva York perdida), había sido escrito por un arquitecto desconocido, Nathan Silver, quien se lo dedicó a su padre, “quien había crecido en Broome Street" (página 206) y a su madre, “que más tarde dio con él 'uptown'”.1
Este arquitecto logró convencer a la escuela de arquitectura de Columbia University (y aprovechamos para darle la bienvenida al grupo de cuarenta y dos estudiantes y profesores de dicha querida escuela y universidad que esta semana -2001- nos visitan) de hacer una exposición, con la cual se editaría luego el libro. Decía Goldberger, que lo crucial fue que Silver lograra coronar su esfuerzo en unos años cuando la ciudad Nueva York era una jungla inmisericorde, donde nadie hacía nada en cuestiones de preservación arquitectónica, habiéndose por entonces acabado de anunciar la demolición de la Estación de Pennsylvania, estando en ciernes un final semejante para la Opera Metropolitana de la Calle 39 y cuando los viejos edificios comerciales de Worth Street estaban siendo alegremente aplanados para servir de vil relleno a un vulgar estacionamiento.
Lost New York, toda una novedad en su estilo, se impuso mostrar una imagen colectiva de las nobles arquitecturas perdidas para hacer un grave recordatorio: “cuánto más agradable hubiera sido Nueva York como ciudad si todos sus mejores edificios de siempre permanecieran aún intactos”. Pero muy pronto su autor se dió cuenta, claro está, de que, siendo una ciudad “mucho más que una colección de edificios”, el libro tendría que recordar más cosas: los viejos lugares de recreación, los distritos trabajadores, los barrios residenciales, los sistemas de transporte y los parques. El trabajo se le volvió mucho más vasto entre decenas de archivos de fotografías, dibujos y planos, y Silver empezó a referirse a él más en términos de un trabajo en proceso.
Allí mostró por primera vez a un público amnésico que exclamaba ante cada nueva imagen, "!Oh, qué pena que esto se perdió, si era tan bello! !Oh, qué pena que aquéllo se perdió, si era tan viejo!” –agrupados sencillamente por tipologías- la escena urbana y los espacios públicos, los lugares de privados de encuentro, la arquitectura cívica, las grandes casas, las row houses (casas en fila) neoyorkinas, las casas de apartamentos; las iglesias, los sistemas de movimiento en la ciudad, el comercio, las atracciones públicas, y por último, la parte que Goldberger consideró más digna de encomio de todas y la más beligerante en el tiempo: la "Lista de Monumentos en Peligro", hecha con los edificios y lugares amenazados, que luego se convirtió en bandera para que toda una ciudad se defendiera del olvido.
Los edificios de la “Lista de Silver”, así, se convertirían en los que serían protegidos por las nuevas leyes, asociaciones civiles y movimientos en pro de la memoria de Nueva York que surgieron a raíz de su publicación (y de la dolorosa caída de Penn Station). Hoy, esas arquitecturas, preservadas como el oro, embellecen a esa ciudad y son su mayor orgullo.
2. La lista de Malraux
Una saga de libros semejantes empezaron a copiar a Silver por todo el mundo: Lost L.A., Lost London, Lost Berlin... Lost New York, se convirtió él en sí mismo en una tipología editorial. Entre ellos, el más deliciosamente complejo es –era de esperarse- el Lost Paris, o Paris perdu: el París perdido, aparecido tan tarde como 1995, y realizado por una serie de héroes de la Asociación SOS París, el Pabellón del Arsenal, el Museo Carnavalet y la Biblioteca Histórica de la ciudad de París.2
El paso de los años redundaría en una mayor sofisticación de la memoria y del conocimiento amoroso de la ciudad, palmo por palmo. En este libro, la incertidumbre de las arquitecturas y los lenguajes arquitectónicos del París histórico frente a la rapiña de la especulación inmobiliaria, se rastrea ahora barrio a barrio, con elocuentes fotografías de “antes” y “después” que demuestran la gran mutación sufrida en el ambiente urbano, y que cada quien saque sus propias conclusiones…
Pero lo más novedoso, y quizás lo más remarcable de toda la operación, es el desparpajo con que se maneja el contenido de la fábrica de la ciudad. París perdu va mucho más allá de lo que pudo siquiera soñar Silver en los sesenta, adentrándose con aladísimo ojo en las mismísimas arquitecturas de lo cotidiano. Más allá de lo monumental perdido (el palacio tal, antes de su demolición, el hotel cual, destruido en fecha tal) que también, por supuesto es registrado con fruición, Paris perdu da cuenta de la arquitectura cotidiana perdida, es decir, de todas aquellas “modas y modelajes” que produjo la ciudad a través del tiempo y que, al desaparecer, se llevaron consigo gran parte de su riqueza patrimonial: patios, traspatios, pasajes, frágiles jardines, pequeños edificios, ángulos, elementos del tejido parisino.
