“Woody Allen”, preservacionista histórico. Viñeta aparecida en The New Yorker el 14 de Febrero, 2000.
“Querido Woody,
Aunque no vivo en Nueva York, gran parte de mí habita en las riberas de Madison Avenue. A ratos la recuerdo como una letanía mental de lugares amables. A ella vuelvo cada vez, recorriéndola desde la esquina de la Calle 57 hacia arriba, lamiendo las vitrinas largas horas hasta llegar a la cumbre de la colina de Carnegie, cumbre de delicias urbanas, justamente en la Calle 92, de donde ahora sé que eres vecino. En tiempos pasados el premio gordo del trayecto era la llegada triunfal casi en la Calle 75 a la desaparecida librería Books & Co., pero también es verdad que justo después seguía con renovada energía mi camino colina arriba hasta el remanso del Bistrot du Nord, es decir, puerto.
Claro que sí. Claro que en tu ciudad las cosas funcionan por calles y avenidas, los sabores de los vecindarios se despliegan en sentido horizontal como la banda de un filme, cuadro por cuadro, y no se repiten; Madison no es la misma a todo lo largo, y no me extraña para nada que hoy seas tú, con más de treinta años filmando Manhattan, el más claro lector de esa circunstancia urbana, tan personal de Nueva York, ciudad reticular, matriz infinita. Hoy tengo el atrevimiento de escribirte porque me resultó increíble que ustedes los vecinos del Distrito Histórico de Carnegie Hill hayan tenido que llegar al extremo de tener que llevarle al Landmarks Preservation Commission tu “último trabajo”, un video de tres minutos para demostrar ¡otra vez! el bondadoso lenguaje del vecindario, y defenderse de la inminente construcción en la esquina noreste de la Calle 91 de la torre de diecisiete pisos que planea erigir la Tamarkin Company. Realmente un acto desesperado. Un "performance”, como te achacan tus contendores.
Yo lo encontré parecido a las cosas que en materia de patrimonio suceden aquí en Caracas, mi ciudad. ¿Te suena increíble? Pues bien: una operación tan teatral, tan desesperada, tan propagandística como ésa es el tono que necesitan las luchas urbanas de aquí. Nosotros los caraqueños no contamos con una Ley de Monumentos como la de ustedes, ni con una Comisión que organice audiencias para salvaguardar la memoria urbana, nuestros contendores no han estudiado arquitectura en Harvard, aquí no existe la figura de los distritos históricos, ni la de los derechos de aire, ni conciencia alguna de los estilos arquitectónicos, ni aquí tampoco (salvo quizás muy, muy recientemente) la ciudad ha aparecido jamás como “afecto” –para usar tus propias palabras- de ninguno de nuestros cineastas.
En el año ’84 tuve en mis manos por causalidad los números del lote del Citybank (1273-1277 Madison Avenue Project) de la esquina famosa, cuando se planeaba comprarle los Air Rights a la Dalton School, entre Madison y Park. Tú no soñabas todavía con aparecer en escena. Sólo los vaivenes de la economía salvaron al vecindario de esa torre en los ochenta. Pero lo que es asombroso es que hoy, tántos años después, los promotores están siguiendo los mismos pasos para desarrollar el lote, amparados bajo los mismos argumentos. ¡Cuánto sin embargo se ha perfeccionado la ciencia urbana desde entonces! Cuando el mes pasado (Febrero de 2000) le declaraste a Paul Goldberger en The New Yorker aquéllo de que “tienen que existir Carnegie Hill y lugares como Jane Street en el Village, o uno tiene Houston, Texas”, lo que estabas era simplemente hablando por boca del pensamiento urbano más avanzado, anunciando lo que ya ronda como una futura enmienda para la Ley de Monumentos de Nueva York: la necesidad de reconocer, más allá de los estilos históricos en un vecindario, el exacto perfil ambiental de cada lugar urbano.
