La localidad de San Bernardino acaba de ser testigo de unos hechos aleccionadores para todo el país urbano, hechos tras los cuales podría pasar como un auténtico cantón de la civilizada nación suiza: tras una lucha de alto nivel en los medios de comunicación y la mesa de negociaciones, especialistas, vecinos, periodistas y promotores juntos acaban de salvar de la desaparición y de la desfiguración (que a veces es hasta más dolorosa) uno de los más notables edificios modernos de toda la capital, asentado en su territorio: el Hotel Avila (Harrison & Abramovitz Arquitectos, 1939-42), en la calle George Washington. Vayan nuestras más calurosas felicitaciones a todos los involucrados, especialmente a la Promotora Tucán S.A., afortunada dueña del estimado inmueble, y nuevos héroes de la conservación de la memoria urbana en Venezuela.
Nos atrevemos a comparar al viejo barrio de San Bernardino con una ilustrada ciudadela del manicurado país centroeuropeo, porque allá tampoco -como aquí- nunca se hubiera podido incurrir en el escándalo ni en el error de demoler una estructura de tan comprobado pedigree arquitectónico y histórico. A nadie se le hubiera ocurrido intentarlo, ni nadie lo hubiera permitido jamás. Las características singulares de las ciudades suizas, de sus arquitecturas y de sus paisajes están tan rigurosamente controlados, y son tan celosamente velados por todos los ciudadanos que éstas tienen garantizadas su perpetuidad en el tiempo para poder ser disfrutadas por todos, especialmente por quienes no las han conocido nunca: los visitantes que vendrán y las generaciones futuras. En Suiza podemos decir que hay, además del famoso paraíso fiscal, un inalienable paraíso ambiental...
Pero, ¿qué me dicen ahora de nuestro viejo San Bernardino, nombrado en honor del mayor santo de las insonoridades musicales? Hemos visto a su población reunirse entusiasta en una iglesia en nombre de la salvaguarda de la obra de Wallace K. Harrison, como si del Marqués del Toro se tratase; hemos visto dignamente retirarse de la batalla al director de Fundapatrimonio, reparando con su honroso silencio las desafortunadas opiniones que emitió en un infeliz momento; hemos visto el brillante aparecer en escena de varios periodistas pioneros de la lucha urbana, quiero decir, de la lucha por la memoria urbana, dando la invaluable señal de alarma a la colectividad.
Hemos visto a un Instituto de Patrimonio Cultural resarcido de la saga de inercia que nos costó Campo Alegre y el Galipán, enviando a los propietarios del hotel una carta histórica donde se ratifican los principios que protegen la integridad arquitectónica del Hotel Avila y su relación con el paisaje frente a cualquier desarrollo que allí quiera realizarse ahora o en el futuro; hemos visto a Victoria Newhouse, autora del libro sobre Harrison y directora de The Architecture History Foundation de Nueva York ordenando a los editores de Condé Nast a hacerle un seguimiento a este caso y a la naciente protección de la memoria arquitectónica y urbana en Caracas, y dispuesta a redactar una carta de respaldo a la protección del edificio; hemos visto, en fin, a los promotores del desarrollo, retirar responsablemente su inversión, a fin de reflexionar sobre un procedimiento más arquitectónicamente correcto.1
Tal como ocurrió en el caso del edificio Galipán (pero fue lamentablemente despreciado) esta vez también la Facultad de Arquitectura de la UCV, el IPC y la recién creada (2000) Fundación de la Memoria Urbana les ofrecerán su ayuda para evaluar todas las posibilidades de desarrollo que tenga el hotel y lograr el mayor retorno posible, dentro del marco del respeto absoluto del lugar. También harán un foro público para discutir los tan urgentes temas del patrimonio moderno y su conservación en nuestras ciudades, de la saga caribeña del Hotel Avila y de los lenguajes de las arquitecturas que estudie la ampliación y la renovación adecuada del hotel... La ciudad ha apretado, pero no va a asfixiarlos, señores de Swisshotel.
El Hotel Avila es un objeto moderno que ahora felizmente será respetado para siempre en su partido original, ubicado en el terreno para dirigirse a las vistas y responder a un claro programa; en su circunstancia de volumen compuesto por situaciones espaciales encadenadas; en la valoración estética de su propia arquitectura, con todas sus filiaciones históricas. Una arquitectura que podremos recorrer en el espacio y el tiempo para aprehenderla en su totalidad: ésto es lo que hemos ganado y eso es lo que podremos felizmente seguir haciendo.
Y si Suiza es la patria de Robert Waltzer, el caminante, y de Livio Vacchini, el detallista, a ambos invocaremos para que la promenade arquitectónica que se nos ofrezca en el futuro sea el primer poético homenaje a la modernidad de la más moderna de las ciudades.