Este delicioso desparpajo urbano le viene a los franceses de la llamada “Lista de Malraux”, elaborada coincidentalmente en el tan singular año de 1967. En aquél entonces, André Malraux era a la sazón Ministro de Asuntos Culturales, cuando expresó su deseo de que el inventario de monumentos históricos se extendería para incluir las construcciones contemporáneas notables. La inclusión de edificios cuyo valor descansaba en el contenido conceptual o en la sola elaboración arquitectónica, cambió el rumbo de las cosas. A partir de esos primeros cincuenta edificios en los que se empeñó Monsieur el Ministro (encabezando su lista con uno de Hector Guimard) ya fue posible proteger en la ciudad estructuras carentes de pedigree “arqueológico” o incluso de “monumento-testigo”: se daba paso a la apreciación del arte urbano y arquitectónico puro en la ciudad. El último espaldarazo lo dió de nuevo una demolición sangrienta: la caída, en 1971 de Les Halles de Baltard.
Mientras tanto, aquí en Caracas, penosa es la cuenta que la historia de la arquitectura hace de los edificios y los lugares que han desaparecido. Pasar de este fracaso del duelo a la elaboración de una honorable Caracas perdida, depende todavía de nosotros.
NOTAS
1. Natahm Silver. Lost New York, Schocken Books, New York City, 1967.
2. Paris Perdu: quarante ans de bouleversements de la ville, Asociación SOS París, Pabellón del Arsenal, Museo Carnavalet, Biblioteca histórica de la ciudad de París, Editions Carré, Paris, 1995.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 29 de Enero de 2001.
A fines del año pasado (2000) apareció en la revista The New Yorker un artículo del crítico de arquitectura de la casa, Paul Goldberger, quien destacaba la importancia que había cobrado con el paso del tiempo una obra editada en 1967. El libro en cuestión, Lost New York (Nueva York perdida), había sido escrito por un arquitecto desconocido, Nathan Silver, quien se lo dedicó a su padre, “quien había crecido en Broome Street" (página 206) y a su madre, “que más tarde dio con él 'uptown'”.1
Este arquitecto logró convencer a la escuela de arquitectura de Columbia University (y aprovechamos para darle la bienvenida al grupo de cuarenta y dos estudiantes y profesores de dicha querida escuela y universidad que esta semana -2001- nos visitan) de hacer una exposición, con la cual se editaría luego el libro. Decía Goldberger, que lo crucial fue que Silver lograra coronar su esfuerzo en unos años cuando la ciudad Nueva York era una jungla inmisericorde, donde nadie hacía nada en cuestiones de preservación arquitectónica, habiéndose por entonces acabado de anunciar la demolición de la Estación de Pennsylvania, estando en ciernes un final semejante para la Opera Metropolitana de la Calle 39 y cuando los viejos edificios comerciales de Worth Street estaban siendo alegremente aplanados para servir de vil relleno a un vulgar estacionamiento.
Lost New York, toda una novedad en su estilo, se impuso mostrar una imagen colectiva de las nobles arquitecturas perdidas para hacer un grave recordatorio: “cuánto más agradable hubiera sido Nueva York como ciudad si todos sus mejores edificios de siempre permanecieran aún intactos”. Pero muy pronto su autor se dió cuenta, claro está, de que, siendo una ciudad “mucho más que una colección de edificios”, el libro tendría que recordar más cosas: los viejos lugares de recreación, los distritos trabajadores, los barrios residenciales, los sistemas de transporte y los parques. El trabajo se le volvió mucho más vasto entre decenas de archivos de fotografías, dibujos y planos, y Silver empezó a referirse a él más en términos de un trabajo en proceso.