Al final declaraste con melancolía que ya una vez estuviste en contra de la adición al Guggenheim, que ya una vez luchaste para salvar los "cottages” de la Tercera Avenida y que ya una vez trataste de que no acabaran con Books & Company (a lo que yo también sumé un pequeño artículo: "Tenebrosa luce"), todo infructuosamente, por lo cual resientes haber estado siempre “en el lado perdedor de muchas batallas del desarrollo”. El lado perdedor. Yo también lo conozco, my friend. Fracasar, ver cómo caen los escenarios de nuestras vidas, sentir en carne propia la sorna solapada del enemigo. Al menos tú has podido salvar por fragmentos a tu ciudad en tus películas. Al menos has podido filmar una escena y desviar la cámara una pulgada a la derecha porque encontraste un edificio horrible. Tú, al menos, salvaste en Manhattan a esa Nueva York más amable, más antigua, más cálida a la que siempre podremos retornar.
Pero, Woody: no desesperes. Esa batalla, aunque fracasen, la ganarán los Amigos de Carnegie Hill. ¿Quién se atrevería a quedar como el que aplastó a Penny Whistle o como el que se erigió en prepotente nuevo clímax de la colina, quitándole su puesto a The Corner Bookstore y al Hotel Wales? Es impensable.
Una última cosa: ¿sería demasiado pedirte una copia del video? Estoy segura de que cuando nuestros enemigos de aquí vean cómo se desliza tu cámara, haciendo un traveling sobre las vitrinas de Madison Avenue hasta las elegantes mansiones de las Calles 91 y 92, y sobre la aguja de Brick Church hasta Park Avenue, ellos sabrán que a nosotros, los perdedores, nadie podrá vencernos.
Con mi admiración,
Hannia Gómez”.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 7 de Marzo de 2000.
The Loosing Side*
“Dear Woody:
I don’t live in New York City, but a great deal of me dwells constantly on the shores of Madison Avenue. From time to time I recall its sequence of gentle places. So, every time when I return, I go upward from the corner of 57th Street, licking the store windows for long hours until I reach the crest of Carnegie Hill, crest of urban delights, right on 92nd Street, of which now I know you are a neighbor. In past times the fat prize of my promenade was my triumphal arrival almost on 75th Street to the vanished bookstore Books & Co., but it is also true that right after I continued my path up the hill with renewed energy until the backwaters of the Bistrot du Nord, that is to say, harbor.
Yes, indeed. In your city things work indeed by streets and avenues, the flavors of the neighborhoods are displayed horizontally like on a film’s strip, frame by frame, not to be repeated; Madison is not the same all along, and it doesn’t seem odd to me that it is you, with more than thirty years shooting Manhattan, who is today the clearest reader of that urban circumstance so personal of New York, gridded city, infinite matrix. Today I have the audacity to write to you because it seemed incredible to me that all of you neighbors in the Carnegie Hill Historic District have had to reach the extremes of having to bring your three-minute movie to the Landmarks Preservation Commission in order to demonstrate (again!) the neighborhood´s kind language and defend yourselves from the imminent construction on the North Eastern corner of 91st Street of the seventeenth-floor tower planned to be erected by the Tamarkin Company. Really a desperate act. A “performance,” as your contenders ascribe you.
I found it similar to the things that in matters of Patrimony happen here in Caracas, my city. It sounds unbelievable to you? Well: an operation so theatrical, so desperate, so propagandistic like that is the tone all urban battles need here. We Caraquenians don’t count with a Landmark Law like yours, neither with a Commission that organizes hearings to safeguard Urban Memory; our contenders haven’t studied Architecture at Harvard, here the Air Rights legal figure doesn’t exist, neither any conscience whatsoever of architectural styles, nor here either (except maybe very, very recently) the city has ever appeared as an “affect” – to quote your own words- to any of our filmmakers.
