I. Fracaso del duelo
Penosa es la cuenta que la historia de la arquitectura oficial hace de los edificios y los lugares que han desaparecido en esta ciudad. Nadie sabe si es porque a nadie dolió nunca en verdad que desaparecieran o porque nadie se ha tomado aún el trabajo de registrar de un todo las desapariciones para que la pérdida alcance así la dimensión que debería tener en nuestra cultura urbana. Lo cierto es que la lista oficial de los decesos célebres, de tan trillada, ya no hace mella a nadie, quedando las lavadas imágenes del Hotel Majestic y del Colegio Chaves, de Puente de Hierro y de la rotonda del Teatro Municipal, tristes y aisladas como unos episodios apagados por su singularidad, inocuos por su misma intrascendencia como catástrofes.
2. Pueblos y ciudades fantasmas
Caracas es la ciudad de Latinoamérica que menos trazas conserva de su pasado pre-moderno. Nada queda en ella de sus asentamientos preocolombinos, nada o prácticamente nada de su fábrica colonial. En el centro de la ciudad lo que único que permanece legible es el vestigio borroso de su retícula colonial, cada día más desdibujado, salpicado penosamente por los fragmentos de los fragmentos de las ruinas de sus edificios, los cementerios, las capillas, las fuentes, las iglesias, los conventos, los patios y las casas, junto a, éso sí, el recordatorio perenne del mea culpa monumental que dejó grabado Carlos Raúl Villanueva en los portales y en los temas de la re-urbanización de El Silencio, mea culpa que hiciera luego de haber sido él mismo testigo de primer orden de la ola de demoliciones que, en aras del progreso, barrió con prácticamente toda la arquitectura colonial del centro de la ciudad a partir de los años cuarenta.
Hoy, las mejores fotos que tenemos del Colegio Chaves son, justamente, las del Villanueva memorioso, quien exhumó algunos de sus temas en El Silencio en una operación nostálgica que ha sido muy tergiversada en la historia arquitectónica venezolana, cuando los portales de El Silencio, en realidad, son las lápidas conmemorativas de la arquitectura colonial caraqueña.
3. La ola y el laberinto
El desprecio por lo viejo, o mejor, la pasión desbocada, irreflexiva por lo nuevo, se llevó con su voraz ímpetu a gran parte la Caracas tradicional, hoy prácticamente perdida. Pero el problema no es la ola en sí misma. El problema es que la expansión del entusiasmo por la modernización no se detuvo al ya tener una ciudad nueva, sino que se quedó entre nosotros como modus operandi, afectando toda intervención emprendida en la ciudad hasta nuestros días. El hecho de que nadie se detenga nunca a pensar demasiado en lo ireemplazable de ciertos sitios y en lo único de muchas manifestaciones arquitectónicas producidas solamente aquí en esta ciudad, expresiones que conllevan escritas en sí mismas formas más amables de vida urbana, se ha vuelto una deplorable costumbre, inconsciente y automática.
La fábrica colonial y federal, por ejemplo, queda hoy solo escrita en las actas testamentarias que reposan en archivos no arquitectónicos, y su reconstrucción virtual aún no ha sido ni siquiera planteada… Entretanto, las planotecas de Caracas son las principales ruinas de la ciudad, laberintos de torres de moho y polvo entre las cuales es fácil perderse, perder rápidamente la paciencia, y perder doblemente a la ciudad, porque por ese agujero negro se ha fugado y se sigue fugando toda la memoria gráfica de la historia de su arquitectura, su ingeniería y su urbanismo.
Como consecuencia, Caracas sigue perdiendo día a día también su patrimonio moderno: vimos como cayó Campo Alegre, como cayó el edificio Galipán, cómo cayeron el Cine y el edificio La Castellana, y cómo van desfigurándose impunemente ante nuestro ojos las principales floraciones culturales arquitectónicas de nuestra mejor ciudad moderna. Caracas y la mayoría de las ciudades de Venezuela se están mutando en una versión mediocre de Las Vegas, se están erosionando hacia un infinito strip de pacotilla.
4. Habla la memoria
La memoria puede evocar, cerrando los ojos y exprimiendo las historias de nuestras vidas transcurridas en esta ciudad. Y junto a los recuerdos, flotan las imágenes en el inconsciente. La memoria excava los sitios abandonados y levanta las capas arqueológicas del olvido, signa la importancia real que tuvo lo que ya no está, para dársela a lo que aún queda, para reclamar por el estudio y el respeto, para dar con las pistas, para apuntar hacia lo que vale todavía. La memoria habla de nosotros… pero hay que hacerla hablar.
La Caracas perdida está llena de lecciones que han ser recreadas de nuevo, fábricas de estructuras fastuosas, torres de garbo legendario, plazas de gracia funcional, casas de arquitectura soberbia, paseos y recorridos gratos e imperturbables, lugares de encuentro, enclaves memorables, técnicas y conocimientos, costumbres y habilidades… El saber olvidado de esta ciudad ha de ser recuperado desde el fondo de sus propias arcas, profundas y desconocidas. Solo así podremos aspirar a reconstruir la ciudad, restablecerla y reinventarla para lograr una calidad de vida en el mejor espíritu de la modernidad urbana contemporánea.