Allí mostró por primera vez a un público amnésico que exclamaba ante cada nueva imagen, "!Oh, qué pena que esto se perdió, si era tan bello! !Oh, qué pena que aquéllo se perdió, si era tan viejo!” –agrupados sencillamente por tipologías- la escena urbana y los espacios públicos, los lugares de privados de encuentro, la arquitectura cívica, las grandes casas, las row houses (casas en fila) neoyorkinas, las casas de apartamentos; las iglesias, los sistemas de movimiento en la ciudad, el comercio, las atracciones públicas, y por último, la parte que Goldberger consideró más digna de encomio de todas y la más beligerante en el tiempo: la "Lista de Monumentos en Peligro", hecha con los edificios y lugares amenazados, que luego se convirtió en bandera para que toda una ciudad se defendiera del olvido.
Los edificios de la “Lista de Silver”, así, se convertirían en los que serían protegidos por las nuevas leyes, asociaciones civiles y movimientos en pro de la memoria de Nueva York que surgieron a raíz de su publicación (y de la dolorosa caída de Penn Station). Hoy, esas arquitecturas, preservadas como el oro, embellecen a esa ciudad y son su mayor orgullo.
2. La lista de Malraux
Una saga de libros semejantes empezaron a copiar a Silver por todo el mundo: Lost L.A., Lost London, Lost Berlin... Lost New York, se convirtió él en sí mismo en una tipología editorial. Entre ellos, el más deliciosamente complejo es –era de esperarse- el Lost Paris, o Paris perdu: el París perdido, aparecido tan tarde como 1995, y realizado por una serie de héroes de la Asociación SOS París, el Pabellón del Arsenal, el Museo Carnavalet y la Biblioteca Histórica de la ciudad de París.2
El paso de los años redundaría en una mayor sofisticación de la memoria y del conocimiento amoroso de la ciudad, palmo por palmo. En este libro, la incertidumbre de las arquitecturas y los lenguajes arquitectónicos del París histórico frente a la rapiña de la especulación inmobiliaria, se rastrea ahora barrio a barrio, con elocuentes fotografías de “antes” y “después” que demuestran la gran mutación sufrida en el ambiente urbano, y que cada quien saque sus propias conclusiones…
Pero lo más novedoso, y quizás lo más remarcable de toda la operación, es el desparpajo con que se maneja el contenido de la fábrica de la ciudad. París perdu va mucho más allá de lo que pudo siquiera soñar Silver en los sesenta, adentrándose con aladísimo ojo en las mismísimas arquitecturas de lo cotidiano. Más allá de lo monumental perdido (el palacio tal, antes de su demolición, el hotel cual, destruido en fecha tal) que también, por supuesto es registrado con fruición, Paris perdu da cuenta de la arquitectura cotidiana perdida, es decir, de todas aquellas “modas y modelajes” que produjo la ciudad a través del tiempo y que, al desaparecer, se llevaron consigo gran parte de su riqueza patrimonial: patios, traspatios, pasajes, frágiles jardines, pequeños edificios, ángulos, elementos del tejido parisino.
Este delicioso desparpajo urbano le viene a los franceses de la llamada “Lista de Malraux”, elaborada coincidentalmente en el tan singular año de 1967. En aquél entonces, André Malraux era a la sazón Ministro de Asuntos Culturales, cuando expresó su deseo de que el inventario de monumentos históricos se extendería para incluir las construcciones contemporáneas notables. La inclusión de edificios cuyo valor descansaba en el contenido conceptual o en la sola elaboración arquitectónica, cambió el rumbo de las cosas. A partir de esos primeros cincuenta edificios en los que se empeñó Monsieur el Ministro (encabezando su lista con uno de Hector Guimard) ya fue posible proteger en la ciudad estructuras carentes de pedigree “arqueológico” o incluso de “monumento-testigo”: se daba paso a la apreciación del arte urbano y arquitectónico puro en la ciudad. El último espaldarazo lo dió de nuevo una demolición sangrienta: la caída, en 1971 de Les Halles de Baltard.
Mientras tanto, aquí en Caracas, penosa es la cuenta que la historia de la arquitectura hace de los edificios y los lugares que han desaparecido. Pasar de este fracaso del duelo a la elaboración de una honorable Caracas perdida, depende todavía de nosotros.
Les Halles, Baltard. París (f. blast-blog.info/index.php?2006/12/17/417-paris-perdu).
NOTAS
1. Natahm Silver. Lost New York, Schocken Books, New York City, 1967.
2. Paris Perdu: quarante ans de bouleversements de la ville, Asociación SOS París, Pabellón del Arsenal, Museo Carnavalet, Biblioteca histórica de la ciudad de París, Editions Carré, Paris, 1995.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 29 de Enero de 2001.
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