In the year of 1984 I had by chance in my hands the figures of the Citybank’s lot (1273-1277 Madison Avenue Project) on the famous cornersite, when they were planning to buy the air rights from Dalton School, between Madison and Park. You didn’t even dreamed of showing up onstage. Only the ups and downs of the economy saved the neighborhood from that tower in the Eighties. But what is astonishing is that today, so many years afterwards, the developers are following the same steps to develop the property, sheltered under the same arguments. How much, however, has Urban Science been refined since then! When you declared to Paul Goldberger in The New Yorker (February, 2000) that “there has to exist Carnegie Hill and places like Jane Street in the Village, or one has Houston, Texas,” what you were doing was simply talking on behalf of today’s most advanced urban thinking, announcing what already is encircling as a future amendment to New York’s Landmarks Law: the necessity to acknowledge, beyond the historical styles in a neighborhood, the exact environmental profile of each urban place.
At the end you told with melancholy that you already were once against the addition to the Guggenheim, that you already fought once to save the cottages of Third Avenue and that already once you tried to stop the destruction of Books & Co. (to what I also summoned one little article: "Tenebrosa luce"), all ineffectual, because of what you resent having always been “on the loosing side of many development battles.” The loosing side. I also know it, my friend. To fail, to watch how the scenarios of our lives fall, to feel in our own flesh the covert snigger of the enemy. At least you have been able to shoot an scene and “deviate the camera one inch to the right” because you found and ugly building. You, at least, saved in “Manhattan” that kinder, older, warmer New York to which we may always return.
But, Woody, don’t dismay. That battle, even if lost, will be won by the Friends of Carnegie Hill. Who would dare to remain like he who crushed Penny Whistle or like he who erected himself as the stubborn’s hill’s new climax, taking the place of The Corner Bookstore and of the Hotel Wales? It’s unthinkable.
One last thing. Would it be too much to ask you for a copy of the video? I’m sure that when our enemies here see how your camera glides, traveling from the Madison Avenue stores windows to the elegant East 91st and 92nd Streets mansions and over Brick Church’s spire until Park Avenue, they will realize that we, the loosers, won’t be defeated by nobody.
With my admiration,
Row House neogreca, Madison Avenue. Mark Hampton, 1982 (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).
Aunque no vivo en Nueva York, gran parte de mí habita en las riberas de Madison Avenue. A ratos la recuerdo como una letanía mental de lugares amables. A ella vuelvo cada vez, recorriéndola desde la esquina de la Calle 57 hacia arriba, lamiendo las vitrinas largas horas hasta llegar a la cumbre de la colina de Carnegie, cumbre de delicias urbanas, justamente en la Calle 92, de donde ahora sé que eres vecino. En tiempos pasados el premio gordo del trayecto era la llegada triunfal casi en la Calle 75 a la desaparecida librería Books & Co., pero también es verdad que justo después seguía con renovada energía mi camino colina arriba hasta el remanso del Bistrot du Nord, es decir, puerto.
Claro que sí. Claro que en tu ciudad las cosas funcionan por calles y avenidas, los sabores de los vecindarios se despliegan en sentido horizontal como la banda de un filme, cuadro por cuadro, y no se repiten; Madison no es la misma a todo lo largo, y no me extraña para nada que hoy seas tú, con más de treinta años filmando Manhattan, el más claro lector de esa circunstancia urbana, tan personal de Nueva York, ciudad reticular, matriz infinita. Hoy tengo el atrevimiento de escribirte porque me resultó increíble que ustedes los vecinos del Distrito Histórico de Carnegie Hill hayan tenido que llegar al extremo de tener que llevarle al Landmarks Preservation Commission tu “último trabajo”, un video de tres minutos para demostrar ¡otra vez! el bondadoso lenguaje del vecindario, y defenderse de la inminente construcción en la esquina noreste de la Calle 91 de la torre de diecisiete pisos que planea erigir la Tamarkin Company. Realmente un acto desesperado. Un "performance”, como te achacan tus contendores.
