domingo, 6 de julio de 2008

El ojo alado

L´occhio alato.



“Me escondo tras bello velo”. 
Leon Battista Alberti.1

A quien el destino lo haga atracar un día en la nave central de la Catedral de Pienza, al cabo de un rato de estar serpenteando entre las legiones de columnas, empezará a encontrar parecidos sus abigarrados capiteles de piedra a rostros de hombres que parecieran observar el espacio desde lo alto. No pasa mucho tiempo sin que uno empiece a querer adivinar quiénes fueron los dueños de esos rostros desconocidos, a tratar de reconocer quiénes pudieron ser los habitantes de la ciudad aún no bautizada que allí quedó retratada para siempre. 

Un viajero holandés, de nombre Jan Pieper, fuertemente acicateado ante esta misma adivinanza, fue capturado en particular por uno de los capiteles, al que halló parecido al de un hombre barbado. Jan, que aparte de turista era un reconocido historiador de arquitectura, con un interés muy propio de su condición, se alzó un poco más de lo normal, arriesgando todo equilibrio, para mirar más de cerca al dicho barbudo. Al hacerlo -según cu
enta la anécdota-, divisó al instante dos curiosas orejas que parecían más bien, si se hacía la abstracción necesaria, un par de ojos penetrantes izados por sus respectivas cejas y pestañas entre la cabellera. Las orejas parecían estar compuestas de dos pequeños “ojos” oscuros circundados de unos “trazos-ceja” y de unos elementos en forma de “serpiente” un poco semiocultos, que semejaban alas en pleno vuelo. 

Lo que hubiera sido una curiosidad más sin importancia -de esas que son comunes en las iglesias antiguas- para cualquier mortal, para Jan significó el hallazgo de su vida: había reconocido tras aquel par de orejas pétreas al Ojo alado, el emblema de Leon Battista Alberti, el más sublime arquitecto y gentilhombre del Renacimiento. Desde entonces, los estudiosos albertianos consideran este particular capitel como el autorretrato tridimensional más fidedigno del maestro florentino.

El avistamiento ilustrado que hizo Pieper de este ojo alado en aquel oscuro punto del duomo pienzano nos parece lo más cercano posible a lo que el mismo Alberti hubiera deseado para un reconocimiento de su rúbrica en una obra de arte. No era lo suyo aquéllo de estampar su firma y ya, escribir su nombre y ya, para ser proclamado propietario universal de sus creaciones. No. Al verdadero genio debía descubrírsele por la calidad, y así y sólo así, una vez que el espíritu indicado había sabido descubrir la magistral factura, era que Alberti se le develaba -en medio de un estupendo striptease de auténtico sabor renacentista- aguardando en los lugares más disimiles, bajo la figura del ojo alado. De allí lo necesario de disimular lo más posible el objeto misterioso, la figuración canónica de su emblema dentro de las obras, fueran éstas pintura, escultura, poesía o arquitectura, siguiendo como es debido las enseñanzas de la regla de “la figura escondida dentro de otra”, proclamada en sus propios preceptos albertianos.1

El ojo alado. L’occhio alato. The Winged Eye. El ojo que vuela, o, a la vez, el ojo que mira volando. Un ojo que descubre maravillas para sus iguales y que a su vez solo puede ser descubierto, como maravilla, por un igual. Preciosa figura de auto-encubrimiento hermético solo reservado a los auténticos iniciados en el arte… no podía sino convertirse con el paso del tiempo en el símbolo de la búsqueda de la belleza para todos los investigadores, de esa belleza que tanto se esconde de nuestra vista tras la mediocre realidad en la que vi
vimos hundidos. La belleza se nos vela seductora (“me escondo tras bello velo”, escribió en un poema una vez el mismo Leon Battista), debe ser desprovista de sus veladuras, y develada, justamente, por tantos ojos alados albertianos como hagan falta, redimiéndola de tanto coqueto ocultamiento. Es por ello que el crítico-cazador sabe que debe mantenerse siempre al acecho, siempre lanzado sobre la imprevisible pista de las iconologías, a la caza de lo que sabe sabe que se le esconde, especialmente cuando se trata de la ciudad. 

La ciudad, ese tratado elusivo, e inmenso, guarda y esconde escritas muchas formas desconocidas de belleza. ¡Quién pudiera ser Alberti, quien alcanzó una ve
z la gloria por haber tenido “el bello ingenio, la mucha doctrina, la precisa diligencia, el gran esfuerzo, y el largo estudio” de “iluminar la 'oscuridad' vitruviana”, y de interpretar los tratados de arquitectura de la antiguedad romana “abriendo para siempre aquellos peliagudos secretos que se hallaban encerrados en los oscuros escritos”! ¡Quién pudiera tener un ojo dotado de albertianas alas, para poder traducir la cifra secreta que rendirá evidente todos los enigmas de la fábrica de esta ciudad! Un ojo profundo, al que se le rindan toda cosmología y todo hermetismo de nuestras culturas urbanas. Un ojo alado dotado de un ala que descubra, seleccione, interprete y traduzca todo lo que hay de bello y de bueno en Caracas para hacerlo pasar a la historia, pero un ojo armado, también, con un arma que sepa acribillar lo mediocre, lo malo y lo inmoral urbano.

Afortunadamente, las arquitecturas siguen allí, “bajo un velado sol / que ahora se me esconde”. Aún aguardan a que las avistemos, porque, como c
itara Paul Ricouer en su reciente libro (2001) La Memoria, la historia y el olvido, “aquéllo que ha sido no puede ya no haber sido: el hecho misterioso y profundamente oscuro del haber sido es su viático para la eternidad”.2







El emblema de Leon Battista Alberti.




NOTAS:
1. Leon Battista Alberti. De Re Aedificatoria, Florencia, 1452.
2. Alberto Giorgio Cassani. "Un possibile avvistamento di un 'occhio alato' albertiano", Albertiana, Société Internationale Leon Battista Alberti, Volumen I, Leo S. Olschhki Editore, 1998.
3. Paul Ricoeur. La mémoire, l’histoire, l´oubli.




Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 15 de Enero de 2001.





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