Penosa es la cuenta que la historia de la arquitectura oficial hace de los edificios y los lugares que han desaparecido en esta ciudad. Nadie sabe si es porque a nadie dolió nunca en verdad que desaparecieran o porque nadie se ha tomado aún el trabajo de registrar de un todo las desapariciones para que la pérdida alcance así la dimensión que debería tener en nuestra cultura urbana. Lo cierto es que la lista oficial de los decesos célebres, de tan trillada, ya no hace mella a nadie, quedando las lavadas imágenes del Hotel Majestic y del Colegio Chaves, de Puente de Hierro y de la rotonda del Teatro Municipal, tristes y aisladas como unos episodios apagados por su singularidad, inocuos por su misma intrascendencia como catástrofes.
2. Pueblos y ciudades fantasmas
Caracas es la ciudad de Latinoamérica que menos trazas conserva de su pasado pre-moderno. Nada queda en ella de sus asentamientos preocolombinos, nada o prácticamente nada de su fábrica colonial. En el centro de la ciudad lo que único que permanece legible es el vestigio borroso de su retícula colonial, cada día más desdibujado, salpicado penosamente por los fragmentos de los fragmentos de las ruinas de sus edificios, los cementerios, las capillas, las fuentes, las iglesias, los conventos, los patios y las casas, junto a, éso sí, el recordatorio perenne del mea culpa monumental que dejó grabado Carlos Raúl Villanueva en los portales y en los temas de la re-urbanización de El Silencio, mea culpa que hiciera luego de haber sido él mismo testigo de primer orden de la ola de demoliciones que, en aras del progreso, barrió con prácticamente toda la arquitectura colonial del centro de la ciudad a partir de los años cuarenta.
Hoy, las mejores fotos que tenemos del Colegio Chaves son, justamente, las del Villanueva memorioso, quien exhumó algunos de sus temas en El Silencio en una operación nostálgica que ha sido muy tergiversada en la historia arquitectónica venezolana, cuando los portales de El Silencio, en realidad, son las lápidas conmemorativas de la arquitectura colonial caraqueña.
3. La ola y el laberinto
El desprecio por lo viejo, o mejor, la pasión desbocada, irreflexiva por lo nuevo, se llevó con su voraz ímpetu a gran parte la Caracas tradicional, hoy prácticamente perdida. Pero el problema no es la ola en sí misma. El problema es que la expansión del entusiasmo por la modernización no se detuvo al ya tener una ciudad nueva, sino que se quedó entre nosotros como modus operandi, afectando toda intervención emprendida en la ciudad hasta nuestros días. El hecho de que nadie se detenga nunca a pensar demasiado en lo ireemplazable de ciertos sitios y en lo único de muchas manifestaciones arquitectónicas producidas solamente aquí en esta ciudad, expresiones que conllevan escritas en sí mismas formas más amables de vida urbana, se ha vuelto una deplorable costumbre, inconsciente y automática.
La fábrica colonial y federal, por ejemplo, queda hoy solo escrita en las actas testamentarias que reposan en archivos no arquitectónicos, y su reconstrucción virtual aún no ha sido ni siquiera planteada… Entretanto, las planotecas de Caracas son las principales ruinas de la ciudad, laberintos de torres de moho y polvo entre las cuales es fácil perderse, perder rápidamente la paciencia, y perder doblemente a la ciudad, porque por ese agujero negro se ha fugado y se sigue fugando toda la memoria gráfica de la historia de su arquitectura, su ingeniería y su urbanismo.
Como consecuencia, Caracas sigue perdiendo día a día también su patrimonio moderno: vimos como cayó Campo Alegre, como cayó el edificio Galipán, cómo cayeron el Cine y el edificio La Castellana, y cómo van desfigurándose impunemente ante nuestro ojos las principales floraciones culturales arquitectónicas de nuestra mejor ciudad moderna. Caracas y la mayoría de las ciudades de Venezuela se están mutando en una versión mediocre de Las Vegas, se están erosionando hacia un infinito strip de pacotilla.
4. Habla la memoria
La memoria puede evocar, cerrando los ojos y exprimiendo las historias de nuestras vidas transcurridas en esta ciudad. Y junto a los recuerdos, flotan las imágenes en el inconsciente. La memoria excava los sitios abandonados y levanta las capas arqueológicas del olvido, signa la importancia real que tuvo lo que ya no está, para dársela a lo que aún queda, para reclamar por el estudio y el respeto, para dar con las pistas, para apuntar hacia lo que vale todavía. La memoria habla de nosotros… pero hay que hacerla hablar.
La Caracas perdida está llena de lecciones que han ser recreadas de nuevo, fábricas de estructuras fastuosas, torres de garbo legendario, plazas de gracia funcional, casas de arquitectura soberbia, paseos y recorridos gratos e imperturbables, lugares de encuentro, enclaves memorables, técnicas y conocimientos, costumbres y habilidades… El saber olvidado de esta ciudad ha de ser recuperado desde el fondo de sus propias arcas, profundas y desconocidas. Solo así podremos aspirar a reconstruir la ciudad, restablecerla y reinventarla para lograr una calidad de vida en el mejor espíritu de la modernidad urbana contemporánea.