Yo lo encontré parecido a las cosas que en materia de patrimonio suceden aquí en Caracas, mi ciudad. ¿Te suena increíble? Pues bien: una operación tan teatral, tan desesperada, tan propagandística como ésa es el tono que necesitan las luchas urbanas de aquí. Nosotros los caraqueños no contamos con una Ley de Monumentos como la de ustedes, ni con una Comisión que organice audiencias para salvaguardar la memoria urbana, nuestros contendores no han estudiado arquitectura en Harvard, aquí no existe la figura de los distritos históricos, ni la de los derechos de aire, ni conciencia alguna de los estilos arquitectónicos, ni aquí tampoco (salvo quizás muy, muy recientemente) la ciudad ha aparecido jamás como “afecto” –para usar tus propias palabras- de ninguno de nuestros cineastas.
En el año ’84 tuve en mis manos por causalidad los números del lote del Citybank (1273-1277 Madison Avenue Project) de la esquina famosa, cuando se planeaba comprarle los Air Rights a la Dalton School, entre Madison y Park. Tú no soñabas todavía con aparecer en escena. Sólo los vaivenes de la economía salvaron al vecindario de esa torre en los ochenta. Pero lo que es asombroso es que hoy, tántos años después, los promotores están siguiendo los mismos pasos para desarrollar el lote, amparados bajo los mismos argumentos. ¡Cuánto sin embargo se ha perfeccionado la ciencia urbana desde entonces! Cuando el mes pasado (Febrero de 2000) le declaraste a Paul Goldberger en The New Yorker aquéllo de que “tienen que existir Carnegie Hill y lugares como Jane Street en el Village, o uno tiene Houston, Texas”, lo que estabas era simplemente hablando por boca del pensamiento urbano más avanzado, anunciando lo que ya ronda como una futura enmienda para la Ley de Monumentos de Nueva York: la necesidad de reconocer, más allá de los estilos históricos en un vecindario, el exacto perfil ambiental de cada lugar urbano.
Al final declaraste con melancolía que ya una vez estuviste en contra de la adición al Guggenheim, que ya una vez luchaste para salvar los "cottages” de la Tercera Avenida y que ya una vez trataste de que no acabaran con Books & Company (a lo que yo también sumé un pequeño artículo: "Tenebrosa luce"), todo infructuosamente, por lo cual resientes haber estado siempre “en el lado perdedor de muchas batallas del desarrollo”. El lado perdedor. Yo también lo conozco, my friend. Fracasar, ver cómo caen los escenarios de nuestras vidas, sentir en carne propia la sorna solapada del enemigo. Al menos tú has podido salvar por fragmentos a tu ciudad en tus películas. Al menos has podido filmar una escena y desviar la cámara una pulgada a la derecha porque encontraste un edificio horrible. Tú, al menos, salvaste en Manhattan a esa Nueva York más amable, más antigua, más cálida a la que siempre podremos retornar.
Pero, Woody: no desesperes. Esa batalla, aunque fracasen, la ganarán los Amigos de Carnegie Hill. ¿Quién se atrevería a quedar como el que aplastó a Penny Whistle o como el que se erigió en prepotente nuevo clímax de la colina, quitándole su puesto a The Corner Bookstore y al Hotel Wales? Es impensable.
Una última cosa: ¿sería demasiado pedirte una copia del video? Estoy segura de que cuando nuestros enemigos de aquí vean cómo se desliza tu cámara, haciendo un traveling sobre las vitrinas de Madison Avenue hasta las elegantes mansiones de las Calles 91 y 92, y sobre la aguja de Brick Church hasta Park Avenue, ellos sabrán que a nosotros, los perdedores, nadie podrá vencernos.
Con mi admiración,
Hannia Gómez”.
Publicado en: Arquitectura, EL NACIONAL, Caracas, lunes 7 de Marzo de 2000.
The Loosing Side*
“Dear Woody:
I don’t live in New York City, but a great deal of me dwells constantly on the shores of Madison Avenue. From time to time I recall its sequence of gentle places. So, every time when I return, I go upward from the corner of 57th Street, licking the store windows for long hours until I reach the crest of Carnegie Hill, crest of urban delights, right on 92nd Street, of which now I know you are a neighbor. In past times the fat prize of my promenade was my triumphal arrival almost on 75th Street to the vanished bookstore Books & Co., but it is also true that right after I continued my path up the hill with renewed energy until the backwaters of the Bistrot du Nord, that is to say, harbor.