Yo garantizo que, si seguimos por este camino, a la vuelta de un par de años, hasta la Guía Michelin estará otorgándoles apetitosas estrellas al Hotel Avila, ese bellísimo nuevo complejo hotelero que se inaugurará en San Bernardino... ¿Suiza?
NOTAS
1. Victoria Newhouse. Wallace K. Harrison.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 3 de Julio de 2000.
Nos atrevemos a comparar al viejo barrio de San Bernardino con una ilustrada ciudadela del manicurado país centroeuropeo, porque allá tampoco -como aquí- nunca se hubiera podido incurrir en el escándalo ni en el error de demoler una estructura de tan comprobado pedigree arquitectónico y histórico. A nadie se le hubiera ocurrido intentarlo, ni nadie lo hubiera permitido jamás. Las características singulares de las ciudades suizas, de sus arquitecturas y de sus paisajes están tan rigurosamente controlados, y son tan celosamente velados por todos los ciudadanos que éstas tienen garantizadas su perpetuidad en el tiempo para poder ser disfrutadas por todos, especialmente por quienes no las han conocido nunca: los visitantes que vendrán y las generaciones futuras. En Suiza podemos decir que hay, además del famoso paraíso fiscal, un inalienable paraíso ambiental...
Pero, ¿qué me dicen ahora de nuestro viejo San Bernardino, nombrado en honor del mayor santo de las insonoridades musicales? Hemos visto a su población reunirse entusiasta en una iglesia en nombre de la salvaguarda de la obra de Wallace K. Harrison, como si del Marqués del Toro se tratase; hemos visto dignamente retirarse de la batalla al director de Fundapatrimonio, reparando con su honroso silencio las desafortunadas opiniones que emitió en un infeliz momento; hemos visto el brillante aparecer en escena de varios periodistas pioneros de la lucha urbana, quiero decir, de la lucha por la memoria urbana, dando la invaluable señal de alarma a la colectividad.
Hemos visto a un Instituto de Patrimonio Cultural resarcido de la saga de inercia que nos costó Campo Alegre y el Galipán, enviando a los propietarios del hotel una carta histórica donde se ratifican los principios que protegen la integridad arquitectónica del Hotel Avila y su relación con el paisaje frente a cualquier desarrollo que allí quiera realizarse ahora o en el futuro; hemos visto a Victoria Newhouse, autora del libro sobre Harrison y directora de The Architecture History Foundation de Nueva York ordenando a los editores de Condé Nast a hacerle un seguimiento a este caso y a la naciente protección de la memoria arquitectónica y urbana en Caracas, y dispuesta a redactar una carta de respaldo a la protección del edificio; hemos visto, en fin, a los promotores del desarrollo, retirar responsablemente su inversión, a fin de reflexionar sobre un procedimiento más arquitectónicamente correcto.1
Tal como ocurrió en el caso del edificio Galipán (pero fue lamentablemente despreciado) esta vez también la Facultad de Arquitectura de la UCV, el IPC y la recién creada (2000) Fundación de la Memoria Urbana les ofrecerán su ayuda para evaluar todas las posibilidades de desarrollo que tenga el hotel y lograr el mayor retorno posible, dentro del marco del respeto absoluto del lugar. También harán un foro público para discutir los tan urgentes temas del patrimonio moderno y su conservación en nuestras ciudades, de la saga caribeña del Hotel Avila y de los lenguajes de las arquitecturas que estudie la ampliación y la renovación adecuada del hotel... La ciudad ha apretado, pero no va a asfixiarlos, señores de Swisshotel.
El Hotel Avila es un objeto moderno que ahora felizmente será respetado para siempre en su partido original, ubicado en el terreno para dirigirse a las vistas y responder a un claro programa; en su circunstancia de volumen compuesto por situaciones espaciales encadenadas; en la valoración estética de su propia arquitectura, con todas sus filiaciones históricas. Una arquitectura que podremos recorrer en el espacio y el tiempo para aprehenderla en su totalidad: ésto es lo que hemos ganado y eso es lo que podremos felizmente seguir haciendo.
Y si Suiza es la patria de Robert Waltzer, el caminante, y de Livio Vacchini, el detallista, a ambos invocaremos para que la promenade arquitectónica que se nos ofrezca en el futuro sea el primer poético homenaje a la modernidad de la más moderna de las ciudades.
Yo garantizo que, si seguimos por este camino, a la vuelta de un par de años, hasta la Guía Michelin estará otorgándoles apetitosas estrellas al Hotel Avila, ese bellísimo nuevo complejo hotelero que se inaugurará en San Bernardino... ¿Suiza?
NOTAS
1. Victoria Newhouse. Wallace K. Harrison.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 3 de Julio de 2000.
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