"Sin título", Paul Klee, 1914.
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Tendrá algo así como quince por quince. Centímetros. Una acuarela. Rodeada por un grueso marco de madera. Por la pequeña ventana se vislumbra un paisaje. Un dulce paisaje reticular. Multicolor. Manchas cuadradas, irregulares, pero que son indudablemente racionales en su espíritu último, cuadros danzantes que podrían ser un damero o un paisaje cultivado, la vista de una ciudad mediterránea o la alegre fachada de una arquitectura inescrutable. En su obstinada abstracción, persiste la obra en titularse Sin título... Y allí nos quedamos. En 1914. Encantados, abstraídos, probablemente tanto como Paul Klee cuando la pintaba.
De Klee se asegura que vivía bajo el credo artístico de “soy un abstracto con memorias”. Esa violación de la regla moderna por la abstracción de rigor que sostuviera tan líricamente este profesor de la Bauhaus fue celebrada hasta el domingo 5 de septiembre (1999) en el Metropolitan Museum de Nueva York, en una discreta exposición que contaba a lo sumo con una docena de cuadros, titulada “Las ciudades de Klee”. La revista The New Yorker, al reseñarla, le dió con mucha visión más espacio que a todas las demás exposiciones del museo, describiéndola largamente: “Klee cities reúne una muestra de los caprichos arquitectónicos del artista, desde sus radiantes colores de Turquía hasta los casi abstractos edificios geométricos de sus últimos años. Una de las más irresistibles, "La ciudad golpeada", es descrita como una ciudad medieval, pero guarda una sospechosa semejanza con la Torre de Babel en forma de ziggurat de Bruegel...”.1
Entre los cuadros en las cuatro paredes de la sala se sucedían imágenes que podían hablar por cualquier ciudad, aunque la ciudad que Klee habitase por muchos años sólo fuera Munich y la que llevase en el corazón sólo fuera Berna. La primorosa acuarela Joya municipal (1917), es el vivo retrato del orgullo ciudadano en cualquier parte del planeta. Klee había escrito en su diario, recopilado y editado en cautro libros por su hijo Félix (The Diaries of Paul Klee, 1898-1918): “Algunos no reconocerán la verdad de mi espejo. Permítanme recordarles que no estoy aquí para reflejar la superficie, sino para penetrar dentro. Mi espejo apunta hasta abajo hacia el corazón...”.3 Las bien delineadas líneas de su pintada arquitectura “municipal” pareciera que quisieran hacer solapar el buen comportamiento de los hombres con las formas ideales de la arquitectura de la ciudad. En otra acuarela, en cambio, llamada Antes de la ciudad (1915), quien quiera puede ver el optimismo emprendedor de quien se lanza sobre los campos a la conquista de nuevos territorios para ser urbanizados, y entender la circunstancia en la que se vio la Alemania rural y cantonal cuando decidió el siglo pasado tener finalmente ciudades y “fabricarlas” a como diera lugar de la nada, ayudada por una legión de arquitectos.
Había también en la exposición cuadros con imágenes clásicas de Klee, como la esbozada en el gouache de 1917 “Arquitectura colorida”, en el que, como en toda su obra, aflora la importancia de la arquitectura y del mundo urbano. En el segundo libro, el “Diario italiano”, Klee muy joven ya confesaba que “la habilidad para contemplar la forma pura se la debo a mis impresiones de la arquitectura”. Alguien deberá hacer un estudio sobre la presencia poética de esas “ciudades invisibles” que se asoman inesperadamente entre las más abstractas de sus composiciones. Pienso que así se asoma también la ciudad del futuro entre nuestras ciudades contemporáneas: a retazos líricos, a ratos robados del caos, en recodos de fuerte significación para nuestros golpeados espíritus flotantes por Telépolis, de entre el limbo globalizante de esta ciudad de nadie y de ninguna parte que pretenden hacernos aceptar.
Pero era de esperarse que Klee hiciera algo así. Un minucioso lápiz, de cuando en 1892 era un niño de doce años, “La Junkergasse en Berna”, muestra cómo se ensimismaba en la persecución lenta de cada detalle de una de las calles de lo que él llamaba su “hogar real”: “(...) Mis fuertes lazos con Berna nunca se han roto, siempre he estado fuertemente atraído por ella. He vivido aquí desde entonces, y el único deseo que me queda es el de ser ciudadano de esta ciudad”. De haber estado siempre comparando los estados de su alma con las variaciones de la campiña, ello luego se convirtió en su “idea personal-poética del paisaje”, en el motivo principal de su pintura. Bastaba, entonces, que llegara a las ciudades de verdad, las grandes ciudades del Mediterráneo, para que todo el sistema se completase: al entrar a Génova, “la gran ciudad del sur”, se sintió “exhausto como una bestia de carga por un millar de impresiones”.
A la ciudad sin título de este fin de siglo, según sabiamente escribiera en Domus de enero de este año Richard Plunz, director del Departamento de Diseño Urbano de Columbia University, no le corresponderá un nuevo urbanismo, sino muchos nuevos urbanismos. La ciudad no es una mera abstracción. Las realidades de los mundos urbanos que están por venir son ricas, diversas y totalmente insospechadas. La revuelta poética de un artista abstracto como Paul Klee advirtió que es posible la disidencia en medio de la repetición, la cacofonía y la simple moda.
The Diaries of Paul Klee 1898-1918, Paul Klee. Felix Klee, editor. University of California Press. Berkeley, California, 1968.
NOTAS
1. The New Yorker.
2. Museo de Arte Moderno de Nueva York. “The Un-private House”: http://www.moma.org/exhibitions/1999/un-privatehouse/index.html).
3. Paul Klee. Felix Klee, editor. The Diaries of Paul Klee, 1898-1918, University of California Press, Berkeley, California, 1968.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 13 de Septiembre de 1999.