Yes, indeed. In your city things work indeed by streets and avenues, the flavors of the neighborhoods are displayed horizontally like on a film’s strip, frame by frame, not to be repeated; Madison is not the same all along, and it doesn’t seem odd to me that it is you, with more than thirty years shooting Manhattan, who is today the clearest reader of that urban circumstance so personal of New York, gridded city, infinite matrix. Today I have the audacity to write to you because it seemed incredible to me that all of you neighbors in the Carnegie Hill Historic District have had to reach the extremes of having to bring your three-minute movie to the Landmarks Preservation Commission in order to demonstrate (again!) the neighborhood´s kind language and defend yourselves from the imminent construction on the North Eastern corner of 91st Street of the seventeenth-floor tower planned to be erected by the Tamarkin Company. Really a desperate act. A “performance,” as your contenders ascribe you.
I found it similar to the things that in matters of Patrimony happen here in Caracas, my city. It sounds unbelievable to you? Well: an operation so theatrical, so desperate, so propagandistic like that is the tone all urban battles need here. We Caraquenians don’t count with a Landmark Law like yours, neither with a Commission that organizes hearings to safeguard Urban Memory; our contenders haven’t studied Architecture at Harvard, here the Air Rights legal figure doesn’t exist, neither any conscience whatsoever of architectural styles, nor here either (except maybe very, very recently) the city has ever appeared as an “affect” – to quote your own words- to any of our filmmakers.
In the year of 1984 I had by chance in my hands the figures of the Citybank’s lot (1273-1277 Madison Avenue Project) on the famous cornersite, when they were planning to buy the air rights from Dalton School, between Madison and Park. You didn’t even dreamed of showing up onstage. Only the ups and downs of the economy saved the neighborhood from that tower in the Eighties. But what is astonishing is that today, so many years afterwards, the developers are following the same steps to develop the property, sheltered under the same arguments. How much, however, has Urban Science been refined since then! When you declared to Paul Goldberger in The New Yorker (February, 2000) that “there has to exist Carnegie Hill and places like Jane Street in the Village, or one has Houston, Texas,” what you were doing was simply talking on behalf of today’s most advanced urban thinking, announcing what already is encircling as a future amendment to New York’s Landmarks Law: the necessity to acknowledge, beyond the historical styles in a neighborhood, the exact environmental profile of each urban place.
At the end you told with melancholy that you already were once against the addition to the Guggenheim, that you already fought once to save the cottages of Third Avenue and that already once you tried to stop the destruction of Books & Co. (to what I also summoned one little article: "Tenebrosa luce"), all ineffectual, because of what you resent having always been “on the loosing side of many development battles.” The loosing side. I also know it, my friend. To fail, to watch how the scenarios of our lives fall, to feel in our own flesh the covert snigger of the enemy. At least you have been able to shoot an scene and “deviate the camera one inch to the right” because you found and ugly building. You, at least, saved in “Manhattan” that kinder, older, warmer New York to which we may always return.
But, Woody, don’t dismay. That battle, even if lost, will be won by the Friends of Carnegie Hill. Who would dare to remain like he who crushed Penny Whistle or like he who erected himself as the stubborn’s hill’s new climax, taking the place of The Corner Bookstore and of the Hotel Wales? It’s unthinkable.
One last thing. Would it be too much to ask you for a copy of the video? I’m sure that when our enemies here see how your camera glides, traveling from the Madison Avenue stores windows to the elegant East 91st and 92nd Streets mansions and over Brick Church’s spire until Park Avenue, they will realize that we, the loosers, won’t be defeated by nobody.
With my admiration,
Hannia Gómez”.
Row House neogreca, Madison Avenue. Mark Hampton, 1982 (f. Archivo Fundación de la Memoria Urbana).
* (This letter was published as the March 7th, 2000 edition of the Architecture weekly column of Venezuelan major newspaper EL NACIONAL, Caracas).